Más de 1800 personas se reunieron en la Casa Central de la Universidad de Chile para rendir homenaje a los miembros de esta institución que fueron afectados tras el golpe militar de 1973. Uno de los momentos más emotivos se vivió cuando el Rector develó una placa conmemorativa en el Patio Domeyko del edificio patrimonial y al final de la ceremonia invitó a todas y todos los presentes a gritar el nombre de sus familiares, amigos o colegas desaparecidos durante la dictadura. «Este evento no estaría completo si no gritáramos a viva voz los nombres de aquellos y aquellas a los cuales hoy día estamos recordando… «¡Patricio Manzano!»…
«¡Enrique Marín!»
«¡Jaime Bustos!»
«¡Reinalda Pereira!»
«¡Víctor Jara!»
«¡Carlos Lorca!»
«¡María Inés Andrade!»
«¡Carlos Berger!»
«¡Lumi Videla!»
«¡Carlos Godoy!»
«¡Salvador Allende!»
«¡Muriel Dockendorff!» …
Tras la invitación del Rector Víctor Pérez Vera, los gritos se multiplicaron en los patios, el Salón de Honor y también en las afueras de la Casa Central que este 11 de septiembre de 2013, se repletó de funcionarios, estudiantes, profesores, pero también ciudadanos comunes que quisieron hacerse parte de este acto de memoria y restauración que la Universidad más antigua del país organizó para conmemorar los 40 años del Golpe de Estado. Discursos de representantes de todos los estamentos y la presentación artística de la Orquesta Sinfónica de Chile y la Camerata Vocal fueron parte del emotivo acto del que fueron parte más de 1800 personas.
«Hace 40 años, un día 11 de septiembre, la comunidad de la Universidad de Chile fue herida, como sucedió a diversas organizaciones, familias y personas a lo largo de todo el país», con estas palabras el Rector comenzó el discurso, en el que repasó las difíciles circunstancias que los miembros de la Universidad tuvieron que vivir durante la dictadura. «El evocar hoy a los profesores y profesoras, estudiantes, funcionarias y funcionarios, egresados de esta Casa de Estudios y sus familiares que fueron ejecutados, desaparecidos, detenidos, torturados, encarcelados, exiliados, relegados, exonerados, expulsados, obligados a renunciar y sumariados durante la dictadura militar, constituye un acto ineludible de cara a los 40 años del Golpe de Estado», expresó.
El Rector manifestó además que en un grupo de personas, que se autocomprende como comunidad, como lo es esta Institución, es primordial «la exploración de esa historia y de sus circunstancias, así como conceder a todos y a todas quienes sufrieron los efectos de esos infaustos momentos, la calidad de ‘parientes’, es decir la condición de ser parte de la familia Universidad de Chile».
Junto a esto reconoció la generosidad y valentía «de la inmensa mayoría de la comunidad universitaria y de sus familias que hizo posible la mantención y preservación de nuestra Universidad y de sus valores. El republicanismo que la caracterizó fue cambiado por los lemas del «orden» y la «limpieza» de las ideas, y por un discurso eficientista y economicista que hasta hoy día nos pesa. El paulatino abandono del Estado a nuestra Universidad queda plasmado en la historia de la intervención militar».
«Miles de familias chilenas, algunas por casi cuarenta años, y muchas relacionadas con la Universidad de Chile, han vivido todo este largo tiempo deambulando, como las refugiadas de Kazantzakis, pero sin tener el consuelo de llevar a sus espaldas los huesos de sus padres, madres, esposos, esposas, hijos, hijas, hermanos y familiares, sin tener el fundamento sobre el cual ellos y ellas puedan construir su nueva aldea, su nuevo hogar, su identidad. ¿Cómo es posible querer olvidar lo pasado en estos cuarenta años, hablar de reconciliación, pedir perdones, decir que hay que mirar hacia adelante, si nos olvidamos de que como país no somos capaces, todavía, de decirles a aquellas miles de familias, dónde pueden ir a colocar una flor al lugar en que están enterrados o en que fueron arrojados los restos de sus seres queridos? ¿Cómo y por qué seguir negando a esas familias ese mínimo gesto de humanidad y de dignidad? ¿Hasta cuándo les hacemos interminables sus noches y agonizantes sus días? ¿Es que de tanto ver a esas madres, con las fotos familiares arrugadas y apretadas en sus pechos, hemos olvidado el brutal drama y la angustiosa pena que arrastran día a día? ¿Es que estamos esperando que ya no quede ninguna de ellas para no tener que sentir vergüenza de nuestra falta de humanidad al mirarles a sus ojos?», interpeló el Rector.
«Desde esta Casa Central hago un llamado humilde, suplicante, a todas las mujeres y a todos los hombres de buena voluntad de nuestro país para que aunemos nuestras voces y acciones en pos de llevar la paz a las familias de los detenidos desaparecidos. Sólo cuando esas miles de madres encuentren el sosiego del reencuentro con sus hijos e hijas, sólo entonces podremos hablar de que existe la esperanza de una reconciliación en nuestro país. Al final del libro de Kazantzakis los refugiados deben escapar nuevamente ante la llegada de las tropas turcas. ‘Pasaremos primeramente por el Sarakina – les dijo el pope -, pues allí vamos a enterrar a Manolios; después desenterraremos los huesos de nuestros antepasados y nos pondremos en camino nuevamente. ¡Ánimo hijos míos, no temáis nada, arriba los corazones, somos inmortales!'», expresó a la comunidad. Esto recordando de que aún existen miles de familias que no cuentan con un lugar físico para colocar una flor en recuerdo de sus seres queridos.
Placa en el Patio Domeyko: Un nuevo lugar de memoria
Casi al finalizar la ceremonia, el Rector junto a Estela Ortiz, viuda del sociólogo Manuel Parada y la Vicedecana de la Facultad de Filosofía y Humanidades y viuda de Enrique París, María Eugenia Horvitz, develó una placa conmemorativa en una de las paredes del patio Domeyko en que se lee el siguiente poema de Pablo Neruda:
«Saber es un dolor. Y lo supimos: cada dato salido de la sombra nos dio el padecimiento necesario: aquel rumor se transformó en verdades, la puerta oscura se llenó de luz, y se rectificaron los dolores. La verdad fue la vida en esa muerte. Era pesado el saco del silencio» (Pablo Neruda, Memorial de Isla Negra 1962-1964)
Tras esto, miles de pétalos rojos cayeron desde el segundo piso del edificio, mientras los asistentes visiblemente emocionados aplaudían y gritaron de forma espontánea un Ceacheí.
Durante la ceremonia se recordó además otros actos conmemorativos en que la Universidad ha rendido homenaje y reconocimiento a miembros de la comunidad que fueron víctimas de la dictadura, como en 1991 cuando se entregaron más de 50 títulos póstumos a estudiantes desaparecidos y ejecutados.
Reconstrucción de la memoria histórica
El acto contó también con la participación del profesor de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Humberto Giannini, quien analizó la importancia del perdón en el proceso de una reconciliación nacional. «Pedir perdón implica abandonar justificaciones, implica autoconfesión (…) Por el momento sólo tenemos el ‘nunca más’ que toca muy fuertemente a la Universidad de Chile, pero falta el perdón», argumentó el Premio Nacional de Humanidades y Cs. Sociales. «El ‘nunca más’ pese a ser una frase negativa, es tremendamente positiva porque intenta cerrar un periodo», añadió.
El Vicepresidente del Senado Universitario Pedro Cattan llamó al a comunidad a ser optimistas y seguir unidos por un Chile más justo y enfatizó que «el futuro de la U. de Chile no es niebla, no es una brisa que pasa susurrando sobre los gritos del ayer. El futuro de la Universidad es esperanza, es grandeza, es pueblo y libertad».
Asistentes recordaron la valentía de la comunidad universitaria en la dictadura
La Vicepresidenta de la Federación de Asociaciones de Funcionarios de la Universidad de Chile (FENAFUCH) Myriam Barahona recordó a la comunidad «que entre los pasillos subterráneos de las distintas Facultades, comenzaba a organizarse. Valientes todos, arriesgando la vida en estos, perseguidos y exonerados, otros detenidos desaparecidos y muchas torturados. Siguieron pensando que la U. de Chile no podría ser acallada».
Mientras el Presidente de la Federación de Estudiantes de la U. de Chile (FECH) Andrés Fielbaum, planteó que el miedo sembrado en dictadura evolucionó hacia un miedo a la sobrevivencia en esta sociedad de mercado: «Un miedo a la vejez por no saber cómo mantenerse, un miedo a cómo costear la salud y una educación de calidad», expresó el dirigente estudiantil sosteniendo que la lucha que han levantado los estudiantes en el presente no cesará hasta alcanzar una sociedad justa.
Por su parte, la senadora estudiantil Scarlett Mac-Ginty rindió homenaje a los miembros de la universidad «que ya no están con nosotros. Sobran sentimientos y faltan palabras para recordar a esos hombres y mujeres, a esos compañeros con ideales tan poderosos y nobles que fueron capaces de dar la vida por ellos. Eso no puede ser olvidado». Y destacó que las nuevas generaciones no son ajenas a la historia de Chile y que en conjunto debemos construir la reconciliación.
En representación de las y los académicos, el presidente de la ACAUCH, profesor Héctor Díaz expresó: «Tenemos muy clara nuestra misión: mantenernos atentos, vigilantes para defender los embates que los gobiernos han cometido, incluso después del fin de la dictadura. Sin embargo, ellos no dañarán los principios fundamentales de nuestra institución y que tienen que ver con un compromiso arraigado en nuestro espíritu: Seguir siendo la Universidad Pública de este país, vigilante, luchadora, crítica y viva».
Sonia Montecino: «La labor de la U. de Chile de aportar al país con interpretaciones para dar cuenta de lo que estamos viviendo»
La Vicerrectora de Extensión y reciente ganadora del Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, Sonia Montecino, calificó esta ceremonia «como una restitución absolutamente necesaria que abre una serie de cauces que no solamente sirve para conmemorar un acontecimiento sino que para reflexionar». Asimismo expresó la importancia de que la comunidad universitaria «proponga un pensamiento crítico, una mirada a la sociedad chilena sobre lo que está pasando. Se han abierto muchas compuertas con esto de los 40 años y creo que es la labor de la Universidad de Chile de aportar al país con interpretaciones para dar cuenta de lo que estamos viviendo y ver cómo podemos transformar a este país».
Josefa Errázuriz: «Actos como éste son reparatorios en términos de dignidad»
A la ceremonia llegaron además de miembros de la Universidad, también llegaron representantes del mundo político como la Alcaldesa de Providencia María Josefa Errázuriz, socióloga egresada de la Universidad de Chile quien aseguró que este acto «fue de profunda dignidad. Es lo que Chile necesita hacer, reconocer a aquellas personas que solo por pensar distinto hoy día no nos acompañan». Recordando sus años en la U. de Chile, la alcaldesa dijo pertenecer «a la generación de la que nos cortaron los sueños, soy de la generación que nos cerraron las escuelas, y por lo mismo, me parecen que actos como éste son reparatorios en términos de dignidad. Ejercer memoria es un deber porque es un deber construir un país distinto y para construir un futuro, tú tienes que tener tu memoria y eso es lo que ha llamado el Rector en esta ocasión».
Pamela Pereira: «Esta ceremonia fue un esfuerzo de memoria en que se compromete a todos los estamentos»
La Profesora de la Facultad de Derecho y reconocida abogada defensora de los derechos humanos Pamela Pereira comentó que le asigna un gran valor a este acto «el que se enmarca como un esfuerzo de la Universidad de Chile entiende de enlazarlo en el proceso formativo. A la vez expresa la solidaridad con sus propias víctimas y con el pueblo de Chile en general». La abogada subrayó que esta acción es un «esfuerzo de memoria en que se compromete a todos los estamentos tanto de profesores como de estudiantes y eso permite asegurar la continuación de una universidad democrática, laica, republicana y pluralista que es fundamental en el proceso de desarrollo en el país como sociedad chilena».
Estela Ortiz: «Creo que este es un acto de sanación necesaria para la Universidad»
La hija de Fernando Ortiz, detenido desaparecido, y viuda de José Manuel Parada, ejecutado político, Estela Ortiz fue una de las personas que develó junto al Rector la placa conemorativa. Al finalizar el acto, declaró que vivió de forma intensa la ceremonia: «Creo que fue una actividad muy sobria, estoy muy conmocionada por la ceremonia. Son tantas las imágenes en un día como hoy, que yo lo pasé en la Universidad, con José Manuel y mi padre en el Pedagógico. Son muchos recuerdos, muchas imágenes, muchos amigos, muchos sueños que siguen. Creo que este es un acto de sanación necesaria para la Universidad».
40 años de Memoria: Con Chile y la Universidad en el corazón (*)
Hace 40 años, un día 11 de septiembre, la comunidad de la Universidad de Chile fue herida, como sucedió a diversas organizaciones, familias y personas a lo largo de todo el país. El recuerdo de ese daño no es más que una pregunta que desde el presente se formula para reconstruir eso que sucedió en el pasado, pero es asimismo un gesto de lectura de hechos, razones y emociones. Es difícil recordar lo que nos actualiza un dolor, pero es necesario hacerlo como parte de la responsabilidad que como humanos nos compete en la reflexión y en la reparación de nuestras acciones cuando nos hemos equivocado, o cuando hemos sido testigos, víctimas o actores de fracturas y quiebres, así como de la pérdida de la fraternidad.
Estamos aquí convocados por el deseo de restauración, pero más que nada por el necesario reconocer, entendido en sus acepciones de “examen de una persona para enterarse de su identidad, naturaleza y circunstancias”, y en tanto “conceder con solemnidad, la cualidad y relación de parentesco que tiene con el que ejecuta ese reconocimiento”. Desde esos significados, el evocar hoy a los profesores y profesoras, estudiantes, funcionarias y funcionarios, egresados de la Universidad de Chile y sus familiares que fueron ejecutados, desaparecidos, detenidos, torturados, encarcelados, exiliados, relegados, exonerados, expulsados, obligados a renunciar y sumariados durante la dictadura militar, constituye un acto ineludible de cara a los 40 años del Golpe de Estado. A ellos y a ellas está dedicada esta placa, como obligación de memoria, como deber de nuestra comunidad, y como huella que en el futuro hablará de esta prueba de restitución y reflexión que hoy día hacemos. También, esta placa conmemora a los familiares de los miembros de la Universidad de Chile que sufrieron las penas, agravios y afrentas de la sombría época en que en nuestro país reinó el autoritarismo y la arbitrariedad.
Quizás la distancia de cuatro décadas haga posible hablar y pensar sobre el trauma histórico que significó la dictadura militar en Chile y en la Universidad de Chile. Estamos obligados a recuperar esa historia porque su trama nos ha envuelto, queramos o no admitirlo, y porque es preciso suturar los partidos lazos y los duelos inconclusos. Es por ello que cuando traemos a escena la palabra “reconocer”, estamos poniendo énfasis en la exploración de esa historia y de sus circunstancias, así como conceder a todos y a todas quienes sufrieron los efectos de esos infaustos momentos, la calidad de “parientes”, es decir la condición de ser parte de la familia Universidad de Chile. Y ello porque nos autocomprendemos como una comunidad, como una institución universitaria que vive gracias al tejido, a los vínculos sociales de quienes la construyen y la han ido construyendo; desde ese lugar somos hermanos y hermanas, solidarios en el destino y depositarios de un origen común.
A nadie le puede caber ni un asomo de duda respecto al profundo quiebre que significó para nuestra Universidad la intervención militar en su gobierno, sus aulas y sus proyectos. La refundación que los militares y muchos civiles propiciaron para el país, fue aplicada fría, calculada y racionalmente en nuestra Universidad. Por ello, la represión y la construcción en nuestra Casa de Estudios de la noción de amigos y enemigos destejió los lazos solidarios, y edificó una visión de la academia más parecida a un cuartel que a un sitio donde discurre la libertad del pensamiento, sobre todo en los primeros años de la intervención. Hubo razzias en las disciplinas de las ciencias sociales, las humanidades y especialmente en las artes; exoneraciones y brutales expulsiones, delaciones y componendas de sobrevivencia.
Pero, también, hay que decirlo, la generosidad y valentía de la inmensa mayoría de la comunidad universitaria y de sus familias hizo posible la mantención y preservación de nuestra Universidad y de sus valores. El republicanismo que la caracterizó fue cambiado por los lemas del “orden” y la “limpieza” de las ideas, y por un discurso eficientista y economicista que hasta hoy día nos pesa. El paulatino abandono del Estado a nuestra Universidad queda plasmado en la historia de la intervención militar.
Por eso, es necesario recordar esa época, pues ella da luces para pensar el futuro. Debemos elaborar la pérdida del sentido de lo público en nuestra Universidad, y junto a ella la pérdida, el daño y las heridas concretas en las personas, pues son esas fracturas las que pavimentaron el sendero de lo que hoy somos como sociedad y academia. Duele decirlo, pero es así.
Cada una de las materialidades de esta propia Casa Central hablan del devenir incesante, de los cambios y de las continuidades de nuestra institución y de su ser republicano, y es por eso que hemos elegido el Patio Domeyko para plasmar el reconocimiento en esta placa que hoy nos hace comparecer en este emblemático edificio. Ignacio Domeyko, un exiliado, supo del desarraigo y del dominio imperial sobre su Niedzwiadka Wielka y trajo un puñado de su tierra natal a Chile como huella de una historia que lo marcó. No retornó a su lugar de origen, pero esa tierra vivió con él. Tal vez nunca imaginó que su Universidad de Chile, aquella que quiso y en la cual influyó notablemente, sería intervenida militarmente. Levantamos aquí un nuevo “lugar de memoria”, en este patio que lo reconoce en tanto rector de la Universidad de Chile y en tanto científico y educador; el patio de un exiliado que ofrece sus muros al reconocimiento de los miembros de esta Casa que fueron tocados y vulnerados por el Gobierno Militar que imperó 17 años en Chile y en su universidad.
Pensando en nuestros y nuestras estudiantes que no vivieron esos 17 años, no podría terminar mis palabras sin dejar de referirme a la gran grieta que todavía lacera y hace sangrar el alma y el corazón de las miles de familias de detenidos desaparecidos y que no les da la paz que respete su dolor; una hendidura que sigue abierta de Arica a Magallanes y que parece no ser asumida por la ciudadanía, por todos nosotros, en su real y brutal dramatismo. Una herida que parece ser sólo de ellas y ellos, y no nuestra. Niko Kazantzakis, en “Cristo de nuevo crucificado”, nos habla de un grupo de refugiados griegos que escapa de los turcos que habían asolado su aldea incendiando, degollando y violando. “Algunos de los nuestros –prosiguió el pope Fotis con tono menos violento – tuvieron tiempo de acercarse al cementerio. Desenterraron los huesos de sus padres y los transportan consigo, con objeto de que sean los fundamentos de nuestra nueva aldea. Mirad, ese anciano centenario los carga a la espalda desde hace tres meses”.
Miles de familias chilenas, algunas por casi cuarenta años, y muchas relacionadas con la Universidad de Chile, han vivido todo este largo tiempo deambulando, como las refugiadas de Kazantzakis, pero sin tener el consuelo de llevar a sus espaldas los huesos de sus padres, madres, esposos, esposas, hijos, hijas, hermanos y familiares, sin tener el fundamento sobre el cual ellos y ellas puedan construir su nueva aldea, su nuevo hogar, su identidad. ¿Cómo es posible querer olvidar lo pasado en estos cuarenta años, hablar de reconciliación, pedir perdones, decir que hay que mirar hacia adelante, si nos olvidamos de que como país no somos capaces, todavía, de decirles a aquellas miles de familias, dónde pueden ir a colocar una flor al lugar en que están enterrados o en que fueron arrojados los restos de sus seres queridos? ¿Cómo y por qué seguir negando a esas familias ese mínimo gesto de humanidad y de dignidad? ¿Hasta cuándo les hacemos interminables sus noches y agonizantes sus días? ¿Es que de tanto ver a esas madres, con las fotos familiares arrugadas y apretadas en sus pechos, hemos olvidado el brutal drama y la angustiosa pena que arrastran día a día? ¿Es que estamos esperando que ya no quede ninguna de ellas para no tener que sentir vergüenza de nuestra falta de humanidad al mirarles a sus ojos?
Desde esta Casa Central hago un llamado humilde, suplicante, a todas las mujeres y a todos los hombres de buena voluntad de nuestro país para que aunemos nuestras voces y acciones en pos de llevar la paz a las familias de los detenidos desaparecidos. Sólo cuando esas miles de madres encuentren el sosiego del reencuentro con sus hijos e hijas, sólo entonces podremos hablar de que existe la esperanza de una reconciliación en nuestro país. Al final del libro de Kazantzakis los refugiados deben escapar nuevamente ante la llegada de las tropas turcas. “Pasaremos primeramente por el Sarakina – les dijo el pope -, pues allí vamos a enterrar a Manolios; después desenterraremos los huesos de nuestros antepasados y nos pondremos en camino nuevamente. ¡Ánimo hijos míos, no temáis nada, arriba los corazones, somos inmortales!”
“Era pesado el saco del silencio”, nos dice nuestro Neruda, pero hoy lo descorremos y asumimos que poco a poco “la puerta oscura se llenará de luz”. Eso es lo que hoy día hemos deseado: “rectificar los dolores”, con el horizonte de ir construyendo día a día una Universidad de Chile que incluya, que modele desde su interior el alma de un Chile pleno de democracia, de pluralidad y de justicia. Reflexionar, recordar y pensar sobre lo acontecido no es sino el ejercicio de cimentar el futuro: el que anhelamos es el de la inclusión, en el que todas y todos seamos parte de esa “agua fresca”, de ese “río sonoro” y de esas “alas firmes de la libertad”, que nos constituyen como Universidad.
(*) Palabras para el desvelamiento de Placa en reconocimiento de los miembros de esta Casa de Estudios que fueron tocados y vulnerados por el Gobierno Militar que imperó 17 años en Chile y en su universidad.