Es asombroso cómo, sólo con obligar a un poco de transparencia en los acuerdos de libre comercio que la administración Obama ha estado negociando en secreto, la opinión pública se vuelve en su contra.
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Después de que hace unos días se filtrara y se publicase, gracias a Greenpeace, el contenido propuesto para el TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership – Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones – ATCI) entre los EE.UU. y la Unión Europea, las negociaciones – ya turbulentas – arrojan mayores dudas ahora que la opinión pública ha podido ver lo que se ofrece por ambas partes.
Como suele ser habitual en el caso de los acuerdos de comercio negociados con los EE.UU., el contenido se mantuvo completamente en secreto, tanto para los europeos como para los norteamericanos del común, pero resultaba fácil acceder a ello si se trata de una empresa gigantesca. De manera que, de forma natural, las condiciones se inclinan gravosamente hacia las grandes empresas a expensas de la normativa sobre medio ambiente, salud y seguridad.
The Guardian informó este domingo pasado [1 de mayo] acerca de un montón de controvertidas disposiciones, pero The Independent lo resumió bien: “Los documentos muestran que a las grandes empresas norteamericanas se les otorgarán poderes sin precedentes respecto a cualquier nueva regulación de salud o seguridad públicas que se introduzcan en el futuro. Si algún gobierno europeo se atreve a presentar leyes que incrementen la normativa social o medioambiental, el TTIP otorgará a los inversores norteamericanos el derecho a entablar un pleito por el lucro cesante”.
Pese al empujón conjunto de la administración de Obama para concluir tanto el TTIP como su equivalente, el TPP (Trans Pacific Partnership – Acuerdo Transpacífico), antes de las elecciones presidenciales de noviembre, el apoyo a los acuerdos comerciales está cayendo en picado en los EE.UU.. Un sondeo reciente mostraba que sólo el 18% de la opinión pública apoya el TTIP, comparado con el 53% en 2014.
Sólo se puede suponer que la carrera presidencial ha alterado drásticamente el número de gente con una opinión negativa de los acuerdos de libre comercio. Los dos candidatos potenciales de ambos partidos están hacienda activamente campaña contra ellos, al fin y al cabo.
El candidato republicano Donald Trump se ha mostrado vociferante en su oposición al TPP desde el inicio de su candidatura, y el aspirante demócrata Bernie Sanders atacó tan duramente a la favorita, Hillary Clinton, por su apoyo a pasados acuerdos que le han costado a los EE.UU. puestos de trabajo industriales y la merma de su normativa ambiental, que Clinton se manifestó a su vez en contra del TPP, pese a haberlo apoyado cuando se encontraba al frente del Departamento de Estado.
Pero lo que ha tenido más importancia es sencillamente la posibilidad de que la opinión pública viera lo que hay en estos acuerdos. Si bien había muchos grupos de la sociedad civil protestando desde un principio por los acuerdos, hasta que WikiLeaks publicó las versiones de los borradores del TPP no se volvió en su contra el sentimiento de la opinión pública.
El representante comercial de los EE.UU. llegó a reconocer en ese momento que la administración sabía que si la opinión pública descubría lo que contienen estos acuerdos comerciales, la oposición pública sería significativa.
Lo que entonces declaró Elizabeth Warren, senadora y líder progresista, es hoy todavía más cierto:
“Si la transparencia llevara a una amplia oposición pública, entonces ese acuerdo de comercio no debería ser política de los EE.UU.”.
Pero esa no parece ser la postura de la “administración más transparente que ha existido”. Mientras a los cabilderos se les dejan las manos libres para redactar los acuerdos, hasta los miembros de los órganos legislativos tienen que saltar absurdos obstáculos sólo para ponerle la vista encima al documento.
Se han aplicado restricciones draconianas a los miembros del Congreso norteamericano si querían echarle un vistazo al TPP mientras se estaba negociando, tantas que se les llegó a amenazar con acciones legales si hablaban acerca de ello.
Y la revista Time acaba de informar acerca de lo que hubo de hacer Katja Kipping, miembro del Parlamento alemán, para ver la última versión del TTIP. Tuvo incluso que avenirse a un tiempo de lectura restringido a sólo dos horas, sintiendo todo ese tiempo el aliento de un guardia en la nuca y sin poder compartir los contenidos del acuerdo con nadie.
Si la administración Obama quiere impulsar públicamente los acuerdos el libre comercio, pese a la creciente oposición pública a los mismos, eso es prerrogativa suya. Pero el Congreso debería tener acceso pleno a su contenido mientras se está negociando y la administración de Obama debería dejar de tratar las decisiones que afectan a los empleos de millones de norteamericanos como si fueran una especie de secreto de seguridad nacional. Sólo que, puesto que se han negado a ser transparentes, esos acuerdos deberían rechazarse en su totalidad.
Fuente: The Guardian
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No al TTIP, ¿sí al comercio internacional?
Fernando Luengo
Lo han intentado, pero no lo han conseguido.
A pesar de que los negociadores de la Comisión Europea y del gobierno estadounidense han intentado mantener en secreto las negociaciones, el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones, más conocido por el acrónico inglés TTIP, ha entrado con fuerza en la opinión pública. Gracias a Greenpeace, que ha filtrado documentos confidenciales del proceso negociador, los grandes medios de comunicación han llevado a sus portadas este asunto que, pese a su trascendental relevancia, había pasado hasta ahora casi de puntillas.
Si bien, para ser justos, hay que decir que un buen número de plataformas y colectivos han realizado una tenaz tarea de informar y movilizar a la ciudadanía sobre las consecuencias de gran calado, para la economía y para nuestra vida, que, en caso de salir adelante, tendría el TTIP.
Entre otras cosas, su entrada en vigor implica una revisión a la baja de la normativa medioambiental y en materia de salud pública, siguiendo los criterios de quienes no tienen otro proyecto que someter las regulaciones públicas al imperativo de los mercados. Su firma supone, asimismo, una inaceptable cesión de soberanía a favor de las grandes corporaciones (y de los grandes bufetes de abogados), cuando sus intereses colisionen con la legislación de los estados.
Estos y otros aspectos que forman parte del TTIP deben ser debatidos y difundidos. Pero no debemos pasar por alto que se trata de un acuerdo cuyo objetivo es liberalizar el comercio internacional. Llegados a este punto, las críticas y los críticos bajan el tono, apenas se escucha un susurro.
El sacrosanto comercio internacional donde, supuestamente, todos, en mayor o menor medida, ganan. Amplía el surtido de bienes y servicios a disposición de la población; dinamiza la creación de puestos de trabajo, más sostenibles al estar expuestos a la competencia internacional; asegura el aumento de la productividad y, en esa medida, la mejora de los salarios; ofrece ventajas a las economías más rezagadas que ahora cuentan con mercados que estaban fuera de su alcance. Fruto de todo ello, más crecimiento económico. Un círculo virtuoso que se retroalimenta sin pausa.
¿Nada que decir al respecto? En mi opinión, hay mucha tela que cortar, mucho que debatir sobre los pilares que sostienen el discurso dominante, sobre las “indudables e indiscutibles” ventajas del comercio internacional. Es la hora de poner sobre la mesa los pretendidos beneficios de la globalización, de la realmente existente, no del cuento de hadas que casi siempre nos presentan sus partidarios, en la que los beneficios superan, por definición, a los costes, y donde, finalmente, todos ganan.
La globalización que ha creado un espacio desnivelado controlado por las grandes firmas transnacionales, la que promueve dinámicas económicas depredadores con los ecosistemas y que contribuye de manera decisiva al cambio climático, la que impone una lógica competitiva basada en la degradación salarial, la que da carta de naturaleza a la competencia entre los trabajadores, la que altera las relaciones de poder en beneficio del capital, la que acentúa las diferencias entre las economías del norte y del sur, entre los ricos y los pobres. Sí, hay que hablar de esa globalización que, pese a toda la retórica, llena de lugares comunes, no ha sido el vivero de creación de empleo, ni ha generado el plus de crecimiento que anunciaban sus defensores.
Sin duda alguna, el TTIP debe ser debatido, criticado y rechazado, porque está pensado para favorecer, sobre todo, a los grandes grupos económicos, ganadores indiscutibles de la globalización de los mercados. Estamos, además, ante una buena oportunidad para reflexionar sobre los procesos económicos que sostienen este y otros acuerdos internacionales. Dejar este frente desatendido, como si en este plano no fuera posible aportar un razonamiento diferente al entregado desde la economía dominante, quita punta y alcance a la crítica al TTIP, Como si todo consistiera en reconducirlo, reorientar las negociaciones, para que se respeten las competencias y las normativas de los estados nacionales.
Fuente: Blog del autor