por Francisco Fernández Buey
Se dice frecuentemente que la “cuestión rusa” se ha convertido en la piedra de toque del pensamiento marxista. Para hablar con propiedad habría que decir que tal cuestión ha sido siempre (al menos desde que empieza a utilizarse el término “marxismo”) motivo de investigación y también de apasionados debates entre los revolucionarios.
La formación social rusa fue el objeto prioritario de los estudios del viejo Marx, y el análisis de la actual sociedad soviética sigue siendo el centro de atención de las principales corrientes en las que se ha ido fragmentando el movimiento comunista en las últimas décadas.
La persistencia y la constancia con que en un lapso de tiempo tan dilatado reaparece el problema de la naturaleza de aquella revolución puede considerarse sin más como un factor demostrativo de que en este caso no se trata de una discusión académica o de escuela como ha habido tantas en el marxismo de los últimos tiempos. Ya el simple planteamiento del problema por el propio Marx refuerza la idea de que, por el contrario, se trata de uno de los nudos principales de la historia contemporánea.
Vale la pena recordar aquí, aunque sea sumariamente, las ideas del viejo Marx sobre Rusia porque todavía ahora se suelen olvidar con cierta frecuencia.
Este olvido conduce a seguir planteando el tema simplemente como si se tratara de una contraposición entre lo que la revolución rusa ha sido en la realidad y el esquema de desarrollo histórico esbozado en El Capital, con la consecuencia implícita de tener que elegir entre la teoría supuesta y lo que es definido como “socialismo real”. Precisamente hace algo más de cien años, en una carta enviada al director de la Otetschestwennyi Sapiski, Karl Marx salía al paso de lo que consideraba como una infundada extensión al caso de Rusia del esquema histórico expuesto en El capital.
Según esa abusiva generalización, mediante la cual –en palabras de Marx– se interpretaba el esbozo histórico de la génesis del capitalismo en Occidente como una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino impondría a todo pueblo, la sociedad rusa tendría que pasar inevitablemente por los mismos traumas que la acumulación capitalista, la industria manufacturera y el desarrollo de la gran industria determinaron en Inglaterra y en otras sociedades de la Europa occidental. Marx rechazaba el carácter suprahistórico de esa conclusión y oponía a ella varias consideraciones particulares:
1.a Que el esquema histórico de El Capital tenía validez solamente para el caso de las sociedades que aquella obra había estudiado, esto es, para el caso de las sociedades del occidente europeo.
2.a Que el análisis histórico comparativo permite observar que sucesos muy similares pero que tienen lugar en medios diferentes conducen a resultados totalmente distintos.
3.a Que el caso de la formación social rusa, en la cual resaltaba la solidez y resistencia verdaderamente atípicas de la comuna aldeana tradicional, a diferencia de lo ocurrido y de lo que estaba ocurriendo en otras sociedades tanto de occidente como de oriente, exigía un estudio particularizado antes de definirse dogmáticamente acerca de la inevitabilidad de la etapa entendida en el sentido europeo-occidental.
Algunos años después, luego precisamente de haber profundizado en el estudio particular de la formación social rusa, el propio Marx llegaba a la conclusión (compartida con algunos teóricos del populismo ruso) de que la comuna aldeana tradicional constituía el punto de apoyo de la regeneración social en Rusia.
¿Quería decir esto que Rusia podía saltarse la etapa capitalista, la fase de proletarización de los agricultores, e ir hacia el comunismo desarrollando justamente los aspectos comunitarios de las relaciones que aún dominaban en buena parte del agro ruso? Esa era al menos la idea que parecía desprenderse de la carta escrita a Vera Zassulich el 8 de marzo de 1881, en un momento en el que las desgracias familiares y su propia enfermedad minaban ya definitivamente la salud de Marx.
Cierto es que su razonamiento en esas fechas está dirigido sobre todo a combatir el concepto de la inevitabilidad de un determinado decurso histórico válido para todos los países del mundo y, más concretamente, la idea de la repetición en el caso de Rusia de lo ya ocurrido en otros países de la Europa occidental. Pero, aún llegando a la conclusión de que el desarrollo del capitalismo no era inevitable en Rusia y creyendo, por el contrario, que existían elementos favorables suficientes para la conservación/transformación revolucionaria de la comuna aldeana, no se encontrarán tampoco en aquella carta afirmaciones absolutizadoras.
Basta con comparar su redacción definitiva con el borrador (mucho más largo y elaborado) de la misma para darse cuenta de que Marx se niega a predecir el futuro ruso mediante aseveraciones tajantes. Por eso el razonamiento está salpicado de condicionales y disyuntivas. Aun así, sin embargo, la idea conclusiva era clara:
“Gracias a una combinación de circunstancias únicas, la comuna aldeana, todavía establecida por toda la extensión del país, puede despojarse gradualmente de sus caracteres primitivos y desarrollarse directamente como elemento de la producción colectiva a escala nacional”.
Pero para ello eran necesarias, según Marx, dos condiciones. Primera, la revolución en Rusia. Pues sólo una actuación rápida y decidida de la voluntad de conservación/transformación de la comuna aldeana podía oponerse con éxito a los nada despreciables factores (internos y externos) de disolución de la misma.
Segunda, la revolución proletaria en occidente. De tal manera que si la revolución rusa “daba la señal” para una revolución en el mundo capitalista desarrollado, complementándose ambas, la propiedad común de la tierra todavía resistente en Rusia sería el punto de partida de “una evolución comunista”.
Tal era en lo esencial la idea de Marx sobre el futuro ruso.
II
Los bolcheviques en general y Lenin en primer lugar recogieron una parte de ese razonamiento y obviaron la otra. Esto es, consideraron que la revolución rusa podría realizarse, mantenerse y profundizarse siempre que tuviera lugar también la revolución mundial, la revolución europea, o al menos la revolución socialista en el país en que parecían existir mayores posibilidades para el cambio (Alemania).
Pero, por otra parte, abandonaron la idea de que era posible pasar al comunismo moderno desde el comunitarismo primitivo de la comuna aldeana. Al abandono de esta idea contribuyeron sin duda varias razones que es difícil resumir sin una referencia detallada a la evolución del contexto histórico ruso y europeo desde 1880 hasta 1917.
Así y todo, y aun a sabiendas de que sin el detalle sobre esa evolución histórica se corre el peligro del esquematismo, pueden señalarse aquí algunas de esas razones. La más formal de ellas –pero tampoco despreciable– es que ninguno de los dirigentes bolcheviques llegó a conocer hasta muchos años después de la revolución de octubre la totalidad del razonamiento de Marx sobre la comuna aldeana (señaladamente no conocieron la carta a Vera Zassulich y la importante primera redacción de la misma).
Ese desconocimiento afecta muy probablemente a las conclusiones de Lenin en El desarrollo del capitalismo en Rusia en el sentido de que la revolución pendiente en el país era una revolución democrático-burguesa. En efecto, si esa obra se lee no desde el conocimiento de lo que ha pasado luego sino desde el conocimiento de la situación rusa en 1880/1890 es difícil sustraerse a la impresión (afirmada por varios estudios actuales del tema) de que Lenin hinchó los datos relativos al desarrollo capitalista de Rusia en aquel momento, exagerando con ello la existencia de factores semejantes a los europeo-occidentales y que conducían a la disolución inevitable de la comuna aldeana.
Con todo, más importante que la existencia de ese factor de desconocimiento de la obra de Marx al respecto es, para explicar el por qué del abandono bolchevique de la idea de la posibilidad del paso de la comuna rural al comunismo moderno, el mismo desarrollo material de Rusia hasta 1917. Sobre esto no puede caber ninguna duda: el avance del capitalismo y la disolución de las relaciones precapitalistas agrarias fue un hecho.
¿Una necesidad histórica?
Efectivamente, una necesidad histórica si se entiende por tal el objetivo de la base material de aquella sociedad + la voluntad de una parte importante de la población (por lo menos de la burguesía rusa, de sectores del campesinado y de la vanguardia política del proletariado industrial) en el sentido de transformar a Rusia en un país lo más parecido posible a los de la Europa occidental. No hará falta añadir, sin embargo, que esa coincidencia bastante general no implica necesariamente coincidencia en los proyectos político-sociales de los principales grupos que actuaban como portavoces de las varias clases en lucha.
Como argumento a favor de la corrección de la tesis de Lenin y en contra de las ideas del viejo Marx suele citarse el éxito del proyecto político bolchevique en octubre de 1917. Pero este es un argumento muy poco sólido. En primer lugar porque oculta la escasísima realidad social del partido bolchevique (escasísima sobre todo en el campo, y en un país en el que la población campesina seguía constituyendo el 80% de la población) entre 1903 y febrero de 1917, y porque olvida que el éxito bolchevique en octubre se debió sustancialmente a su buena captación de las repercusiones de la guerra imperialista en las varias clases sociales rusas.
Y en segundo lugar porque no considera el hecho evidente de que la proletarización acelerada del campesinado ruso en los años treinta de este siglo es precisamente la continuación y consumación de las medidas disolventes de la comuna aldeana tradicional adoptadas con anterioridad por varios ministros de la época zarista.
Podría decirse, pues, que en esa necesidad histórica que refutó la prognosis del viejo Marx sobre Rusia tuvo también su papel (más importante de lo que suele decirse) la voluntad bolchevique de seguir en este aspecto el ejemplo de países como Inglaterra, Alemania y los Estados Unidos de Norteamérica.
En cualquier caso, lo cierto es que el desconocimiento, el olvido (o el históricamente necesario abandono, como se prefiera) de la hipótesis de Karl Marx sobre la comuna aldeana obligó a Lenin a forzar la semejanza de la revolución en curso en Rusia con las revoluciones democrático-burguesas de la Europa occidental.
Si se tiene en cuenta la fuerza con que Marx acentuó la particularidad, la diferencia, de la formación social rusa por comparación con otras sociedades de la Europea occidental y si se piensan las implicaciones sociales de su hipótesis acerca del paso de la comuna aldeana tradicional al comunismo moderno, se comprende que no empleara el término de revolución democrático-burguesa para definir la revolución conservadora/transformadora de la comuna rural.
Y se comprende también que, al emplearlo, Lenin se sintiera inmediatamente en una situación bastante embarazosa. En realidad una buena parte de la obra de Lenin entre 1905 y 1917 viene a ser en lo esencial un dar vueltas en torno a la explicación de la revolución democrático-burguesa rusa. Y no creo que sea desmerecer el genio político de Lenin el afirmar que, pese a las muchas veces que se refirió a ese tema, no logró tampoco dar una definición satisfactoria de la naturaleza de esa revolución democrático-burguesa rusa.
Así, ya en 1905/1906 la revolución popular rusa era para Lenin una revolución democrático-burguesa como nunca hubo otra en parte alguna, una revolución que si fracasaba, esto es, si el acuerdo entre la burguesía y el zarismo lograba abortar la insurrección, se parecería a las revoluciones democrático-burguesas de la Europa occidental (o sea, según sus propias palabras, sería un aborto), mientras que, en cambio, si salía triunfante daría lugar no a un poder burgués sino a la dictadura del proletariado y del campesinado.
Después de la insurrección de febrero, entre marzo y octubre, Lenin mantuvo la opinión de que la revolución en ciernes era entonces proletaria y socialista. Pero en los últimos meses de su vida, al hacer historia comentando la crónica de Sujánov, afirmó que la revolución de octubre había sido por sus objetivos inmediatos una revolución democrático-burguesa desarrollada luego en un sentido socialista.
Lenin era de los revolucionarios que no se detienen ante los nudos gordianos teóricos: ¿cómo, si en abril de 1917 se decía que la revolución en ciernes era proletario/socialista, afirmar en 1923 que en lo esencial había sido una revolución democrático-burguesa? El nudo que no se desata, se corta: “no hay ninguna muralla china entre ambas revoluciones.”
¿No hay ahí, en ese cortar el nudo gordiano, un intento de llegar a cuadrar formalmente el círculo de la peculiaridad, de la particularidad de la revolución rusa (asiática, oriental, pero vocacionalmente europea por decisión de sus protagonistas) con aquel esbozo histórico del Capital que se consideraba válido para el desarrollo de las sociedades occidentales?
Lenin parece haber intuido esto cuando afirmó, al referirse temáticamente a la cuestión de la naturaleza de la revolución, que la revolución rusa introducía ciertas correcciones desde el punto de vista de la historia universal en el camino típico del desarrollo del capitalismo y de la democracia burguesa. Pero sobre todo cuando definió a la formación social rusa salida de la revolución de octubre como un capitalismo de estado diferente del capitalismo de estado conocido en el mundo occidental.
En suma, la dificultad de caracterización por Lenin de la revolución rusa (y sus constantes matizaciones) se explica por el hecho de que creyó conveniente y necesario analizar la situación de su país precisamente con aquellas categorías que el viejo Marx consideraba válidas para la Europa occidental.
Y esa dificultad, que no es sólo, por supuesto, una dificultad de Lenin, explicaría también quizá el que cuando en abril de 1917 afirma por vez primera que la revolución en curso en Rusia es una revolución proletario/socialista casi nadie le entendiera. (A lo cual se podría añadir todavía la hipótesis de que la rapidez con que entendió Stalin –casi el único entre los dirigentes bolcheviques y además el menos teórico de ellos– ese giro de Lenin en abril de 1917 se debió a que el georgiano interpretó razonablemente que lo que estaba en juego en aquella circunstancia no era la redefinición de la naturaleza de la revolución en ciernes, sino meramente la cuestión del poder, de la toma del poder).
III
Perdidas las matizaciones teóricas de Lenin y derrotada la revolución proletaria en Hungría, en Alemania, en Austria y en Italia, la descripción de la revolución rusa que se impuso entre los bolcheviques y más en general en el movimiento comunista encuadrado en la III Internacional fue un esquema simplificado de las tesis de Vladímir Ilich.
Dicho esquema, que se ha ido repitiendo una y otra vez sin mayores consideraciones, venía a decir lo siguiente:
a) las varias insurrecciones proletario/campesinas de 1905/1906 habrían constituido una revolución democrático-burguesa abortada, inacabada;
b) la insurrección de febrero de 1917 habría sido una revolución democrático-burguesa consumada con éxito por el hundimiento del régimen zarista, y, finalmente
c) la insurrección de octubre de 1917 que dio el poder a los bolcheviques habría sido una revolución proletaria y socialista. En la década siguiente el propio Stalin redondearía ese esquema con la afirmación de que Rusia había superado ya la primera fase del comunismo (la llamada etapa socialista) y estaba a punto de entrar en la segunda, esto es, a punto de construir la sociedad comunista propiamente dicha.
Pero ya antes de que Stalin añadiera esa última nota altamente ideológica y justificadora de su propio poder al esquema histórico dominante, en la III Internacional habían manifestado serias dudas sobre su licitud y corrección varias corrientes comunistas, desde Gramsci a Bordiga, desde Korsch a Pannekoek, pasando por Mattick y los internacionalistas de Holanda.
Así en 1920, defendiendo las conquistas de la revolución de octubre contra el mecanicismo de la socialdemocracia, Gramsci dudaba en cambio de que una revolución pudiera ser definida como socialista por el hecho de haber sido dirigida por el proletariado e incluso teniendo en cuenta la voluntad de transformación en un sentido socialista de sus protagonistas.
Y con mayor radicalidad aún una década más tarde el grupo de comunistas internacionalistas de Holanda consideraba aquel esquema como un mero recubrimiento ideológico del jacobinismo de los bolcheviques; para ellos la idea de que la revolución de febrero era una revolución burguesa mientras que la de octubre se definía como proletario/socialista constituía “un absurdo”.
Y esto por el hecho de que tal visión “supone que un desarrollo de siete meses habría sido suficiente para crear las bases económicas y sociales de una revolución proletaria en un país que apenas si acababa de entrar en la fase de su revolución burguesa”. La conclusión de esta crítica del esquema dominante era la concepción de las insurrecciones de febrero y de octubre como un proceso unitario de transformación burguesa de la sociedad rusa. En ese mismo sentido se manifestarían Pannekoek, Mattick y Kosch.
La perspectiva que dan los sesenta años cumplidos de la revolución rusa y el conocimiento del desarrollo de la formación social soviética desde 1917 permiten afirmar sin mayores dudas que tanto la crítica del esquema “canónico” por los comunistas internacionalistas como su descripción de los hechos como un proceso unitario de transformación burguesa eran acertadas en lo esencial. Tal vez desde esa misma perspectiva podrían añadirse algunas otras consideraciones:
1a Que ese proceso unitario de transformación burguesa, acelerado luego desde el poder, tiene peculiaridades de desarrollo propias de un país en el límite entre Europa y Asia y se ha visto condicionado además, en su origen, por la implantación del imperialismo capitalista occidental, y, en su desarrollo, por la nueva división internacional del trabajo que lleva consigo la difusión del imperialismo.
Esta complicación del esquema de los comunistas internacionalistas permite explicar la coincidencia, en la evolución de la Unión Soviética, de factores inicialmente tan contrapuestos como el asiatismo (en el plano político) y el taylorismo (en el plano económico y de organización del trabajo).
2a Que el mantenimiento del esquema ideológico interpretativo de la revolución rusa, dominante en la III Internacional, ha conducido a una hipostatización del concepto de revolución proletaria semejante a la que ya se había impuesto con respecto a la revolución burguesa (esto es, la consideración de la revolución francesa como revolución burguesa por antonomasia, cuando es precisamente la excepción).
La generalización ahistórica de ese modelo esquemático es semejante, aunque contraria, a la que denunciara Marx para el caso de El Capital y ha llevado al movimiento comunista a varios errores de importancia.
Uno en Oriente, al subvalorar el papel del campesinado por comparación con lo ocurrido en Rusia (de ahí la equivocación paralela de los proyectos políticos de Stalin y de Trotski para la China de los años veinte/treinta); otro en Occidente, al sobrevalorar los factores de atraso económico y cultural en países capitalistas desarrollados o por lo menos relativamente desarrollados (buscando todavía en fechas no muy lejanas el paralelo con la revolución democrático-burguesa rusa y repitiendo mecánicamente que no hay muralla china entre esa revolución y la proletaria).
(*) Filósofo, escritor, comunista crítico y marxista singular. Se formó con Manuel Sacristán. Ejerció la docencia en las Universidades de Valladolid y Barcelona (UB y Pompeu Fabra), enseñando Historia de las Ideas y Filosofía Política. En la UPF dirigió la Cátedra UNESCO de Estudios Interculturales y el Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales.
Fuente: El Viejo Topo
Texto publicado en el extra nº 2 de El Viejo Topo, 1978. Reproducido en el libro 1917:Variaciones sobre la Revolución de Octubre, su historia y sus consecuencias.
Nota bibliográfica
V.I. Lenin. Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática. Traducción castellana en Obras Escogidas, tomo 1, pág 477 y siguientes.
V.I. Lenin. Con motivo del cuarto aniversario de la revolución de octubre. Traducción castellana en Obras Escogidas, tomo 3, Págs. 659-668.
V.I. Lenin, Nuestra revolución (A propósito de las notas de N. Sujánov). Traducción castellana en Obras escogidas, tomo 3, págs. 792-795.
Grupo de comunistas internacionalistas de Holanda “Tesis sobre el bolchevismo” en Pannekoek, Korsch. Mattick, Crítica del bolchevismo. Barcelona, Anagrama, 1976.
Rudi Dutschke, Lenin (Tentativas de poner a Lenin sobre los pies). Traducción castellana, en Icaria, Barcelona, 1977.