sábado, diciembre 21, 2024
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Exploraciones del Marxismo Sencillo: Teoría Revolucionaria y Acción Práctica

Las ideas de Karl Marx suelen ser consideradas un recurso muy útil para quienes desean comprender el mundo para mejorarlo. Sin embargo, quienes se consideran marxistas a menudo interpretan de maneras divergente incluso los conceptos más básicos asociados con el marxismo – como capitalismo y clase obrera. También hay diferencias desconcertantes sobre conceptos como ideología, conciencia de clase, y el aparentemente estrambótico de aristocracia obrera. Como si no fuera suficiente, conceptos relativamente nuevos – como identidad e interseccionalidad – se suman a esta confusión.

 

Las ideas de Karl Marx suelen ser consideradas un recurso muy útil para quienes desean comprender el mundo para mejorarlo. Sin embargo, quienes se consideran marxistas a menudo interpretan de maneras divergente incluso los conceptos más básicos asociados con el marxismo – como capitalismo y clase obrera. También hay diferencias desconcertantes sobre conceptos como ideología, conciencia de clase, y el aparentemente estrambótico de aristocracia obrera. Como si no fuera suficiente, conceptos relativamente nuevos – como identidad e interseccionalidad – se suman a esta confusión.

Casi basta para que los activistas alzan las manos desesperados, griten un improperio o dos, y se vayan.  Por supuesto, uno puede convertirse en activista para hacer un mundo y gritar “¡al infierno con todas estas teorías estúpidas!” Pero la consecuencia sería reducir las posibilidades de entender el mundo lo suficiente como para ser capaz de cambiarlo positivamente.

La acción práctica puede ser más eficaz si se guía por ciertas estructuras cognitivas que corresponden a la forma en que el mundo funciona realmente.

En lo que sigue, abordaré los debates entre los marxistas de manera que contribuya – espero – al desarrollo de perspectivas socialistas revolucionarias eficaces.

C. Wright Mills y estructuras cognitivas

Para muchos de nosotros, que crecimos intelectualmente en el mundo de habla inglesa durante la década de 1960, el sociólogo radical C. Wright Mills fue una influencia muy importante. Aunque sus obras – como Los Nuevos Hombres de Poder (1949), la élite del poder (1956), La imaginación sociológica (1960) – parecen anticuadas de alguna manera en nuestra época, su claridad, independencia de espíritu, y capacidad crítica siguen siendo recompensando a quién se acerca a ellas.

Mi propia educación como marxista se vio afectada cuando, aún un joven adolescente, quedé fascinado por su última obra, Los marxistas (1962).

El propio Mills no era, estrictamente hablando, un marxista. Tenía poca paciencia para la dialéctica, no le gustaba deleitarse con las complejidades de El Capital, y llegó a la conclusión que la clase obrera había demostrado – allá por la década de 1950 – ser incapaz de lograr un cambio revolucionario. Sin embargo, su propia comprensión del mundo se estructuró, en gran medida, a través de su propio diálogo apasionado con la obra de Karl Marx.

Como él mismo dijo:

La historia del pensamiento social desde mediados del siglo XIX no se puede entender sin la comprensión de las ideas de Marx … Contribuyó a las categorías utilizadas por prácticamente todos los pensadores sociales importantes de nuestro pasado inmediato … Dentro de la tradición clásica de la sociología, es Marx quién nos proporciona el mejor marco básico general para la reflexión política y cultural. Marx no era la única fuente de este marco, y no elaboró un sistema cerrado y acabado. No resuelve todos nuestros problemas; algunos de ellos ni siquiera los planteó. Sin embargo, estudiar su obra hoy y luego volver a nuestras propias preocupaciones es aumentar nuestras posibilidades de hacer frente a esos problemas con ideas y soluciones útiles. [1]

Los marxistas ofrecía una estimulante discusión de la teoría y la historia marxista, y extractos de una diversa gama de pensadores asociados de una manera u otra al marxismo. En su presentación crítica, Mills estableció diferentes tipos de marxistas. Se inclinaba a rechazar dos de ellos – los marxistas vulgares que “se confinan a ciertas características ideológicas de la filosofía política de Marx e identifican estas partes como el todo», y los marxistas sofisticados a los que les interesa «principalmente el marxismo como un modelo de sociedad y las teorías desarrollado con la ayuda de este modelo «. [2]

Mills prefería lo que denominó los marxistas sencillos, que «con gran esfuerzo … se enfrentan a los problemas del mundo» y que están dispuestos a ser “abierto» (en contraposición a dogmáticos) en sus interpretaciones y usos del marxismo», y que no rehuyen confrontar «la tensión no resuelta en la obra de Marx – y en la historia misma: la tensión entre humanismo y determinismo, entre libertad humana y necesidad histórica.» [3]

Este enfoque influye fuertemente mi propio pensamiento en el presente ensayo.

Subyacente al enfoque de Mills hay una distinción clara entre (1) el infinitamente complejo remolino de ese vasto y sorprendente Todo que comúnmente se conoce como realidad y (2) el estudio de esta realidad, que implica construcciones teóricas, estructuras cognitivas, que utilizamos para explicar la realidad. Es posible el uso de diferentes terminologías y diferentes conceptualizaciones para definir los mismos aspectos complejos de la realidad – y, a pesar de ello, alcanzar una comprensión interesante y útil de tal realidad.

Lo mismo es posible cuando dos auto-calificados marxistas interpretan y desarrollan aspectos de la teoría marxista de maneras muy diferentes.

Uno de esos análisis no invalida necesariamente el otro por utilizar una forma diferente de definir este u aquel término marxista.

Si bien ambos enfoques pueden ser válidos, sin embargo, uno es superior a otro (en tanto que marxista) en la medida en que se ajusta a todos los criterios siguientes: (1) precisión con respecto a las realidades que se describen; (2) claridad en la comunicación de esa comprensión de la realidad; (3) coherencia en relación con la totalidad de la teoría marxista; (4) utilidad práctica para hacer retroceder la opresión y hacer avanzar la causa del socialismo.

Este es el enfoque que subyace en la siguiente discusión de los términos subrayados al comienzo de este ensayo. El propósito es ayudar a estructurar nuestra comprensión de la realidad con el fin de fortalecer nuestros esfuerzos prácticos en la lucha por la liberación.

Capitalismo

El capitalismo ha sido definida por algunos marxistas recientes de una manera muy particular. Por ejemplo, en su estudio sobresaliente The American Road to Capitalism, Charles Post ha ofrecido una definición que se puede resumir de la siguiente manera: es un sistema económico en el que los propietarios privados de la economía – los capitalistas (la burguesía) – controlan los medios de producción ( tierra, materiales, herramientas / tecnologías prima, etc.) y compran la fuerza de trabajo de los obreros asalariados, que carecen, básicamente, de propiedad (el proletariado), con el fin de producir mercancías (productos producidos para el mercado, por la fuerza de trabajo se convierte en mano de obra real ) que se venden por un beneficio.

Un enfoque similar se puede encontrar en otras obras marxistas – por ejemplo, Segmented Work, Divided Workers de David Gordon, Richard Edwards, y Michael Reich, que definen de manera sucinta el capitalismo como «un sistema de trabajo asalariado de producción mercantil con fines de lucro.» [4]

Esta parece una descripción razonable de lo que sucede en el capitalismo. Hay, sin embargo, un problema que se desarrolla cuando se aplica esta definición a la historia. Por ejemplo, antes de la Guerra Civil Americana (1861-1865) la mayor parte de la fuerza laboral en los Estados Unidos no estaba formada por obreros asalariados.

La economía del Sur era predominantemente agrícola, y el grueso de la fuerza laboral agrícola del Sur estaba compuesta por esclavos. Junto con un gran número de granjeros blancos pobres, la
gran mayoría de los trabajadores era gente que no vendía su fuerza de trabajo a los capitalistas -por lo tanto, de acuerdo con esa definición, la economía del Sur no podría considerarse capitalista. Por lo demás, la mayoría de la fuerza de trabajo del Norte, desde la época colonial hasta la Guerra Civil, se componía de pequeños agricultores, artesanos y pequeños comerciantes –  sólo una minoría eran obreros asalariados.

Por definición, se podría argumentar, el capitalismo no existió en los Estados Unidos hasta la década de 1820 o de 1840 o de 1860 (que es la posición de las obras antes mencionadas).

El problema es que Marx y Engels creían que el capitalismo existía en los Estados Unidos, no sólo después de la Guerra Civil, sino antes – y no sólo en el Norte ante-bellum con “trabajo libre», sino también en el Sur esclavista. Por supuesto, Marx y Engels eran humanos y podían haberse equivocado – aunque no dejaría de ser irónico que quienes fueron los primeros en desarrollar la teoría marxista estuviesen tan equivocados a la hora de aplicar esa teoría.

El problema se agrava cuando nos damos cuenta que lo que ocurría en los Estados Unidos también pasaba en la mayor parte de Europa, con la excepción de Inglaterra. Esa era la situación cuando los dos revolucionarios escribieron el Manifiesto Comunista, cuando ayudaron a organizar la Asociación Internacional de Trabajadores, y cuando Marx escribió El Capital.

Se podría argumentar que sus análisis del capitalismo eran en realidad un pronóstico del futuro, más que una descripción del presente. Pero no es así como ellos mismos caracterizaron su trabajo [5].

Una complicación adicional es la que plantea la pregunta: si no era capitalismo, ¿qué tipo de economía era?

En el Sur esclavista la dinámica de la economía era diferente de las economías esclavistas de la Antigüedad y tampoco se ajustaban a la dinámica del feudalismo. ¿Se trataba de un tipo de economía que Marx y Engels no conceptualizaron? (Post cree que sí, presentándola como una variante teórica revisada de lo que el difunto historiador Eugene Genovese denominó «la civilización pre-burguesa”).

La misma pregunta se puede formular respecto al tipo de economía en el Norte antes de la guerra y en la Europa del siglo XIX. (Las dos obras citadas lo califican de economía no capitalista de “ pequeña producción de mercancías»). Es posible argumentar que hay mejores formas de entender el mundo que la forma en que lo hicieron Marx y Engels en su día, que vivían – contrariamente a lo que parecían creer – en una realidad fundamentalmente precapitalista. Pero esto sugiere una cierta incoherencia en cómo esta definición particular del capitalismo conecta con las perspectivas globales de Marx y Engels.

Por otro lado, el problema puede deberse al hecho de que una descripción razonable del capitalismo maduro no constituye una definición razonable del capitalismo. El capitalismo implica un proceso increíblemente dinámico de desarrollo, un proceso de acumulación de capital, de transformación del mundo una y otra vez, mientras asume una variedad de formas diferentes, manteniéndose fiel a su propio dinamismo.

Se podría argumentar que una definición más útil del capitalismo (tal vez más consistente, también, con la perspectiva de Marx y Engels) podría postular cuatro elementos fundamentales en la economía capitalista, tres de los cuales son relativamente simples: la economía (medios de producción combinados con mano de obra) es de propiedad privada, más o menos controlado por los propietarios (en el sentido de que toman decisiones en materia de política económica), y el principio rector de la toma de decisiones económicas consiste en maximizar los beneficios de los propietarios. El cuarto elemento es mucho más compleja: la economía implica la producción generalizada de mercancías – una economía de compra-venta, o economíade mercado.

La producción generalizada de mercancías significa que cada vez más y más aspectos de las necesidades humanas y la vida humana caen bajo la producción de mercancías, bajo la producción de bienes y servicios con el propósito de venderlos, con el fin de maximizar los beneficios de los capitalistas una y otra y otra vez. Los capitalistas se ven obligados a desarrollar la tecnología y el proceso de producción para crear más y más beneficios. Y más y más personas en la sociedad se ven obligadas a convertir su capacidad para trabajar (su energía vital, su fuerza, su inteligencia, sus habilidades y destrezas) en una mercancía, vendiendo su fuerza de trabajo con el fin de «ganarse la vida» ( para poder comprar los productos básicos que necesitan para vivir, y aquellos productos adicionales que quieren a fin de hacer la vida más tolerable).

Esta manera más «abierta» de definir el capitalismo permite mucha más diversidad de tipos de capitalismo, y capta la cualidad increíblemente fluida, la dinámica de «todo lo sólido se desvanece en el aire”, del capitalismo a la que se hace referencia en el Manifiesto Comunista.

Como señalan los escritos sobre la Guerra Civil Americana de Marx y Engels son posible variantes peculiares de capitalismo que conviertan al trabajador en su totalidad (no sólo su capacidad de trabajar) en una mercancía que se compra y se venda, es decir, en esclavos (no sólo en «esclavos asalariados», como muchos trabajadores libres se llaman a sí mismos).

Las diferentes variantes de capitalismo producen diferencias sociales y culturales extremas, de la misma manera que se entrelazan con necesidades de política económica dramáticamente diferentes (altos aranceles frente a las bajas tarifas, etc.), así como con objetivos políticos también muy diferentes, que se combinaron hasta provocar la sangrienta explosión de 1861-1865.

Retrocediendo aún más, hasta La Riqueza de las Naciones de Adam Smith (1776), el capitalismo ya existía antes de que una mayoría de la fuerza de trabajo se transformase en proletariado asalariado. Y como la teoría del desarrollo desigual y combinado de León Trotsky sugiere, diferentes modos  de producción pueden combinarse de diversas formas peculiares para crear una mezcla económica, cultural y política inestable, a menudo con consecuencias explosivas, especialmente dado el increíble dinamismo del capitalismo.

Utilizar una definición relativamente simple del capitalismo no necesariamente hace desaparecer las complicaciones y contradicciones de la realidad con la que los teóricos serios deben luchar.[6]

Debemos ver el capitalismo como una realidad compleja y cambiante, un proceso amplio y contradictorio, que asume diferentes formas en diferentes momentos de la historia y en diferentes lugares de nuestro planeta. Todo esto es inseparable del implacable proceso de acumulación del capital.

La diversidad de «capitalismos» no puede definirse mediante una mera descripción. Lo que es particularmente cierto en todo lo relacionado con la formación y reorganización de la clase obrera, que es un proceso continuo, que es formada, desestructurada y recompuesta por la dinámica del proceso de acumulación capitalista: interminablemente “juntada y separada a la fuerza”, como Kim Moody lo resumió. «La forma de la clase obrera ha cambiado en todos los rincones del mundo de la misma manera que el propio capitalismo ha alterado sus contornos geográficos, organizativos y tecnológicos», escribió a finales del siglo pasado”.

A medida que cambian las viejas estructuras de la clase obrera, sin embargo, surgen otras nuevas.» [7] Lo que nos lleva a otro debate marxista sobre otra categoría central del marxismo: el proletariado, o la clase obrera. (¿O son estos dos términos de verdad sinónimos?)

La clase obrera

Algunos teóricos marxistas han introducido lo que me parecen complicaciones innecesarias en la forma en la que entienden la categoría central de clase obrera. Uno de los mejores divulgadores del marxismo, Hal Draper, hace una distinción entre proletariado (que define como aquellos cuyo trabajo crea plusvalía para los capitalistas, es decir, los asalariados del sector privado de la economía) y clase obrera en un sentido más amplio (aquellos que simplemente venden su fuerza de trabajo).

Nicos Poulantzas, de manera similar, pero con apelativos diferentes, hace una distinción entre trabajadores (los que producen plusvalía para los capitalistas) y una categoría más inclusiva, asalariados (algunos de los cuales no producen plusvalía y a los que designa como una «nueva pequeña burguesía»). Erik Olin Wright, muy crítico con Poulantzas, desarrolló la categoría de localizaciones contradictorias de clase, distinguiendo entre trabajadores «puros» y quienes tienen «posiciones mixtas» – ya sean trabajadores que tienen un importante grado de autonomía en su  trabajo y / o trabajadores explotados que, sin embargo, tienen control sobre otros trabajadores.

Wright considera que son una mezcla de proletario y «pequeña burguesía». [8] Todo esto contrasta con la definición más simple, «abierta» de Federico Engels en una nota a pie de página del Manifiesto Comunista en 1888: «Por burguesía se entiende la clase de los capitalistas modernos, propietarios de los medios de producción social y empleadores de mano de obra asalariada. Por proletariado, la clase de los trabajadores asalariados modernos que, al no tener medios de producción propios, no tienen otra cosa que su fuerza de trabajo, que venden para vivir “. [9]

No está claro por qué la identificación de Engels de la clase de los trabajadores asalariados (obreros) con el proletariado es inferior a la insistencia de Hal Draper en diferenciarlos. Entre otros, los problemas con el análisis restrictivo de Poulantzas son: (1) el hecho de que parece restringir, en nuestra época, la clase obrera de los países capitalistas avanzados a una fracción cada vez menor de la fuerza de trabajo (lo que pone en duda un elemento clave de la orientación estratégica del marxismo), y (2) el hecho de que, históricamente, dejaría fuera de las filas de la clase obrera la mayoría de los dirigentes y la base social, por ejemplo, de la Comuna de París de 1871 (lo que cuestionaría el juicio de Marx y Engels, que celebraron la Comuna como un ejemplo de gobierno político de la clase obrera revolucionaria).

Incluso la conceptualización de Wright de «localizaciones contradictorias de clase» parece chocar con ciertas realidades históricas. Por ejemplo, a través del incisivo estudio de Francis Couvares de la clase trabajadora de Pittsburgh entre 1877-1919, podemos apreciar como los trabajadores cualificados que tenían tanto un importante grado de autonomía en su trabajo como un importante grado de control sobre los trabajadores menos cualificados que trabajaban a sus ordenes, fueron la base de la dirección de la explosiva revuelta de 1877 y de la trascendental huelga de 1892 en Homestead Steel. [10]

Con ello no se pretende lo más mínimo reducir el análisis de clase a la sencilla definición de Engels de 1888 – aunque una definición sencilla podría permitir a los analistas y activistas marxistas de posteriores desarrollar teorizaciones más complejos sin romper la coherencia teórica, el rigor histórico, o el aliento estratégico. Es aquí donde la identidad, la interseccionalidad, y la conciencia de clase entran en juego.

Identidad e interseccionalidad

La fuerza motriz de la obra teórica de Marx implicaba la creencia de la necesidad de una revolución que podría reemplazar al capitalismo con una nueva y liberadora sociedad socialista. Las revoluciones implican la participación activa de las masas populares, el cambio de los grupos dirigentes establecidos y la creación de un nuevo orden político y social. Cómo la gente realmente se ve o se identifica cuando participa en las luchas sociales y las identidades que tratan de construir, o fomentar, con el fin de lograr el cambio social, es de una importancia crucial para el desarrollo de cualquier proceso revolucionario.

El examen de estas cuestiones de identidad es importante para quienes deseen comprender estos procesos. Entre las identidades más potentes en los movimientos revolucionarios modernos una ha sido la de clase, y hemos visto como la creencia en el papel económico y la experiencia, y en el poder potencial de la clase obrera era central en la comprensión de Marx del proceso revolucionario.

Pero a finales del siglo XX, sin embargo, los sindicatos en gran medida no parece que hayan jugado el papel militante de lucha de clases que los marxistas esperaban – un punto (como ya hemos señalado) que influyó profundamente en el pensamiento de intelectuales radicales como C . Wright Mills.

La izquierda radical trabajadora se redujo drásticamente en muchos países capitalistas en las décadas posteriores a 1950, con una nueva radicalización significativa a finales de 1960, para dar paso a un declive aún más dramático en las décadas finales del siglo. Todo ello ocurrió incluso cuando la realidad capitalista tuvo consecuencias cada vez más negativas en los diversos grupos sociales.

Bajo el impacto de tales realidades, con el tiempo se desarrolló un concepto especializado de identidad – particularmente por los teóricos influenciados por la corriente filosófica conocida como post-estructuralismo – que se centró en la forma en la que los grupos específicos de la sociedad han o se han identificado culturalmente, como un medio para definir las relaciones con quienes les rodean. (Mills ya había muerto, pero hubiera señalado rápidamente las similitudes entre este concepto y la noción de status del sociólogo Max Weber). [11]

Se puede comenzar a entender esta concepción reflexionando sobre el hecho de que cada uno de nosotros es consciente de que tiene muchas identidades diferentes que son importantes para definir quiénes somos.

Entre estas distintas identidades – algunas de los cuales nos parecen más significativas que otras – son (sin ningún orden en particular): nuestro lugar dentro de una familia en particular; nuestro género; nuestra raza y / o etnia; nuestra nacionalidad; nuestra edad; nuestra orientación religiosa; nuestra actitud hacia ideas políticas específicas; nuestra orientación y preferencias sexuales; los alimentos que nos gustan; nuestras preferencias musicales, la ropa que se elige llevar, y otras inclinaciones culturales; nuestras aficiones y pasatiempos favoritos; las organizaciones a las que pertenecemos; si vivimos en una ciudad, un pueblo pequeño, o una zona rural; nuestro nivel de ingresos; nuestra ocupación económica y nuestra cualificación en particular en esa ocupación; y la clase socio-económica a la que pertenecemos.

Se puede argumentar que para la mayoría de la gente no hay una inclinación natural a «privilegiar» la identidad que aparece en cursiva al final del párrafo anterior. Se puede plantear la pregunta de por qué – si los aspectos subrayados por C. Wright Mills y otros son válidos – la identidad de clase, sobre todo la identidad de la clase trabajadora, debe ser privilegiada.

Algunos han argumentado que si lo que preocupa es la protesta y el cambio revolucionarios, es mucho más relevante un enfoque diferente que la identidad de clase.

Una respuesta marxista podría ser que la explotación de la mayoría de la clase obrera por una minoría capitalista – y la centralidad de la mayoría de la clase obrera en el funcionamiento de la sociedad en su conjunto – crea una realidad social potencialmente revolucionaria que no es capaz ninguna de las otras identidades.

Esto de ninguna manera disminuye la importancia central de otras identidades, particularmente la raza / etnia, el género, la sexualidad. Las luchas de liberación de los grupos oprimidos (como los negros y las mujeres) son absolutamente esenciales para el progreso social y la liberación humana, y los movimientos sociales independientes (controlados por negros y mujeres, respectivamente) son de hecho imprescindibles para avanzar en estas luchas. [12]

Sin embargo, la mayoría de la gente en este tipo de movimientos de masas (con independencia de la forma en que conscientemente se identifican) son parte de la clase obrera, y esas luchas son objetivamente en interés de la clase obrera en su conjunto, porque tales movimientos y luchas pueden jugar un papel de «vanguardia» que ayude a radicalizar a la clase obrera y hacerla avanzar en la lucha contra el status quo capitalista.

Pero la realidad de clase obrera debe ser entendida no simplemente como una categoría abstracta, sino como un proceso asociado a la dinámica en curso del capitalismo, a través del cual se forma y reestructura la clase a partir de un conjunto masivo de gente que está formado por una gran variedad de identidades, sujetas a diferentes influencias culturales e históricas, que implican una compleja red de relaciones y elementos de conciencia en relación con estas diferentes realidades dinámicas.

Estamos moldeados por las influencias simultáneas de raza, clase, género, sexualidad, y otras – muchas de las cuales implican, en nuestro contexto histórico, diversas formas distintas e intensas de opresión. Algunos activistas-teóricos han llamado a esta realidad compleja «simultaneidad» o «interrelación». [13]

En términos de estrategia revolucionaria práctica, la categoría central de la clase obrera debe ser entendida en toda su vibrante diversidad interseccional, entendiendo cada una de las luchas de sus diversas partes componentes como un elemento vital y necesaria de la lucha global de clases.

La conciencia de clase, la ideología y la aristocracia obrera

Un teórico marxista puede insistir en que diferentes luchas sociales – la lucha contra el racismo, por la liberación de la mujer, por los derechos de los homosexuales, contra la guerra, en defensa del medio ambiente, en defensa de los espacios y servicios públicos (tales como parques, escuelas, sistemas de tránsito, sanidad, bibliotecas), etc. – son realmente parte de la lucha global de clase del proletariado. Y tal afirmación puede defenderse como absolutamente cierta. Pero esto no significa que la clase obrera en su conjunto, o los que forman la base de las diversas luchas sociales (la mayoría de los cuales son parte de la clase obrera) vea las cosas de esa manera.

Esto nos lleva a una noción de vital importancia para los marxistas: la conciencia de clase.

Para discutir este concepto adecuadamente, tenemos que ponernos de acuerdo con otra complicación terminológica dentro de la tradición marxista, que tiene que ver con la palabra ideología.
Muchos marxistas, especialmente a partir de los primeros textos filosóficos de Marx, dan una definición distintiva al término ideología. Para ellos, básicamente, se trata de una «falsa conciencia», es decir, un conjunto de ideas o sistema de creencias que disfrazan las realidades opresivas del status quo, lo que lleva a los oprimidos y explotados, y a todos los demás, de una manera u otra, a aceptar y ayudar a perpetuar un sistema opresivo y explotador.

Esta “falsa conciencia” se contrapone a una comprensión de la realidad genuinamente científica y verdadera -no ideológica-, representada por el pensamiento de Marx. Hay varios problemas con este enfoque, uno de ellos lo que parece una suposición dogmática de que solo el marxismo representa el “verdadero sistema de comprensión de la realidad” (un sistema fatalmente cerrado de pensamiento), descartando por lo tanto la posibilidad de que el propio Marx, y sus seguidores más cercanos (sea como se defina esa cercanía), no fueran tan humanos como el resto de nosotros y por lo tanto pudieran equivocarse sobre algunas cosas importantes, fueran engañados, o se engañaran a sí mismos, llegando a creer cosas falsas.

Hay otros marxistas – especialmente Lenin – que han utilizado el término de una manera más neutral. Para Lenin una ideología es un simple conjunto de ideas, un sistema de creencias, que uno utiliza para dar sentido a la realidad. Así es como yo prefiero usar el término.

Una ideología puede ser «falsa» (considero que este es el caso de un conjunto diverso de sistemas de creencias que incluyen las religiones fundamentalistas, el marxismo vulgar, el liberalismo pro-capitalista, el racismo, el sexismo, la homofobia, el fascismo, etc.), pero no necesariamente siempre. Puede tener algunas ideas válidas, puede proporcionar una comprensión más o menos adecuada de la realidad, puede ser interpretada y utilizada de manera necia o valiosa, puede ser combinada positiva o caóticamente con otras ideologías, etc. [14]

Desde esta concepción neutral, el marxismo mismo representa una perspectiva ideológica. Si se interpreta, desarrolla y utiliza de forma inteligente, y se comunica con claridad, puede desempeñar un papel inestimable en el desarrollo de la conciencia de la clase obrera. Lo que nos lleva al significado del término conciencia de clase.

Para los marxistas, el término no significa simplemente cualquier cosa que esté en la mente de un trabajador. Sugiere, en cambio, (a) la comprensión de que hay un sistema capitalista que es opresivo y explotador para la clase obrera a la que se pertenece, (b) que es posible y necesario que los trabajadores se unan para promover sus intereses y los de la clase obrera en su conjunto, (c) que se trata de una lucha de poder con la clase capitalista que se puede ganar parcialmente en el corto plazo, y de forma definitiva, a largo plazo, (d) que conduce a un orden económico, social y político que será verdaderamente democrático y en el que el libre desarrollo de cada persona será la condición del libre desarrollo de todos.

Esto puede parecer una tarea difícil, pero tal conciencia de clase ha existido a escala masiva muchas veces en el último siglo y medio. [15] Pero no sucede automáticamente. La historia muestra que es posible que amplios sectores de la clase obrera – debido a su ubicación en la sociedad capitalista y las condiciones «objetivas» (condiciones de vida,
condiciones de trabajo, experiencias y relaciones relacionadas con ellos) – puedan desarrollar una comprensión exacta de su situación, que desemboque en el tipo de conciencia de clase revolucionaria que se ha descrito antes.

Pero no siempre los trabajadores desarrollan tal conciencia.

A menudo existe una brecha significativa, por un lado, entre la «madurez» de las condiciones objetivas (la opresión descarada y la destructividad del capitalismo, que intensifica el sufrimiento de las masas de personas que forman parte de la clase obrera), y por otro, el nivel de la conciencia de clase en la mayoría de los trabajadores. Pueden no comprender claramente las fuentes de su miseria y qué hacer para acabar con ella. Muchos trabajadores tienen un nivel insuficiente de conocimientos y determinación revolucionaria, incluso en las condiciones más opresivas.

En la medida en que la conciencia de clase se desarrolla entre los trabajadores, lo hace de manera desigual. Algunos llegan a estas ideas y creencias, que comparten con otros, algunos de los cuales están convencidos, y algunos otros requieren pasar por más experiencias antes de que tal conciencia tenga sentido para ellos.

Hay algunos que nunca desarrollan tal conciencia.

Esto significa que las malas condiciones no se reflejan inevitablemente en una conciencia cada vez más revolucionario de los trabajadores, que los problemas del capitalismo no convierten, inevitablemente, a los trabajadores en socialistas o revolucionarios. Históricamente, una de las primeras capas de la clase obrera en simpatizar con el socialismo y la acción sindical, asumiendo una posición de vanguardia dentro de la clase en su conjunto, han sido no los trabajadores no cualificados más oprimidos, sino los trabajadores cualificados menos oprimidos.

Al mismo tiempo, esta capa relativamente «privilegiada» de la clase obrera puede llegar a ser, e históricamente a menudo se ha convertido, en una «aristocracia obrera» que sigue una
política totalmente «oportunista», que sacrifica los intereses básicos del conjunto de los trabajadores en nombre de los intereses temporales de un pequeño número de trabajadores.

Antes de seguir adelante, tenemos que abordar otra disputa terminológica entre los teóricos marxistas: la aristocracia obrera.

En un ensayo reciente, Charles Post ha cuestionado la teoría de la aristocracia obrera. Tomando nota de que los diferentes análisis de Marx y Engels, Lenin y Gregory Zinoviev, y más recientemente de Max Elbaum y Robert Seltzer, comenta que todos incluyen dos puntos clave: (1) “el conservadurismo de la clase obrera es el resultado de las diferencias materiales – privilegios relativos – de que gozan algunos trabajadores», y (2) «la fuente de este privilegio relativo (‘soborno’) es una división de los beneficios mayor que el promedio entre los capitalistas y una aristocracia obrera privilegiada”.

Post defiende que el segundo punto parece cierto en algunos períodos (por ejemplo, «durante los años 1940, 1950 y 1960, en los que determinadas ramas de la industria disfrutaron de forma estable de beneficios y salarios más altos que el promedio», lo que se reflejó en sindicatos más conservadores en esas industrias), pero que los beneficios después cayeron en esas industrias. (Post parece pasar por alto el hecho de que, posteriormente, esos sindicatos fueron marginados y en algunos casos eliminados, en parte debido a la dinámica de desindustrialización /
globalización).

Post cree que el primer punto – el inevitable conservadurismo de los trabajadores más «privilegiados» – es desmentido por el hecho de que, como también hemos señalado, los trabajadores más cualificados y con mejores salarios en realidad jugaron un papel de vanguardia en las luchas sindicales y socialistas en gran parte de los siglos XIX y XX. [16]

Entre otros, por ejemplo, los trabajadores cualificados del metal en la Rusia zarista, entre los que la influencia de los bolcheviques de Lenin era bastante alta. Por supuesto, hubo varias tendencias, diferentes niveles de conciencia, dentro de este estrato. Un trabajador recordó posteriormente los primeros días del movimiento obrero ruso de esta manera: «Entonces, la diferencia entre los trabajadores del metal y del textil era como la diferencia entre la ciudad y el campo … los trabajadores del metal se consideraban los aristócratas de los trabajadores.

Sus ocupaciones exigían una mayor formación y habilidad, y por lo tanto despreciaban a los demás trabajadores, como los tejedores y similares, como una categoría inferior, como paletos: hoy esta en la textilera, pero mañana estará hurgando la tierra, con su arado de madera”.

Naturalmente, el mayor porcentaje de mujeres trabajadoras se encontraba entre estos humildes trabajadores textiles, haciendo que el machismo se añadiera al desdén por los “paletos”. Sin embargo, más tarde, un trabajador activista del metal expresaría una manera diferente de pensar:

«Sólo un trabajador consciente puede respetar de verdad a las personas, a las mujeres, acariciar el alma de un tierno niño. No vamos a aprender más que de nosotros mismos. Nosotros, los trabajadores con conciencia, no tenemos derecho a ser como el burgués”.

Observando el impulso de muchos trabajadores conscientes de ayudar a sus hermanos y hermanas de clase menos afortunados, un observador escribió que «el proceso espiritual es dinámico.

Una vez que la voz de la persona ha comenzado a hablar en el trabajador, no puede ni sentarse debajo de un arbusto … ni limitarse a las palabras … La fuerza de este proceso se encuentra en su dinamismo: los estratos superiores del proletariado levantan a su nivel a los estratos más bajos”.

Este proceso no era en modo alguno automático, sino que tardó años antes de llegar a buen término. Sin el, sin embargo, no habría habido ninguna revolución rusa. Fue esta capa de vanguardia de la clase obrera, como dijo Lenin, la que sería «capaz de asumir el poder y dirigir a todo el pueblo al socialismo, de dirigir y organizar el nuevo sistema, de ser el maestro, el guía, el líder de todos los trabajadores y explotados en la organización de su vida social sin la burguesía y contra la burguesía». [17]

Por el contrario, las tendencias “oportunistas”, también existentes en el movimiento obrero, que Lenin denunció, formaban «a los miembros del partido obrero para ser los representantes de los trabajadores mejor remunerados, a los que les iba ‘bastante bien’ bajo el capitalismo, lo que les hacía perder contacto con las masas y vender su primogenitura por un plato de lentejas, renunciando a su papel como dirigentes revolucionarios del pueblo contra la burguesía”.

Un ejemplo extraído de la historia laboral de Estados Unidos serían los trabajadores cualificados de la Federación Americana del Trabajo, que adoptaron un estrecho sindicalismo «puro y duro» que solo se preocupaba de las necesidades de un pequeño número de trabajadores organizados (ellos mismos), mientras que excluía a las mujeres, los inmigrantes, las minorías raciales y étnicas, los trabajadores no cualificados y los desempleados, y en general rechazaba involucrarse en cuestiones sociales más generales.

No hay nada que empuje inevitablemente a esta capa ya sea en la dirección de la aristocracia obrera oportunista o de la vanguardia revolucionaria principista. Lo decisivo es la habilidad de los revolucionarios en el seno de esa capa, como en el conjunto de la clase obrera, para organizar con el fin de ganar a sus compañeros de trabajo, y sus hermanas y hermanos en la clase obrera
en su conjunto, a una comprensión revolucionaria de qué es qué y lo que se necesita. [18]

Una acción práctica arraigada en la teoría

Lo mejor de la tradición marxista se basa en el estudio y la comprensión serios de la historia, la economía y la sociedad, y también en la experiencia práctica – los balances de los errores y aciertos, de las derrotas y victorias – de las luchas de la clase trabajadora. Tomado en su conjunto, todo ello constituye el cuerpo de la teoría marxista, una forma de entender las cosas. La teoría se convierte en una valiosa guía para la acción práctica. Sin embargo, debe permanecer abierta a las realidades cambiantes, a las nuevas ideas, a las nuevas tareas.

Los activistas de ideas revolucionarias, inspirados en este rico cuerpo, abierto y crítico, pueden y deben llegar a los diferentes sectores de la clase obrera de hoy; que en países como los Estados Unidos incluye a la gran mayoría de la gente: trabajadores de cuello azul y blanco de diversos tipos, los trabajadores productivos y los empleados de servicios tanto en el sector público como el privado, los “profesionales» proletarizados, así como los trabajadores agrícolas pobres, por no hablar de sus familiares y otras personas que dependen de los salarios de aquellos que venden su fuerza de trabajo, y los trabajadores desempleados y jubilados, que constituyen un número muy importante de personas.

Somos muchos, pero nuestro éxito dependerá de nivel de conciencia de clase suficiente en un número considerable de nosotros. Esta conciencia de clase, en nuestra época, debe incorporar ideas que reflejan las realidades asociadas a las nociones de identidad e interseccionalidad .

Hay que decir que este enfoque no es del todo nuevo.

«El ideal de la socialdemocracia no debe ser el secretario sindical, sino el tribuno del pueblo , que es capaz de reaccionar a cada manifestación de tiranía y opresión, sin importar donde
aparezca, sin importar a qué sector o clase social afecte», insistió Lenin. [19] Nuestras luchas deben abarcar los derechos humanos, los derechos democráticos elementales, de todos los sectores de nuestra clase, de todas las «identidades» dentro de nuestra clase. Sin la lucha radical por esos derechos democráticos, no puede haber socialismo.

Una vez más, Lenin estaba a la vanguardia de la comprensión de estas realidades:

«El proletariado no puede vencer más que mediante la democracia, es decir, llevando hasta al final la democracia y ligando cada paso de su lucha a reivindicaciones democráticas radicales. Es absurdo contraponer la revolución socialista y la lucha revolucionaria contra el capitalismo a un solo problema de la democracia, en este caso, la cuestión nacional. Debemos combinar la lucha revolucionaria contra el capitalismo con un programa revolucionario y tácticas en todas las reivindicaciones democráticas: la república, una milicia, la elección popular de los funcionarios, la igualdad de derechos de las mujeres, la autodeterminación de las naciones, etc. Mientras que el capitalismo exista, éstas reivindicaciones -todas ellas-sólo pueden llevarse a cabo como una excepción, e incluso entonces de forma incompleta y distorsionada.

Apoyándonos en las conquistas democráticas ya alcanzadas, y la denuncia de sus limitaciones bajo el capitalismo, exigimos el derrocamiento del capitalismo, la expropiación de la burguesía, como condición necesaria tanto para la abolición de la pobreza de las masas como para la completa e integral institución de todas las reformas democráticas. Algunas de estas reformas se iniciarán antes del derrocamiento de la burguesía, otras en el curso de ese derrocamiento, y otras después de él.

La revolución social no es una sola batalla, sino un período que abarca una serie de batallas sobre todo tipo de problemas relacionados con las reformas económicas y democráticas, que se consuman sólo con la expropiación de la burguesía. Es en razón de este objetivo final por lo que debemos formular cada una de nuestras reivindicaciones democráticas de manera consecuentemente revolucionaria. Es perfectamente concebible que los trabajadores de algún país concreto derroquen a la burguesía antes incluso de una sola reforma democrática fundamental haya sido plenamente alcanzada. Es, sin embargo, bastante inconcebible que el proletariado, como clase histórica, sea capaz de derrotar a la burguesía a menos que esté preparada para ello mediante su educación en el espíritu de la democracia revolucionaria más consistente y decidida». [20]

Esta orientación estratégica – una lucha sin cuartel por la democracia más amplia, que lleve a un desarrollo imparable hacia la revolución socialista – será posible solo cuando anime a importantes sectores de nuestra clase, y esto no sucederá de forma automática. Aquellos de nosotros que comparten esta visión deben organizarse y unirse con otras fuerzas afines para organizar luchas a través de las cuales tal conciencia de clase revolucionaria puede asumir proporciones masivas. Cuando suficientes personas en la diversa y multifacética mayoría de la clase obrera se conviertan en trabajadores «conscientes», se organicen como una fuerza política capaz de producir un cambio de poder revolucionario, surgirá la posibilidad de que florezca una sociedad de los libres y los iguales.

(*) Profesor de historia de EE UU en La Roche College de Pittsburgh, Pennsylvania. Intelectual y militante marxista, ha publicado más de 20 libros sobre los movimientos obrero y socialista, el más reciente de los cuales es Unfinished Leninism: The Rise and Return of a Revolutionary Doctrine (2014)

Fuente: Sin Permiso

Notas

[1] C. Wright Mills, The Marxists (New York: New York: Dell Publishing Co., 1962), 34, 35.

[2] Ibid., 96.

[3] Ibid., 99.

[4] Charles Post, The American Road to Capitalism: Studies in Class Structure, Economic Development and Political Conflict, 1620-1877 (Chicago: Haymarket Books, 2011), 40; David Gordon, Richard Edwards, and Michael Reich Segmented Work, Divided Workers (New York: Cambridge University Press, 1982), 18. Divergencias terminológicas aparte, considero que son contribuciones extremadamente valiosas para la comprensión del capitalismo estadounidense.

[5] Para Marx y Engels sobre el capitalismo de Estados Unidos, incluso en relación con la Guerra Civil, véase Karl Marx y Federico Engels, Marx and Engels on the United States, ed. by Nelly Rumyantseva (Moscow: Progress Publishers, 1979), August H. Nimtz, Jr., Marx, Tocqueville, and Race in America: The “Absolute Democracy” or “Defiled Republic” (Lanham, MD: Lexington Books, 2003), y Robin Blackburn, An Unfinished Revolution: Karl Marx and Abraham Lincoln (London: Verso, 2011). Sobre la composición social de la Asociación Internacional de Trabajadores y de la Comuna ver EJ Hobsbawm, The Age of Capital, 1848-1875 (New York: New American Library, 1979), 184, y Stewart Edwards, ed., The Communards of Paris, 1871 (Ithaca: Cornell University Press, 1973), 28-29. Sobre la clase obrera europea del siglo XIX, ver Geoff Eley, Forging Democracy: The History of the Left in Europe, 1850-2000 (New York: Oxford University
Press, 2002), y Ira Katznelson and Aristide R. Zolberg, eds., Working Class Formation: Nineteenth Century Patterns in Western Europe and the United States (Princeton: Princeton University Press, 1986). Sobre lo que Marx y Engels creían que estaban haciendo, ver David Riazanov, Karl Marx and Friedrich Engels, An Introduction to Their Lives and Work (New York: Monthly Review Press, 1973), yAugust H. Nimtz, Jr., Marx and Engels: Their Contribution to the Democratic Breakthrough (Albany: State University Press of New York, 2000).

[6] Para una historia de la clase obrera norteamericana escrita desde este punto de vista, ver a Paul Le Blanc, A Short History of the U.S. Working Class, From Colonial Times to the Twenty-First Century (Amherst, NY: Humanity Books, 1999). Para una aplicación de la teoría de Trotsky a la historia europea, véase Paul Le Blanc, “Uneven and Combined Development and the Sweep of History: Focus on Europe,” International Viewpoint, 21 September 2006 (http://www.internationalviewpoint.org/spip.php?article1125).

[7] Kim Moody, Workers in a Lean World: Unions in the International Economy (London: Verso, 1997), 178; ver también Paul Mason, Live Working, Die Fighting: How the Working Class Went Global (Chicago: Haymarket Books, 2010).

[8] Hal Draper, Karl Marx’s Theory of Revolution, Volume II: The Politics of Social Classes (New York: Monthly Review Press, 1978), 34-38; Nicos Polantzas, “On Social Classes,” in James Martin, ed., The Polantzas Reader: Marxism, Law and the State (London: Verso, 2008), 186-219; Erik Olin Wright, Class, Crisis and the State (London: Verso, 1979), 30-110. “Pequeña burguesía” ha significado tradicionalmente pequeños capitalistas – los propietarios de pequeñas empresas, artesanos y profesionales independientes que venden productos y servicios, y los pequeños agricultores independientes. Algunos incluyen también a los empleados del gobierno, a la mayoría de los empleados de «cuello blanco», etc. A veces, también se ha fusionado con el término increíblemente difuso de «clase media».

[9] Phil Gasper, ed., The Communist Manifesto: A Roadmap to History’s Most Important Political Document (Chicago: Haymarket Books, 2005), 39

[10] Francis G. Couvares, The Remaking of Pittsburgh: Class and Culture in an Industrializing City 1877-1919 (Albany: State University of New York, 1984). Sobre la Comuna de París, véase n. 5 arriba.

[11] Esta discusión se apoya sustancialmente en mi ensayo «Clase e Identidad», en Immanuel Ness, et al, eds,. Encyclopedia of Revolution and Protest, Volume II (Malden, MA: Blackwell Publishing/John Wiley and Sons, 2009), 776-783. Las teorizaciones de Weber sobre las conceptualizaciones de la «identidad» se pueden encontrar en HH Gerth y C. Wright Mills, eds,. From Max Weber: Essays in Sociology (New York: Oxford University Press, 1958), 180-195.

[12] En un brillante estudio antropológico Roger Lancaster defiende este punto, Life is Hard: Machismo, Danger, and the Intimacy of Power in Nicaragua (Berkeley: University of California Press, 1992), 282.

[13] David Roediger, “The Crisis in Labor History: Race, Gender and the Replotting of the Working Class Past in the United States,” in Towards the Abolition of Whiteness: Essays on Race, Politics, and Working- Class History (London: Verso, 1994), 76; ver también Sharon Smith, “Black Feminism and Intersectionality,” International Socialist Review, Issue 91, Winter 2013-14, 6-24. Esta forma de entender la clase obrera también debe mucho a Herbert G. Gutman, Work, Culture and Society in Industrializing America (New York: Vintage Books, 1977), 3-78, y Power and Culture: Essays on the American Working Class, ed. by Ira Berlin (New York: Pantheon Books, 1987), 380-394.

[14] Véase Jorge Larraín, «ideología» en Tom Bottomore et al, eds,. A Dictionary of Marxist Thought, Second Edition (Cambridge, MA: Basil Blackwell, 1991), 242-252.

[15] Paul Le Blanc, “Spider and Fly: The Leninist Philosophy of Georg Lukács,” Historical Materialism 20-2 (2013), 47-75. también en Paul Le Blanc, Lenin and the Revolutionary Party, new edition (Chicago: Haymarket Books, 2015), 24-26, 30-33, 42-43, 45-46, 58-64, 65-67.

[16] Charles Post, “Exploring Working-Class Consciousness: A Critique of the Theory of ‘Labour- Aristocracy,’” Historical Materialism 18.4 (2010), 6, 25. Ver también, Max Elbaum and Robert Seltzer, The Labour Aristocracy: The Material Basis for Opportunism in the Labour Movement (Chippendale, NSW, Australia: Resistance Books, 2004). Una crítica similar puede encontrarse en Alan Shandro, Lenin and the Logic of Hegemony: Political Practice and Theory in the Class Struggle (Leiden/Boston: Brill, 2014), 265.

[17] Le Blanc, Lenin and the Revolutionary Party, 34-35, 292.

[18] Ibid, 292. Para la ideología y la práctica «pura y simple», que llegó a ser dominante en la Federación Americana del Trabajo, véase:. History of the Labor Movement in the United States, Volume II: From the Founding of the American Federation of Labor to the Emergence of American Imperialism (New York: International Publishers, 1955), History of the Labor Movement in the United States, Volume III: The Policies and Practices of the American Federation of Labor, 1900-1909 (New York: International Publishers, 1964), and History of the Labor Movement in the United States, Volume V: The AFL in the Progressive Era 1910-1915 (New York: International Publishers, 1980). Ver también Paul Le Blanc, Work and Struggle: Voices from U.S. Labor Radicalism (New York: Routledge, 2011).

[19] Lenin, «¿Qué hacer?» (1902)

[20] Lenin, «El proletariado revolucionario y el derecho de las naciones a la autodeterminación», (1915) (Este pequeño artículo de Lenin solo ha sido recogido en sus Obras Completas, ndt). Para la discusión de aspectos del enfoque de Lenin, también ver Shandro (citado en la nota 15 supra), y Kevin Anderson, Lenin, Hegel and Western Marxism, A Critical Study (Urbana: University of Illinois Press, 1995).

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