miércoles, octubre 16, 2024
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Los Telefonazos de Agustín Edwards con el Almirante Merino el 11 de Septiembre de 1973

Muy agitado, hasta excitado… Así describe una periodista española la actitud del dueño de El Mercurio el 11 de septiembre de 1973. Ese día, ambos compartieron en una cena en Barcelona, pero Edwards estuvo “todo el tiempo de la mesa al teléfono, del teléfono a la mesa”. Su interlocutor era “mi amigo el almirante Merino”, según les confesó a los comensales a quienes invitó a brindar con “champán” francés tras enterarse del fin de la UP. Edwards fue interrogado por el juez Mario Carroza en la investigación sobre los instigadores del golpe. A la luz de ese proceso, publicamos esa entrevista que da pistas de su conocimiento concreto en la conspiración militar contra Allende.

Agustín Edwards, dueño del diario El Mercurio y la cadena de periódicos que gira en torno a ese medio de comunicación, nunca imaginó que un brindis un 11 de septiembre de 1973 saldría de las sombras de la historia para demostrar su vínculo directo con el golpe de Estado que derrocó al gobierno del Presidente Salvador Allende.

La periodista española Josefina Vidal fue testigo durante una cena en un elegante restorán de Barcelona ese mismo día sobre cómo Edwards se comunicaba directamente con el almirante José Toribio Merino por teléfono desde España, en los mismos momentos en que se atacaba el Palacio de La Moneda, y habría sido informado personalmente de los detalles y avances de la asonada, Hasta «brindó con champán» a la hora en que se confirmaba la muerte del Presidente Allende y la toma del Palacio de La Moneda.

Un extracto de esta entrevista fue publicada hace una década por el desaparecido medio Plan B. Sin embargo, a la luz del proceso judicial en Chile que lleva adelante el juez Mario Carroza sobre los preparativos clandestinos que derivaron en el Golpe de Estado de 1973, publicamos la entrevista completa a esta testigo de las comunicaciones directas del empresario con los golpistas. El magistrado ya interrogó a Edwards el 26 de septiembre pasado.

Champán francés

Josefina Vidal, periodista, tuvo un chispazo de la historia chilena en sus manos una tarde de verano boreal, en Barcelona, un 11 de septiembre de 1973. Edwards se da un caro lujo y expone públicamente un hecho histórico delicado frente a una concurrida mesa.

«Fue una coincidencia que creo es bastante trágica ¿no?, porque aquel día 11 de septiembre (de 1973) había una cena de ejecutivos de PepsiCo. En aquella época yo estaba casada con una persona que era director financiero de la compañía en España», me comenta Josefina con serenidad tres décadas después en la ciudad de Los Angeles, California.

Edwards en su autoexilio luego del triunfo de Allende, es empleado en PepsiCo. Era directivo en Nueva York y viajaba a España con regularidad, especialmente a Barcelona, por motivos de negocios.  Su vínculo con esa empresa no era coincidencia. La periodista chilena Patricia Verdugo señaló en una entrevista a propósito de su libro «Salvador Allende: Cómo la Casa Blanca provocó su muerte», que «(Donald) Kendall (presidente de PepsiCo) había financiado a Nixon luego de un fracaso político en California, hasta que llegó a la presidencia. Nixon se ve cercado por Kissinger, que le plantea actuar en Chile porque Allende constituye un peligro para la seguridad de Estados Unidos, y por Kendall, que lleva de la mano a su amigo chileno y dueño de la cadena El Mercurio, Agustín Edwards».

Continúa Josefina Vidal: «Había una cena en un restaurante bastante lujoso de la ciudad. Cuando nosotros llegamos, que era entre las 8:30 PM y las 9 PM. Agustín Edwards de El Mercurio ya estaba allí. En aquel entonces él era un directivo de la compañía en Nueva York, que ellos tienen la sede, creo en Purchase. Le dieron ese puesto cuando él salió de Chile. Entonces él viajaba a menudo a Barcelona por motivos del negocio, como que coordinaba, supervisaba, etcétera».

-¿Recuerda el nombre del restaurante?

-Sí, era el Vía Veneto, me acuerdo bien. Y él estaba ya en un estado de agitación extraordinaria. Vino a la mesa donde todo el mundo estaba sentado y ordenó «¡champán francés para todos!». Nos quedamos así un poco asombrados. Dice «sí, mi amigo el almirante Merino ya se ha hecho cargo de la situación». En fin, claro, fue una sorpresa. Y «pues nada, pues ya saben, pidan lo que quieran, porque él es mi amigo…», etcétera. Estuvo así, recuerdo, muy entusiasmado haciendo panegírico de lo que se suponía.

Vidal señala que Edwards estuvo muy poco preocupado de la comida. «Entonces yo diría que no probó bocado esa noche porque anduvo todo el tiempo de la mesa al teléfono, del teléfono a la mesa, o sea que estaba continuamente en comunicación. Piensa que esa era la época en que no había teléfonos móviles, no se usaban», acota Josefina.

-En el transcurso de la cena, estaban cenando y se paraba y volvía…

-Todo el tiempo. Yo recuerdo bien, estábamos ahí y él iba con su esposa, una mujer muy distinguida y amable. Empecé a hablar con ella de Neruda, precisamente, y ella dijo que le gustaba mucho la poesía de Neruda. Nadie sabía entonces el trágico fin que también le esperaba al poeta, ¿no?

-¿Y ella no hizo alusión al carácter comunista de Neruda?

-En absoluto, ella fue muy discreta, y no dijo nada más. Pero la verdad es que él no estuvo sentado mucho tiempo, como digo, ¿no? porque andaba muy… Y nosotros en Barcelona habíamos seguido el desarrollo de los acontecimientos, todo el mundo estaba muy pendiente, había una gran simpatía y solidaridad con los chilenos y Allende. Yo recuerdo los periódicos, que a cada momento pensabas pues «ya va a pasar algo, ya va a pasar algo». La gente tenía la impresión que se aguantaba por un hilo. Y claro, fue una coincidencia, ¿no?, estar aquella noche con alguien que estaba muy vinculado al régimen.

-¿Usted sabía quién era Agustín Edwards?

-Sí, yo sabía que él era el dueño de El Mercurio (en la imagen, su edificio histórico) y sabía que había salido de allí. Precisamente mi ex marido había estado en su casa en las afueras de Nueva York, como digo en Purchase o White Plains, un par de días cuando fue en uno de sus viajes de negocios. Ya él me había hablado de él. Pero claro, en aquel momento no sabíamos hasta qué punto él estaba involucrado. Y todo eso pues se hizo bastante claro esa noche tan trágica cuando él lo celebró con ese entusiasmo, ¿no? de brindar con champán francés.

-Por el cálculo de hora entre Chile y España, las llamadas telefónicas con Merino deben haber ocurrido alrededor de las 3 PM en Chile, más o menos a la hora de ratificación del Golpe y la muerte de Allende…

-Él en realidad ya había llegado cuando nosotros llegamos al restorán Vía Veneto, Agustín Edwards ya estaba allí.

-¿Y se notaba nervioso, angustiado?

-Muy agitado, angustiado yo no diría. Muy entusiasmado, muy emocionado, ¿no?

-Con buen humor…

-¡Uy sí! Pero completamente, dijéramos… No sé si alegre, no sería la palabra alegre, pero realmente excitado, ¿no?

Confirmación casi simultánea

Un dato vital: ¿a qué hora el almirante Merino, artífice del golpe interno en el alto mando de la Armada e identificado como uno de los principales gestores de los movimientos conspirativos contra Allende, se contacta con Edwards?

Sabemos que el empresario periodístico ya estaba en el restaurante y que Josefina y su esposo llegan a las 08:30 PM-9 PM. España en época de verano boreal está adelantada 6 horas respecto a Chile. Si el brindis en que Edwards revela la confirmación de Merino sobre «la situación controlada» respecto del golpe se produjo aproximadamente dentro de la hora siguiente a la llegada de los testigos al exclusivo local, implica que la comunicación entre Merino y Edwards debe haber acontecido en el rango inmediato previo o posterior de las 2:30 PM ó 3 PM de Chile. Es decir, fue más o menos alrededor de la hora de la toma final de La Moneda por las tropas militares y la confirmación de la muerte del Presidente Allende (alrededor de las 2:40 PM hora de Chile).

Es decir, existía una comunicación tal, de tanta fluidez y confianza, que Merino habría informado a Edwards personalmente en forma casi simultánea sobre los delicados hechos acaecidos en Chile, en una época en que las llamadas transoceánicas entre Europa y el extremo sur de América no eran logísticamente fáciles de concretar. «Mi amigo el almirante Merino ya se ha hecho cargo de la situación», para recordar las palabras de Edwards.

Según se desprende de lo declarado por Vidal, no fue una llamada aislada. Edwards se mantuvo en contacto permanente esa noche de Barcelona: «Estaba muy ocupado, ¿no?, porque piensa que a cada momento le avisaban al teléfono o se levantaba él a llamar. O sea, que a mí me chocó el hecho que él estuvo tan poco tiempo sentado en la mesa, ¿no? Claro, tenía asuntos importantes que atender, ya me doy cuenta», explica Josefina Vidal, durante la entrevista:

-Cuando él comunica la idea que su amigo Merino acaba de llamarlo…

-«Mi amigo el almirante Merino», ¡eso me he acordado, con esas palabras!

-¿…Siguió haciendo alusiones al proceso político, habló de Allende?

-Más bien diría que no mucho, que él lo daba como algo que se entendía, o sea sobrentendido de lo que estaba hablando. Pero piensa que, con excepción creo de mi esposo y yo, los demás todas eran personas de Estados Unidos.

-Y en el resto de los comensales, ¿cuál fue la reacción?

-Bueno, la reacción principal fue de asombro. Más bien también hubo cierto silencio, ¿no? A mí personalmente me afectó y me sentí muy mal de estar ahí en aquel momento porque me di cuenta. No sabíamos hasta qué punto qué había sucedido con el Presidente Allende, qué había ocurrido con todo eso. No sabíamos que el Palacio de La Moneda estaba en llamas, ¿no? No conocíamos los hechos. Esto no lo supimos sino hasta después.

-¿Y cómo se sintió después con todos los antecedentes, con las fotos?

-Me sentí horrible, de haber tenido que estar compartiendo aquellos momentos que eran tan trágicos para el pueblo chileno y para el Presidente Allende, con alguien que no diría que fuera responsable, pero que realmente se sentía completamente identificado con los que habían llevado a cabo el golpe. Fue muy triste.

-¿Fue la única vez que conversó con Edwards?

-Sí, en realidad sí. Me parece que lo había visto en algún otro acontecimiento, pero eran, imagínate, estas cenas así de negocios, donde todo es muy superficial, se habla del tiempo. Y él no estaba permanente en Barcelona ni en España. Él viajaba bastante. Y después del golpe ya él dejó su cargo en PepsiCo y regresó a Chile. O sea que ellos salieron cuando Allende salió elegido, ¿no?

-Entonces termina la cena, y siguieron hablando de banalidades…

-Sí, sí. De los negocios y de todo.

-Y él muy alegre todavía, ¿no?

-Él más que alegre estaba muy ocupado, ¿no?, porque piensa que a cada momento le avisaban al teléfono o se levantaba él a llamar. Me chocó el hecho que él estuvo tan poco tiempo sentado en la mesa, ¿no? Claro, tenía asuntos importantes que atender, ya me doy cuenta… Pero sí recuerdo la conversación agradable que tuve con su esposa comentando la poesía de Neruda, y se le veía una persona muy preparada, muy fina. Me causó buena impresión.

-Las contradicciones de la historia…

-Así es la vida, ¿no? Pues ésta fue la trágica historia a nivel personal que conservo de un 11 de septiembre.

El rol mercurial

Especialmente gracias a fuentes oficiales estadounidenses, ya está largamente documentado el papel del diario El Mercurio en el proceso de desestabilización del gobierno de la Unidad Popular. Se sabe que la cadena recibió de la CIA por lo menos un millón y medio de dólares para alimentar la contracampaña y la guerra comunicacional contra el gobierno socialista, según múltiples investigaciones, incluida el reporte de la Comisión Church, realizada en los 70 por el Senado de Estados Unidos. Se sabe que Edwards tuvo acceso privilegiado a las oficinas del presidente Richard Nixon y su asesor Henry Kissinger, y que su voz se hizo oír fuerte para centrar el miedo anticomunista en el país de Sudamérica.

Muchos periodistas e investigadores han puesto orden a los documentos desclasificados por el Gobierno de Estados Unidos. Está, por ejemplo, el trabajo completísimo de Peter Kornbluh sobre el papel que Edwards jugó en convencer al régimen de Nixon sobre la necesidad de centrar esfuerzos contra el Gobierno democráticamente elegido de la Unidad Popular (consultar «The El Mercurio File», publicado en el Columbia Journalism Review, en septiembre-octubre de 2003).

En el reporte, se señala que «en una reunión de 15 minutos en la Oficina Oval (de la Casa Blanca) en la tarde del 15 de septiembre (de 1970), Nixon emitió su ahora famosa orden a (Richard) Helms (director de la CIA) para fomentar una iniciativa militar en Chile para evitar que Allende llegara al poder (…) Helms más tarde testificó ante la Comisión Church que ‘tengo la impresión de que el Presidente convocó a esta reunión en la que tomé mis notas debido a la presencia de Edwards en Washington y lo que (…) Edwards estaba diciendo sobre las condiciones en Chile'».

Fuente: La Nación

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