Las clases medias han sido un sector complejo de abordar para las ciencias sociales. Si bien existe casi un consenso al momento de destacar su importancia en la historia contemporánea de América Latina su definición sigue siendo un tema controvertido. Los criterios para definirla, sus límites, los elementos que generan su identidad e incluso la existencia de esta última siguen siendo tema de debate. Quizás por estos motivos, que las hacen esquivas al investigador, no existe un corpus de estudios cuyo volumen se encuentre acorde a relevancia que usualmente se les atribuye.
En este sentido, la obra de Sebastian Carassai, Los años setenta de la gente común. La naturalización de la violencia, se transforma en un importante aporte, pues aborda la actitud política de las clases medias en la Argentina de la década de 1970. El afán revisionista del autor se vuelve más relevante aún cuando este deja en claro que estudiará a “las clases medias no involucradas de manera directa en la lucha política de los años setenta”, enfocándose en dos “cuestiones clave” para comprender dicha época, como son la política y la violencia (p.13).
Como sostiene el autor, su objeto de estudio radica en:
“La mayoría de las clases medias que se mantuvo distante del tipo de compromiso y modo de participación que significó la militancia. Esta distancia, sin embargo, no necesariamente significó desinterés por la política. Si bien no fueron protagonista de la historia, tampoco fueron meros espectadores”. (p. 14)
El esfuerzo de Carassai es novedoso, pues al tratar dicho período, la historiografía de un corte más tradicional ha tendido a centrar su mirada en actores considerados como “protagonistas”, tales como autoridades políticas, altos mandos militares o dirigencias sindicales y partidarias.
De manera complementaria, miradas más amplias influidas por las ciencias sociales y expresadas a través de narraciones despersonalizadas, han puesto su atención en actores colectivos que desarrollaron identidades fuertes y cuya actuación fue clave en el desenvolvimiento de los acontecimientos políticos del período, cómo obreros movilizados, militantes de los movimientos insurreccionales de izquierda, jóvenes politizados, militares.
Sin embargo, los sectores menos activos en política, pero cuyas pequeñas participaciones o incluso su pasividad ayudaron a definir el cuadro político del período no han sido tratados.
Por lo demás, y como señala el autor, se trata de un sector social que ha tendido a ser comprendido por las ciencias sociales desde un punto de vista normativo, que ha sido juzgado por las conductas que los actores políticos, y más adelante los analistas sociales, han esperado de ellas, y que no se ha tratado de comprender desde sus propias características, identidades y experiencias.
El libro se encuentra estructurado de manera temática en cinco capítulos.
El primero, titulado “La cultura política” se centra en la cultura política de las clases medias y su relación conflictuada con el peronismo. Con posterioridad el autor analiza como las clases medias percibieron el avance de al violencia desde fines de la década de 1960. Así, en el segundo capítulo, “La violencia social”, aborda tanto los estallidos sociales como las actuaciones de la militancia juvenil radicalizada. El tercer capítulo, “La violencia armada”, trata la guerrilla y el cuarto, “La violencia estatal” se centra en el terrorismo de Estado. Finalmente, el quinto capítulo, “Deseo y violencia”, trata las “representaciones de la violencia en el ámbito simbólico”
Para lograr su objetivo, el autor recurrió a un corpus de entrevistas a diversos actores, en el que se incluyen más de doscientas personas de clase media que no tuvieron militancia política en el período. Con el fin de contrastar las distintas realidades de la Argentina del período, el autor trata distintas localidades, como Buenos Aires, la ciudad de san Miguel de Tucumán y Correa, un pequeño pueblo en Santa Fé. El autor también analiza como fuentes a productos de consumo propios de la cultura de masas, tales como comerciales de televisión, avisaje gráfico, telenovelas y programas de humor, entre otros.
Otra fuente utilizada por el autor para conocer las actitudes de los sectores medios son encuestas de opinión y estudios sociológicos del período, un recurso cuya utilización puede parecer como obvia a primera vista, pero que extrañamente han sido desatendidos por los estudios sobre historia reciente.
El autor recalca que el período abordado está marcado por la indivisibilidad entre política y violencia. Con posterioridad, sostiene que los sectores medios, por lo general, expresaron cierta simpatía por la rebeldía política juvenil en el período, especialmente en el ámbito estudiantil. Sin embargo, también indica que dichas simpatías fueron de un carácter primordialmente afectivo, y que no se expresaron en una convicción ideológica.
Por lo demás, Carassai indica que el apoyo de las clases medias a las manifestaciones de masas que tuvieron lugar como reacción contra la dictadura de la “Revolución Argentina (1966-1973)”, habrían sido el producto del hastío ante los excesos del autoritarismo y, especialmente, las promesas incumplidas de modernización, y no del compartir las metas políticas de los sectores más radicales que le dieron conducción.
Carassai insiste en que la gran mayoría de las clases medias manifestó un rechazo evidente a las acciones armadas de la izquierda insurreccional en el período, y que dicha distancia se hizo efectiva desde un comienzo y se ha perpetuado hasta la actualidad, en la memoria sobre los acontecimientos. En opinión del autor, dicha situación habría explicado la naturalización, la pasividad e incluso el apoyo dado por los sectores medios a la violencia estatal de la dictadura que rigió a Argentina en el período 1976-1983, “el que estuvo teñido por el sentimiento de retorno del Estado” (p. 291). Como sostiene el autor:
“El leviatán ocupó entonces el lugar del ‘supuesto de saber’; los ciudadanos le atribuyeron un conocimiento al que no se le exigió correspondencia con la realidad, porque las supersticiones no se basan en la verdad sino en la necesidad de creer. ‘Por algo será’ fue, ante todo, un modo de decir ‘el Estado debe saber por que hace lo que hace’”. (p .291)
Si bien aborda un contexto distinto, Los años setenta de la gente común. La naturalización de la violencia, es un libro del cual pueden extraerse interesantes enfoques y metodologías de análisis para estudiar la historia reciente de Chile. En nuestro país los estudios existentes sobre historia de los sectores medios son escasos.
Excepciones importantes son los estudios pioneros de Cerda (1998), Adler (1998), González (2011) y Candina, (2009 y 2013), quienes han puesto el tema en el tapete y desde diversas perspectivas , han generado problematizaciones historiográficas referidas a dicho actor social. En este sentido, un enfoque como el de Carassai puede complementar las líneas ya abiertas de investigación y ayudar a develar las actitudes de la clase media ante el autoritarismo.
De este modo, puedes ayudarnos a conocer las razones que llevaron a importantes sectores de clase media a movilizarse contra la Unidad Popular, y posteriormente a aceptar de manera tácita o incluso explícita la violencia estatal durante la dictadura.
También es un llamado a descentrar la mirada en agrupaciones pequeñas que actuaron como vanguardia, quizás una de las exageraciones más recurrentes de la historiografía reciente chilena, y a mirar sectores sociales más amplios, menos comprometidos, pero cuya actuación y aquiescencia se vuelve clave para entender un período histórico. Dicho esfuerzo se vuelve más urgente aún, en un momento en que el debate sobre las complicidades pasivas en la dictadura se ha hecho presente.
(*) Reseña: Sebastian Carassai: Los años setenta de la gente común. La naturalización de la violencia. Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2014, 336 pp.
Fuente: Redeca