Después del publicitado viaje del ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, a Finlandia, hubo una avalancha de información sobre las claves del éxito del modelo educacional de ese país. En esta columna, cuatro de los expertos que integraron la comitiva analizan una serie elementos intangibles y de los que no se ha hablado, que ayudaron a Finlandia a convertirse en lo que es hoy.
Los firmantes, participamos de la visita organizada por la Embajada de Chile en Finlandia, un programa de inmersión para conocer en profundidad su sistema escolar y en la voz de una gama de actores educacionales, como profesores de aula, dirigentes sindicales, políticos de diversas coaliciones, estudiantes y académicos. La visita permitió confirmar el conocimiento existente sobre el caso finlandés, pero sobre todo fue una oportunidad para dimensionar las distancias entre ambos países y la precariedad del nuestro debate político en torno a la reforma educacional.
Hace unos 40 años, Finlandia comenzó una reforma estructural del sistema educativo y un proceso de mejora continuo que le permitió transitar gradualmente de un sistema mediocre y segregado a uno admirado por su inclusión y calidad.
En su momento las reformas fueron resistidas por amplios segmentos, pero con el tiempo emergió un consenso mayoritario. Hoy, profesores, directores de escuela, académicos y políticos de todo el espectro, tienen un relato coherente sobre la educación y la racionalidad de las reformas. El grado de concordancia entre los actores, sorprende.
El relato compartido es que la riqueza de un país pequeño, en un mundo abierto e incierto, es su gente, y no se puede perder un solo niño/a o joven. Por tanto, un desarrollo integral de la nación requiere una educación integral y común, igual para todos. Suena simple, pero fue un consenso hilvanado por décadas, fundado en una visión de bienestar compartido, un proceso de desarrollo en que derechos, cohesión social y progresoson complementarios.
El valor del caso finés para Chile es observarlo en retrospectiva, permite poner en perspectiva nuestro debate sobre la reforma.
En primer término, la comprensión de la educación como un asunto meramente técnico tiende aocultar la base ética que sostiene a las reformas educacionales. Lo que hoy Finlandia muestra al mundo es un punto de llegada, un escenario que ni los propios fineses visualizaron décadas atrás.
Es conocida la sorpresa que les generó el resultado PISA 2000. Principalmente porque sus políticas de los 70s no se orientaron a obtener logros en test internacionales –inexistentes en aquella época–, ni tampoco se basaron en evidencia empírica de otros sistemas escolares, sino que fueron gatilladas por un proyecto de sociedad y los principios educacionales concordantes para movilizarlo.
No se trata en absoluto de minimizar la evidencia, pero el actual modelo educacional de Finlandia fue iniciado décadas atrás con más sentido moral que tecnocrático, más proyección de largo plazo que medidas incoherentes de corto alcance y más convicción que cálculo partisano.
En segundo lugar, todo el sistema educativo finés está organizado coherentemente en todos los niveles sobre la base de esos valores. En los países con los mejores sistemas educativos como Finlandia, la educación es un derecho social, las escuelas son gratuitas, no hay selección discriminatoria y la posibilidad que este sistema se rija por criterios comerciales está fuera del horizonte.
En la práctica, dado el marco regulatorio –gratuidad, no selección, inclusión, función pública–, todo el sistema produce una infraestructura para el máximo desarrollo y ejercicio profesional de los docentes y, como resultado, plena confianza en su papel haciendo innecesarias presiones, estandarizaciones, controles, que les impida desenvolverse en la heterogeneidad de cada clase y en potenciar a cada niño.
Evidentemente, la formación y el prestigio de los docentes son centrales al funcionamiento de cualquier sistema escolar, pero la docencia no ocurre en el aire. En Chile, en cambio, existe una tendencia a ‘disectar’ las políticas educativas de Finlandia, tomar la parte por el todo (‘la clave son los profesores’), desestimando su coherencia interna, evolución y construcción sistémica.
En tercer lugar, en contraste con la discusión en Chile, un énfasis central del relato finés es que no existe una tensión entre la inclusión y la calidad educativa. Más bien, calidad y equidad forman parte del mismo fenómeno.
La equidad educativa se logra mediante un proceso de educación que tiene como propósito apoyar al máximo el desarrollo integral de todos los niños y niñas, lo que desemboca en un aumento generalizado en los resultados educativos del país. Dado que el foco del sistema es cada uno de los niños, hay inclusión plena de niños con capacidades especiales y la única motivación del sistema es educar a todos.
Al reconocer que una función central de la educación es sentar valores comunes para la convivencia, hablar de calidad integral de la educación sin integración ni equidad equivaldría a decir que un país convive mejor si los distintos no se encuentran o pretender que una educación que es incapaz de mitigar las diferencias sociales es exitosa.
La educación construye la economía y democracia del futuro, ambas cosas son indisolubles. Dado que el aprendizaje es una interacción social, la convivencia y aprendizaje de niños diferentes en el aula se conceptualiza como un activo en la adquisición de una gama de habilidades cognitivas y no-cognitivas.
Es tarea de profesores, directivos y otros profesionales, administrar la diversidad de talentos y el currículum queda en manos de los maestros. No se exige que un niño aprenda a leer a los seis, se espera –en cambio– que aprenda a disfrutar el aprendizaje, a razonar éticamente tomando en cuenta al otro en su diversidad, que tenga herramientas para cuidar su salud. Más que contenidos, la escuela promueve habilidades para la convivencia social, el autoconocimiento, autocuidado y aprendizaje continuo.
La reforma educacional chilena –lo que ya está en el parlamento y lo que ingresará– apunta a un cambio de paradigma. Nadie niega la importancia de los detalles de ingeniería. Sin embargo, hay convergencias esenciales sobre el sistema que no han emergido y para muchos las reformas son contraculturales.
No ha sido posible construir una visión común pese a que un paradigma educacional como el chileno posee resultados mediocres en aprendizaje con respecto a países con ingresos similares, escuelas que reproducen las desigualdades de origen, discriminan por capacidad de pago y capacidades cognitivas, y amplifican la segregación residencial; una educación pública abandonada, una profesión docente desatendida, una formación inicial de baja innovación, una conceptualización mecánica y enciclopédica del aprendizaje.
Nuestro país tiene la gran oportunidad de construir su propio camino hacia una educación más inclusiva. Si la historia de Finlandia sirve de inspiración a nuestras elites, a los actores educacionales y a la ciudadanía organizada, debiésemos avanzar en construir una visión más compartida de país y del sistema educativo.
Fuente: CIPER Chile