El interés público a veces es un arma de doble filo. Primero, porque la academia periodística lo plantea como límite a la privacidad y honra de una persona y su familia o incluso a la intervención de las comunicaciones; y segundo, porque a veces quienes lideran los medios pueden ocupar este concepto para esconder intereses particulares, e intentan justificar cualquier decisión bajo un paraguas que incluso omite procedimientos legales.
Cuando el interés público aparece en una discusión editorial siempre es asunto de difícil conciencia. Algunos medios, pese a tener orientaciones editoriales concretas y a disposición del público, dejan transparentemente la responsabilidad y el criterio personal como parámetros predominantes a la hora de tomar decisiones. Es así como a veces los medios aciertan, porque no sólo se abanderan ideológicamente con el interés público, sino que permean sus mecanismos de reporteo con la misma ética que les permite llegar a aquellas conclusiones. No hay otra forma de legitimar un periodismo con coraje.
‘Enfermos de poder’, el editorial de este martes en El Mostrador viene a excusarse sobre su quehacer, no a pedir disculpas. Lo que se busca en esta estructura es absolver a los dueños del medio de su propia responsabilidad sobre lo que uno de sus periodistas dijo, y un editor aprobó.
Nos referimos a una nota titulada «El Estado Mayor del oficialismo o la estrategia para contrarrestar el vacío de poder», una interpretación “legítima“ de las situaciones que hoy ocurren en la política; y que postula los intentos de la Nueva Mayoría para que se «despejen las dudas instaladas en el ambiente político sobre la posibilidad de que la administración bacheletista zozobre antes de marzo del 2018».
En coloquial, la nota de Marcela Jiménez plantea que “algunos” —no se sabe quiénes— plantean dudas sobre si Bachelet logrará terminar su mandato. Además, postula que entre la administración de funciones ejecutivas del Estado y los partidos del oficialismo se está afinando una fórmula para «redistribuir el poder interno en La Moneda», y así despejar las dudas que el mismo medio postula, sin atribuirle los cuestionamientos a ninguna persona.
A medida que pasan los párrafos la periodista intenta argumentar esta tesis prudentemente, hasta que en un acápite, destacado en relación al resto de la noticia y sin ninguna previa articulación a lo que continuaba, la nota de El Mostrador dice esto:
«Del tema del alcohol, diversas fuentes consultadas coinciden en que La Moneda ya detectó que el origen del rumor se desató después de la gira presidencial a Europa –Italia, Francia y Bélgica– que se realizó del 2 al 10 de junio y a la que la Mandataria asistió con una nutrida delegación política y empresarial. Afirman que, una vez en Santiago, fue desde sectores empresariales que comenzó a circular la versión de que las cenas fueron “excesivamente regadas” y que la Presidenta bebía mucho. Quienes conocen a la Mandataria hace años, aseguran que se ha caracterizado siempre por disfrutar, por “gozar” de cenas, bebidas, bailes, cocinar, pero que también ha sido un sello de ella “tener muy buena cabeza” y que jamás ha perdido el control».
ASPECTOS PARTICULARES DE LA PUBLICACIÓN: ‘EL PÁRRAFO’
– El tema del alcohol es al que primera vez se refiere públicamente un medio de comunicación. En este caso, pareciera que gratuitamente, porque no está articulado con el resto de la nota. En ninguno de los párrafos anteriores se hace mención a este tema, ni siquiera en el titular o en la bajada; pese a que en su editorial, El Mostrador lo intenta posicionar como un tema de interés público.
– De «las diversas fuentes consultadas», ninguna podía dar su nombre públicamente. No se menciona el número —que pueden ser incluso dos, un escaso número para una información de tanta relevancia pública—, ni la cualidad que les hace ser fuentes ponderables para tales aseveraciones.
– Estas fuentes lo que hacen es decir que en La Moneda ya saben dónde se detectó el origen del rumor sobre el Alcohol. El medio se blindó estratégicamente para no hablar directamente del rumor, sino que convocó a fuentes para hablar de otro hecho: el que desde La Moneda, supuestamente se detectara el origen de un rumor.
– «Las diversas fuentes» afirman que el rumor provino en una gira presidencial, desde sectores empresariales que según El Mostrador, afirma que durante la ocasión las cenas fueron «excesivamente regadas» y que la Presidenta bebía mucho. Aquí hay dos detalles sensatos a mencionar. Los elementos utilizados para atribuir dichos a otra persona —en este caso, las comillas—, sólo son utilizados cuando se habla de que las cenas fueron excesivamente regadas. Sobre la afirmación de que «La Presidenta bebía mucho», la periodista ni siquiera fue capaz de atribuirlo y lo narrativizó, es decir, intentó dar por hecho que alguna de sus fuentes le dijo eso, o que quizás no lo hizo.
– La idea siguiente intenta equilibrar el que a estas alturas ya parece ser un desprolijo párrafo: «Quienes conocen a la Mandataria hace años (no se dice quién), aseguran que se ha caracterizado por disfrutar, por “gozar” de cenas, bebidas, bailes, cocinar, pero que también ha sido un sello de ella “tener muy buena cabeza y que jamás ha perdido el control». Pero, el error aquí es que intentaron equilibrar no el hecho de que desde La Moneda ya sabían donde se había originado el rumor sobre el alcohol: se intenta equilibrar y contrarrestar el supuesto hecho de que «La presidenta bebía mucho».
– ¿Por qué entonces elaborar una tesis “el hecho de que La Moneda conoce el origen de un rumor” e intentar equilibrarla con voces desconocidas que intentan decir que la Presidenta goza con cenas, bebidas, bailes pero que jamás ha perdido el control?
ASPECTOS GENERALES DE LA PUBLICACIÓN: EL INTERÉS PÚBLICO
Los ejemplos que cita El Mostrador para defender el interés público versus otros derechos o libertades son sensatos. En cada uno de ellos —como en el del Presidente Ortiz, o el caso de Kirchner, e incluso el de Hugo Chávez—, el periodismo fue valiente igual que las fuentes que entendieron que el interés público era verdadero, y no un volador de luces para esperar respuestas.
Andrew Marr le preguntó directamente al Primer Ministro británico Gordon Brown si estaba en un estado depresivo y cuánto podía afectar su capacidad de liderar un proyecto. No se le preguntó a través de un párrafo malicioso con fuentes que fueron lo suficientemente cobardes para aparentar un interés público cuando lo que pretendieron siempre, fue un interés individual, o que incluso, eran fuentes que sólo existieron en la mente de la periodista —lamentablemente, no lo sabemos—.
Hoy día no es un rumor, si no una aseveración, que los sistemas informativos le perdieron el respeto tanto a El Mostrador como a La Segunda, tanto por su escaso manejo editorial como por los intentos desesperados de demostraciones de poder. ¿Lo demuestran sus visitas? Lo más probable es que no. Menos en un sistema cuyo paradigma cree que mientras más personas lo visitan un medio es más exitoso, pese a mentir, a imponer su agenda por sobre una actitud objetiva, o incluso, tratando de ingenua a la opinión pública.
No podemos acusar a El Mostrador de poner en peligro la institucionalidad. Ese argumento no es tangente a la discusión porque tampoco queremos siquiera darle el beneficio de la duda de que lo pudieran lograrlo a través del ejercicio de un periodismo mediocre, al que Chile se acostumbró y todavía busca una salida.
No se puede hablar en un sentido unívoco sobre el Interés Público. Seguramente los jueces tienen una definición más clara y aplicable para sus tareas, y el periodismo tiene tantas como orientaciones editoriales sirvan a la misión del periodismo, atendiendo las realidades particulares de cada nación o comunidad. El Interés Público ha sido un concepto utilizado para justificar innumerables formas de intervención estatal, e incluso intervenciones particulares al Estado —coloquialmente llamados Golpes de Estado o Pronunciamientos—.
Claramente no debiera ser un concepto que permitiera irracionalidades, porque debe delimitar la discrecionalidad del actuar de quienes estamos sujetos a un concepto tan abstracto. De hecho, variados ordenamientos jurídicos ante una concepción tan vaga de interés público han debido normar las facultades discrecionales de los organismos del Estado para prevenir abusos.
A lo que sí se ha llegado a un acuerdo casi unánime es que el Interés Público nace en razón del bien común. Por supuesto que cuando personas pierden capacidades de liderazgo nacional o local por motivos de salud o situaciones que se alejan de la esfera pública, pueden transformarse en intereses de todos en cuanto contravengan el bien común.
Es innegable que los medios británicos hicieran un mea culpa por no haber publicado antes algo que por «años todos sabían», según dice El Mostrador. Probablemente el mea culpa no fue por no haber publicado, sino por no haber encontrado la forma de probar algo que sólo se hacía en la privacidad, sin invocar los medios más obscenos y morbosos que la tecnología y la institucionalidad le han permitido al periodismo utilizar sin ningún descaro.
EL PERIODISMO INDEPENDIENTE
Malas noticias: el periodismo independiente propiamente tal, no existe. Ni siquiera para El Mostrador. Una falsa premisa que medios como Ciper han logrado derribar cuando sus propios periodistas pueden demostrar que dependen de los hechos, del lenguaje, de datos, de fuentes, argumentos, leyes y expertos cuando logran publicar un reportaje que lo que hace es intentar acercarse a la verdad. La misma Mónica González, directora de Ciper, ha reconocido que dependen del financiamiento de Álvaro Saieh y de otros fondos internacionales. Todos los medios dependen de la plata que bonifica a los buenos periodistas y a sus equipos de gestión.
Algunos utilizan publicidad, otros suscripciones, otros tienen se aventuran en nuevos negocios y algunos simplemente siguen buscando la forma de mantenerse en pie, pero siempre intentado evitar depender de intereses ajenos para la publicación de la información de relevancia pública.
Podemos hablar de una aspiración a la independencia, en ciertos aspectos; pero no podemos dejar afuera la naturaleza misma del periodismo, que tiene su origen en la delegación parcial de libertades y derechos que la sociedad no alcanza a desarrollar —como la libertad de expresión o el derecho a saber— , ni menos en su fin, cuando intenta aclarar los consensos y disensos de la comunidad mediante el reflejo de una voluntad general. El periodismo también tiene cierta dependencia al Gran Público y no respecto a si ésta atiende o no a los medios, sino a cuánta conformidad o relevancia tienen los contenidos y cuánto éstos logran conversar con quienes acceden a ellos.
¿Te hicieron cambiar de opinión? ¿Reforzaste tu opinión? ¿Lograste interpretar algo que antes te hubiera resultado imposible por falta de información relevante? ¿Nacieron debates en tu interior? ¿Los exteriorizaste? Ésas respuestas son las que evalúan la calidad de un medio, y no cuántas visitas tiene por hora, cuántos seguidores tienes en las redes o cuántos puntos de rating tuviste hoy o ayer.
Pero antes de todo eso, El Mostrador, los datos que publiquemos, deben ser verosímiles, y para eso hay que buscar métodos honestos y transparentes y lo más importante: trabajar sin descanso para publicar algo que nos aseguremos que sea verdad.
Lo aprendimos a los golpes, pedimos disculpas por eso y no nos avergonzamos. Es mejor que excusarse para librarse de culpas y distorsionar la realidad implantando falsos dilemas.
La opinión pública está compuesta de personas razonables, capaces de reconocer la falta de voluntad de los medios para volver a chequear lo que a primera vista creemos que son hechos.
Esta medio-cridad parece arrogante, porque principalmente desgasta la confianza que tienen las personas en nuestra habilidad y compromiso para reportear.
Fuente: Yornal