La economía feminista –al igual que otros movimientos sociales- tiene una premisa clara: no nos gusta la realidad que vivimos y, por tanto, deseamos cambiarla.
Sin embargo, cualquier propuesta de cambio social requiere primero un conocimiento del funcionamiento de la realidad que se desea transformar, para poder indagar en los problemas más relevantes, los mecanismos más adecuados y las alianzas necesarias, que hagan posible experimentar el inicio de esa transformación hacia los fines propuestos.
Siguiendo esta idea, escribo este texto (1).
Comienzo por realizar un análisis crítico, tanto del funcionamiento del sistema socio económico que vivimos, como de la economía que le da respaldo teórico. Como consecuencia, planteo la visión alternativa que ofrece la economía feminista y las incertidumbres que surgen al visibilizar las contradicciones del sistema.
El texto termina con alguna propuesta y los enormes desafíos y responsabilidades colectivas que tenemos pendientes.
Hacia una economía inclusiva: más allá del paradigma de mercado
Para el análisis del sistema socio económico que vivimos, que caracterizamos como capitalista, heteropatriarcal, neocolonialista y depredador de la naturaleza, me centraré en dos de sus elementos definitorios: su objeto de estudio y su objetivo.
Su objeto de estudio viene definido por las fronteras del mercado. Y esto no es algo nuevo. Desde los pensadores clásicos, las distintas escuelas de economía –aunque con diferencias importantes entre ellas- se han caracterizado siempre por un estrabismo productivista, centrándose exclusivamente en el estudio del mercado: producción para el mercado, consumo de mercado y distribución a través del mercado, excluyendo de sus análisis los procesos de reproducción social; lo cual constituye una ceguera histórica patriarcal.
Así, desde los inicios de la industrialización, se establece una fuerte relación simbólica entre trabajo y trabajo asalariado, quedando la categoría «trabajo» cautiva solo para el trabajo de mercado; excluyendo de la definición todos los demás trabajos que se realizan en una sociedad capitalista, básicamente los trabajos relacionados con los cuidados y las actividades de participación ciudadana realizadas de manera voluntaria sin remuneración.
Estas fronteras en que la economía se autodefine son muy estrechas, ya que ofrecen una falsa imagen del funcionamiento del sistema económico. Este es considerado “autónomo”, ocultando así que el sector mercantil descansa y se apoya en otros sectores o actividades que caen fuera de la órbita del mercado.
Como resultado la economía ofrece una visión desfigurada y androcéntrica de la realidad, ya que esconde una parte importante de los procesos fundamentales para la reproducción social y humana: el trabajo realizado mayoritariamente por las mujeres desde los hogares cuyo objetivo es el cuidado directo e indirecto de las personas.
De esta manera, el sistema económico que vivimos y la economía que lo sostiene, se han mantenido desligados de lo social, eludiendo toda responsabilidad sobre las condiciones de vida de la población, como si estas se moviesen por caminos paralelos a la economía.
Solo así se puede afirmar, como se escucha a menudo, que determinada economía va bien porque el PIB (Producto Interior Bruto) está aumentando, aunque en dicha economía viva un porcentaje importante de población pobre y/o excluida.
En lenguaje económico, las condiciones de vida de las personas son consideradas, de hecho, una “externalidad”.
Ahora bien, para la economía feminista es necesaria una interpretación amplia que abarque también espacios externos a las relaciones capitalistas, pero que forman parte del sistema general. Hago referencia fundamentalmente a dos ámbitos, lo que podríamos denominar el ámbito del cuidado y el ámbito de la naturaleza.
Son dos espacios que constituyen condiciones de posibilidad de la existencia del sistema que vivimos.
Lo que se denomina cuidados ha sido objeto de amplísimos análisis y debates en las últimas décadas (2). Señalaré tres dimensiones fundamentales que dan sentido a esta idea de cuidados (3) .
En primer lugar, los cuidados dan cuenta de nuestra vulnerabilidad (4).
Los cuidados son parte de nuestra condición humana. Son algo inherente a la vida, en particular, a la vida humana, aunque no solo. Nacemos y vivimos en cuerpos y psiquis frágiles y vulnerables que requieren cuidados a lo largo de todo el ciclo vital: cuidados del cuerpo, en la salud, afectivos, amorosos, psicológicos.
Generalmente en los extremos de la vida –niñez y vejez- los cuidados son más intensos, lo cual no significa que no sean absolutamente necesarios en todas las edades y condiciones humanas. Los cuidados nos permiten crecer, socializarnos, adquirir un lenguaje, unos valores y una identidad y autoestima básicas. Desarrollo personal que tiene lugar a través de los bienes, servicios y cuidados tanto biofísicos como emocionales históricamente producidos fundamentalmente por mujeres en o desde los hogares.
A pesar de la relevancia de este trabajo, ha quedado absolutamente marginado del debate político. El trabajo de mercado o trabajo remunerado –considerado tradicionalmente como la actividad humana fundamental- se ha debatido y discutido siempre en el ámbito público, en el terreno de la política.
Sin embargo, el trabajo doméstico y de cuidados, actualmente continúa considerándose un tema doméstico/privado a resolverse desde los hogares y, específicamente, como un asunto de mujeres.
La ocultación del trabajo doméstico y de cuidados ha despolitizado las tensiones que tienen lugar fuera del mercado. Asunto que no es un simple “olvido”, sino la marginalización del conflicto. Ya que lo que no se visibiliza, no existe como problema social.
En consecuencia, al naturalizar la división sexual del trabajo se considera como único conflicto social el que tiene lugar en el marco de la producción capitalista.
Una segunda dimensión tiene que ver con los cuidados como respuesta a nuestras dependencias, es decir, a nuestra vulnerabilidad. Ser dependiente es parte de la naturaleza humana, como el nacimiento y la muerte; no es una situación excepcional ni un resultado de decisiones o actuaciones individuales.
Es una característica intrínseca a las personas que cambia a lo largo del ciclo vital; es un concepto polifacético que integra dependencias físicas, fisiológicas, emocionales, etc.; que nos afecta a todos y todas; y, por tanto, incompatible con nuestros mitos sobre la tan valorada independencia individual. Idea, esta última, a la cual ha contribuido la economía neoclásica a través de su personaje representativo el homo oeconomicus.
Personaje que se asemeja a un «hongo» (5): crece totalmente formado y con sus preferencias desarrolladas. Se nos presenta como independiente y egoísta, maximiza individualmente sujeto a restricciones externas. No tiene niñez ni se hace viejo y se mantiene sano, no depende de nadie ni se hace responsable de nadie más que de sí mismo, habita un mundo incorpóreo, sin necesidades que satisfacer; un mundo constituido por personas inagotables, ni demasiado jóvenes ni demasiado adultas, autoliberadas de las tareas de cuidados.
“Hombres económicos” que solo pueden existir porque sus necesidades básicas –individuales y sociales, físicas y emocionales- quedan cubiertas con la actividad no retribuida de las mujeres. Hombres económicos, requeridos y necesarios para una sociedad capitalista. Situación que nos hace recordar lo señalado por Martha Nussbaum (6):
“Sólo en sociedades donde los trabajos de cuidados no estén determinados por sexo, género, raza, o cualquier otra categoría social, entonces puede tener sentido el ideal de igualdad o justicia social”.
El tercer aspecto que da centralidad a los cuidados, tiene que ver con la perspectiva netamente económica; a saber, el trabajo de cuidados, además de sostener y reproducir la vida diaria y generacional, participa de manera relevante en la reproducción de la fuerza de trabajo absolutamente necesaria para la producción capitalista y la continuidad del sistema económico.
Desde que nacemos hasta que estamos en condiciones de participar en la producción capitalista y, posteriormente, a lo largo de nuestra historia laboral, recibimos una enorme cantidad de cuidados tanto en tiempo como en energías, imposibles de sustituir –el menos en su totalidad- por bienes de mercado o servicios públicos; tanto por el aspecto económico –la mayor parte de la población no podría adquirir todo lo necesario para la subsistencia a través del mercado- como por todos los aspectos emocionales y afectivos imposibles de adquirir con dinero.
Como resultado, las empresas capitalistas están pagando una fuerza de trabajo muy por debajo de sus costes, lo cual representa una parte importante de sus beneficios.
De aquí la necesidad de mantener oculto, no tanto el trabajo familiar doméstico en el sentido de que es difícil que alguien niegue que en los hogares se realiza un trabajo; sino el fuerte nexo que mantiene con la producción capitalista, nexo que debe permanecer oculto para facilitar el expolio del trabajo no asalariado por el capital. Kenneth Boulding (7) lo expresó de forma muy clara:
“La supervivencia de la raza humana ha dependido primero de la explotación de las mujeres, sin la cual hace mucho tiempo que hubiese desaparecido”.
Paradójicamente, en el capitalismo, los procesos de producción, dependen, por una parte, del trabajo doméstico y de cuidados pero, por otra, no reconoce su valor.
Esta relación es una fuente inherente de inestabilidad, ya que la tendencia del capitalismo al crecimiento ilimitado amenaza con desestabilizar los mismísimos procesos y capacidades reproductivas que el capital necesita (y también el resto de nosotros y nosotras).
El problema es que si una sociedad sistemáticamente va desestabilizando sus procesos de reproducción, podría comenzar a tener problemas de continuidad. Esto es lo que Nancy Fraser ha planteado como una de las contradicciones del capitalismo, que además se situaría en la base de la crisis de los cuidados.
En relación con el ámbito de la naturaleza, también este sistema la expolia, la degrada, la explota, se la apropia, la contamina, etc. procesos que podemos observar diariamente en múltiples situaciones, lo cual constituye otra fuente de beneficio para el sistema.
Para el capitalismo y sus defensores, la naturaleza es un recurso que puede explotar sin límites, se entiende que está al servicio de la (esta) economía.
No hay noción de que somos parte de la naturaleza y evolucionamos con ella.
Así, nuevamente surge otra contradicción del capitalismo: en su afán de acumulación y crecimiento aprovecha sin límites los bienes naturales, lo que significa la destrucción de otra de sus fuentes necesarias para su continuidad.
En consecuencia, tenemos, por una parte, la contradicción endógena capital/trabajo y, por otra, las que podríamos denominar exógenas, con el ámbito del cuidado y el de la naturaleza. Lo que desde la economía feminista, en conjunto, denominamos la gran contradicción capital/vida, la lógica del capital frente a la lógica de la vida.
Las dos contradicciones exógenas se traducen en nuestra vida cotidiana en aceptar dos innegables dependencias a lo largo de todo el ciclo vital: la ecodependencia y la interdependencia.
Si no se consideran estas dos dependencias y no se actúa en consecuencia, la vida humana no es posible.
La ecodependencia implica la profunda conciencia de que somos parte constitutiva de la naturaleza. Que somos una especie viva inserta en un mundo natural finito que nos proporciona todos los bienes necesarios para sostener la vida.
La interdependencia implica aceptar que requerimos de los y las demás, que no existe la vida independiente, que la existencia en solitario es inviable.
En definitiva, como se afirma desde el ecofeminismo, una vida no es una certeza por el hecho de haber nacido, al inicio es solo una posibilidad.
Que pueda desarrollarse a lo largo del tiempo en condiciones de dignidad, dependerá de que todas sus necesidades –tanto de cuidados como de los bienes básicos que provienen de la naturaleza– queden resueltas. Sin ello, la vida humana no se sostiene.
Finalmente, el segundo gran elemento que caracteriza al sistema capitalista es su objetivo.
Este no es el bienestar de las personas, no es la vida o el buen vivir de la población, sino el crecimiento económico orientado a la acumulación de capital en manos privadas, y cada vez menos.
Como resultado, la actividad mercantil es el referente económico y la vida de las personas pasa a ser una “variable de ajuste” que debe adecuarse continuamente a las condiciones del mercado.
Es un sistema estructuralmente capitalista, heteropatriarcal y racista, lo cual está creando las enormes desigualdades que hoy conocemos, donde los beneficios se acumulan en manos de una élite patriarcal blanca.
Llegadas/os a este punto podríamos preguntarnos ¿cómo se conectan objeto de estudio y objetivos? ¿por qué no se visibilizan e integran en el sistema económico los dos ámbitos de los cuales depende el mercado capitalista?
Sin los cuales, como ya sabemos, no dispondría ni de fuerza de trabajo ni de materias primas, energías, etc. para continuar produciendo y acumulando.
La respuesta es sencilla: porque de esta manera, al mantenerlos como si estuvieran totalmente fuera del sistema, como elementos ajenos que funcionan de manera paralela, se mantiene oculta la estrecha relación entre ellos, el vínculo profundo que permite el desplazamiento de costes hacia ambos espacios.
Además, también facilita esta circulación de costes que ambas fuentes, naturaleza y trabajo de cuidados, sean espacios no monetarizados. No tienen contabilidad, sencillamente porque no pueden tenerla, no todo responde a relaciones mercantiles.
Porque podríamos preguntarnos, ¿qué precio tiene por ejemplo el proceso de la fotosíntesis, que es un proceso que realiza la naturaleza sin intervención humana pero las personas la requerimos para vivir? o ¿qué precio tiene la vida de una persona querida?
Y me hubiera gustado poder preguntar por una vida humana en general, pero lamentablemente, hoy sabemos que hay vidas que “no valen nada”; tomemos como ejemplo el cementerio en el cual se está convirtiendo el mar Mediterráneo.
No podemos seguir confiando –si alguna vez lo hicimos- en que el mercado resuelva los problemas de fondo.
En consecuencia, la orientación del sistema capitalista a la acumulación y la avaricia continua e ilimitada tiende, por una parte, tal como dije anteriormente, a desestabilizar los procesos de reproducción y, por otra, a sobrepasar los límites del planeta destruyendo así su base natural.
Tensiones no accidentales, sino que dan cuenta de unas profundas raíces sistémicas inherentes a la estructura y definición del propio sistema económico capitalista.
En consecuencia, su dinámica expansiva sin límites es incompatible con la vida humana y no humana. Es un sistema biocida, que atenta contra toda vida. Que mantiene ocultos los verdaderos procesos que sitúan al capital por sobre la vida.
Actualmente, el tema se ha vuelto más complejo. Hay voces que plantean que el auge de la tecnología de la información y, cada vez más, la inteligencia artificial, han acelerado notablemente el proceso de crecimiento y han reducido y -en algunos sectores- destruido, empleos de la clase obrera manual, y ahora, cada vez más comienzan a afectar a empleos que tradicionalmente realizaba la llamada clase media.
Todo lo cual representa un incremento de las posibilidades de un desempleo cada vez mayor.
De esta manera, los nuevos fallos endógenos del capitalismo, junto a las distintas contradicciones señaladas anteriormente, pueden estar profundizando la dinámica de autodestrucción del sistema.
Y eso, sin que exista, digámoslo así, ninguna alternativa clara por donde transitar. Lo cual significaría a medio o largo plazo la mayor incertidumbre que podríamos estar viviendo.
¿Por dónde o cómo intentará el capitalismo reinventarse? ¿Seremos capaces de construir alguna alternativa diferente, una sociedad más igualitaria?
Propuestas, principios, desafíos
Frente a la situación socio-económica-política que estamos viviendo, la economía feminista plantea un paradigma alternativo, a saber, un desplazamiento del objetivo de la acumulación de capital hacia el objetivo de la sostenibilidad de la vida, lo cual representa una ruptura con el sistema económico vigente, apelando a la lógica de la vida frente a la lógica del capital.
Se antepone al mercado y al beneficio, la vida de las personas, su bienestar, sus condiciones de vida, considerando como eje central los cuidados. El bien-estar es una experiencia individual (no hablamos de felicidad individual), pero necesariamente se experimenta y resuelve en colectivo, con relaciones comunitarias y solidarias, aceptando la diversidad.
El buen vivir o bien-estar no se entiende si no es universal; universalidad global incorporando las distintas categorías que hoy definen desigualdades. Todas las vidas deben ser sostenibles y todos y todas deberíamos participar en ello.
Sostener la vida, -eliminar la desposesión- representa disipar el conflicto capital-vida desplazando el objetivo social-económico hacia la centralidad de la vida. Y, no se trata de una simple demanda o exigencia al interior del orden preexistente, sino que es la irrupción de lo indecible que pone en cuestión al propio sistema.
Situar como objetivo la vida humana se traduce en el terreno concreto de las personas en poder desarrollar una vida digna y satisfactoria, o lo que se conoce en la tradición andina como el buen vivir. Nombres distintos que pretenden dar cuenta de algo semejante, pero cuyo contenido no es fácil de definir.
Más que de un concepto que requiere una definición clara, se trata de procesos que no tienen fin, que están en continua redefinición, construcción y reproducción.
Son campos de ideas en permanente debate, pero que requieren mantener algunos principios básicos ineludibles sin los cuales difícilmente se llegaría a los objetivos deseados. Quisiera señalar algunos de estos principios que me parecen relevantes, el orden no refleja prioridades.
Primero, se trataría de apostar por una noción de sostenibilidad de la vida, de vida digna o buen vivir, donde los sistemas humanos estuviesen insertos en los sistemas naturales, respetando sus propios ciclos de reproducción, lo cual se traduciría en vivir “más despacio”. Un segundo principio, relacionado con el anterior hace referencia al tipo de tecnología utilizada en la producción.
En este sentido, habría que discutir a fondo el concepto de eficiencia considerando toda la cadena de producción, incluyendo el tipo de energía utilizada y el tipo de trabajo necesario.
Así surgen las preguntas ¿qué deberíamos producir? ¿de qué manera deberíamos producir? ¿bajo qué relaciones? ¿cómo deberíamos organizar los distintos trabajos para dar respuesta a las necesidades? ¿cómo organizar los tiempos de trabajo, descanso, ocio, relaciones, cuidados?, para lo cual no se parte de cero, podemos aprender de las diversas experiencias realizadas desde las economías social y solidaria.
En tercer lugar, cualquier análisis, política u acción debería hacerse siempre considerando todos los ámbitos en conjunto, a saber, el ámbito medio ambiental, el de cuidados, el de producción extra hogar y las relaciones que tienen lugar en ellos y entre ellos.
Como cuarto principio básico, se deben considerar todos los ejes de desigualdad (clase, sexo/género, etnia, opción sexual,…) y a todos los, las, les habitantes del planeta, tanto las generaciones actuales como futuras.
El quinto principio se refiere a que el conflicto con mayúscula capital-vida, debe ser leído siempre desde una perspectiva feminista. Es decir, incluyendo todos los aspectos que tienen que ver con una vida digna, no solo lo extra-doméstico que normalmente se considera: aspectos sanitarios, educativos, pensiones, etc., olvidando el debate sobre las relaciones heteropatriarcales y la necesidad humana de los cuidados.
En resumen, tenemos una idea más o menos difusa de por donde debería ir una transición hacia un cambio de paradigma y sabemos de manera algo más cierta hacia dónde no queremos que vaya.
Sabemos que el proceso se presenta largo, complejo y repleto de incertidumbres, habría que ir pensando en cambios que se desarrollen dentro de las condiciones del sistema en dos sentidos: como medidas a corto plazo que den respuesta a las urgencias de grupos de población precarizados, y como medidas a más largo plazo para ir creando condiciones que orienten a transformaciones más profundas, que vayan sentando las bases de un cambio sistémico.
No somos ingenuas, somos conscientes de la dificultad del proceso.
Sabemos que los poderes que han determinado y mantienen el sistema actual se opondrán fuertemente a cualquier transición en el sentido aquí planteada, ya que implica reformas ecológicas profundas; cambios en la estructura de la propiedad y de las empresas; transformaciones en el modelo de vida de la población en relación al consumismo, el endeudamiento y el uso del tiempo; medidas de austeridad razonables, al menos, para el sector de población de nivel económico elevado, y un cambio absoluto en el simbólico colectivo referido a las pautas heteropatriarcales de comportamiento.
Una transformación social de estas características quedará vinculada necesariamente a la dinámica de la lucha y el conflicto. Los sistemas poseen elementos de estabilidad pero también elementos de cambio, de ruptura. El capitalismo, no es una máquina sino una relación social y como tal está sujeto a contingencia y, en particular, a las acciones humanas que pueden actuar reproduciendo su vida económica y social pero, a la vez, modificando la estructura relacional en que se hallan inmersas.
Transformar profundamente dicha estructura relacional es nuestra responsabilidad colectiva, de todos los grupos, asociaciones, economías diversas, instituciones, etc. que estén, en definitiva, por un mundo mejor, por una vida digna, una vida que merezca la alegría de ser vivida para toda la población.
Ancud, marzo de 2021
(*) Doctora en Economía por la Universidad de Barcelona. Su línea de investigación se centra en la Economía Feminista. Aporta investigaciones sobre trabajo doméstico, los cuidados y la sostenibilidad de la vida.
Otros trabajos de la autora:
- La Economía Feminista: Una Apuesta por Otra Economía
- La economía feminista. Un recorrido a través del concepto de reproducción
- Intervención de la autora en el reciente Congreso del Futuro
Notas:
(1) En este texto no he incluido una bibliografía final como se acostumbra habitualmente. La economía feminista como la economía crítica son pensamiento y acción que hemos ido construyendo entre muchas compañeras y compañeros a lo largo de las últimas décadas. Ideas que, afortunadamente, ya son colectivas. En consecuencia, aunque el texto está plagado de referencias implícitas, me sería muy difícil identificar cada idea o concepto con una determinada autora o autor. He tenido excelentes compañeras y compañeros de viaje cuyas ideas o palabras recorren este artículo. A todas ellas y ellos agradezco el haber podido compartir discusiones, reflexiones, pensamientos y acciones políticas.
(2) Nuestro concepto de cuidados no considera lo que se denomina la “mística del cuidado”. Una idea introducida por el patriarcado, según la cual las mujeres realizan muy bien los cuidados, son maravillosas madres y esposas y todo lo hacen por amor. Sin embargo, sabemos que los cuidados pueden ser gratificantes pero también pueden ser durísimos; en ocasiones son elegidos, o, para las mujeres, pueden ser una obligación, particularmente por la presión patriarcal ejercida sobre ellas.
(3) En este texto me referiré básicamente a los cuidados que vienen desde los hogares. Pero los cuidados también desbordan las fronteras de los hogares. Se relacionan con el entorno, con las formas de vida, de trabajo, la movilidad, con la participación comunitaria, con las características del espacio que habitamos, en definitiva, con todo lo que determina que colectivamente estemos cuidadas y cuidados en el desarrollo de nuestra vida cotidiana.
(4) Se puede hablar de dos tipos de vulnerabilidad humana. La vulnerabilidad natural, como condición humana, que es a la que haré referencia en este texto, y la vulnerabilidad construida desde el poder, que hace referencia a vidas precarias, en situación de pobreza o exclusión, a las cuales se las considera responsables de su situación de “vulnerabilidad”, sin reconocer que dicha condición es resultado de las desigualdades creadas por los sectores sociales dominantes.
(5) Expresión basada en la sugerencia de Thomas Hobbes de considerar a los hombres como «hongos» surgidos de la tierra, que llegan de repente a la madurez sin ningún tipo de interrelaciones entre ellos.
(6) Nussbaum, Martha (2006): El ocultamiento de lo humano. Katz Editores. (e.o. 2004).
(7) Boulding, Kenneth (1972). “The Household as Achilles’ Heel”. Journal of Consumer Affairs, 6 (1): 110-119.