Las acciones humanas tienen consecuencias. Tanto cuando generan un problema de forma no intencionada, como cuando la Humanidad se pone de acuerdo para solucionarlo y lo consigue al cabo de unos cuantos años.
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Cuando fue descubierto en los 80, el agujero en la capa de ozono se convirtió en una de las mayores amenazas ambientales y en uno de los más conocidos símbolos de la capacidad del ser humano para provocar daños al medio ambiente sin querer.
La pérdida de esta capa alta -estratosférica- de la atmósfera formada por moléculas de tres átomos de oxígeno está relacionada con el aumento de casos de cáncer de piel, ya que actúa como filtro para los dañinos rayos ultravioleta que provienen del Sol.
Y el principal causante del avance de este gran agujero sobre la Antártida era el cloro presente en esas capas altas de la atmósfera procedente de unas moléculas llamadas clorofluorocarbonos (CFC) emitidas en aquella época por los sprays, los sistemas de refrigeración o los productos de limpieza en seco.
Por ese motivo, en 1987 la práctica totalidad de los países del mundo firmaron en Montreal (Canadá) un protocolo para eliminar de forma conjunta el uso de CFC con el único objetivo de recuperar la capa de ozono.
Y hoy, 31 años después, aquel esfuerzo mundial ha dado sus frutos. La capa de ozono se está recuperando y el enorme agujero sobre la Antártida se ha reducido más de 4 millones de kilómetros cuadrados desde el año 2000, según una investigación recién publicada en la revista Science.
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El trabajo, además, ha sido liderado por la prestigiosa investigadora del Massachusetts Institute of Technology (MIT) Susan Solomon, quien precisamente descubrió en 1986 la relación entre la presencia de cloro, la incidencia de luz y la baja temperatura de la atmósfera como factores clave que condicionan la desaparición del ozono estratosférico, trabajo por el que obtuvo el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en 2013.
Fuente: People Daily