Cuando el nombre de un científico, o de algo relacionado con su obra, se introduce en el lenguaje cotidiano podemos estar seguros de que hizo algo importante, algo cuyas consecuencias traspasan el ámbito de la ciencia, penetrando en la cultura general.
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Un científico que cumple esta condición es Nicolás Copérnico (1473-1543): recordemos la frase “giro copernicano”, que, como señala el diccionario de la Real Academia Española, significa “un cambio en el comportamiento, en la manera de pensar, etc.: Radical o total”.
Como es bien sabido, el cambio que introdujo Copérnico fue sostener que no es la Tierra la que ocupa el centro del Universo -del pequeño Universo de que se tenía constancia en su tiempo, constituido por el Sol, Mercurio, Venus, la Tierra, la Luna, Marte, Júpiter, Saturno y la esfera de las “estrellas fijas”-, sino que lo ocupa el Sol. Defendió su propuesta en uno de los libros cuya memoria, estoy seguro, conservará la humanidad mientras exista: De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de los orbes celestes).
Publicado el mismo año que falleció su autor, aunque se suele afirmar que llegó a tener en sus manos, en su lecho de muerte (muy melodramático), un ejemplar, yo no estoy seguro de que llegase a suceder porque falleció el 24 de mayo de 1543, mientras que el libro apareció a mediados de abril, y la impresión se llevó a cabo en Núremberg.
Y Copérnico era canónigo en la catedral de Frauenburg -en la actualidad, Frombork, en el norte de Polonia-, que dista de la localidad alemana aproximadamente 1.000 kilómetros. La razón de que se publicase en Núremberg tiene que ver con la disponibilidad de imprentas adecuadas para producir un texto tan complejo como era aquel, con un gran número de tablas matemáticas. En realidad, el libro pudo muy bien no haberse publicado, ya que Copérnico no parecía estar demasiado interesado en dar a conocer sus trabajos con detalle.
Si llegó a ver la luz fue gracias a Georg Joachim Rheticus, que había estudiado en la Universidad de Wittenberg, donde probablemente uno de sus profesores, Johann Schöner, le habló de Copérnico y de sus ideas, de las que acaso sabía por haber visto una copia de un breve manuscrito, conocido como Commentariolus, en el que Copérnico exponía su tesis sobre los movimientos celestes. Se trata de una obra que jamás se publicó; solamente circularon algunas copias manuscritas (no se sabe cuántas): apareció un primer ejemplar en la Biblioteca Imperial de Viena en 1877, y poco después, en 1881, se encontró otra copia en la biblioteca del Observatorio de Copenhague, mientras que una tercera apareció en 1962 en la biblioteca del King’s College de Aberdeen (Escocia).
Pero volvamos a Rheticus, quien en 1539 se encaminó hacia Frauenburg con el propósito de visitar al canónigo aficionado a la astronomía, quien por entonces tenía ya 66 años. Iba a ser una visita breve, pero se extendió más de dos años al ganarse la confianza de Copérnico, que llevaba años componiendo un texto mucho más extenso y ambicioso que el Commentariolus. Con el estímulo de Rheticus, Copérnico completó el tratado y dejó a su visitante la tarea de cuidar de la edición.
El resultado fue De revolutionibus, un libro muy codiciado: el último ejemplar de la primera edición del que tengo noticia que se subastó, lo hizo Christie’s de Nueva York el 17 de junio de 2008, y se vendió por 2.210.500 dólares. Se conocen 277 ejemplares de esa primera edición, de los que en España existen 9: uno de ellos en la biblioteca del monasterio de El Escorial, con el escudo de armas de Felipe II (lo tuve una vez, brevemente, en mis manos), otro en la Biblioteca Nacional de Madrid y uno más en el Palacio Real; también poseen un ejemplar las bibliotecas de las universidades de Sevilla y de Valencia, así como la del Observatorio de la Marina en San Fernando. Los últimos tres localizados pertenecen a colecciones particulares.
En 1626 el ejército sueco invadió el norte de Polonia durante la Guerra de los Treinta Años; en el botín que tomaron estaban libros de la catedral de Frauenburg, entre ellos la mayor parte de la biblioteca personal de Copérnico, junto con otros que utilizó pero que pertenecían a la catedral. Terminaron todos en la biblioteca de la Universidad de Uppsala.
Aunque ningún producto de despojar a otros de sus propiedades debe ser ensalzado, en alguna medida el traslado de Frauenburg a Uppsala fue afortunado porque aseguraron la conservación de un legado muy valioso, ya que muchos tesoros culturales polacos se perdieron en siglos posteriores durante saqueos de otros ejércitos no tan cuidadosos en este aspecto como los suecos. Hace ya bastantes años tuve el privilegio de que me mostraran un producto de aquel botín: un ejemplar de la primera edición de De revolutionibus.
El bibliotecario que me atendió se detuvo en el “Prefacio” que añadió el teólogo protestante Andreas Osiander, quien se encargó de la corrección de las pruebas finales del libro, y que incluyó sin que lo autorizase Rheticus. Este “Prefacio” aparecía sin firma, por lo que era inevitable pensar que se debía a Copérnico. En él se decía: “no espere nadie, en lo que respecta a las hipótesis, algo cierto de la astronomía, pues no puede proporcionarlo”.
Al decir esto era razonable pensar que, en realidad, Copérnico no creía en el sistema heliocéntrico, sino que lo utilizaba como un mero instrumento de cálculo, lo que no era cierto. En la copia que yo vi en Uppsala, las páginas del prefacio de Osiander estaban marcadas con una gran cruz roja, seguramente obra del propio Rheticus, enfurecido al leer aquello. Todavía revivo la emoción que sentí entonces.
¿Por qué incluyó Osiander esa nota? ¿Porque creía realmente que las matemáticas no son más que un instrumento para describir la naturaleza, incapaces de revelar su verdadera esencia?, ¿o temía la reacción de la Iglesia (católica o protestante)?.
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Recordemos que Lutero no valoraba mucho ni a Copérnico ni a sus ideas; en una de las observaciones que incluyó en sus Tischreden, fechada el 4 de junio de 1539, y aludiendo al ya mencionado Commentariolus, mencionaba a “un astrólogo advenedizo que pretende probar que es la Tierra la que gira, y no el cielo, el firmamento, el Sol o la Luna. Este loco echa completamente por tierra la ciencia de la astronomía, pero las Sagradas Escrituras nos enseñan que Josué ordenó al Sol, y no a la Tierra, que se detuviese”.
En cuanto a la Iglesia católica, lo único seguro es que De revolutionibus no suscitó la inmediata y violenta reacción que, algo menos de un siglo después, produciría el Dialogo sopre i due massimi sistemi del mondo Tolemaico, e Copernicano (1632) de Galileo. El libro de Copérnico tardó en entrar en el Índice de Libros Prohibidos; no fue hasta el 5 de marzo de 1616 -poco después de una primera amonestación a Galileo- cuando se decretó que De revolutionibus “debía ser suspendido hasta que fuese corregido”, una condena relativamente suave.
La historia que he contado aquí probablemente les resulte familiar a algunos de ustedes, amigos lectores, que, además, se preguntaran el porqué del título de este artículo. La próxima semana comprobarán que está relacionado con la identificación de los restos de Copérnico. Pero, para comprender bien lo que diré es conveniente disponer de esta, digamos, introducción, en particular conocer del saqueo de la biblioteca de Frauenburg.
Fuente: Suplemento El Cultural, de diario El Mundo