A principios de 1985, unos hombres se establecieron en una perdida playa de la Tercera Región. Tenían recursos, vehículos, embarcaciones. Levantaron empresas dedicadas a extraer productos marinos. Sus barcos se cruzaban en el mar con los de la Armada, sin despertar sospecha alguna.
Hasta que los pescadores de la zona comenzaron con los rumores: algunos eran demasiado distintos a ellos, no parecían “gente de mar”. Así fue que empezó a trizarse el más ambicioso proyecto del Partido Comunista y el FPMR: un gigantesco desembarco ilegal de armas facilitadas por Cuba, para derrotar política y militarmente a la dictadura.
En esta historia se inspiró el sexto capítulo de la serie Los archivos del cardenal.
Norte de Chile, puerto de Chañaral, 19.00 del 27 de diciembre de 1985.
Un hombre alto y delgado baja de una camioneta Toyota azul, último modelo, junto a un chofer. Camina hacia un grupo de pescadores. A pocos metros, atracado en el muelle, está un antiguo pesquero, el Chompalhue, de 140 toneladas y 20 metros de largo. El hombre alto no es un empresario como aparenta.
Es Alfredo Malbrich, conocido como “Albacorilla”, miembro de la logística militar del Partido Comunista, y uno de los cabecillas de una operación a gran escala que está a punto de producirse: la mayor internación ilegal de armas en la historia de Chile.
A cargo de la operación está un equipo de militantes del PC, varios de ellos gente de mar. Cuando el Chompalhue se hace a la mar lo hace con los papeles en regla. No existe sospecha de que ese pequeño barco de madera, adquirido meses atrás con dineros del partido, los conduce a más de doscientas millas de la costa, donde espera hacer contacto con un carguero cubano, para el traspaso de toneladas de armas de guerra.
Malbrich y su chofer no se embarcan. Se quedan con la vista fija en el pesquero que deja el muelle. Luego, suben a la Toyota y parten raudos hacia el sur.
De esta forma, cuatro días antes de iniciarse 1986, el PC chileno echa andar una silenciosa máquina para transformar ese en “el año decisivo” para derrocar a Pinochet. Sus máximos dirigentes creen que están las condiciones para ello: el país lleva tres años de masivas protestas callejeras, los partidos y movimientos de oposición han roto su letargo y la dictadura ha respondido agudizando la represión.
Para el PC, que desde 1980 impulsa todas las formas de lucha contra la dictadura, ha llegado el momento de potenciar el enfrentamiento. Para ello cuenta con un dispositivo armado propio, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), y con la ayuda del régimen cubano de Fidel Castro.
“Los magníficos” del PC
A comienzos de 1985, la dirección comunista decidió aprovisionarse de armas para seguir con su estrategia de todas las formas de lucha. La comisión militar del PC había creado un equipo con gente del FPMR, del Trabajo Militar de Masas (las llamadas Milicias Rodriguistas), y con otros compañeros de las estructuras regulares de la colectividad. Eran militantes dispuestos a cualquier sacrificio para llevar a cabo lo que el partido calificó como “una operación militar estratégica”.
Al frente del equipo puso a un militante con la chapa de “Pedro”, un cuadro político militar que había trabajado en la logística de los revolucionarios sandinistas durante la guerra civil de Nicaragua. “Pedro” era alto y corpulento, un comedor insaciable. Según el programa Informe Especial de TVN, emitido el 28 de junio de 2006 y dedicado a este caso, su verdadero nombre era Orlando Bahamonde.
Los contactos internacionales quedaron a cargo de Alfredo Malbrich, el falso empresario de la Toyota azul, quien se relacionaba directamente con las autoridades cubanas que auspiciaban la operación.
Encargado de la infraestructura en el sitio de desembarco quedó Sergio Buschmann (“Ricardo”), un actor de teatro y miembro de una familia acomodada. De frente amplia y cabello claro, Buschmann había vivido varios años en Buenos Aires, donde llegó a ser arquero de un equipo profesional de fútbol.
Como había que transportar las armas desde el punto de desembarco hacia escondites seguros, se formó una estructura dirigida por Claudio Molina, conocido como “El Rucio”, que antes del golpe de 1973 había recibido formación militar en la Unión Soviética. Molina era uno de los militantes con mejor preparación del PC en ese ámbito.
La seguridad en el punto de desembarco correría por cuenta de Juan de Dios Márquez, “El Pollo”, un ex estudiante de medicina en La Habana. Se había formado militarmente en Cuba, tras lo cual combatió junto a los sandinistas en Nicaragua.
Malbrich, “Pedro”, Buschmann, “El Rucio”, “El Pollo”. Los designados eran algunos de los mejores militantes con que contaba el PC para esta tarea de envergadura. El contacto se haría en aguas internacionales, a más de doscientas millas de la costa chilena, para luego transportar las armas al continente y almacenarlas en depósitos clandestinos. La operación parecía simple en el papel, pero la realidad -como se vería más adelante- sería bastante más compleja.
La ametralladora de Rambo
En los primeros meses de 1985, “Pedro”, Malbrich, “El Rucio”, Abelardo Moya y otros compañeros, recorrieron el norte de país, en busca de una playa apta. Después de centenares de kilómetros, se decidieron por Caleta Corrales, ubicada a unos siete kilómetros de Carrizal Bajo y a unos cincuenta de Huasco, en la desértica Región de Atacama. Era una zona escasamente habitada, con una pequeña ensenada en la que un pesquero pequeño podía ingresar sin problemas.
Definida la playa, “Pedro”, el jefe, le pidió a Sergio Buschmann, el actor, que montara dos empresas legales como fachadas. Nació así la Sociedad de Responsabilidad Limitada Cultivos Marinos Chungungo Limitada, orientada al cultivo de ostiones y la recolección de algas para la industria química. También se creó la empresa Productos del Mar. En estas firmas, que contaban con vehículos para transportar los ostiones y huiros, comenzaron a trabajar militantes de confianza.
“El Rucio” y un equipo de pirquineros construyeron numerosos barretines, que permitirían esconder las armas hasta que fueran distribuidas a otras zonas del país. También utilizaron socavones, minas abandonadas y casas cerca de las vías de comunicación y en Vallenar y Huasco.
Mientras se terminaban los barretines y las empresas realizaban sus en apariencia normales operaciones, la comisión militar del PC acordó con Cuba la fecha del contacto en alta mar.
La parte cubana de la operación sería ejecutada por el Departamento de Operaciones Especiales (DOE) del Ministerio del Interior cubano (Minint), bajo la jefatura del coronel Alejandro Ronda Marrero. El cargamento lo compondrían principalmente fusiles de asalto estadounidenses M-16, con su respectiva munición calibre 5.56 y su número de serie borrado, para evitar que se les hiciera un seguimiento si caían en manos equivocadas.
También formarían parte del envío lanzacohetes LAW, lanzacohetes RPG-7, ametralladoras Punto 30 y ametralladoras M-60 (el arma que utilizaba el actor Silvester Stallone como Rambo en su primera película). Por último, vendría un importante cargamento de C-4, un poderoso explosivo plástico fabricado en Checoslovaquia.
Pero los chilenos necesitaban un barco en buenas condiciones. El Chompalhue, un antiguo pesquero de alta mar, de casco de madera, fondeado en el puerto de Arica, fue adquirido con dineros del Partido a nombre de un capitán pesquero que militaba en el PC.
“Ni siquiera tenía la hélice”, relata “Tino”, un militante que había servido en la Armada de Chile y a quien se identifica con ese apodo porque nunca fue nombrado en las investigaciones judiciales. El barco necesitaba reparaciones urgentes, así como modernizar sus instrumentos de navegación.
Según “Tino”, pidieron ayuda a un profesor universitario, un ingeniero mecánico, “quien aportó con soluciones técnicas al trabajo de dos mecánicos de confianza”.
A toda máquina, el Chompalhue comenzó a ser modernizado.
El golpe de una ola
A mediados de diciembre de 1985 los preparativos se intensificaron. Entre el 20 y el 22 de diciembre llegó a Arica “Pedro”, el jefe, para explicarle a los futuros tripulantes del barco la naturaleza de la misión. Poco antes había llegado el “Loco” Ruilova, un comunista que había combatido a los “contras” en Nicaragua, y que sería muy importante en los hechos relatados. Se estableció la tarde del 30 de diciembre de 1985 como el momento para el encuentro en alta mar.
En la noche del 23 o 24 de ese mismo mes, nadie recuerda bien, el Chompalhue terminó sus reparaciones y zarpó desde Arica a Chañaral. La tripulación estaba compuesta, entre otros, por el capitán José Astorga, “Pancracio”, “Lalo” y “El Caliente”.
“Tino” y “Pedro” no se embarcaron. Cenaron esa noche en el Club Español de Arica, donde este último hizo gala de sus dotes como amante de la buena mesa y los vinos de calidad. La mañana de la Navidad de 1985 los dos iniciaron su retorno por tierra.
Se separaron en Antofagasta. Mientras “Pedro” regresó a Santiago, “Tino” golpeó la puerta de una casa en una población antofagastina, entregó una clave y recibió cinco cajas, con las que abordó un bus a Chañaral. Las cajas contenían ecosondas, instrumentos para mejorar la navegación del Chompalhue.
Al otro día, “Tino” vagó por las calles de Chañaral con un ojo puesto en el muelle, donde pronto debía arribar el Chompalhue. Tal como estaba previsto, al mediodía se encontró con Alfredo Malbrich, el falso empresario, quien llegó a la ciudad en su flamante Toyota azul. Solo faltaba el barco.
Cerca de las 19.00, con varias horas de retraso debido a problemas técnicos, por fin entró al puerto la goleta. “Compramos seis o siete barriles de combustible para zarpar esa misma noche”, afirma “Tino”.
El contacto con el mercante cubano debía ser puntual, pero también tenía que estar presente Alfredo Malbrich. Desconfiados como eran, los cubanos del DOE no entregarían a nadie más las armas. Pero justo cuando el barco iba a zarpar, Malbrich no quiso subir.
Alegaba que alguien de la Armada podía verlo y sospechar porque su nombre real no figuraba en la nómina de la tripulación, como obligaba la autoridad portuaria. El capitán insistió: abordar el Chompalhue en el mar, desde un bote, sería imposible, pues era muy difícil que desde una lancha se lograra divisar una goleta por las olas y la curvatura de la tierra.
Malbrich se mantuvo firme. Y como jefe impuso su criterio: se embarcaría al día siguiente, desde un bote Zodiac. El lugar sería a algunas millas mar adentro, frente a Carrizal. Esta decisión de posponer el abordaje sería determinante.
El 28 de diciembre el Chompalhue navegó a la cuadra de Carrizal, donde debía abordarlo Malbrich. El tiempo estaba malo, había oleaje, y un fuerte viento con llovizna reducía la visibilidad. El barco comenzó a ir y venir entre dos puntos de referencia. Las esperanzas de hacer contacto con Malbrich se fueron diluyendo a medida que pasaron las horas.
En su libro Carrizal o el Año Decisivo (Santiago, 2005), el actual diputado y presidente del PC, Guillermo Teillier, cuenta que, a bordo del Zodiac, el encargado –Malbrich- y un viejo compañero al timón iban al punto de encuentro cuando una ola apagó el motor.
El viejo señaló –cuenta Teillier, en esa época jefe de la comisión militar del PC- que jamás encontrarán al Chompalhue, que aunque esté al lado no lo verán, y que con suerte saldrán de ahí con vida.
Fracasado el abordaje de Malbrich, “Tino” relata que “los tripulantes de la goleta discutieron sobre si seguir o no hacia el punto de encuentro con el mercante cubano, pero se dieron cuenta que sin el encargado no tenía sentido hacerlo”.
El Chompalhue regresó a Chañaral
Según Ulises Estrada, un importante ex miembro de la inteligencia cubana ya fallecido, “el barco con la gente del DOE llegó al punto, esperó el tiempo prudente, el contacto no se produjo, y debió retornar a su base”. Por las labores de coordinación con los chilenos, pues Malbrich debía ir a Cuba, y de chequeo sobre las inteligencias enemigas para evitar una posible detección, pasarían meses antes de que se dieran las condiciones para un nuevo intento.
La misión, cuidadosamente planeada, había fracasado. Debido al traspié, las armas no estuvieron disponibles para comienzos de 1986, como estaba previsto en el que sería el “año decisivo”. Esto significó que el Partido no pudiera aprovechar las coyunturas más favorables para una sublevación que se dieron a mediados de ese año: unidad opositora, disposición del pueblo a la lucha, apoyo internacional.
A la larga, el golpe de una ola sobre un Zodiac influiría en el destino de la política de sublevación del PC. Iba a ser una de las causas, no la única, de su derrota.
“¿De dónde sacaron esta carcaza?”
Sin nada que hacer, la tripulación del Chompalhue volvió a sus casas. Regresaron a Chañaral recién a mediados de enero de 1986. Al grupo se sumó el ingeniero y antiguo militante Manuel Santana (“Pancho”), quien relata que “gracias a un amigo capitán de puerto en el sur obtuve de apuro y sin más trámite una licencia de capitán de alta mar”.
El Chompalhue se trasladó a Caldera, donde empezó a pescar albacora para justificar su presencia. Como el capitán y su segundo eran conocidos de los responsables del puerto, no había problemas de seguridad. Así pasaron cuatro meses.
El 23 de mayo, el Chompalhue por fin zarpó. Navegó en medio de barcos de la Armada que estaban participando en la Operación Unitas, un ejercicio de guerra en que periódicamente intervienen armadas de América Latina junto a la Marina de Estados Unidos.
La tripulación la componían Manuel Santana como capitán; José Astorga, como segundo capitán; “Lolo”; Alfredo Malbrich; Mario Vega; “Pancracio”; “Javier”; “Tino”; el “Loco” Ruilova; “El Marino”, un técnico en navegación satelital; y “Lucas”, el radiotelegrafista.
Navegando tranquilamente, dos días más tarde llegaron al punto pre establecido para el encuentro con la nave cubana. “La calma era absoluta y el mar estaba sin olas”, cuenta Manuel Santana, capitán del Chompalhue.
De pronto, uno de los vigías divisó un punto en el horizonte que poco a poco se fue haciendo más nítido: era un barco grande y se acercaba. Cuando estuvo a tiro de piedra la nave comenzó a hacer señales visuales, y dio unos chasquidos con la radio.
No llevaba bandera y su nombre, “Río Najasa”, estaba cubierto. A bordo esperaba un grupo de hombres del Departamento de Operaciones Especiales (DOE) cubano, encabezado por el coronel Alejandro Ronda en persona.
Malbrich y el “Loco” Ruilova subieron al carguero. Poco después comenzaron a bajar las armas. Primero la bodega, luego la cubierta, los baños y hasta la cocina del Chompalhue, se repletaron de paquetes. Había entusiasmo entre los chilenos, a pesar de que Manuel Santana advirtió que estaban “sobrepasados en el peso, que si no alivianan, se hundirán”.
Algunos cubanos bajaron a la goleta. “Tino” recuerda que uno de ellos, mirando con asombro la embarcación, sólo atinó a preguntar: “¿De dónde sacaron esta carcaza?”.
Con vivas al Partido, a la revolución y cantando la Internacional, los chilenos iniciaron el regreso a Carrizal, cargados hasta el límite. Algunos pescados en la cubierta trataban de disimular la carga. Un militante armó un lanzacohetes RPG-7 y una ametralladora M-60 en la popa. Armas para la defensa en caso de cualquier eventualidad.
Horas después la radio comenzó a transmitir frases en clave que revelaron la presencia de navíos. En un momento apareció un destructor de la Armada chilena, navegando hacia el mismo rumbo. Rato más tarde un helicóptero sobrevoló la goleta.
La escuadra chilena seguía en maniobras por la operación UNITAS. Santana recuerda que “entre los tripulantes cundió la preocupación, empezaron a pensar en las más insólitas alternativas para salir del trance. Dispararle un cohete al destructor o que dejáramos subir a quienes se subieran a investigar (marinos chilenos) y tomarlos de rehenes. Pensábamos que íbamos a morir”.
Los marinos de la Armada, sin embargo, ni siquiera repararon en el mísero barquito. Pasaron a unas cinco millas y ni lo miraron.
No más yunque, sí martillo
En la playa estaba oscuro y casi no se veía nada. Hasta que alguien encendió una enorme fogata. “Era tan grande que podían verse hasta en Punta Arenas”, dice bromeando Patricio Ruilova, hermano de el “Loco”. El encargado de prenderla le había rociado más combustible del necesario. El Chompalhue se acercó hasta unos seiscientos metros de la orilla y un bote Zodiac salió a su encuentro.
Cuando el Zodiac regresó, los hombres comenzaron a bajar la carga.
“En fila india, de mano en mano, iban pasando bultos con fusiles y otras armas. Algunos militantes lloraban de emoción al comprobar que, por fin, el PC iba a dejar de ser ‘yunque, para ser martillo’”, relata Patricio Ruilova.
La labor era dura, cansadora. Hacía demasiado frío en el desierto nortino y estaban empapados con agua de mar. Las compañeras repartían café con malicia y atendían a los lesionados. La tarea debía terminar cerca del amanecer, para proseguir en la noche siguiente. Una improvisada estructura de madera y cartones construida cerca de la playa, que los hombres llamaban “El Ruco”, se fue llenando de armas. Con los bultos cubiertos, todo parecía normal.
Mientras tanto, la goleta Chompalhue se dirigió al sur hasta Carrizal, donde no llamaran la atención. Su tripulación pudo descansar. “llevaban 48 horas sin dormir”, recuerda Manuel Santana. En la caleta cubrieron la ametralladora M-60 con una lona, lista para disparar. Los hombres durmieron todo el día. Recién en la tarde levaron anclas y retornaron al punto de la noche anterior, para proseguir con el desembarco.
Mientras los compañeros de la goleta descansaban, los militantes de las empresas de fantasía, Chungungo y Productos del Mar, cargaron camiones con paquetes de armas que cubrieron con huiros y salieron a toda velocidad hacia los barretines. Algunas armas, imposible saber cuántas, fueron trasladadas enseguida hacia las regiones centrales del país.
El segundo desembarco
Sin que hasta hoy se sepa por qué, los responsables del PC chileno y sus colaboradores cubanos decidieron realizar un segundo desembarco de armas, por el mismo lugar, pero con un barco más adecuado. Para eso, el capitán Nelson Ascencio Pardo adquirió, con dineros del PC, el pesquero de alta mar Astrid Sue, una goleta de metal, moderna y con mayor capacidad que la sencilla Chompalhue.
La estructura de fachada en la zona de desembarco debió mantenerse; las empresas Chungungo Limitada y Productos del Mar siguieron con su rutina. Sin embargo, comenzaron las habladurías en el pueblo y sus alrededores. Esos hombres eran raros, no parecían gente de mar. En conversación con el autor, la entonces alcaldesa de Mar de Carrizal, Magaly Salinas, afirma que “la gente se fijaba en que los afuerinos andaban con grandes cantidades de dinero y no iban a prostíbulos, y pensaban que eran traficantes de locos”.
Para frenar los rumores, el mando permitió que fueran a divertirse a bares y prostíbulos. Al parecer esto no resultó: en el propio FPMR se comentaría años después que en una de esas parrandas algunos hablaron de más y hasta cantaron “la Internacional”.
En el libro Chilenas en Armas. Testimonio e Historia de Mujeres Militares y Guerrilleras Subversivas” (Santiago, 2009) la militante Ana Silva entrega un testimonio a la autora, Chérie Zalaquett. Silva, quien en la época del desembarco era jefa de zona de las regiones Tercera y Cuarta en el PC, dice que los responsables del desembarco fueron descubiertos porque “se mandaron tremendos condoros. Iban por ejemplo a Vallenar y cerraban las casas de putas para ellos solos. Gastaban mucha plata”.
Aunque estaban al tanto de las sospechas en el pueblo, de todas formas los jefes dieron luz verde al nuevo desembarco. El plan era el mismo. Así, el 20 de julio desde Huasco zarpó la Astrid Sue. Como responsable político-militar de esta expedición quedó el “Loco” Ruilova, conocido de la gente del DOE, lo que permitiría el traspaso de las armas en altamar. La moderna nave se portó de maravilla, pese a que enfrentó un fuerte temporal y a que regresó muy cargada.
En Carrizal esta vez las armas “fueron sacadas con mayor rapidez porque habíamos llevado más gente”, cuenta Patricio Ruilova.
Tiros en el desierto
¿Cómo fue que una operación minuciosamente planificada y ejecutada, fue descubierta en su fase final?
Según Krantz Bauer, oficial de Inteligencia del Ejército destinado en esos años a la CNI y encargado de la brigada que perseguía al FPMR, todo fue por casualidad. “Se rumoreó que la gente que había llegado (a Carrizal) podían ser contrabandista de locos. Este chisme llegó a la alcaldesa de mar de Carrizal Bajo, Magaly Salinas. Ésta se lo contó a la alcaldesa de Huasco, Gloria Nordenflycht, y ésta, en un viaje a Copiapó, pasó la voz a la esposa del intendente. Ella se lo dijo a su marido militar, quien ordenó a la CNI investigar el caso. Lo hizo sin darle importancia”.
A Carrizal llegó solamente un auto con un puñado de agentes de la CNI. Nadie pensó que sería necesario un enorme dispositivo de fuerzas de elite como se había hecho en el invierno de 1981 en Neltume, cuando comandos del Ejército ejecutaron la operación “Machete” y aniquilaron a militantes del MIR que habían montado en ese lugar un foco guerrillero.
El 6 de agosto de 1986, al lugar concurrió el jefe zonal de la CNI. Su chapa era “Ricardo Opazo (no conocemos su identidad verdadera porque el organismo represivo operaba con documentos falsos). Lo acompañaban nada más que tres de sus hombres. En “El Ruco” encontraron a tres frentistas y a un lugareño, tan confiados que dormitaban. Les bastó revisar las cajas para descubrir los fusiles M-16. También encontraron panfletos del FPMR y rollos de fotos. Una vez reveladas, en las imágenes aparecerían varios combatientes posando junto a las armas recién desembarcadas.
Sin disparar un solo tiro, los agentes capturaron al jefe de seguridad de la operación, Juan de Dios Márquez; y a Rafael Pascual y Pablo Flores. Todos fueron llevados en auto a Vallenar, amarrados.
Dos CNI se quedaron vigilando en “El Ruco”. De esta forma, más tarde capturarían a Ítalo Moya y a Gonzalo Valenzuela. Según el libro de Luis Heinecke, Verdad y Justicia en Caso Arsenales y Atentado Presidencial. Operaciones Subversivas Político-Militares Chile-1986 (una versión oficial de los aparatos de seguridad de la dictadura), al poco rato llegó al refugio Sergio Buschmann y observó, a lo lejos, a sus camaradas detenidos.
Buschmann regresó con tres compañeros armados. Ordenó a los CNI que liberaran a los prisioneros a la cuenta de tres y disparó el primer rafagazo. Se desató un enfrentamiento en el que Valenzuela, Moya, Buschmann y sus tres compañeros lograron escapar.
El vehículo de la CNI que llevaba a Vallenar a los tres primeros frentistas detenidos se cruzó en su camino con un jeep azul, donde viajaban tres frentistas y “Pedro”, el jefe.
Al llegar a Carrizal, el grupo se separó y comenzó el escape, algunos en auto y otros a pie.
Sergio Buschmann, el actor, junto a algunos de sus compañeros, huyó caminando por el desierto. De día dormían tapados con piedras; solo reiniciaban la marcha de noche. No tenían alimentos y el agua escaseaba. Finalmente fueron capturado cerca de la Panamericana. Fueron cruelmente torturados. En 1987 Buschmann se escaparía de la Cárcel de Valparaíso.
Otro grupo tuvo más suerte. Abordó un bote Zodiac y huyó por la costa varios kilómetros hacia el sur, hasta ponerse a salvo.
“A la cresta” el partido
Una noche en Caldera, los tripulantes del Chompalhue miraban las noticias en televisión. Un helicóptero mostraba un punto que bordeaba la costa: Carrizal. El periodista informaba que se había descubierto una escuela de cuadros y un gran cargamento de armas del PC. El capitán, Manuel Santana, recuerda que salió de inmediato a hacer una llamada de emergencia y que ordenó que “todos tuvieran sus cosas listas para irse”.
Cuando regresó, había distintas opiniones. Un compañero sostenía que había que esperar las instrucciones del Partido. Pero él corta la discusión:
“En esta situación el Partido se puede ir a la cresta. Hay que salir de aquí inmediatamente”.
Minutos más tarde un furgón Suzuki cargado de hombres emprendió rumbo al sur. Los tripulantes del Chompalhue lograron llegan ilesos a Santiago, donde se ocultaron. Tiempo después abandonaron el país. Habían escapado, pero sus identidades se harían públicas en cosa de horas.
Malbrich, el falso empresario de la Toyota azul, no tuvo la misma suerte. Según relata a Ana Verónica Peña para su libro Fuga al Anochecer (Santiago, 1990), el 8 de agosto lo detuvieron en Vallenar, tras ser seguido desde una casa de seguridad a la que entró aunque no tenía puesta la señal de normalidad. Fue salvajemente torturado por un oficial de la CNI que usaba la chapa de “Téllez” y que exigía que entregara en lugar donde estaban ocultas las armas.
Claudio Molina, “El Rucio”, aquel militante formado en la Unión Soviética, logró llegar a Santiago. Fue apresado en una casa de seguridad en Las Condes. Lo esperarían crueles torturas, huelgas de hambre, una exitosa fuga desde la cárcel de Santiago en enero de 1990 y un exilio en Argentina que en abril de 20014 aún continuaba.
“Pedro”, el insaciable comedor y responsable máximo de Carrizal, también logró romper el cerco en el desierto. Luego de llegar a Santiago, salió meses después de país hacia Argentina y, desde allí, a Cuba.
El descubrimiento de las operaciones de Carrizal significó un durísimo golpe para la política de sublevación del PC. Se perdieron toneladas de armas y equipos. Decenas de sus mejores militantes quedaron detenidos y otras decenas tuvieron que exiliarse. Además, aliados históricos como el Partido Socialista Almeyda “se distanciaron del PC”, relata Raúl Díaz, entonces miembro de la comisión política socialista.
Poco después de Carrizal, el FPMR intentó ejecutar a Pinochet, mediante una emboscada de aniquilamiento en el Cajón del Maipo que también fracasó. Estos dos sucesos marcaron el fin del llamado “año decisivo” (1986), y terminaron con la sublevación comunista.
Un pub en Calama
A fines de 1986 en la Plaza San Martín, en el centro de Buenos Aires, unos hombres con el cabello color zanahoria comían pan con cecinas y bebían gaseosas. Tenían un inconfundible acento chileno. Su pelo había sido teñido con pintura de baja calidad, la que se destiñó con el paso de los días. Una medida de seguridad que en vez de mimetizarlos los resaltaba.
Cada día que pasaba el grupo crecía en tamaño. A medida que iban tomando confianza, se movían más lejos por el centro bonaerense. A veces iban a almorzar a unos comedores populares donde, por escaso dinero, podían alimentarse bien.
Los “zanahorias”, como ellos mismos se autodenominaron, era parte de los militantes que habían participado en las operaciones de Carrizal, y que debieron abandonar el país.
Algunos murieron en el exilio; otros aún viven en distintos países. Varios han regresado a Chile después de haber aclarado su situación judicial. Los que están de vuelta en el país suelen reunirse con frecuencia, para revivir las historias que los marcaron a fuego y que determinaron la derrota de la estrategia de enfrentamiento del PC.
En 2001, el antiguo pesquero de alta mar Chompalhue fue adquirido por un particular y trasladado hasta el sector de Topater en Calama, muy lejos del mar. Hoy funciona como pub. Entre pitchers de cerveza y piscos sour, los clientes ni siquiera sospechan que fue protagonista de la mayor internación ilegal de armas en la historia nacional.
Fuente: Los Casos de la Vicaría