El caso Penta, Caval y SQM han terminado por derrumbar la poca legitimidad y credibilidad que le quedaba al sistema político chileno. La participación política, los indicadores de imagen y aprobación de los gobernantes –presidente, ministros, coaliciones, jueces y parlamentarios- siguen en caída libre. La élite durante las últimas semanas ha emitido declaraciones alarmistas y preocupantes: “crisis terminal”, “crisis severa”, “esto no da para más”, estamos en “la UTI” o que “estamos peor que cuando se hizo el acuerdo MOP-GATE”.
¿Cómo salvar la institucionalidad y recuperar la credibilidad y la cada vez más escasa legitimidad del sistema político? es una pregunta recurrente que se ha instalado en las élites. La respuesta inmediata ha sido una agenda de probidad y transparencia. Sin duda, una medida insuficiente.
En términos generales hay que decir que la crisis actual es triple: de representación, de participación y de legitimidad. Y que para responder y explicar el ¿cómo se llegó a esta situación? hay que hacer un análisis de largo plazo en el que el sistema institucional fue incapaz de dar solución a las demandas que fueron surgiendo desde el plebiscito del ’88.
En rigor, las tendencias de cambio que iban surgiendo en la medida que la sociedad cambiaba se estancaban y se acumulaban. Lentamente, por tanto, se fue erosionando la legitimidad, debilitando la representación y desincentivando la participación.
Este largo período de 30 años hay que dividirlo en dos sub fases.
La primera, entre la coyuntura fundacional del ’88 y las reformas constitucionales de Lagos en el 2005 que termina con los senadores designados, restituye el poder civil sobre el militar –por lo menos, a nivel formal- y genera condiciones para el cambio electoral.
La segunda, se extiende entre la emergencia de Bachelet 1.0 con la tesis del “gobierno ciudadano” y el fin del gobierno de la Bachelet 2.0 en marzo del 2018. Solo, desde esta fecha entramos de lleno en la política y en el país del nuevo ciclo socio-político.
Esta segunda fase de 12 años se caracteriza por ser una forma de transición que tensiona el pasado “duopolico” y neoliberal con el Chile del nuevo ciclo socio-político que comienza a emerger con la Bachelet 1.0 y que adquiere fuerza y claridad con Piñera.
En consecuencia, la actual coyuntura dominada por el desplome de la legitimidad de los actores del poder es parte de una larga transición que se abre con Bachelet en el 2005/2006 cuando se instala en el gobierno “una mujer” con toda una épica asociada, cuando comienza una escalada de movilización social –de corte laboral-, cuando emerge la demanda estudiantil con la “revolución pingüina”, cuando salen a la calle 40 mil mujeres reclamando por el derecho a la píldora del día después y cuando se acelera la descomposición de la Concertación para terminar a finales del 2009 con un quiebre de proporciones –expresado en dos candidaturas- y con una derrota política y electoral humillante.
Este proceso de transición se prolonga y profundiza con Piñera.
En esta fase se levanta con fuerza y legitimidad la demanda ciudadana; expresada, en la movilización estudiantil, regional, ambiental, en la diversidad sexual y en las libertades ciudadanas. En consecuencia, desde agosto del 2011 el proceso de transformación y agotamiento del Chile del “consenso neoliberal” y su correlativa configuración del poder se acelera.
En el gobierno de Piñera no sólo se profundizan las tendencias de cambio –que se vienen manifestando desde fines de los noventa-, sino también se reformula la Concertación, comienza la crisis actual de la derecha y se instala con fuerza y legitimidad la “era de las reformas” contra neoliberales.
Desde ese momento se rompe el cerco duopolico.
La última fase de esta transición se abre en marzo del 2014 con la Bachelet 2.0. Se trata, en lo grueso de un período que está dominado por un conjunto de reformas y hechos que terminarán por modificar la configuración nacional del poder: nuevos temas, nuevas demandas, nuevos rostros, nuevos estilos, nuevas generaciones, nuevos actores políticos y sociales y movimientos sociales.
Vemos, por tanto, que estamos en los últimos momentos de una larga transición que marca el paso de una “democracia desigual” a una “democracia ciudadana”, de una “economía de mercado desregulado” a una “economía de derecho” y de una “cultura conservadora” a una “cultura plural y diversa”.
En este contexto se ha instalado el “triángulo de las Bermudas”: Penta, Caval y SQM. Los hechos que constituyen este núcleo de conflicto van a terminar por decapitar el sistema de poder que ha dominado los últimos 30 años y re-definir la configuración nacional del poder.
En consecuencia, el derrumbe de la legitimidad de los actores de la política, de la economía y de la ideología genera las condiciones políticas para que emerjan dos hechos políticos y sociológicos de suma importancia para re-valorizar la política y relegitimar la democracia: el surgimiento y consolidación de nuevos actores de la política y la instalación de un nuevo pacto político constitucional que legitime la nueva configuración del poder y termine por consagrar el nuevo ciclo político.
Mientras el primero tiene que ver con el relevo de la élite duopolica -y su brazo ideológico y económico-, el segundo tiene que ver con una nueva Constitución vía Constituyente.
En este contexto las nuevas fuerzas políticas que se expresan en nuevos liderazgos, partidos, movimientos, fundaciones, centro de pensamiento, ONG, actores sociales y ciudadanos tienen el objetivo político de liderar el proceso de re-encantamiento no sólo por medio de nuevos rostros y estilos, sino también con “relatos” que se conecten con las demandas de los “nuevos tiempos”.
Finalmente, el nuevo ciclo político requiere para su consolidación y plena expresión un nuevo pacto político: una nueva constitución. Sin embargo, este “pacto político” que debe responder a la nueva configuración del poder no puede ser realizado y conducido por los mismos que hoy han perdido legitimidad y tienen al sistema político en una situación de “alta vulnerabilidad”.
Por ello, el camino de la constituyente se convierte en una poderosa fuente de re-legitimación y de fortalecimiento democrático.
De este modo, el relevo de la élite duopolica y una nueva constitución de corte constituyente son las dos condiciones necesarias para la “re-legitimación” de la política. El fin del binominal, la nueva forma de financiar la política y la “agenda de la inclusión” abre grandes posibilidades para potenciar este movimiento de los “nuevos”.
Pero, como esto es política “los viejos” querrán mantener sus cuotas de poder y sus privilegios asociados. A su vez, “los nuevos” están obligados a luchar por lo suyo. En política nada se regala. Y como en toda época las fuerzas conservadores y regresivas se tensionan con las fuerzas progresistas de los nuevos tiempos.
(*) Sociólogo, Analista Político especializado en monitoreo legislativo
Fuente: Blog del autor