por Paul Walder (*).
Los estudiantes secundarios han vuelto a las calles y a remecer el clima ya de por sí movido. Lo hicieron la semana que antecedió al estallido del 18 de octubre pasado con el llamado a evasión masiva en el pago del metro, y esta semana con el llamamiento a boicotear la Prueba de Selección Universitaria (PSU).
Si la primera convocatoria detonó la mayor crisis social de la historia moderna de Chile, la de esta semana apunta a abrir aún más los debates, desarmar nuevas barreras de la institucionalidad e instalar nuevas demandas.
Si alguien creyó que alguna base, viga o pilar del andamiaje neoliberal se podía salvar, está muy errado. Con el mismo discurso claro y sólido del 18-O, que derribó las barreras discursivas que contenía el régimen de mercado, esta vez han desarmado la piedra angular del mercado de la educación.
La PSU es una especie de bisagra entre la educación secundaria y la superior, ambas, si no de lleno, en los cauces del comercio y el lucro.
Un examen para medir conocimientos que en los hechos mide y reproduce la estructura social de uno de los países más desiguales no solo de la región sino del planeta.
La prueba se sostiene por el entramado de negocios que es la educación básica y secundaria y sus accesorios, desde talleres, tutores, psicólogos a caros preuniversitarios, y sobre la PSU toda la educación superior privada y privatizada.
Una área fundamental para el modelo de mercado ideado durante la dictadura y engordado por todos los gobiernos posteriores.
De esta maquinaria reproductora de la desigualdad goza toda la clase política y todas las elites. Desde la ultraderecha a todos los progresismos que forman parte de los establecimientos, que han hecho de la academia mercantilizada espacios de poder e influencia.
Y es precisamente por esto que esta nueva irrupción de los más jóvenes ha incomodado otra vez a las elites. Aquella expresión “no es la forma” de protestar hoy se oye desde las derechas a los progresismos con intereses en la gran maquinaria de la educación.
Las nuevas manifestaciones de los estudiantes reitera, por si alguien no entiende o no quiere entender, la magnitud de los problemas sociales en Chile que se gestan desde la cuna con un sistema educacional comercial que no hace otra cosa que reproducir y amplificar.
Este es el discurso de los secundarios, que viene y busca demoler el negocio de la educación cuyo principal rasero es el dinero. Y en este diseño, la PSU es símbolo y máxima expresión de una sociedad oligárquica y endogámica.
Familias de elites, de controladores, de propietarios industriales y terratenientes por sobre la gran masa subalterna que ha de endeudarse, cuando puede y para fruición del sistema financiero, para estudiar.
Los estudiantes movilizados han logrado en estos días radicalizar y tensionar los debates. Romper aquel sentido común basado en los discursos hegemónicos neoliberales y en intereses personales y corporativos.
Una nueva presión de millares de jóvenes y adolescentes, tal como en octubre, desestabiliza el lábil escenario que la clase política ha intentado mantener en estos meses a través de acuerdos secretos, falsas reformas y una desatada violencia policial.
La nueva irrupción de los más jóvenes amenaza con derribar estos muros de contención levantados desde noviembre por toda la institucionalidad política pero sin apoyo del pueblo movilizado.
El proceso constituyente, que tiene fecha de inicio el 26 de abril con la convocatoria a un plebiscito, puede caer ante la intensidad de las nuevas movilizaciones y los nuevos debates, que descubren otra vez el tremendo abismo entre la clase política y sus intereses y las demandas de la población.
(*) Periodista, director del portal Politika.cl