sábado, mayo 4, 2024
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Procesan a Asesino de Oficial que Liberó a 68 Extranjeros en 1973

El juez Mario Carroza procesó al ex teniente coronel del Ejército,  David Reyes Farías, quién días después del golpe militar de 1973 asesinó de un tiro en la cabeza a otro oficial que había liberado a 68 prisioneros bolivianos y uruguayos que estaban recluidos en el Estadio Nacional, el ex mayor al mayor Mario Lavanderos Lataste.

La resolución fue dictada por el juez especial Mario Carroza, de la Corte de Apelaciones de Santiago, quien sometió a proceso al teniente coronel retirado David Reyes Farías, quien en octubre de 1973 asesinó de un balazo al mayor Mario Lavanderos Lataste.

Este último estaba a cargo de la sección “Extranjería”, del Estadio Nacional, que en los primeros meses de la dictadura de Augusto Pinochet fue utilizado para encerrar a millares de partidarios del derrocado gobierno de Salvador Allende.

En ese contexto, el día 17 de octubre Lavanderos liberó a 55 ciudadanos uruguayos y a trece bolivianos que estaban detenidos en el recinto deportivo, a quienes puso bajo la protección de la embajada de Suecia en calidad de refugiados.

Al día siguiente por la noche, Lavanderos fue increpado en la Academia de Guerra del Ejército por Reyes Farías, quien al cabo de una discusión le descerrajó un disparo al mayor, con el cañón de su pistola apoyado sobre el lado izquierdo del labio superior, según señala la resolución.

El herido, de 37 años, fue trasladado al hospital Militar de Santiago, donde falleció durante la madrugada siguiente.

Según el informe de la Comisión Rettig, que en 1991 certificó las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura, el mayor Mario Lavanderos Lataste fue víctima de violación de derechos humanos cometida por agentes del Estado.

Memoria Viva: Quién era Mario Luis Iván Lavanderos Lataste

Mario Luis Iván Lavanderos Lataste: 37 años, soltero, Mayor de Ejército, muerto el 18 de octubre de 1973 en Santiago.

Mario Luis Iván Lavanderos Lataste murió ese día a las 3:15 horas, en el Hospital Militar, por herida de bala facio craneana, como acredita el Certificado Médico de Defunción otorgado por el Instituto Médico Legal.

El Protocolo de Autopsia, concluyó que «el disparo fue hecho con el cañón apoyado sobre el lado izquierdo del labio superior, con una trayectoria que va hacia atrás y arriba, con ligera desviación de izquierda a derecha».

De acuerdo con antecedentes del proceso que se inició por su muerte en la Justicia Militar, y antecedentes reunidos en la Investigación Sumaria Administrativa del Ejército, Mario Lavanderos murió por el disparo de un arma de fuego que pertenecía a otro oficial de alta graduación, mientras ambos se encontraban al interior del Casino de Oficiales de la Academia de Guerra.

En la resolución Nº1640/24, con la que se concluye la investigación administrativa, se dice que «el deceso del Mayor Lavanderos no ocurrió en un acto determinado del servicio, sino que se debió presumiblemente a un accidente cuyas causas no han sido posible determinar en forma fehaciente, por carencia de testigos».

Por su parte el dictamen del Fiscal instructor, en la causa rol 500/73, de fecha 29 de diciembre de 1975, concluye que «no se trata (ba) de un suicidio».

No obstante ello, ambas investigaciones fueron finalmente sobreseidas y archivadas, sin establecer responsabilidades en los hechos. Tampoco, pese a los esfuerzos de la familia, se les permitió acceso a los antecedentes reunidos en las investigaciones.

La Corporación tuvo acceso a algunos de estos antecedentes. De éstos se desprende que el Fiscal instructor de la causa judicial advierte en su dictamen que la explicación de los hechos, entregada por el oficial que se encontraba con el Mayor Lavanderos cuando ocurrió el disparo, no resultaron verosímiles y que éste, durante el interrogatorio, «adoptó una actitud altamente sospechosa»; los peritajes judiciales establecieron que el arma, de propiedad de este oficial, había sido limpiada después del disparo; y que las pruebas de parafina demostraban que en las manos del Mayor Lavanderos no había rastros de pólvora, prueba que no se le realizó a este oficial.

Por su parte, en las declaraciones de los militares que llegaron al casino después del disparo se asegura que el señalado oficial pretendió evitar que el personal de la Guardia diera cuenta del suceso, a tal punto que uno de ellos debió encañonarlo con su arma de servicio, para que los dejara informar del hecho a sus superiores.

Cinco días antes de su fallecimiento, el Mayor Lavanderos había sido designado para dirigir la Sección Extranjería del Recinto de Detenidos del Estadio Nacional.

En esa calidad, el 16 de octubre, había firmado un documento por el cual otorgaba la libertad a 54 detenidos de nacionalidad uruguaya que se encontraban en ese campo de prisioneros, los que fueron entregados al Embajador de Suecia. La intervención del Mayor Lavanderos en la liberación de estas personas ha sido consignado en distintos medios de prensa y libros, y corroborado por familiares del diplomático indicado.

En marzo de 1993, esta Corporación ofició a la Subsecretaría de Guerra, solicitando información relativa a la víctima. En oficio respuesta de junio de 1993, la Subsecretaría requerida señaló no haber recibido la información correspondiente del Comandante en Jefe del Ejército.

Considerando los antecedentes reunidos y la investigación realizada por esta Corporación, el Consejo Superior declaró a Mario Luis Iván Lavanderos Lataste víctima de violación de derechos humanos cometida por agentes del Estado.

Argenpress: ¿Quién y por qué se asesinó al mayor Lavanderos?

El 18 de octubre de 1973 fue asesinado el mayor de ejército del arma de infantería Mario Luis Iván Lavanderos Lataste en el casino de oficiales de la Academia de Guerra del ejército. Falleció instantáneamente a causa de un tiro de la pistola propiedad del entonces comandante de ejército David Reyes que le penetró desde el labio superior y le destrozó el cráneo.

En el instante de estos hechos Lavanderos se encontraba en posesión de su arma de reglamento enfundada en la cartuchera fijada a su cintura (revolver FAMAE calibre 32, cañón largo). Arma que se encontraba en perfecto estado de funcionamiento y también cargada con sus municiones respectivas.

Al momento de su muerte el mayor Lavanderos se encontraba en compañía del comandante Reyes quién bebía copiosamente como lo hacía desde mucho y que era algo normal en su vida privada y de casino, en cambio Lavanderos aunque le hacía compañía no probó alcohol alguno, cuestión que fue comprobada después por el médico forense.

Ambos oficiales estaban cumpliendo tareas del ejército después de ejecutado el golpe de Estado promovido por la burguesía chilena y los partidos políticos de tendencia derechista contra el gobierno del doctor Salvador Allende y ejecutado por las fuerzas armadas y policiales encabezadas por el entonces comandante del ejército (el cual hasta el día anterior al golpe fingió ser amigo de Allende) el general Augusto Pinochet Ugarte.

¿Quién era el mayor Iván Lavanderos y cuáles eran sus funciones al momento de su muerte? Iván Lavanderos Lataste era hijo de Idilio Lavanderos Villarroel, profesor de esgrima de la Escuela Militar Bernardo O”Higgins y Olga Lataste Collin empleada del Registro Civil cuyo interés era el estudio Jurídico y la poesía. Iván estudió sus primarias y el primer ciclo de humanidades en el Instituto San José -posteriormente Colegio La Salle – de Temuco.

Conforme al certificado elaborado por el ex director del instituto don Raimundo Barnés, Iván tuvo siempre un excelente comportamiento y fue un esmerado estudiante. Posteriormente, siguió sus estudios en la Escuela Militar hasta su graduación de oficial de ejército con el grado de subteniente el 10 de enero de 1954. Era un profesional de la carrera de las armas y muy interesado en la vida de montaña. Por esa razón se especializó en la Escuela de Montaña.

Siguió profundizando sus estudios militares en la Academia de Guerra del ejército ingresando a ella el año 1971. Sus estudios en la Academia se vieron interrumpidos por el golpe de Estado realizado en 1973 por las fuerzas armadas y carabineros encabezadas por el general Augusto Pinochet. Los que lo conocimos podemos atestiguar de sus valores personales. Era sencillo y amable con todo el mundo. Por esa razón era estimado por muchos de sus compañeros de armas y también por sus subordinados.

Después de realizado el golpe de Estado fue destinado a servir alrededor del 12 de octubre de 1973 como encargado de la sección extranjería del campo de prisioneros políticos que se estableció en el Estadio Nacional, lugar en el que fue testigo de los crímenes de lesa humanidad cometidos por los militares y la DINA, reemplazando al mayor Carlos Meirelles.

No sabemos con seguridad cuál fue su pensamiento en esos cruentos instantes, pero lo más probable es que se haya impactado con lo visto allí, como les ocurrió a varios oficiales y suboficiales de similares características a las de Lavanderos.

Políticamente Iván no se había definido claramente, pero por la influencia ideológica que existe dentro de las FFAA no parece que tuviera inclinaciones por lo que llamamos izquierda. Son muy escasos los individuos de las FFAA que realmente sienten inclinaciones políticas ajenas a su clase y no existen antecedentes sobre las inclinaciones de Iván. La gran mayoría de los oficiales están impregnados de la ideología burguesa, como casi toda la sociedad. Por lo que no es extraño que Lavanderos fuese también un hombre de ideas de derecha, es decir, impregnado de la ideología burguesa.

En un informe realizado por Lavanderos para la Jefatura del Estado de Emergencia antes del golpe (30 de junio de 1973), señalaba en un párrafo que: “Si los extremistas de la Unidad Popular persiguen el poder total del proletariado, no cabe duda que persistirán en la búsqueda de fórmulas que persigan la supresión de los pilares básicos del actual sistema de gobierno de la Nación”.

Ahora bien, una cosa es ser un hombre con ideas políticas de derecha o centro derecha y otra cosa muy distinta es ser un hombre socialmente insensible y desalmado como existieron en esa época dentro de las FFAA. Su sensibilidad lo llevó a elaborar una lista de ciudadanos uruguayos presos en el Estadio que luego entregó al entonces embajador de Suecia Harald Edelstam, reconocido simpatizante de la Unidad Popular y muy activo en rescatar prisioneros políticos de las garras del fascismo chileno.

El día anterior a su muerte, Iván se había entrevistado con el entonces comandante de aviación Leopoldo Hugo Moya Bruce (que se desempeñaba como secretario del general Herrera, jefe de la Oficina Coordinadora del Campamento de Detenidos) y éste dejó constancia que Lavanderos estaba muy preocupado y nervioso por haber hecho entrega de más de 30 prisioneros políticos de origen uruguayo a Edelstam explicándole al comandante Moya sus dudas si había actuado correctamente o no y se explicaba que lo había hecho para agilizar el procedimiento de liberación de ellos.

En las declaraciones prestadas frente a la fiscalía el comandante Moya habría manifestado que: “Lavanderos, por lo que conversé con él, eludió todos los procedimientos que existían con esta gente (refiriéndose a los prisioneros uruguayos) y los entregó el día 16 de octubre al embajador aludido, explicando su resolución diciendo que tenía la intención de agilizar el procedimiento.” La declaración del comandante Moya es reafirmada en cierta medida por su jefe inmediato en aquella época el comandante de grupo de la Fuerza Aérea chilena Napoleón Bravo que manifestó haber hablado ese día con Lavanderos y que lo encontró muy nervioso y que éste le habría mostrado una lista de ciudadanos uruguayos que según el comandante Bravo habría entregado por iniciativa propia al embajador de Suecia Harald Edelstam. Después, el comandante Moya negaría la entrevista.

No cabe duda que Moya se retractó de lo anteriormente declarado probablemente debido a presiones ejercidas por la institución armada a la que pertenecía, de otra manera es inexplicable su actitud. Años después, en Estocolmo, conocí a algunas uruguayas que habían estado presas en el Estadio y ellas me dijeron que habían hablado con Iván y le habían rogado que hiciese algo por liberarlas de ese infierno. Y según lo dicho por ellas, Iván les habría asegurado que algo haría, como efectivamente ocurrió. No puedo poner en dudas sus palabras por venir de personas serias que no tenían nada que perder o ganar al contarme eso.

En la revista APSI del 9 de septiembre de 1973, en un artículo sobre las actividades del embajador Edelstam se dice: “Un día, mientras Edelstam esperaba junto a la multitud que llegaba todos los días al Estadio a averiguar por sus parientes, un hombre se le acercó, le pidió fuego y le ofreció un cigarrillo mientras le hacía una señal con los ojos.

El embajador aceptó el ofrecimiento, dio media vuelta y fue al baño: el cigarrillo tenía un mensaje: cincuenta y cuatro uruguayos serían fusilados la mañana siguiente. Edelstam rompió el cigarrillo, lo dejó caer el el WC, tiró la cadena y pensó: ¿qué hacer? ¿Una audiencia con Pinochet o con Leigh? Imposible. Era tarde, llegaba la noche, había que actuar. Con su metro noventa y su serenidad se acercó a la oficina del mayor Lavanderos y comenzó a conversar con él. Hablaron y hablaron y de pronto le dijo sonriente: “Mire, usted no se ve especialmente feliz con este trabajo. ¿Qué le parece si le ayudo un poco y lo alivio de la responsabilidad que se va a echar encima con esos cincuenta y cuatro uruguayos?

La forma en que describe esta situación la revista APSI tiene un viso de irrealidad. Da la impresión que las cosas no pudieron ocurrir exactamente así, por cuanto en las FFAA y en una situación de guerra interna, en vigencia las leyes de guerra, parece improbable que Lavanderos hubiese aceptado tomar una iniciativa de este calado y exponerse a ser llevado a un tribunal militar en tiempos de guerra y ser condenado a ser ejecutado. Pero, probablemente algo hay de verdad en esto, pero no toda la verdad.

Lo más probable que ya se hubiese aceptado por el antecesor suyo, el mayor Meirelles, la entrega de los uruguayos pero faltaban algunas diligencias que Lavanderos las obvió. De allí su nerviosismo. Ahora bien, ¿por qué lo habría hecho? Con la autoridad que me da el haber conocido muy de cerca a Iván que fue mi jefe inmediato en la compañía de cazadores andinos de la Agrupación de Montaña del regimiento Rancagua de Arica, pienso que Lavanderos se sintió obligado a ayudar a salir del Estadio lo más pronto posible a esos prisioneros políticos. Iván era un hombre sensible y tal vez esa sensibilidad suya fue su perdición.

El día 17 de octubre de 1973 el mayor Lavanderos, como todos los días anteriores, al término de sus labores en la oficina de extranjería se dirigió al casino de la Academia de Guerra en donde se encontraban alojados muchos oficiales que cumplían labores administrativas o de inteligencia en los distintos recintos del ejército en Santiago. Llegó al casino cerca de las 21.30 horas y se sentó a una mesa en la cual se encontraban los siguientes oficiales: el teniente coronel David Reyes Farías, el mayor Moraga y el mayor Hormazábal.

Estos dos últimos se retiraron muy temprano a sus habitaciones quedando Lavanderos solamente en compañía de Reyes. Platicaron un largo tiempo después de comer mientras Reyes bebía alcohol en abundancia, cuestión que era ya una costumbre suya, en tanto que Lavanderos no bebió alcohol alguno, siempre estuvo totalmente sobrio. Todo esto último consta en el dictamen de la causa número 143 de la Fiscalía Militar y en la prueba de alcoholemia realizada por el médico forense. No era extraño que se hubiesen quedado platicando toda vez que ambos eran solteros y que Reyes era nada menos que profesor de la Academia en tanto que Lavanderos era alumno del III año y ya estaba por graduarse.

Alrededor de las 02.30 de la madrugada (ya día 18) el comandante Reyes le ordenó al asistente mozo Pedro Rivera, que los atendía, que se retirase a descansar. Este lo hizo así, pero en vez de irse a su dormitorio se tendió en el suelo detrás del mostrador de la cantina, seguramente para asegurarse de cerrar el local una vez que los dos oficiales se retiraran a sus habitaciones.

Cerca de las 03.00 horas se escuchó un disparo que despertó al asistente mozo y que motivó la entrada a la cantina del centinela del segundo piso el cabo 1º Francisco Lazar Muñoz seguido muy de cerca por el suboficial mayor de la guardia que reemplazaba al oficial de guardia a partir de las 24.00 horas.

Según declaración del cabo Lazar el teniente coronel Reyes le pidió que no diera cuenta del hecho (¿de haberlo visto intentando salir del casino?). Según lo declarado por el asistente mozo, vio al comandante Reyes tratando de colocarle una pistola en la mano de Lavanderos que yacía de bruces sobre la mesa en medio de un charco de sangre. Como consta en los documentos de la fiscalía ya Lavanderos se encontraba muerto cuando el mayor Hormazábal ingresó a la cantina sólo un momento muy corto después de escuchado el disparo.

En cuanto al cabo Lazar Muñoz. Este le solicitó autorización al comandante Reyes dar cuenta de lo sucedido. Parece ser que este cabo era el cabo de guardia y, por tanto, tenía la responsabilidad de despertar al oficial de guardia e informarle de lo sucedido lo que era parte de sus obligaciones. Considero sumamente extraño que le pidiese autorización a Reyes para dar cuenta de este insólito suceso.

Este suceso es muy insólito no sólo por el hecho mismo, sino también por la actuación y las conclusiones a las que llegó la Fiscalía Militar. La primera cuestión que se evidenció allí fue que la muerte de Lavanderos se produjo no por el arma de Iván (un revolver) que permanecía en su cinto, sino por el arma del comandante Reyes, una pistola Browning calibre 9 milímetros.

Inmediatamente se le hizo la prueba de parafina al cadáver de Lavanderos pudiéndose evidenciar que no había restos de pólvora en sus manos ni tampoco en la manga de su blusa militar, y tampoco de alguna huella dactilar suya en la pistola, sólo las del comandante Reyes.

Según Reyes el mayor Lavanderos se habría levantado de su silla y habría defundado el arma de Reyes para después empuñar el arma con ambas manos para enseguida dispararla apoyándola contra el labio superior izquierdo. Si así hubiese ocurrido las manos de Iván habrían dejado varias huellas dactilares, las cuales no existían. El orificio dejado por la bala de 9 milímetros no presentaba rompimiento o desgarramiento de la piel como habría de ocurrir al dispararse el arma apoyada como dictamina el sumario, por tanto el tiro fue hecho de cierta distancia y no existen casos similares de suicidas que lo hagan de esa forma.

No cabe duda que el disparo no fue hecho por Lavanderos. En cualquier investigación policial estas pruebas bastarían para detener preventivamente y enjuiciar al comandante Reyes como autor del disparo. Sin embargo, nada de eso ocurrió. Y lo más extraño (o tal vez no tan insólito en un ejército que había perdido el respeto a los derechos humanos y en donde se cometían toda clase de tropelías contra civiles y militares) es que a Reyes no se le hizo ninguna prueba de parafina para determinar si hizo o no uso del arma. Tampoco se le hizo la prueba de alcoholemia como habría sido lo correcto. ¿Se trata de una omisión producto de incompetencia, de un descuido, o de una omisión predeterminada por razones ajenas a la justicia?

Cualquier investigador serio que quiere cumplir estrictamente con sus funciones, al tomar conocimiento de estos lúgubres hechos, habría tomado en cuenta como un hecho resaltante y de importancia vital: que la muerte del mayor Lavanderos no fue hecha producto de su propia arma, sino por el arma de propiedad de su acompañante, cuestión que tendría que haberle dado un rasgo claro y concluyente a la investigación, de que su muerte no pudo deberse a su propia acción sino a la de éste u de otros individuos. Pero, si hubiese habido más individuos habrían sido vistos tanto por el asistente mozo como por el cabo y el suboficial de guardia.

Como es corriente en todos estos casos, el investigador militar verificó si en las manos del mayor Lavanderos había restos de pólvora y el resultado fue negativo lo que vino a determinar que su muerte no fue ejecutada por sí mismo, por tanto debía descartarse la posibilidad de un suicidio, además estaba la interrogante de ¿cuál sería la razón de un suicidio utilizando la pistola del comandante Reyes y no la propia, como es lo normal que aconteciese, sobre todo que él portaba su arma y ésta estaba en buen estado de uso y con munición? Y lo más extraño de la actitud del investigador militar fue que no se le hiciese ninguna prueba de restos de pólvora al comandante Reyes, como era lo lógico y normal en esos casos. Ya en esa actitud del investigador hay una pista importante a seguir y ¿cuál sería esa?

La que aparece más a la vista sería la intención de proteger al ejecutor y de evitar que saliesen a la luz pruebas de carácter determinante de su culpabilidad. Durante el sumario administrativo el comandante Reyes manifestó que había dejado su arma colgando enfundada en la silla en la cual estaba sentado y que se había ausentado al baño. Pero, ¿cómo es posible que acudiese más rápido desde el WC que se encontraba fuera del casino que el asistente mozo que se encontraba allí mismo y que lo vio intentado colocarle el arma en al mano a Lavanderos? ¿Sería acaso tan rápido que pudo salir del WC, recorrer más de 15 metros, entrar al casino antes que el asistente mozo se pusiese de pie? Además está la declaración del centinela del segundo piso que vio al comandante Reyes salir del WC y dirigirse al casino mucho antes de producido el disparo.

También aparece como muy extraño la forma de “suicidarse”. Tanto el lugar donde se habría dado el tiro como la forma de tomar la pistola para ejecutar la acción de disparar son extrañas a los casos de suicidio. Lo normal que acontece en los casos de suicidio es que se disparan en la sien o dentro de la boca. Existen casos de que también se disparan debajo de la mandíbula, pero no como se presenta el caso de Lavanderos.

El fiscal simplemente lo cataloga de un caso atípico. Más bien diría yo es un caso inverosímil. Otro asunto relacionado con el posible suicidio es la conducta del mayor Lavanderos ese día y los anteriores. Aun cuando estuviese nervioso llegó esa tarde al casino en buen estado de ánimo. Tanto así que pidió su cena como de costumbre y merendó como lo hace cualquiera que no tiene en mente darse un tiro. Además el lugar elegido para el posible suicidio no es lo que se acostumbra. Habría sido más normal su propia habitación y habría dejado algunas letras a su madre con quien tenía un estrecho contacto. Esa misma tarde le había dicho a ella que no se verían hasta el siguiente día por razones de servicio.

Llama también la atención que la pistola de Reyes que fue con la que se “suicidó” no presentaba manchas de sangre como era lo normal que ocurriese. Da la impresión que la pistola fue rápidamente limpiada y cuando el asistente mozo vio a Reyes daba la impresión de que éste quería poner la pistola en la mano izquierda de Lavanderos para dejar huellas o parecer que hizo uso del arma.

Es difícil pensar que en un caso de la importancia de éste, un investigador fuese a ignorar el carácter determinante de si el comandante Reyes usó o no el arma contra Lavanderos. Esa actitud es muy sospechosa y evidencia parcialidad y no ignorancia u otra cosa. O tal vez, respondía a una orden superior de dejar las cosas en la mayor oscuridad posible. Y para eso que mejor que dejar de investigar la posibilidad de la culpabilidad de Reyes.

Es comprensible, también, que si todo fuese un accidente o de una especie de juego entre oficiales ya maduros y responsables, la junta militar no diese a la luz un hecho de esta naturaleza por las consecuencias que este hecho podría acarrear en la opinión pública en momentos de las fuerzas armadas intentaban ganarse ésta. Pero nada de eso consta en ninguna parte. La reunión no tenía esas características.

Por otro lado, un asesinato o ejecución ordenada por la dictadura de un oficial intachable como era el Mayor Lavanderos, un oficial muy responsable y serio, al cual no podía atribuírsele hechos de carácter político partidista, tenía que ser encubierta y mimetizada al máximo para no alarmar al cuerpo mismo de la oficialidad joven del ejército, entre los cuales habían muchos que no estaban de acuerdo con las medidas trogloditas de falta de respeto a los derechos humanos tomadas por el dictador contra diferentes prisioneros y, por tanto, más aún si esas medidas se aplicasen a un mayor de ejército. Pienso que había que echarle el máximo de tierra al asunto y para cumplir con esa táctica evasiva, la investigación no debía mostrar indicios claros de asesinato u ejecución.

Por tanto, eso explica esa omisión que cualquier investigador en otras circunstancias no las habría hecho. Y lo lógico de pensar, y como una posibilidad de lo más natural, es que se le ordenase al investigador no profundizar la investigación o dejarla en suspenso como efectivamente ocurrió. Cabe también la posibilidad de que todo estaba preparado y sólo fuese un montaje de un asesinato camuflado.

De allí las habladurías que se corrían entre los oficiales y suboficiales en el Estadio Nacional al día siguiente de estos hechos, habladurías que confirmaban de la ejecución del mayor Lavanderos y no de accidente o de suicidio y que llegó de esa forma a oídos del entonces cónsul de Suecia Bengt Oldenburg que reemplazó al embajador de Suecia Harald Edelstam (personaje muy especial por su valor y decisión personal de prestar ayuda a los prisioneros y que simpatizaba con el gobierno de Allende) que había sido declarado “persona non grata” por la dictadura, el cual había tenido mucho contacto personal con Lavanderos por las funciones mismas del mayor en el Estadio Nacional. Incluso el comandante Espinoza, célebremente conocido por sus crímenes dentro de la DINA le habría dicho a Oldenburg en forma cínica que “Lavanderos había muerto esa madrugada y que se le había escapado un tiro en la cara”.

Pero lo más extraño es que la Fiscalía empieza a divagar y a tratar de encubrir los hechos que están a la vista y enuncia toda una serie de probabilidades absurdas y carentes de base renunciado a lo que ya es evidente. Desde un posible suicidio hasta la muerte ejecutada por un tercero inexistente. Y lo que está a la vista va perdiendo interés y los testigos dejan de tener influencia en las investigaciones y en el dictamen fiscal hecho sólo un mes después de la muerte de Lavanderos, declara como imposible de determinar cuál posibilidad es la más aceptable, solicitando sobreseer el caso como así fue aceptado por la justicia militar.

Pero los padres de Lavanderos no se quedaron tranquilos con lo establecido por el fiscal militar y por el fiscal administrativo e intentaron reabrir el sumario judicial y para eso se dirigieron al gobierno de entonces, dirigido por el fallecido dictador Pinochet y hasta la mujer de éste Lucía Hiriart sin resultados positivos. Pinochet se negó a recibir a los padres de Lavanderos y ellos sufrieron un calvario indescriptible lo que los llevó a una muerte temprana. La investigación sumaria administrativa realizada por el comandante Oscar Coddou demoró nada menos que 13 meses sin resolver nada.

Lo usual es que un sumario administrativo no dure más de tres semanas y se puede alargar hasta un mes y medio, aquí se trata nada menos de más de un año sin resultado alguno. La impresión que uno se forma es que no se trata de impericia o de falta de información sino de alargar al máximo el sumario, no comprometerse a aclarar los hechos y dejarlo todo en el olvido.

El sumario judicial encontró esa investigación incompleta y por lo tanto fue objetada en enero de 1975, sin embargo, el sumario administrativo quedó como estaba, y al igual que el sumario judicial, sin determinar culpabilidad, como si el comandante Reyes nunca hubiese estado presente en el lugar de los hechos.

En marzo de 2006 intenté sin éxito entrevistar a Reyes en el domicilio de su hermana en la ciudad de Rancagua en compañía de la periodista Pascale Bonnefoy y la sobrina de Iván, Priscila Lavanderos. Nos recibió sólo a través de la reja y se veía un poco nervioso, pero no manifestó querer hablar de este caso ya sea para disculparse o para reafirmar su inocencia, aunque yo le expresé que se trataba de dilucidar el “suicidio” de Iván. Más bien me dio la impresión de alguien temeroso de desenterrar esos delictuosos hechos. Me pareció ver a un hombre alcoholizado, aunque fuerte y de buena salud física, de cierta desfachatez y seguro de sí mismo, porque se sabía protegido por el sistema, por la institución armada a la que perteneció y por las actuales autoridades.

Pero, ¿está acaso resuelta la culpabilidad y lo que hay detrás de bambalinas en esta ejecución? Pienso que existen posibilidades de aclarar este crimen de la junta pinochetista, crimen en el que hay varios involucrados, desde el mismo hechor pasando por aquellos que han tratado de ocultar lo sucedido con divagaciones y sentándose en los hechos, en los testigos y en las evidencias.

Fuente: Memoria Viva

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