En los países en los que hay elecciones, existen normalmente dos partidos principales ubicados más o menos en el centro de las ideas de los electores del país. En los últimos años se ha producido una cantidad importante de elecciones en las cuales algún movimiento contestatario ganó las elecciones o por lo menos eligió una cantidad suficiente de representantes para que el partido gobernante necesite su apoyo. Las convergencias antisistema sacuden las elecciones. Algunas tratan de superar el capitalismo pero tienen poco poder. ¿Cómo no frustrar a la sociedad e influir en el orden mundial?
El último ejemplo ha sido el de la provincia de Alberta, en Canadá, en el que el Partido Nacional Democrático (NPD), participando con una plataforma cercana a la izquierda radical, inesperadamente alcanzó el poder detentado sin dificultades desde hacía bastante tiempo por un partido de derecha, los Conservadores Progresistas.
Lo que vuelve a este acontecimiento mucho más sorprendente es que Alberta está considerada la provincia más conservadora de Canadá y es el sostén del primer ministro del país, Stephen Harper, en el poder desde 2006. El NPD ganó además 14 de las 25 bancas en Calgary, bastión de Harper.
Alberta no es el único caso. El Partido Nacional Escocés (SNP) ganó las elecciones en Escocia habiendo sido históricamente un partido marginal. El partido de ultraderecha polaco Partido de la Ley y la Justicia derrotó al candidato considerado conservador y pronegocios, la Plataforma Cívica.
Syriza en Grecia, que desarrolló una plataforma antiausteridad, está actualmente en el poder y su primer ministro, Alexis Tsipras, lucha para alcanzar sus objetivos. En España Podemos, otro partido antiausteridad, está creciendo firmemente en las encuestas y parece hallarse en condiciones de dificultar o imposibilitar la permanencia en el poder del partido conservador, el Partido Popular. También la India está celebrando ya un año en el poder de Narendra Modi, que participó con una plataforma que desalojó a partidos tradicionales y dinastías de poder.
Estas elecciones contestatarias tienen siempre algo en común. En todas las campañas los partidos que sorprenden utilizan una retórica calificada de populista. Es decir, afirman que están luchando contra las élites del país que tienen mucho poder e ignoran las necesidades de las amplias mayorías de la población. Insisten en la necesidad de crear empleos, especialmente en aquellos lugares en que se manifiesta un gran aumento de la desocupación.
Además esos movimientos siempre destacan la corrupción de los partidos en el poder y prometen acabar con ella o por lo menos reducirla drásticamente. Con esos argumentos respaldan el cambio, un cambio real.
Sin embargo debemos observar más de cerca esas protestas. En modo alguno son todas iguales. Existe, entre ellas una grieta fundamental que se puede percibir en cuanto nos desembarazamos de su retórica. Algunos de esos movimientos contestatarios son de izquierda, como Syriza en Grecia, Podemos en España, el SNP en Escocia o el NDP de Alberta, y otros netamente de derecha, como el de Modi en la India o el Partido de la Ley y la Justicia en Polonia.
Los de izquierda encaran centralmente sus críticas en temas económicos. Su retórica y sus movilizaciones se basan en el sistema de clases. Los que están a la derecha se afirman principalmente en cuestiones nacionalistas, normalmente con un énfasis xenófobo.
La izquierda quiere combatir el desempleo generado por las políticas gubernativas incluyendo, claro, mayores impuestos a las grandes riquezas. La derecha quiere combatir el desempleo previniendo la inmigración en incluso deportando a los inmigrantes.
Cuando llegan al poder, tanto los movimientos de izquierda como los de derecha, descubren que es muy difícil cumplir las promesas populistas de sus campañas. Las grandes corporaciones disponen de instrumentos para limitar las medidas que las perjudican.
Actúan en nombre de esa mítica entidad a la que llaman “mercado” con el apoyo y la complicidad de otros gobiernos y de los organismos internacionales. Los movimientos contestatarios descubren entonces que si presionan demasiado el presupuesto del Gobierno se reducirá, al menos en el corto plazo.
Pero para las personas que los votaron el corto plazo es el lapso que permite seguir aprobándolos. El día de gloria y de poder de los movimientos de protesta corre el riesgo de hallarse muy limitado. Entonces “firman compromisos” que irritan hasta al más militante de sus partidarios.
No hay que olvidar que quienes apoyan un cambio de gobierno son siempre muy heterogéneos. Algunos son militantes que luchan por un gran cambio mundial y por el papel que sus países desempeñarán en dicho cambio. Otros están simplemente cansados de los partidos tradicionales que se vuelven reiterativos y poco sensibles. Algunos apoyan no seguir tolerando a gente tan ruin como la que está en el gobierno.
En síntesis, estos partidos-movimientos no son un ejército organizado, sino una alianza inestable y fluctuante de muchos y diferentes grupos.
A partir de esta situación podemos consignar tres conclusiones.
La primera es que los gobiernos nacionales no tienen todo el poder necesario para hacer lo que quieren. Se hallan totalmente restringidos por el funcionamiento del sistema mundial, que funciona como un todo.
La segunda conclusión es que mientras tanto algo se puede hacer para aliviar el sufrimiento de las personas comunes. Es posible tratando de reasignar la distribución de las rentas por la vía tributaria u otros mecanismos. Los resultados pueden ser solo temporarios. Pero una vez más quiero recordar que todos vivimos en el corto plazo y lo que podamos conseguir en él es una ventaja y no una desventaja.
La tercera conclusión es que si uno de esos partidos llega a ser un partícipe serio de los cambios en el sistema mundial no debe limitarse al populismo de corto plazo y comprometerse en cambio en acciones de mediano plazo para influir en la lucha global en este período de crisis sistémica y de transición hacia un sistema mundial alternativo, que ha comenzado y se halla en curso.
Solo cuando los partidos-movimientos de izquierda aprendan a combinar medidas de corto plazo para “minimizar el dolor” con esfuerzos de mediano plazo para influir en la lucha por un nuevo sistema, podremos albergar alguna esperanza de llegar a la salida que deseamos, un sistema mundial relativamente democrático e igualitario.
Fuente: Rebelión
Fuente original: Outras Palavras
Traducido del portugués para Rebelión por Susana Merino