A una semana de los ataques reivindicados por el Estado Islámico en París, que dejaron un saldo oficial de 129 muertos y más de 300 heridos, el gobierno francés comenzó ya su “blindaje” contra nuevos atentados y pasó a la ofensiva en Siria. Ya en la noche del 13 de noviembre, el presidente Hollande había declarado el estado de emergencia y el cierre de las fronteras, suspendiendo de hecho el tratado de Shengen en medio de la peor crisis de refugiados de la historia de la Unión Europea.
Al día siguiente, la policía belga irrumpió en Molenbeek, barrio popular y árabe de Bruselas donde supuestamente se habría planeado el ataque. El domingo 15 la aviación francesa retomó los bombardeos sobre la ciudad siria de Raqqa, bastión del Estado Islámico (EI), en función de las operaciones que ya lleva adelante hace meses junto con EE.UU. y la oposición siria para combatir al grupo terrorista y tumbar al gobierno de Bahar Al-Assad.
El lunes en Versalles, Hollande anunció la contratación de 5.000 agentes de policía más para blindar las fronteras y la marcha atrás sobre los recortes a las fuerzas de seguridad previstos hacía meses. Pidió al Parlamento la extensión del estado de emergencia por otros tres meses, la modificación del artículo 36 de la Constitución que regula el estado de sitio y del artículo 16 que limita los poderes del presidente de la República, además de confirmar oficialmente que “Francia está en guerra”.
Al día siguiente París pidió a la Unión Europea la aplicación del artículo 42 del Tratado de Lisboa, que prevé ayudas económicas y diplomáticas para un país miembro que se encuentre bajo agresión. El mismo martes el Kremlin admitía que el avión ruso caído el 31 de octubre en territorio egipcio con 224 personas a bordo había sido víctima de un atentado, tal como había reivindicado el EI unos días antes. El miércoles, la policía francesa irrumpió en el barrio de Saint-Denis donde se encontraban algunos de los presuntos terroristas. Una mujer accionó un cinturón-bomba y un hombre fue asesinado por las fuerzas de seguridad durante un allanamiento en el que fueron arrestadas otras siete personas. Ayer, la cámara de diputados dio media sanción a la extensión del estado de emergencia con amplísima mayoría, abriendo la puerta a la suspensión de las libertades y derechos civiles de los franceses en pos de la seguridad, medidas a las cuales Hollande se había opuesto con firmeza en el marco de la UE.
En el ámbito internacional, los ataques del viernes pasado también tuvieron fuertes repercusiones. En la reunión del G20 en Turquía, Putin y Obama acercaron posiciones sobre los bombardeos en Siria, aunque siguen las diferencias acerca de la continuidad del gobierno de Assad (aliado de Rusia) y la intervención por tierra. En el mundo se reavivaron las posiciones xenofóbicas contra la llegada de refugiados sirios. Marco Rubio, candidato a presidente de los EEUU en la interna republicana, aseguró en estos días que “pueden haber 1000 refugiados que llegan: 999 son pobres que escapan de la violencia y la opresión, pero uno de ellos es un terrorista del Estado Islamico”. Según él, EEUU debería dejar de acoger a refugiados sirios. Por su lado, su principal contrincante en la primaria, Jeb Bush, sugirió que EEUU sólo debería recibir a sirios cristianos, como ha declarado Polonia hace unos meses. Allí el nuevo gobierno de ultra derecha rechazó los acuerdos tomados hace pocas semanas sobre las cuotas de refugiados en la UE poniendo como excusa lo que sucedió en Francia.
Es decir, el variado y transversal frente de la seguridad a toda costa volvió a florecer junto con la iniciativa de los grupos terroristas. Y en su avance, comenzó también a jugar la carta de la sensibilización de masas, más allá de la proliferación de banderas francesas en las redes sociales. En los partidos amistosos disputados en la semana entre selecciones europeas, todos los equipos salieron al campo de juego acompañados por las notas de la Marsellesa, llevando la bandera francesa y respetando el minuto de silencio por las víctimas. La única excepción fue el partido entre Turquía y Grecia disputado en Estambul, donde el público turco abucheó el minuto de silencio al grito de “Allah es grande”.
En los últimos siete días abundaron las teorías acerca de una nueva guerra mundial contra extremistas islámicos, una confrontación entre “buenos” y “malos” que alimentó todo tipo de xenofobia y militarismo, tanto en Europa como en el resto del mundo. Sin embargo, un análisis un poco más profundo permitiría entender que la situación es mucho más compleja de lo que parece.
El día antes de los ataques de París el EI atacó el barrio de Burj el Barajneh, principal plaza fuerte de Hezbollah en Beirut, causando la muerte de 43 personas. Entre noviembre de 2014 y noviembre de este año hubo 49 ataques terroristas en el mundo reivindicados por el EI. De éstos, 10 fueron en Libia, 11 en Egipto, 7 en Yemen, 5 en Arabia Saudita, 4 en Bangladesh, 3 en Turquía y sólo dos en Europa, ambos en Francia. El del viernes es el primero luego de la proclamación oficial del Califato Islámico en una zona entre Iraq y Siria, una suerte de estado teocrático independiente al que todos los musulmanes del mundo deberían jurar fidelidad, con Abú Bakr al Baghdadi como líder. Aunque sea seguramente un reduccionismo, se podría acercar una primera explicación de los objetivos de este grupo a partir de entenderlo como un territorio en expansión y con vocación de someter a la mayor cantidad de pueblos posible, como explica Abu Bakr Naji en La Gestión del Caos (2014), uno de los pocos documentos ideológico-estratégicos que se han dado a conocer de EI.
Pero pensar al EI como una suerte de nación agresora y en expansión sería extremadamente superficial. Como explica el filósofo francés Étienne Balimar, en la revista británica Open Democracy, lo que estamos viviendo es una guerra que punta a hacer explotar “todas las cuentas pendientes del colonialismo y los imperios: minorías oprimidas, fronteras trazadas arbitrariamente, recursos expropiados, áreas de influencia contendidas, enormes contratos por la venta de armas”.
El EI intenta llenar aquellos vacíos de poder, las contradicciones sociales y culturales, los conflictos que existen adonde haya caos o barbarie -según cómo se traduzca el concepto de at-tawahoush-, que occidente creó en sus últimos dos siglos de civilización a lo largo del mundo. Es por esto que Francia, perpetradora de las más aberrantes brutalidades en todos los continentes, al igual que las potencias hegemónicas de un modelo civilizatorio europeo en abierta crisis, también son parte de este proyecto.
Las respuestas militaristas y securitarias de occidente son inútiles sin una profunda revisión del modelo de desarrollo humano internacional, hoy cuestionado inclusive por las mismas instituciones nacidas de él (OCDE, Banco Mundial, ONU, UE, etc.). La obtusa negativa de las fuerzas occidentales a incluir en el combate contra el EI actores fundamentales como Irán, Hezbollah, Hamas, Assad o los combatientes kurdos, protagonistas de una verdadera epopeya en sus territorios, se basan justamente en el rechazo a aceptar vías alternativas para el bienestar de los pueblos.
La crisis financiera, la debacle griega, la emergencia de los refugiados y, ahora, las respuestas militaristas y xenófobas al terrorismo, son síntomas de una crisis civilizatoria que, de no contar con la iniciativa de los pueblos a nivel internacional, puede causar más desastres que una supuesta tercera guerra mundial.
Fuente: Notas
http://notas.org.ar/2015/11/20/paris-y-las-respuestas-civilizadas-al-terror/