Un informe del banco Credit Suisse sobre la riqueza en el mundo en 2015 proporciona un excelente ejemplo acerca de cómo desinforma la prensa de mercado chilena sobre las «bondades» del modelo económico neoliberal. Cualquiera que lee la información, presentada de diversas maneras por la prensa chilena, queda con la idea de que la economía chilena supera a las de Argentina y Brasil, y que la riqueza en Chile ha aumentado en 171% en los últimos 15 años. Lo que no dicen, es que se trata de la engañosa trampa del PIB per cápita, pudoroso galimatías estadístico mediante el cual ocultan la desigualdad.
Los medios chilenos usan los títulos, bajadas y lecturas de foto de distintas maneras, pero siempre apuntando a lo bien que lo hace la economía chilena.
El Mostrador titula de la siguiente manera: «A la sombra de la desigualdad, la riqueza en Chile ha aumentado un 171% en los últimos 15 años». La Tercera prefiere destacar en el título: «Riqueza de los chilenos duplica a la de los brasileros»; aproximadamente la misma tónica de El Mercurio: «Riqueza promedio de las familias chilenas superan a las de Argentina y Brasil». Más aparatosa es el título del Diario Financiero: «Riqueza de los chilenos más que duplica a la de Brasil y cuadruplica a las de los argentinos».
Sin excepción, todos reproducen el siguiente párrafo del informe:
«Los autores del informe comparan la economía chilena con las de Argentina y Brasil y concluyen que el Producto Interior Bruto (PIB) de la primera crece a un ritmo más acelerado (34% superior al argentino y 22% por encima del brasileño), mientras que la inflación es menor.
La constatación más sorprendente tiene que ver con el «contraste de la riqueza doméstica» entre estos países, pues la de los hogares en Chile es «más del doble» que en Brasil y «cuatro veces más grande» que en Argentina.
Desde el año 2000, la riqueza por persona en Chile ha progresado en un 171% y está dividida casi en partes iguales entre activos financieros y bienes inmuebles.
Los activos del primer tipo se han expandido gracias a la baja inflación, mercados financieros bien desarrollados y un sólido sistema de pensiones.
En comparación con el resto del mundo, Chile tiene más personas en la horquilla de 10.000 a 100.000 dólares de riqueza y menos por debajo de 10.000 y por encima de un millón».
El párrafo de marras contiene varias inexactitudes que aparecen encubiertas al referirse a ingresos promedio.
Primero, las economías de Brasil y Argentina son mayores que la chilena, y están más diversificadas. Las economías más grandes crecen casi por definición de manera más lenta que una economía menor. El PIB chileno en un año con alto precio del cobre es muy distinto al de un año con ese precio a la baja.
Cuando el informe habla de activos financieros, se refiere a bonos, acciones, fondos mutuos y otros derivados, que sólo atesoran en Chile aquellas familias que tienen capacidad de ahorro, las cuales se ubican en el decil más rico. Y de ello se desprende la principal crítica al párrafo en comento: cuando se usan indicadores estadísticos basados en promedios, se oculta la desigualdad, lo cual no es trivial, pues hasta en los manuales de teoría económica neoclásica, la desigualdad es un comportamiento anómalo, o si se prefiere, una falla de mercado, que es necesario corregir. La teoría dice que con la competencia, pero en una economía monopólica y rentista, como la chilena, la competencia es poco más que un artilugio ilusorio.
Para que se entienda lo que aquí se quiere decir, por obra del azar, el mismo día se publicó una columna en The Clinic, de los investigadores Gonzalo Durán y Recaredo Gálvez, de la Fundación SOL, titulada «La excusa del PIB per cápita: El negocio redondo de la ANFP», en la que que analizan el alto precio de las entradas para el partido Chile- Brasil, a la luz de la justificación enarbolada por la ANFP, que se escudó tras un reciente informe del Fondo Monetario Internacional, según el cual el Producto Interno Bruto por persona en Chile llega a US$23.564 ajustado por paridad de poder compra, el más alto de América Latina.
El artículo señala en sus párrafos pertinentes:
«El análisis de la ANFP, ciertamente no considera una cuestión que a estas alturas debiera ser elemental: en contextos de elevada desigualdad, mirar los promedios conduce a lecturas que inevitablemente serán más propias de la realidad de la parte alta de la distribución de ingresos, de una realidad más cercana a los ricos. Revisemos 7 datos que complejizan el diagnóstico de la ANFP:
1. La mitad de los trabajadores percibe menos de $305.000 líquidos (Datos NESI 2014).
2. El 60% de los trabajadores percibe menos de $375.000 líquidos (Datos NESI 2014).
3. Los gerentes generales de grandes empresas, perciben una renta mensual
equivalente a 178 veces el salario mínimo (Estudio Mercer para datos de Gerentes Generales, 2015).
4. En Chile, el 1% más rico concentra el 33% de los ingresos devengados brutos (Estudio Banco Mundial, 2015).
5. El 0,01% más rico de Chile percibe rentas mensuales sobre los $450 millones (Estudio López, Figueroa y Gutiérrez, “La Parte del León…”, 2013).
6. El 50% de los chilenos, percibe menos de $5.000 al día (Datos CASEN 2013).
7. Hay más de 10,5 millones de Chilenos endeudados, y sobre 3,5 millones en situación de morosidad (Estudio USS-Equifax, 2015). Además, el 28% de los chilenos declara que sus ingresos no le alcanzan para alimentarse y deben endeudarse (Estudio OCDE, 2014)».
Con este panorama podemos constatar que el Chile que sirve de referente para la fijación del precio de las entradas al estadio, con certeza no es el mismo país en el cuál habita la inmensa mayoría de la fanaticada popular, quienes deben hacer malabares para llegar a fin de mes. Siendo muy concretos, adquirir dos entradas de $44.000 c/u equivale a gastar el 29% del sueldo mensual “mediano”. En el caso de 4 entradas, al 60%».
Esta manera de desinformar a la opinión pública mediante el uso de la manipulación estadística, no es neutral ni innocuo, desde el punto de vista político. Es la manera de naturalizar la anormalidad, y de anestesiar a la crítica. Los autores, Durán y Galves, lo presentan del siguiente modo:
«A propósito de los datos exhibidos, la inexorable conexión se encuentra en el sistema de crédito y el endeudamiento, que terminan siendo recursos obligados para la inserción social, en aspectos tan básicos como la recreación. Este circuito (bajos salarios -endeudamiento), emerge como un dispositivo clave para el disciplinamiento social.
En efecto, el cumplimiento de las obligaciones de pago exige, a lo menos, mantener un ritmo de ingresos constante, asunto que implica un sometimiento a las reglas bajo las cuales operan los espacios de trabajo. Por cierto, dicho ordenamiento, que somete, controla, disciplina y desposee, se plasma en lo que el Ministro del Trabajo de Pinochet, José Piñera, bautizó como el Plan Laboral de 1979.
Su plena vigencia al día de hoy, refleja la ausente democratización del debate laboral, y ello, se ha forjado mediante el distanciamiento de la participación colectiva en los espacios de reproducción de la vida, como el trabajo, y la despolitización de los espacios de toma de decisiones.
De esta forma la fijación del precio de las entradas viene a ser un botón de muestra de la lógica bajo la cual se han construido dos países dentro de un mismo territorio, y es que pese a lo radical que puede sonar lo anterior, podemos observar como la consolidación de las fronteras de la desigualdad cada vez resultan más evidentes, pues no se trata solamente del precio de las entradas, si no de quienes pueden acceder a esta recreación en vivo y quiénes deben esperar las transmisiones en su hogar.
Ambas circunstancias tienden a no depender de una decisión individual sino de los efectos generales de un modelo que constantemente se ha ido reforzando con el impulso de estrechas relaciones entre quienes se encuentran en los niveles de toma de decisiones y quienes buscan las máximas tasas de ganancia al mínimo costo.
El mismo “tema de mercado” que sirve de inspiración para la ANFP es el que implícitamente produce segregación de espacios sociales. Lo anterior, podría consolidarse si se concretan las intenciones del Canal del Futbol (CDF) en relación a tener los derechos de transmisión de la Selección Chilena con la consecuente mercantilización total de un espacio de recreación social como objeto de lucro.
Al final de cuentas, no solamente se trata de ir o no al estadio, sino también de la forma y criterios en que se toman decisiones vinculadas con dimensiones de la vida social como la educación, la salud, el trabajo, la recreación y otros.
Hasta ahora ha primado, por parte de agencias privadas y públicas, la desfachatez de argumentar que los cambios al modelo deben ser “prudentes”, para no arriesgar un éxito que está lejos de ser la realidad de un país donde prima la despolitización y desigualdad».