En un impactante testimonio, la abanderada de Chile para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, reveló que su padrastro, el pastor evangélico Ricardo Olivera, la violó repetidamente entre los 5 y los 17 años, mientras su madre nunca la apoyó ni dio relevancia a los abusos.
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La conocida deportista denunció los hechos el mes pasado a la Policía de Investigaciones.
El Movimiento por los Derechos Sexuales y Reproductivos (Miles) se mostró sobrecogido por los abusos y violaciones padecidos por la deportista Érika Olivera en manos de su padrastro:
«Valoramos profundamente el coraje de Erika para romper el silencio, después de tantos años de angustia y sufrimiento. Su relato es crudo y doloroso, está cruzado por continuas injusticias, por misoginia y por machismo exacerbado. Su historia refleja la realidad de muchas mujeres en Chile. Es muy sanador que Érika denuncie los abusos ante la PDI y públicamente”, señaló la directora de Miles, Claudia Dides.
Añadió:
«La violencia padecida por las mujeres proviene no sólo del atacante directo, sino también del entorno que es cómplice y encubridor de los mismos. La situación es dramática cuando quien encubre es tu propia familia, o peor, tu propia madre. Érika ha mostrado una perseverancia y fortaleza tan genuinas, como ejemplares y fuertes. Nuestra solidaridad con ella”.
«Esperamos que Érika lentamente sane su malestar. Lo importante es que ya comenzó a hacerlo al verbalizar y relatar lo sucedido. Estamos convencidas de que su relato ayudará a muchas mujeres que vivieron y están viviendo lo mismo. El mensaje es claro: por justicia y sanidad mental se debe denunciar”, puntualizó Dides.
El crudo relato de Erika Olivera
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“Debo haber tenido 5 años la primera vez que me abusó en el campamento. El dormitorio estaba empapelado con un mural rojo tipo kraft. Él mismo lo había forrado. El empezó mostrándomelo como un juego, con caricias y después fue avanzando”.
De esta manera la abanderada chilena para los próximos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro comenzó a relatar la dura infancia que vivió en manos de su propio padre.
“Esa primera vez no entendí lo que pasó. Era una niña. No cachaba nada. Él siempre decía que eso nadie lo tenía que saber. Pasó varias veces más”, sostuvo.
De igual manera, remarcó que “los lunes era el día más horrible (su madre iba a una clase de mujeres en la iglesia). Me acuerdo caminando hacia la puerta. Estaba sonada nomás. Tenía que llegar y aceptar. Tenía que pasarlo con él. Apenas tenía la oportunidad era llegar y llevar para él. Mientras yo no me pude defender, él hacía lo que quería conmigo”.
“A veces, en la noche, él iba al dormitorio nuestro y ahí molestaba un poco. Me tocaba cuando estaban mis hermanos. Pero generalmente la cosas se daban en el día, cuando mi mamá no estaba… Mi mamá llegaba en la noche y yo había estado llorando todo el día. Me demoré mucho en contarle”, confesó.
Además, contó que pasó el día que avisó a su madre sobre la experiencia que vivía:
“Ella me dijo que ojalá que fuera mentira, porque si era verdad que él me abusaba nadie me iba a querer, no iba a poder tener hijos ni familia”.
Pese a esto, aseguró que años después perdonó a su progenitora.
El deporte fue su válvula de escape, pero esto fue aprovechado por su padre para continuar los abusos. “Viví chantajeada mucho tiempo. Esto fue por once años, no había una semana que no pasara nada. Para ir a una carrera o un entrenamiento tenía que aceptar lo que él me decía: ‘¿Quieres esto? Sabes lo que tienes que hacer’. Él hacía una señal con el dedo, indicándome lo que iba a pasar, lo que íbamos a tener que hacer”, añadió.
Finalmente, indicó que días antes de cumplir 18 años fue la última vez que el hombre intentó agredirla sexualmente.
“Me levantó la mano, yo se la sostuve y él me forzó más. Me puse chora, me defendí y le dije que no me volviera a hacer eso nunca más. De la calle le grité: viejo de mierda. Mi mamá vio todo esto, para mi fue un gran paso. Él no volvió a violarme”, contó.
Días después abandonó su hogar.