domingo, diciembre 22, 2024
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Ocho Tesis sobre el Neoliberalismo

A pesar que desde los primeros años del nuevo milenio se vocifera el fin de la llamada Hegemonía Neoliberal, idea reforzada más recientemente con ocasión de la Crisis global por la que atraviesa el capitalismo hoy y que las posturas neoliberales convencionales reinantes durante las últimas décadas del siglo pasado ciertamente han sido desacreditadas -afortunadamente no desde la teoría abstracta sino desde las realidades concretas-, el neoliberalismo continúa su curso buscando consolidar “nuevos” referentes, sin extralimitar en ningún momento su identidad ideológica fundamental.

Desde que se anunciara su lanzamiento intelectual con la Sociedad Mont-Perélin más de medio siglo atrás y cuatro décadas más tarde de su aplicación in situ a nivel global, se hace necesario hacer un balance sobre el significado político económico y social-histórico sobre qué es y qué significa el neoliberalismo.

El actual trance crítico ha propiciado no sólo la reemergencia de discursividades (algunas de ellas) novedosas y alternativas sino también una reconfiguración al interior del neoliberalismo – en general inadvertida – pero que viene gestándose a través de la recomposición de la hegemonía del proyecto neoliberal (su ideología y prácticas) con el relevo de las posiciones ortodoxas, en su gran mayoría de inspiración leséferista (laissez-faire, laissez-passer, “dejar hacer, dejar pasar”) activándose la renovación del ideario neoliberal a partir otras perspectivas igualmente neoliberales pero heterodoxas.

Este sendero permitiría la reconstrucción del capitalismo neoliberal con el fin de enfrentar las vicisitudes que le plantean los nuevos tiempos y ante los cuales el extremismo ortodoxo no parece ofrecer ya respuestas viables, sobre todo, desde el punto de vista político-económico. Este trabajo intenta proponer 8 tesis generales en perspectiva histórica que sintetizan cambios y rupturas en el neoliberalismo para allanar diagnósticos prospectivos en torno a su superación.

Tesis 1. El Neoliberalismo, etapa “superior” del Capitalismo

Un análisis retrospectivo del neoliberalismo permite establecer dos precisiones en torno a su posible periodización en perspectiva histórica.

Por una parte y desde un abordaje de memoria larga, el neoliberalismo no sólo es la última etapa del capitalismo histórico hoy conocido, cronológicamente hablando. La expansión de los mercados, conocida como “globalización”, ilustraría la dimensión espacial-temporal de este punto y se ajusta muy bien a lo que Harvey actualiza, desde la “vieja” pero aún vigente proposición de Lenin, como nuevo imperialismo. Igualmente resulta ser la fase superior del sistema en sentido cualitativo.

El neoliberalismo es la etapa donde se verifica la más pronunciada exacerbación de las lógicas y contradicciones inherentes a la reproducción y acumulación incesante del capital. La explotación económica, la dominación política, la opresión social y la alienación ideológica, en todos los niveles y dimensiones que caracterizan – al decir de Wallerstein – la economía-mundo capitalista, encuentran al día de hoy y al mismo tiempo, su cenit y su ocaso.

La denominación coloquial que se le ha venido otorgado al neoliberalismo como “capitalismo salvaje” es tan consistente como descriptiva respecto de la progresiva mercantilización de la vida humana pero sustancialmente de la deshumanización del hombre (en sentido genérico) dentro del capitalismo. El salvajismo se propone como la impronta más distintiva de la actual fase neoliberal

1. Las condiciones críticas y las tendencias inéditas que actualmente muestra el sistema rebasan ampliamente el balance de tensiones históricamente conocidas durante toda la evolución del modo de producción capitalista desde sus orígenes.

Las implicaciones que se desprenden de la actual crisis del Capitalismo son radicalmente expresivas de la época de crisis civilizatoria que encarna el neoliberalismo. No hay que olvidar tampoco que la manera como se pretendieron sortear las crecientes contradicciones y la sobrevenida crisis del capitalismo de postguerra, especialmente, el agotamiento del Estado de Bienestar y el modelo de acumulación fordista a nivel planetario (principalmente en los países centrales pero siempre en correlación a las periferias capitalistas) fue articulada bajo la contrarevolución neoliberal.

Desde la década de 1970s y hasta el día de hoy, el neoliberalismo es, por antonomasia, la estrategia ofensiva del Capital (contra el Trabajo) y reacción, “salida” y “solución” ante la crisis estructural y global del capitalismo tardío. Inclusive, desde la perspectiva de las élites hegemónicas, la actual crisis plantea salidas no sólo en el marco del capitalismo sino peor aún bajo la profundización de las lógicas neoliberales, aunque, como se ha advertido poco, dependiendo de los ritmos y espacios, alrededor de un neoliberalismo nuevo, es decir, una versión de nuevo cuño.

Desde una aproximación de corta duración, de otra parte, y más allá que los orígenes del neoliberalismo pueden rastrearse de diferentes maneras a lo largo y ancho del siglo XX en su pretensión por “actualizar” el capitalismo liberal de antaño en tiempos contemporáneos y darle “solución” al trance estructural crítico capitalista, se sugieren dos momentos puntuales que informan la emergencia y la proyección sociopolítica del neoliberalismo en tanto – en términos de A. Sohn-Rethel – materialidad real, es decir, en abstracto y en concreto.

El primero, el año 1948, nacimiento in vitro del neoliberalismo con la fundación de la Sociedad de Mont-Perelin, cónclave intelectual y plataforma ideológica clave desde la cual se difundieron con posterioridad el pensamiento y las doctrinas neoliberales y, con este objetivo se promocionaron también distintos “tanques de pensamiento” (think tanks), centros de investigación, foros públicos y estrechos vínculos con “prestigiosas” universidades a nivel mundial; en segundo lugar, lo que podríamos denominar la emergencia in vivo del neoliberalismo, en 1973, una fecha en la que además existe un relativo consenso sobre el inicio de largo plazo de esta crisis por ser el año del shock petrolero mundial, entre otros hechos.

Más exactamente hablamos del 11 de septiembre de 1973, día del golpe de Estado contra el primer gobierno socialista elegido por voto popular, el del chileno Salvador Allende y período en el cual se desencadena una oleada de dictaduras cívico-militares en el Cono Sur de Latinoamérica y el Caribe en el marco del Plan Cóndor, iniciativa promovida por el gobierno de los Estados Unidos, a través de la Central de Inteligencia Americana (CIA).

Este acontecimiento marca la instalación de las bases del régimen económico-político neoliberal en la región (recuérdese las “asesorías” en materia de reformas económicas y sociales en Chile por parte de los llamados Chicago’s Boys y de las élites neoliberales globales, los padres del neo-liberalismo F.A. Hayek y, en el caso chileno, M. Friedman, lineamientos que luego serían “transferidos” a través de diversos mecanismos y presiones hacia los países vecinos) (Ramírez 2012).

Durante las décadas posteriores, la consolidación del neoliberalismo a nivel global, especialmente y entre otros, estuvo de la mano de otro plan, esta vez de carácter económico-político: el tristemente célebre “Consenso de Washington” – en su versión original de 1989 y en la de sus sucedáneos (Puello-Socarrás 2013) -, encarnado por los mal-llamados organismos multilaterales de crédito (stricto sensu son “unilaterales” en vista del unilateralismo que practican, casi sin ninguna excepción, subordinado a los intereses y dictados de Washington (2), como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Banco InterAmericano de Desarrollo.

Tesis 2. El Neoliberalismo es, ante todo, un Proyecto económico-político de clase y no solamente un programa de políticas públicas

El neoliberalismo no se agota ni se puede igualar directamente al Consenso de Washington (1989) – ni sus versiones sucedáneas -. Tampoco al programa específico de políticas económicas allí contenido, como muchos afirman “ingenuamente”.

Desde hace algún tiempo, es un error demasiado común asociar unívocamente al neoliberalismo con las políticas descritas por el Consenso, como si el neoliberalismo se limitara a un mero acontecimiento tecnocrático de orden exclusivamente “económico” (o mejor: economicista). Esta idea bastante difundida entre defensores y supuestos detractores del neoliberalismo si bien no es completamente errada – en tanto el Consenso es una de las traducciones históricas posibles del proyecto neoliberal – sí resulta altamente suspicaz ya que se plantea como uno de los argumentos por excelencia y usado – con ligereza – en las discusiones emergentes para insinuar una inexistente y actual época “post-neoliberal”.

Igualar el neoliberalismo a un programa de políticas, oculta o, en el mejor de los casos minimiza, su significado sociopolítico. Al neoliberalismo hay que analizarlo desde un punto de vista estratégico y, por supuesto, también táctico.

El neoliberalismo implica, ante todo, un Proyecto económico-político de clase (capitalista) el cual se ha venido expresando a través de una estrategia de acumulación (llamada común y colonialmente de “Desarrollo”). Sólo posteriormente el neoliberalismo se materializa en programas de políticas, tal y como lo evidencia el Consenso de Washington y sus variantes, los cuales representan, precisamente, su dimensión táctica.

La estrategia neoliberal, a diferencia del modelo anterior, se basa en específicamente en la sujeción y subordinación absoluta al Mercado (iniciativa privada que, en el mundo real, siempre es asimétrica) como el dispositivo de producción y reproducción social en sentido amplio. Bajo esta impronta se derivan la amplia gama de políticas públicas (económicas, sociales, etc.).

En este caso, por ejemplo, el neoliberalismo como estrategia se diferencia del anterior industrialismo orientado por el Estado, también conocido como el “modelo de industrialización por sustitución de importaciones” (comúnmente ISI de mediados del siglo XX). El modelo orientado hacia el mercado instalado entre los 70s-90s (hoy vigente) defiende a ultranza la “reducción del Estado”, en tanto actor sociopolítico, es decir, la menor injerencia del aparato de Estado rechazando a limine la intervención y la planificación estatal aunque es permisivo con la “regulación”, tres situaciones diferentes que últimamente se han confundido.

La especie emergente de “tercera vía”, el modelo estatal orientado hacia el mercado, prototipo “novedoso” del neoliberalismo en particular durante el nuevo milenio (y que se ajusta a las versiones neo-extractivista y, especialmente neo-desarrollistas que hacen eco en este momento en diferentes partes del mundo), no se diferencian en lo fundamental del neoliberalismo anterior, más que en lo superficial. Precisamente, en contraste con la incontestable hegemonía neoliberal de los 80s-90s, en el neoliberalismo del nuevo milenio se observan contrastes pero al nivel de las políticas públicas, económicas o sociales y, por el contrario, esta nueva versión garantiza la continuidad ininterrumpida de la estrategia de acumulación neoliberal capitalista.

En síntesis, el “alejamiento” de las políticas del Consenso (original) que ha significado frecuentemente la adopción adaptada de sus versiones sucedáneas – incluso, variantes del modelo extractivista y neo-extractivista, como lo ha mostrado recientemente Gudynas -, sin problematizar el paradigma de desarrollo no indica de ninguna manera una postura “más allá” del neoliberalismo como retóricamente se viene sosteniendo. Todo lo contrario.

Tesis 3. El Neoliberalismo es multidimensional, no sólo una cuestión de economía “pura”

Otra de las frecuentes desviaciones ha estado relacionada con la identificación del neoliberalismo como una apuesta exclusivamente económica. Esta posición exime – deliberadamente – identificar las múltiples dimensiones del neoliberalismo, entre otras – aunque, tal vez, la más sustancial – la insoslayable fuerza socio-política y la realidad como tecnología gubernamental (Foucault 2007). La comprensión de la actual crisis del Capitalismo, entre otras, ayuda a revelar el radical carácter multidimensional del neoliberalismo.

Alrededor de la Crisis Global hoy convergen, simultánea y estructuralmente, crisis específicas que permiten capturar la complejidad antes insospechada y que para este momento exasperan los límites mismos del sistema. El calidoscopio completo de esta Crisis en mayúscula está compuesta por ocho crisis “en minúscula”, todas ellas fuertemente interrelacionadas:

a) económica particularmente comprometida con aspectos financieros y en las finanzas públicas estatales y privadas;

b) energética con la escasez absoluta y relativa de las fuentes de energía cruciales para el funcionamiento del sistema y que se ilustran con el denominado “pico del petróleo” y con la insuficiencia paulatina de los minerales estratégicos del capitalismo como el carbón, cobre, etc. 3;

c) ecológica y socio-medioambiental de la mano de la explotación y depredación desmedida de los bienes comunales de la Naturaleza y sus implicaciones en las ecologías sociales y subjetivas – vía desposesión violenta de territorios, uno de los casos – las cuales son hoy reconocidas, incluso por los defensores del neoliberalismo;

d) biológica, tal y como lo plantea, entre otros Koumentakis, fruto de las mismas dinámicas de degradación, explotación y polución del planeta pero que afectan al cuerpo y la mente humanas en la forma de enfermedades crónicas como el cáncer, obesidad, diabetes en el mundo “desarrollado” mientras que en el “subdesarrollado” se expresa en desnutrición, hambrunas, etc.;

e) alimentaria con el aumento inusitado en los precios del consumo básico de alimentos debido a la financiarización de los mismos y también por la sustitución de la producción alimenticia para la producción de agrocombustibles;

f) ideológica y epistémica con el trance, hoy en trámite, de la pérdida – aunque también recomposición – de referentes basados en la hegemonía del capitalismo neoliberal y que se proyecta en los dispositivos de producción de saberes, conocimientos, técnicas;

g) política principalmente con la crisis de representatividad y de alternativas políticas; la oleada anti-neoliberal que recorre el mundo desde principios de la década de los 1990s, iniciando con la revuelta venezolana conocida como el Caracazo pasando por la insurrección neozapatista mexicana en Chiapas y las Guerras del Gas y el Agua en Bolivia, las rebeliones populares en Argentina y Ecuador hasta las protestas sociales contemporáneas en diferentes países de Europa y los Estados Unidos, la Primavera Árabe y los episodios contenciosos en América Latina – Chile, Colombia, últimamente en Brasil y Perú, entre muchos otros -, aleccionan la magnitud de esta crisis; y, por supuesto,

h) social y la sostenida devaluación de las relaciones sociales y de los niveles de vida, la profundización de la pobreza y el empobrecimiento de sectores medios, la miseria, la precarización; igualmente incidentes sistemáticos de represión, progresiva militarización – incluso, bajo dispositivos parainstitucionales – y terrorismo de Estado que atentan contra los criterios mínimos en términos de derechos humanos, bienestar social, etc..

Esta síntesis no deja dudas sobre la aceleración y magnitud de las lógicas y las contradicciones del capitalismo bajo su versión neoliberal.

La tesis que el neoliberalismo es que una cuestión más allá de la economía pura fue una cuestión abordada desde un principio en las discusiones de la Sociedad de Mont-Perélin4. Esta afirmación se encontraría bastante bien documentada por la hegemonía histórica de las posturas neoliberales en las ciencias sociales y humanas dominantes, en particular desde mediados del siglo XX.

En la ciencia económica contemporánea el dominio de los enfoques convencionales, a pesar de la creciente contestación y disputa epistemológica y académica más recientes, resulta evidente. En otras disciplinas como por ejemplo la Ciencia política (enfoques como el Neoinstitucionalismo) o la Administración pública (la Nueva Gestión Pública, New Public Managament) el convencionalismo aún goza de “buena salud” y expresa la pretensión imperialista del neoliberalismo en términos de la producción de saberes y conocimiento sociales y humanos (detalles en Puello-Socarrás 2008, 2010, 2011).

Tesis 4. El Neoliberalismo no es una ideología monolítica sino diversa y compleja

Otro de los errores sistemáticos en el análisis del neoliberalismo es la negación de su complejidad ideológica. Se lo interpreta comúnmente como si fuera una ideología monolítica sin llegar a identificar en este terreno su diversidad constitutiva y el calidoscopio de posiciones que lo constituyen (detalles en Puello-Socarrás 2008; Mirowski & Plehwe 2009).

Tradicionalmente se ha identificado al Neoliberalismo solamente con la cosmovisión que se deriva de la teoría económica neoclásica, referida siempre en genérico, sin notar que esa referencia convencional es vinculante únicamente con una de las corrientes de la escuela neoclásica, el contingente angloamericano.

Ciertamente, esta corriente ha fungido como la plataforma ideológica y el soporte epistemológico por excelencia que ha certificado (de manera unívoca y, por momentos, casi exclusiva) la reinstalación del espíritu liberal clásico en el marco del capitalismo contemporáneo.

Pero aunque la postura de yuxtaponer la escuela neoclásica y agotarla en su versión angloamericana no resulta del todo incorrecta, sí es muy limitativa. Sobre todo, al restringir las motivaciones (en términos de Gilbert Durand) que permiten comprender y reconstruir integralmente en qué consiste la ideología neoliberal, histórica y actualmente hablando. La opción hermenéutica y heurística de igualar el universo de la teoría económica neoclásica al neoliberalismo resulta entonces cada vez más impotente para acceder a las particularidades del proceso, especialmente en los detalles que expresa el neoliberalismo más recientemente.

Al examinar la complejidad del neoliberalismo, es decir, abordando los puntos de vista teórico-abstractos, sus prácticas históricas, sus fuentes económicas y sus afiliaciones políticas, ideológicas y sociales, establecemos esquemáticamente cinco referencias básicas en la evolución del pensamiento neoliberal esenciales para describir y descubrir sus principales traducciones, tanto en términos de las recetas públicas y las reformas políticas, económicas y sociales que impulsa como también los sujetos, agentes y actores que personifica:

a) La Escuela Neoclásica Anglo-Americana representada por la Escuela de Londres aunque más célebremente por las últimas generaciones de la Escuela de Chicago con M. Friedman a la cabeza. Esta variante instaló un tipo neo-liberalismo angloamericano que a lo largo del tiempo, paulatinamente y bajo una fuerte impronta usamericana, eclipsó los elementos anglosajones y bajo esta identidad apareció como la corriente ortodoxa al interior del neoliberalismo. Otras corrientes neoliberales, en consecuencia, fueron consideradas heterodoxas, subordinadas y menos influyentes dentro de la tópica neoliberal en general 5; En las Escuelas Neoclásicas Europeo Continentales, puntualmente la llamada

b) Escuela Austriaca o “de Viena” y sus sucesivas generaciones encabezadas por referentes como Mises y Hayek;

c) El llamado Neoliberalismo Alemán: el Ordo-liberalismo y la Escuela de la Economía Social de Mercado (ESM), posturas que defienden una renovación del liberalismo clásico – opinión en la que convergen con los austriacos – pero insistiendo en un liberalismo de “nuevo cuño” y descartando decididamente cualquier tipo de restablecimiento del “laissez-faire” del antiguo liberalismo, noción mucho más cercana al tipo de neoliberalismo ortodoxo angloamericano. Su tentativa se basa en la construcción de una economía organizada (regulada) pero nunca “dirigida” ó “planificada”. Admiten entonces la regulación estatal con el fin otorgar garantías absolutas para la libertad natural de los procesos económicos (lógicas de mercado). Aunque poco difundidas – seguramente debido al grado de “sofisticación” bajo el cual se han confeccionado y que obstaculiza su reconocimiento en los debates no especializados – pero no por ello menos importantes:

d) las Síntesis neoclásico-keynesianas, tanto la “primera síntesis” como la “nueva síntesis”, posiciones teóricas que armonizan los presupuestos neoclásicos con los de la teoría keynesiana, intentando “incorporar” elementos de la teoría de Keynes al interior del campo epistémico de la escuela neoclásica tradicional. Estas síntesis lograron renovar la teoría neoclásica en sentido estricto, colocando a Keynes vis-á-vis Wicksell y reintegrando en el universo de lo neoclásico las teorías de Marshall a Keynes (Puello-Socarrás, 2007). Sin embargo, se trata de un neoclasicismo “keynesiano”, aunque suene paradójico: ¡sin Keynes! (recordemos el anti-keynesianismo innato del neoliberalismo). Esta variante resulta tener una influencia fundamental en vista que las principales prescripciones y fórmulas neo-liberales, sobre todo, en materia de política económica (monetaria, especialmente) se han sustentado en la pretendida superioridad técnica y tecnocrática desde este horizonte; finalmente,

e) Las Síntesis Austroamericanas y Americano-austriacas las cuales combinan elementos de las corrientes angloamericanas y austriacas (gradualmente también se nutren de las claves propuestas por el neoliberalismo alemán). En el primer caso, privilegian los núcleos austriacos sobre los americanos (como en J. Buchanan y, más recientemente, E. Ostrom), y en el segundo caso, a la inversa, subordinan los elementos austriacos y exaltan los núcleos angloamericanos (como es el caso de las posturas de G. Becker o el Nuevo Institucionalismo Económico del tipo D. North) (detalles en Puello-Socarrás 2007)

No sobraría anotar que al interior del neoliberalismo, especialmente entre las dos corrientes de mayor peso y fuerza ideológica y teorética (la ortodoxia angloamericana y la heterodoxia austriaca y paulatinamente alemana) existen diferencias indiscutibles. Puntualmente, profundas discrepancias a nivel teórico, epistemológico, metodológico, etc. que se traducen en interpretaciones disímiles frente a diferentes tópicos: en materia de políticas, medidas económicas, el planteamiento y resolución de problemas socioeconómicos.

Sin embargo, lo destacable de este asunto es que más allá de las divergencias teóricas que existen al comparar posiciones ortodoxas y heterodoxas que, en abstracto, resultarían opuestas (casi antípodas aunque nunca contradictorias), ambas mantienen al unísono los principios generales del neoliberalismo y convergen -superando sus diferencias- en una unidad ideológica consistente que guía sus prácticas fundamentales.

Así quedó confirmado y registrado históricamente en distintos escenarios distintivos del proyecto neoliberal desde su fundación en la célebre Sociedad Mont Perèlin (y sus sucesivos foros intelectuales, académicos y políticos), en donde de Hayek (un neoliberal austriaco) a Friedman (un neoliberal usamericano) se determinó que, más allá del disenso abstracto, el neoliberalismo in extenso confluye políticamente alrededor de un acuerdo fundamental de principios “en concreto”, el cual – al decir del mismo Hayek – discute pero nunca cuestiona “ciertos conceptos básicos”, fundamentalmente la construcción de la Sociedad de Mercado (no sólo una “economía de mercado”). Para todos los neo-liberales, los problemas de la sociedad, las dinámicas públicas y las tensiones y conflictos societales deben ser sancionados y considerados unívocamente bajo una óptica individualista en el mercado.

Figura 1. Corrientes ideológicas del Neoliberalismo

Fuente: Puello-Socarrás (2008)

Tesis 5. El Neoliberalismo se conjuga en plural no en singular. Tipo(s) de Neoliberalismo(s)

Ahora bien, estrechamente vinculada con la tesis anterior, las confusiones más reiteradas al respecto se deben a la incapacidad analítica para identificar la existencia de tipos de neoliberalismo. En este caso, se debe afirmar que el Neoliberalismo se conjuga en plural y no en singular. Existen neoliberalismos que si bien se pueden enmarcar didácticamente bajo un concepto abarcador esta operación no debe ocultar su pluralidad constitutiva.

Sintetizando esta alternativa, podríamos decir que un primer tipo de neoliberalismo estaría más próximo a la profundización y radicalización de los argumentos neoclásicos usamericanos, y más lejano de los estilos heterodoxos (austriaco, alemán, etc.). En el debut de la época neoliberal, asistimos a la normalización de los referentes neoliberales cristalizados en torno a los criterios angloamericanos durante la etapa de los procesos de ajuste y de las denominadas “reformas de primera generación” observadas con particular ímpetu en las periferias.

Si se quiere, el primer neoliberalismo fue abiertamente usamericano. No obstante, recientes transformaciones al interior del proceso neoliberal y paralelo a nacientes configuraciones concretas (p.e. contrarreformas de segunda y tercera generaciones en el marco del proceso in vivo de construcción neoliberal a nivel global y también en razón a la crisis de referentes en medio de la Crisis) sugieren, en concreto, un segundo tipo de neoliberalismo en el cual los núcleos austriacos y alemanes del neoliberalismo vienen tomando paulatinamente una mayor relevancia, en detrimento de las versiones usamericanas. No sobra advertir, en todo caso, que las manifestaciones concretas del emergente neoliberalismo todavía cuentan con rezagos provenientes de ambas visiones, previniendo alguna clase de mixtura con cierta hegemonía “austriaca” la cual viene posicionándose espectacularmente.

Los rasgos que, precisamente, insinúan un tránsito al interior del neoliberalismo desde su versión ortodoxa americana hacia los referenciales austriacos-alemanes manifiestan las “críticas” (superficiales en todo caso pues no amenazan al neoliberalismo, por el contrario) y el relativo abandono de categorías antes centrales como el “hombre económico (puro)”, la ingeniería social, los modelos de competencia perfecta y “el equilibrio” para activar nociones más funcionales, ajustadas y versátiles como el individuo emprendedor, el “emprendimiento”, y la pretendida “racionalidad creativa” y también a través de nuevas formas de acción institucional (un ejemplo son las privatizaciones “implícitas” encarnadas por las asociaciones ó alianzas público-privadas, los llamados cuasi-mercados, etc.) (ver Puello-Socarrás 2008, 2010, 2011, 2012). Lo anterior es igualmente visible frente a la discutida cuestión estatal que también enfrenta a un neoliberalismo anti-estatista y un nuevo neoliberalismo que admite la regulación (oportunista) del Estado, aunque como la ortodoxia, es claramente anti-intervencionista, decíamos antes, dos cuestiones diferentes.

La profunda crisis de referentes intelectuales e ideológicos en los que se debate el (para hoy “viejo”) pensamiento neoliberal de la ortodoxia neoclásica y el debilitamiento de la hegemonía de los defensores a raja tabla de las tesis del absolutismo del mercado, incluso, en sus versiones más recalcitrantes confirman esta tesis. Pero también y al mismo tiempo refuerzan la sospecha que presenciamos el reciclaje de las “antiguas” ideas neoliberales y la puesta a tono de su pensamiento con los nuevos tiempos.

Las élites intelectuales hegemónicas del establishment propician hoy un tránsito – por ahora, débilmente advertido pero que poco a poco ha venido instalándose – al interior del pensamiento neoliberal, particularmente en la teoría económica, en lo que se denominaría un “novel neoliberalismo”, nuevo neoliberalismo.

Este tránsito tiene un correlato ideológico e intelectual que puede ser ilustrado con los detalles relacionados con los Premios nobel en economía en su historia más reciente. Tomemos uno de los tantos ejemplos: el caso de la Nobel Elinor Ostrom, el cual aplica casi para la totalidad de los premios adjudicados en este tema durante el siglo XXI, época del tránsito de la ortodoxia a la heterodoxia neoliberal.

Ostrom profesa un tipo de neoliberalismo que si bien hasta el momento ha permanecido en la sombra hoy emerge imperceptiblemente pero con fuerza. Sus posiciones teóricas abandonan relativamente los presupuestos tradicionales de la escuela neoclásica angloamericana, el neoliberalismo típico ortodoxo (por ejemplo, la idea del homo economicus), pero posiciona, al mismo tiempo, con parsimonia e ímpetu característico, las posturas de la escuela neoclásica heterodoxa (austriaca) retomando a los padres del neoliberalismo como Mises y Hayek quienes desde la década de los 70s – tiempo en que debutaron Buchanan y Tullock, promotores de la síntesis austro-americana – disfrutan de un enclave estratégico en las universidades de Usamérica. Su concepto de bienes comunes resulta más que ilustrativo de lo que afirmamos.

Los premios nobel en economía recientemente han dado un espaldarazo al tránsito desde las ideas de Friedman y compañía hacia una generación de conceptualizaciones “novedosas”, esta vez apoyadas en Hayek y sus seguidores, pues desde distintas voces se ha venido subrayando la necesidad de dejar atrás un neoliberalismo que ya se considera entre los mismos círculos neoliberales, anacrónico y obsoleto, para sustituirlo por otro neoliberalismo “actualizado”.

Las ideas neoliberales austriacas (y alemanas) parecen estar a la fecha “mejor capacitadas” – teórica, epistemológica, intelectual y, por supuesto, políticamente – para afrontar las necesidades hegemónicas del mundo social contemporáneo y del capitalismo tardío, con todo lo que ello implica. Desde luego, de lo que se trata es redimir al capitalismo neoliberal de su apremiante crisis.

Antes que presenciar entonces un declive inminente del pensamiento dominante lo que parece sugerirse hacia adelante tanto la contestación (vía crítica por parte de anti-neoliberales) como la reactivación del neoliberalismo, mediada por la circulación y el recambio de sus corrientes y élites ortodoxas por otras: heterodoxas (vía crítica por parte de los neoliberales mismos). Este giro también y contrario a lo que se cree, no debilita sino que podría rehabilitar y fortalecer todavía más los núcleos de la doctrina neoliberal y sus mundo-visiones. En el tránsito, insistimos, no se cuestionan los presupuestos básicos, ni mucho menos las posturas típicas de la mundo-visión neoliberal y que animan constantemente las tesis pro-mercado, por más de que se intenten presentar de otra manera.

Tesis 6. El Neoliberalismo no es estático sino dinámico y ‘resiliente’

Frecuentemente se concibe al neoliberalismo como un evento estático minimizando su resilencia6: resistencia ante los desafíos críticos (en particular, la crisis ideológica y epistémica) y capacidades de renovación y recomposición. En últimas, se desestima deliberadamente su dinámica. Por ello, complementando la errónea concepción del neoliberalismo como un programa de políticas y una ideología monolítica y singular, muchos analistas (y políticos que acuden retórica y estratégicamente y avalan tales posiciones) verifican cambios en las políticas y automáticamente concluyen la existencia de situaciones “más allá” del neoliberalismo.

De hecho, se habla del neoliberalismo como un acontecimiento del pasado renegando incluso de la evidencia de los hechos reales que actualmente recorren el mundo y que verifican – aquí sí – que, en medio de los indicios y pruebas sobre el creciente cuestionamiento al proyecto neoliberal, éste en sus aspectos esenciales continúa adelante y, como plantea el concepto de resiliencia, bajo esta situación de inconciencia entre las resistencias antineoliberales ya acumuladas, el neoliberalismo podría eventualmente salir mucho más fortalecido.

El avance de la llamada “globalización” neoliberal y de la ampliación de los mercados globales en los proyectos económico-políticos hegemónicos más importantes en la futura configuración de la economía capitalista (principalmente nos referimos a los múltiples Mega-Acuerdos/Tratados/Alianzas de “Libre Comercio”) son prueba de ello.

Como lo sosteníamos antes, las modificaciones tácticas al programa de políticas “en” el neoliberalismo no implican necesariamente transformaciones de la estrategia de desarrollo “del” neoliberalismo, la cual hasta el día de hoy – seguimos insistiendo -, por lo menos en su núcleo duro, continúa intacta.

La dinámica neoliberal ha promovido cambios y variantes en el programa táctico que encarnan sus políticas, siempre sintonizadas con distintos ritmos y coyunturas y asociadas a diferentes espacios y tiempos. El contraste de los acontecimientos y las tentativas neoliberales impuestos sobre la periferia: América Latina durante las décadas de 1980s y 1990s, por ejemplo, y los de los países centrales recientemente:

Europa y los Estados Unidos, en particular, después del shock financiero de 2007-2008, ilustran este punto. En medio de las convulsiones vistas durante los últimos diez años, sería impensable reproducir el “mismo modelo” de políticas de la década de 1990s en varios espacios (América Latina, es un caso) y, en este sentido, sería lógico esperar que, en medio del neoliberalismo, el plan de políticas haya sufrido cambios tácticos para ajustarse a los nuevos tiempos.

Esta operación ha sido realizada sin que sea necesario alterar su marco fundamental, es decir, la estrategia neoliberal. Sin embargo, algunos analistas absortos y bastante entusiastas siguen considerando una “paradoja” que las versiones más típicas de las políticas neoliberales (los llamados “ajustes ortodoxos” á la FMI) se apliquen hoy en los países centrales, planteando que en algunas periferias ese acontecimiento ha sido superado.

Desde luego, aquí es necesario hacer un balance cuidadoso entre estrategia y tácticas y relacionarlas con ritmos y magnitudes del proyecto neoliberal a nivel global y local. En ese sentido, los tránsitos del Desarrollismo de la ISI de postguerras hacia el neoliberalismo del último cuarto del siglo XX, y de éste hacia un supuesto nuevo estadio en los albores del nuevo mileno, habría que analizarlos más allá de un economicismo rampante y ponerlos en perspectiva de las relaciones de fuerza dominantes en el terreno concreto de la economía política.

Actualmente la convicción de que la prosperidad económica sólo puede ser obtenida mediante la sujeción al poder del mercado como paradigma es aún dominante. Incluso después de la crisis el discurso recurrente de las élites fue no abandonar estos convencimientos.

Por el contrario, y tal como lo plantearon la mayoría de líderes mundiales, entre ellos, Barack Obama (Estados Unidos), Gordon Brown (Gran Bretaña), Nicolás Zarkozy (Francia), Peter Steinbrück (Alemania), Dominique Strauss-Kahn (en su momento, gerente del Fondo Monetario Internacional; postura que continua la actual directora gerente Christine Lagarde), y regionales “críticos” del neoliberalismo anterior, como Dilma Rouseff (Brasil) o Cristina Fernández de Kirchner (Argentina), la idea es transitar hacia un liberalismo regulado (Susan Waltkins), un neoliberalismo pragmático (Fischer & Plehwe), es decir, un nuevo neoliberalismo (Puello-Socarrás) el cual, desde luego, debe retóricamente – por razones de productividad política y ante el desprestigio global del neoliberalismo vigente: su crisis ideológica y epistémica y la exacerbación de la alienación – encubrir su propia naturaleza7.

Resaltando tesis anteriores, el tránsito hacia un nuevo neoliberalismo confirma que la crisis del neoliberalismo en general es palpable en contra de “un” tipo de neoliberalismo (ortodoxo) y, las críticas neoliberales al neoliberalismo (corrientes heterodoxas) pretenden ser la vanguardia de su reconstitución. Sería útil ilustrar este punto, a través de la siguiente tabla en la cual se contraponen el viejo y ortodoxo neoliberalismo y su renovada versión heterodoxa relacionando cuatro criterios centrales: a) Presencia estatal; b) Desempeños de los Mercados; c) Balances y desbalances de la Sociedad; y, d) Raíces ideológicas, en ambas formas del neoliberalismo.

Tabla 1. Viejo y Nuevo Neoliberalismos

Profundicemos este punto a través de un par de ejemplos.

Discursos como el nuevo desarrollismo propuestos, entre otros, por Luiz C. Bresser-Pereira han venido contraponiendo la “ortodoxia convencional” (el neoliberalismo típico del Consenso de los 90s y que teóricamente iguala a “lo neoclásico”; ya sabemos que es un error, deliberado o espontáneo pero error al fin y al cabo) al “neo-desarrollismo”, según este autor, un paradigma alternativo al neoliberalismo.

No obstante, y como decíamos, en este caso, el neo-desarrollismo evita discutir el paradigma de desarrollo prevaleciente, y se limita a sustituir políticas económicas y sociales pero en el mismo marco del neoliberalismo, nunca más allá. En rigor, “la ortodoxia convencional” aludida no puede contraponerse a un “nuevo desarrollismo”. Lo ortodoxo se contrapone a lo heterodoxo, ya lo aclarábamos.

La oposición que convoca Bresser-Pereira con el nuevo desarrollismo precisamente es una “heterodoxia convencional”, como fácilmente puede inferirse de las “diferencias” que él mismo intenta ilustrar entre la ortodoxia y el supuesto neo-desarrollismo, un neoliberalismo heterodoxo. En una de sus obras al respecto: Macroeconomia da estagnação (São Paulo, Editora 34, 2007), esto es rotundo.

¿Por qué referirse a una teoría ortodoxa e igualarla directamente a la neoclásica como forma para trazar una frontera ante un (supuesto) nuevo modelo? En este, como en otros casos, Bresser-Pereira alude a “la teoría neoclásica u ortodoxa” que fundamentó los 30 años del capitalismo neoliberal (ortodoxo).

Al mismo tiempo, oculta que – lo veíamos – la teoría económica neoclásica tiene variantes, así como también el neoliberalismo. Existen diferencias epistemológicas y teóricas sustantivas entre un neoliberalismo de laissez-faire, basado en teorías neoclásicas – ese mismo que defiende en forma ortodoxa el absolutismo del mercado, ahora criticado por todos – y otras teorías tan neoclásicas como neoliberales, críticas del ‘dejar hacer, dejar pasar’, que podría decirse, parecen en este momento “moderadas” frente a la ilusión de que el mercado lo resuelve todo.

Otro ejemplo, entre una infinidad de ellos al respecto, es la perspectiva del nobel de Economía Joseph Stiglitz, a quien muchos consideran “crítico” del neoliberalismo. Una muestra reciente de la discursividad que manejan los neoliberales heterodoxos, como Stiglitz lo representa su artículo titulado: “La farsa del libre comercio”, en donde Stiglitz “critica” el libre comercio practicado por los Estados Unidos porque precisamente no es neoliberal. Llama pasar de un libre comercio “controlado” a uno “auténtico”, es decir, neoliberalizado.

Tesis 7. El Neoliberalismo radicalmente es autoritario

Como lo muestra y demuestran la gran mayoría de los casos en la región, el inicio y la raíz de la era neoliberal in vivo, es decir, la inauguración del neoliberalismo real, se encuentra fuertemente asociada con un arco autoritario. Tanto de naturaleza sociopolítica como económica; igualmente desde punto de vista institucional como para-institucional.

Por una parte, el componente autoritario se despliega a través de la oleada de dictaduras cívico-militares impuestas en el Cono Sur del continente desde la década de 1970s (decíamos anteriormente, empezando por Chile y Argentina además de los antecedentes de este período en Bolivia, Brasil, Uruguay y Paraguay, entre otras). Todos estos acontecimientos tienen la impronta además de estar promovidos por el intervencionismo extranjero, situación confirmada a través de la documentación desclasificada por parte de la Central de Inteligencia Americana, a propósito del Plan Cóndor, a la postre uno de los casos más paradigmáticos, y que aplicaría ampliamente para los países latinoamericanos y caribeños.

Por otra parte, el influjo del autoritarismo neoliberal se mantuvo incluso después de la época de las dictaduras cívico-militares. En la oleada posterior de “democratizaciones” bajo la institucionalización de las llamadas democracias restringidas – al decir de O’Donnell (1997a, 1997b), delegativas o democracias con gran potencial autoritario – desde la década de los 80s y especialmente en la década de los 1990s, el modelo neoliberal instalado inicialmente a través los golpes de Estado se profundiza y se consolida en distintos aspectos.

En casos más puntuales, como el colombiano donde las rupturas institucionales fueron menos inestables y más excepcionales, el autoritarismo se habrían cristalizado bajo la presencia e institucionalización de regímenes anocráticos o simplemente Anocracias: una tipología de régimen político: “parte democracia, parte dictadura”, considerando un análisis empírico más próximo de las características inherentes al contexto. El régimen económico aquí también ha reforzado correlativamente al régimen político, y a la inversa, con lo cual sería lícito de hablar para estos casos de régimen económico-político de Anocracias neoliberales 8.

En este contexto sería fundamental remarcar el hecho que el modelo neoliberal tiene como presupuesto inicial dentro del arco autoritario la violencia estatal: “Con el Terrorismo de Estado se dispone deliberada y sistemáticamente el pasaje del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) al nuevo modelo neoliberal (…) los principales métodos mediante los que se construyeron las bases del neoliberalismo en nuestro país [Nota: se refiere a la Argentina, pero es una afirmación que se verifica para los demás países de la región] fueron tanto la impunidad como el terror sistemáticamente organizado por el Estado” (resalto) (Bayer, Borón & Gambina 2010, pp. 111 y 114).

Quisiéramos subrayar entonces que, como tendencia en general, además de los procesos considerados “normales” (legales, institucionalizados) la matriz neoliberal desde su mismo nacimiento emerge de la mano de procesos “para-normales” (ilegales, para-institucionalizados) como forma de instalarse en la región, de la mano de la impunidad y la violencia del terrorismo de Estado, dos elementos – veremos – imposibles de soslayar a la hora de analizar el régimen económico-político del neoliberalismo y que, ratifican -entre otras- que el funcionamiento del neoliberalismo exige necesariamente dimensiones extraeconómicas y, en específico, como sucede dentro del capitalismo (recordemos la exacerbación de todas las lógicas del sistema en la fase neoliberal), la progresión del carácter violento del Capital en relación con el Trabajo (precarización y desposesión exasperadas) y también en relación con la Naturaleza (depredación agravada). No obstante, la etapa de contrarrevolución neoliberal, en diferentes situaciones y episodios más allá de la oleada dictatorial, todavía mantiene una combinación particular entre la violencia institucional (legal y “legítima” á la Weber) y la para-institucional, en ciertos casos velada y en otros “institucionalizada”.

Colombia sería un caso paradigmático de esto último en vista de la sistematicidad de fenómenos sociopolíticos como el Paramilitarismo – auspiciados en asocio con sectores del Estado y de la dirigencia política; o, en otros términos, los equivalentes medioambientales que representan prácticas ecocidas (alegórico de homicidios al ecosistema) como el fracking, autorizados por varios Estados extractivistas y neoextractivistas (Gudynas 2009).

En este sentido, no habría que olvidar las palabras de David Harvey en relación al hecho sustancial contemporáneo – léase el síntoma más diciente del actual capitalismo neoliberal – que: “(…) estamos en el medio de una transición fundamental del funcionamiento del sistema global… El balance entre acumulación por desposesión y reproducción ampliada ya se ha volcado a favor de la primera y es difícil imaginar que esta tendencia haga otra cosa que profundizarse, transformándose en el emblema de lo que es el nuevo imperialismo” (Harvey 2004, p. 124).

Tesis 8. El Neoliberalismo es eminentemente Colonialista: ¿la tercera edición de la servidumbre?

Una de la tesis más ensombrecidas y en la que existen grandes déficits en el análisis del neoliberalismo es la urgente reflexión sobre su naturaleza sustancialmente colonialista9. Ésta, raíz inherente, se expresa de varias formas. Nos limitamos aquí esbozarla a través de dos dimensiones cruciales:

1) el componente colonial in vitro del pensamiento político-ideológico neoliberal;

y 2) el neoliberalismo neo-colonial in vivo y los resultados concretos que podrían sugerir hacia adelante una hipotéticas tercera reedición de la servidumbre.

En primer lugar, la impronta ideológica colonial del neoliberalismo ya puede rastrearse desde las reflexiones inaugurales suscitadas en la Sociedad Mont-Perélin, foro neoliberal que evoluciona en paralelo al período de “descolonización” de postguerras del siglo XX, especialmente en África, y la tesis del desarrollo colonial sostenida por los propios países colonizadores europeos las cuales permiten comprender de qué manera se construyó este núcleo al interior del neoliberalismo, ante todo, presentándolo como su opuesto: un horizonte “liberador” e “independentista”, incluso, “emancipador”; y, simultáneamente, proponiéndolo como una fatalidad dentro del proceso de modernización en el marco de los valores de la modernidad capitalista.

No sin razón, el supuesto “triunfo definitivo” del Capitalismo en el siglo pasado y tras el derrumbe de los llamados Socialismos reales promovió la idea según el Capitalismo – en su variante neoliberal – sería la fase superior (última históricamente) de la evolución-civilización humanas; el último hombre de Francis Fukuyama10.

Pero más allá de la mera reflexión filosófica sobre este asunto, el “subdesarrollo” y, en consecuencia la misma noción de “desarrollo” – ambos eufemismos que actualizan en positivo y en negativo la idea-fuerza quizás más sustancial del Capitalismo histórico: el Progreso -, proceden y emergen unívocamente dentro y desde los márgenes del neoliberalismo. Aun cuando existe al día de hoy una larga tradición crítica que ha develado el carácter colonialista de la idea del Desarrollo (Escobar 1998), sigue sin enfatizarse que el desarrollo y el sub-desarrollo son conceptos eminentemente neoliberales.

A partir de lo que ha documentado recientemente – y como pocos – Plehwe (2009), podemos establecer que el Desarrollo como discurso dominante neoliberal-colonial ha sido generado ideológicamente tanto desde un punto de vista de: a) proyecto (político) estratégico en la forma de paradigma general y específico para la reproducción global en el capitalismo tardío como de b) trayectorias (de políticas) tácticas.

En este primer caso (a), desde el mismo momento de la invención de la dicotomía Desarrollo/Sub-desarrollo con la enunciación de la Doctrina Truman (1949): los países más desarrollados debían mostrar la vía hacia el Progreso y prestarle “ayuda” a los menos desarrollados (“sub” y/o “en” desarrollo) para que éstos últimos abandonen tal condición.

Este tema fue objeto de reflexiones permanentes en las agendas de Mont-Perélin. Al principio – como lo reconstruye Plehwe – estuvo relativamente subordinado a otras prioridades relacionadas con la coyuntura política, especialmente, internacional del momento. Precisamente, el tópico del Desarrollo se convierte en clave con la consolidación de la Guerra Fría.

Dentro de esta articulación, el papel que jugaría el comercio internacional, uno de los tres “grandes temas” dentro de la Sociedad Mont-Pérelin (los otros dos eran el carácter del Estado y la influencia del socialismo) fue discutido amplia y sistemáticamente en varias conferencias neoliberales pero con la particularidad que era tratado en relación con “los países en subdesarrollo”. Seguramente una de las más famosas conferencias, la realizada en Beauvallon (Francia) a principios de la década de los 1950s y en donde existió un panel titulado:

“Liberalismo y los países subdesarrollados” tuvo entre sus objetivos – como en las de todas estas aventuras intelectuales – provocar un marco ideológico y, luego, acciones prácticas para resolver el acertijo del subdesarrollo bajo una visión neoliberal, desde luego distante – técnica y, sobre todo, políticamente – de las posturas keynesianas, estructuralistas y socialistas. Finalmente, el neoliberalismo convino en que: “(…) el principal camino hacia el progreso económico para los países subdesarrollados – decía Benham en 1951 – está en incrementar su producto por trabajador en la agricultura y especializarse en producir para exportar esos bienes y servicios en los cuales ellos tengan ventajas comparativas…” (citado por Plehwe 2009, p. 247).

La respuesta neoliberal proponía que el “desarrollo” debía basarse en la especialización de la producción tradicional agrícola dirigida “hacia afuera” (exportación) y, por lo tanto, orientada hacia el mercado (libre comercio internacional); por supuesto, una visión que riñe en casi todos los aspectos con la política de industrialización por sustitución de importaciones y el desarrollo nacional hacia adentro en boga en el capitalismo de esos años y completamente antípoda si se lo compara con los detalles económico políticos presentes en los regímenes socialistas.

¿Qué implicaciones conllevaría lo anterior en términos del componente colonial que se le inculca al neoliberalismo? Primero que la estrategia de desarrollo sugiere “la concentración recomendada en el sector primario (especialización de las exportaciones en áreas competitivas de esto)… [la cual] no podría desafiar la prevaleciente división global del trabajo estando así en línea con los intereses (conservadores) de los países desarrollados aún con el control de los territorios coloniales (asegurando un mejor y continuado acceso a los insumos primarios y evitando potencialmente nueva competencia para sus propias exportaciones industriales a las regiones)” (Plehwe 2009, pp. 247-248). Pero, en segundo término – propone Plehwe – este tipo de argumentaciones estaban plenamente arraigadas en los “estereotipos típicos de la antropología victoriana prevalecientes en el discurso comparativo del evolucionismo del siglo XIX”, es decir, en discursos coloniales de la época colonialista (en este caso británica) que marcan un tipo continuidad que se materializa a través de una especie de aggiornamento espacio-temporal de tal cosmovisión.

Ahora bien, realidades de este tipo no sólo se identifican al nivel político ideológico estratégico y paradigmático. Como también ha mostrado Plehwe para casos de estudio puntuales, políticas concretas que en el pasado reportaron algún tipo de productividad emanada de la funcionalidad política que representa la relación colonial para el capitalismo, han sido (b) tácticamente “trasladadas” y “transferidas” hacia otros contextos.

El caso contemporáneo de Argentina durante la década de los 1990s con la instalación de políticas económicas neoliberales, específicamente el régimen de la Convertibilidad – de impronta colonialista – , ilustra este punto (Plehwe 2011). A través de lo anterior, el neoliberalismo ha logrado consolidar gran parte de la dependencia y subordinación neo-coloniales en la reproducción y acumulación asimétricas necesarias para su proyecto entre Centro(s) y Periferia(s), o -como más recientemente se ha venido convocando- entre el Norte y el Sur Globales (geografías espacio-temporales epistémicas y concretas del Capital).

En esta perspectiva in vitro, las tesis sobre colonialismo externo (más cercano al imperialismo y nuevo imperialismo) e interno son plenamente actuales y válidas y además refuerzan – en ambos niveles – las lógicas y las contradicciones exacerbadas del capitalismo en términos de dominación, explotación, opresión y alienación de la fase actual.

De otra parte y derivado de las consideraciones anteriores, el colonialismo neoliberal se expresa radicalmente in vivo en lo que podríamos denominar una (hipotética) tercera edición de la servidumbre.

Más allá de algunas alusiones coloquiales sobre la existencia de un régimen de generalizada esclavitud en las periferias capitalistas contemporáneas (aunque sus principales rasgos, en virtud del avance global del neoliberalismo, se mostrarían paulatinamente estructurales, incluso en las zonas centrales) debe notarse que las nuevas formaciones sociales dentro del neoliberalismo, en especial, los niveles – hoy extralimitados – en la explotación económica tanto de la fuerza de trabajo absorbida y excluida o latente (la denominada precarización, en la cual las maquilas son un buen ejemplo, y el aumento inusitado en los ejércitos de reserva de mano de obra: inactivos, desempleados, etc.) como también en la explotación ilimitada de la naturaleza (extractivismos en sus diferentes versiones) y las condiciones socioeconómicas y socioambientales en general, mayormente vinculadas con la ampliación de espacios periféricos y el recrudecimiento de sus lógicas contradictorias, podrían sugerir importantes paralelos con una (posible) tercera nueva fase de lo que Engels y Marx describieron como la (segunda) reedición de la servidumbre (Engels 1882; Skazkin et alt. 1980) 11.

En su versión original, Engels se refería a una suerte de “retraso” dentro del desarrollo del capitalismo naciente a través del fortalecimiento del feudalismo (o “retorno” a sus formas tradicionales) en Europa central y oriental. A pesar de la especificidad del “desarrollo” en estas zonas, las dinámicas estaban funcionalmente articuladas con la acumulación capitalista.

Bajo nuestra interpretación, la reedición de la servidumbre de la que habla Engels supone la conformación ab origine de las periferias, a la vez contrapuestas y complementarias a las zonas occidentales centrales del capitalismo.

Hoy las configuraciones neoliberales (precarización, desindustrialización, empobrecimiento, etc.) configurarían un cuadro análogo, con todo lo que ello implica, ya no en sentido original sino “renovado” que implica (y se explica) fundamentalmente por el reforzamiento de la condición de sujeción, subordinación y dependencia neocoloniales de las periferias ampliadas, especialmente en su sentido socioeconómico, dentro de la economía-mundo.

Con base en ello, sería plausible proponer hacia el futuro una reedición de la servidumbre (en sentido relativo y, en ciertos casos, pleno) en una tercera versión como tesis de trabajo y en tanto signo característico del sistema socioeconómico, esta vez estacionario, – en palabras de Gunder Frank – del “desarrollo del subdesarrollo” (condición colonialista) profundizada en la hegemonía (y trance) neoliberal.

Sintesis liminar: Antineoliberalismo Anticapitalista

Considerando las anteriores 8 tesis sobre el Neoliberalismo resulta un hecho que cualquier alternativa autentica al statu quo necesariamente pasaría no sólo por una perspectiva abiertamente anti-neoliberal sino también, decididamente anticapitalista. Expliquémoslo mejor.

Por lo general, en el primer caso, el antineoliberalismo se ha agotado en señalar “críticamente” al hoy anacrónico viejo neoliberalismo ortodoxo de las últimas décadas apuntando hacia el también desgastado Consenso de Washington, es decir, al decálogo de políticas económicas allí resumidas. En este caso, no se percata que el neoliberalismo es un proyecto social y político de clase imposible de reducir a un programa específico de políticas públicas, sean éstas económicas o “sociales”.

Tampoco advierte el proceso emergente hoy en marcha de recomposición del capitalismo centrado en el mercado – vale decir, los intereses privados dominantes de naturaleza neoliberal – y el cambio de estrategia asociada a la necesidad de dotar con regulacionismo estatal al proceso de acumulación neoliberal, incluyendo sus facetas de reproducción, seguramente las más ilustrativas, las de desposesión.

Hablar entonces de una supuesta era post-neoliberal sin verificar cambios (o posibles futuras transformaciones, es decir, “otro” proyecto social y político), por lo menos en la estructura y la funcionalidad del régimen económico político actual resulta ser demasiado aventurado y, en nuestro concepto, políticamente peligroso. No es válido afirmar la superación progresiva del neoliberalismo simplemente bajo la sospecha de verificar la (mayor o menor) presencia estatal – para los defensores de este tipo de argumentos, “activa” – o el cambio en un par de políticas económicas que ni reforman ni reformulan la matriz del neoliberalismo.

Por el contrario, en muchos casos reales, particularmente en la región latinoamericana, las supuestas “reformas antineoliberales”, la dejan intacta. Algunos van más allá – incluso – y presumen verificar la aurora “post”-neoliberal con la excusa de una serie de políticas que se autoproclaman “sociales” y “redistributivas”, sin poner en cuestión el espectro amplio, político y económico, del neoliberalismo que venimos hablando.

Un antineoliberalismo (el cual puede identificarse fácilmente con posiciones contrarias al neoliberalismo ortodoxo pero no al neoliberalismo capitalista, tal y como sucede con las posturas heterodoxas fielmente neoliberales) sin el adjetivo anticapitalista propone ser tal vez una de las mayores encrucijadas políticas de la actualidad.

Una salida antineoliberal que no retorne nuevamente al neoliberalismo (así sea de otro tipo, llámese “regulado”, con “rostro humano” – ¡una contradicción en términos! -, todos ellos y en todo caso, neoliberales) debe convocar la destitución (y no el mantenimiento o la restitución) del neoliberalismo real. Ello significa ante todo una actitud contra el neoliberalismo, en todas sus versiones y, principalmente, des-andar el espinoso camino de las décadas anteriores y, en simultáneo, la instalación progresiva de otro régimen económico guiado e inspirado en otro proyecto político.

Por ejemplo, la vorágine de discursos y el cándido paroxismo generado sobre todo por la supuesta novedad del emergente nuevo desarrollismo (y el neo-extractivismo) en América Latina y el Caribe (también modelo por antonomasia, bajo otras características en países del Sudeste asiático), el cual en sus teorías y, especialmente, en sus prácticas, resultan ser simplemente una continuidad interrumpida, un neoliberalismo regulado que resulta antineoliberal frente al programa de políticas promovidas por la ortodoxia pero no discute el “modelo” ni el paradigma, con lo cual en diferentes sentidos converge casual o acríticamente con la heterodoxia neoliberal, se sintonizan consistentemente con el proyecto hegemónico actual y por las mismas razones resulta ser una sin-salida para la crisis actual.

Quizás, lo más desaventurado de este (sub)desarrollismo neoliberal es su capacidad para “atrapar” y deshacer, precisamente “vía” el Estado, las múltiples resistencias que desde hace varias décadas se han gestado desde los pueblos de la región, no como una moda sino fruto de la descomposición y malestar de las realidades sociales que produjo y sigue produciendo el capitalismo neoliberal hoy vigente, y que han mostrado la posibilidad de auténticas alternativas ante el statu quo y sobre todo nuevos paradigmas ético-políticos. Este parece ser el gran desafío de nuestros tiempos.

(*) Politólogo, MA en Administración Pública y Doctor © en Ciencia Política. Actualmente se desempeña como docente asistente de la Escuela de Política y Gobierno en la Universidad Nacional de San Martín (Buenos Aires, Argentina), y es miembro investigador de la Corporación para el Desarrollo de la Investigación Social y la Formación Política, ConCiencia Política (Colombia); el Grupo Interdisciplinario de Estudios Políticos y Sociales, Theseus (Universidad Nacional de Colombia); el Grupo de Estudios sobre Colombia y América Latina, GESCAL (Argentina/Colombia) y la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP (Argentina)

Notas:

1) Esto no habilita postular la existencia de un Capitalismo (con rostro) ‘humano’ – en nuestro concepto, una contradicción en los términos – ni pretende una discusión sobre el carácter moral del Capitalismo (o sus modalidades). Sí llamar la atención que: a) históricamente, la ideología liberal enfatizó sobre el carácter esencialmente civilizatorio del Capitalismo como orden social en general, hasta las críticas de Marx y Engels quienes demuestran e invierten tal postulado; b) actualmente ésta es una de las operaciones discursivas recientes que proponen humanizar (¿matizar?) el capitalismo neoliberal como “salida” ante la Crisis.

2) Sólo para ilustrar esta afirmación deben tenerse en cuenta el poder de decisión y veto (sin llegar todavía analizar el poder de influencia ideológico y de presión política, etc.) con el que cuentan los Estados Unidos al interior de estas instituciones.

3) Aunque varios especialistas y políticos, aceptan la tesis sobre la escasez relativa y un “pico” (nivel máximo) ya superado en las reservas petrolíferas (convencionales) planetarias, recientemente han discutido que el pico del petróleo puede ser superado hacia el futuro a través de la extracción de petróleo y gas no convencionales, vía “nuevos” métodos de explotación como el fracking (fractura hidráulica), de hecho, una de las estrategias de los Estados Unidos (segundo país en reservas de petróleos no convencionales después de la China) para “salir” de la crisis, empezando por la energética. No obstante, aún contando con las proyecciones no-convencionales, a) solamente se prorrogaría por algunos años el “pico” del petróleo; b) la intensificación del fracking, método sumamente lesivo en términos de las ecologías medioambientales y sociales, profundizaría otras crisis, empezando por la ecológica y medioambiental, y la biológica.

4) Incluye también una dimensión político-militar, a la cual nos referimos más adelante.

5) En el lenguaje corriente de las discusiones en economía suele interpretarse la heterodoxia en teoría económica como algo distinto del neoliberalismo. Tal interpretación, en nuestra opinión, no es rigurosa pues desconoce que los adjetivos: ortodoxia y heterodoxia deben tener necesariamente un centro de referencia al cual dirigirse para que ambos pares sean dicotómicos y consistentes desde el punto de vista conceptual. Por ello aquí hablamos de la diferencia entre corrientes ortodoxas y heterodoxas del neoliberalismo.

6) Dos definiciones ayudan a captar los elementos centrales del concepto de resiliencia aplicado para el neoliberalismo. “La resiliencia es un proceso dinámico que tiene por resultado la adaptación positiva en contextos de gran adversidad”, define Luthar. Mientras que Vanistendael propone: “la resiliencia distingue dos componentes: la resistencia frente a la destrucción, es decir, la capacidad de proteger la propia integridad, bajo presión y, por otra parte, más allá de la resistencia, la capacidad de forjar un comportamiento vital positivo pese a las circunstancias difíciles”.

7) Vale la pena anotar – desde el análisis ya realizado hace siglos por Carlos Marx – que el Capitalismo es el único modo de producción histórico que oculta las relaciones de explotación, dominación, opresión y sus resultados: reproducción de desigualdades sociales por ejemplo, en contraste con los modos de producción anteriores. Es más, disfraza (de ahí, la noción de fetiche la cual deriva del portugués: fetiço, “hechizo”) las relaciones presentándolas incluso en su versión contraria: libertad, igualdad, fraternidad. Por acercar un ejemplo didáctico, en el modo de producción esclavista, ambos sujetos, amo y esclavo, conocen y reconocen directamente su status en la estructura de relaciones sociales de explotación y dominación. En el Capitalismo esta relación se oculta sistemáticamente como parte de la esencia de sus dinámicas (lógicas y contradicciones).

8) Según las investigaciones publicadas en la prestigiosa The American Political Science Review, la “anocracia” (anocracy) puede contener distintas variaciones. El concepto recoge aquellos regímenes que, en medio de un contexto de guerra civil, mantienen instituciones democráticas (como el parlamento, por ejemplo) aunque sólo nominalmente. Por esa vía logran cooptar parte de la sociedad y construir un apoyo de base para el ejercicio del poder político el cual bajo las “urgencias” siempre exigidas por la gestión de este tipo de conflictos, termina desconociendo los prerrequisitos democráticos, en ciertos casos, los formales pero fundamentalmente sus contenidos sustanciales. Para entender las guerras civiles en términos de insurgencia (guerra de guerrillas rurales, sobre todo) y los factores explicativos sobre la proclividad de ciertos países hacia conflictos letales – proponen Fearon y Laitin – “no son sus características étnicas o religiosas” (diversidad), como la literatura ha sostenido, sino más bien aquellas “condiciones que favorecen la insurgencia”, empezando por la pobreza. Estos autores también destacan – por ejemplo – que los gobiernos frágiles, económica, organizacional y políticamente “se muestran más factibles y atractivos a la insurgencia debido a una debilidad de sus políticas locales o prácticas contrainsurgentes ineptas y corruptas [que] incluyen a menudo la propensión a retaliaciones brutales e indiscriminadas que conducen a los no-combatientes locales hacia las fuerzas rebeldes”. (Fearon & Laitin 2003).

9) Nos referimos a “colonialismo” en sentido complejo y plural, en términos análogos a los de Raúl Prada y el concepto de colonialidad múltiple: colonialidades del poder, cuerpo, género, sobre todo, colonialidades del saber y económica (Prada 2013), así como también como al colonialismo externo e interno.

10) Dos antecedentes de esta postura se encuentran, primero, en David Ricardo, hacia finales del siglo XIX, con su idea sobre el “estancamiento final” de la civilización en el capitalismo y Karl Polanyi – no hay que dejarlo de subrayar, miembro de primerísima línea – al lado de su hermano, cofundador – de la Sociedad Mont-Perélin y quien, en La Gran Transformación (1944), anticipara el Fin de la Historia humana en la Sociedad Capitalista. Desde luego, esta noción ha estado rondando el pensamiento pro-capitalista muchísimo tiempo antes de que el mediocre best-seller de Francis Fukuyama “cautivara” al mundo.

11) “(…) la expresión segunda edición de la servidumbre corresponde a Engels [y] designaba de ese modo el fortalecimiento del feudalismo europeo acaecido al final de la Edad Media, y en especial a partir de la segunda mitad del siglo XVI… el agravamiento del estatuto económico y jurídico del campesinado en esta región (…) Económicamente, la servidumbre está relacionada en la Europa central y oriental con la aparición y desarrollo…, de la gran explotación señorial asentada en la corvea, a la cual están sujetos los campesinos atados al dominio y a la persona del señor” (Skaszkin 1980, p. 15-16). Este sistema económico también se conoció en la literatura marxista como “la vía prusiana” de transición hacia el “desarrollo capitalista”. Aquí planteamos al neoliberalismo como una (posible) tercera reedición, pero en tanto condición colonial y subdesarrollada estacionaria, situación que converge con las posturas pro-capitalistas animadas por Ricardo y Polanyi, antes comentadas.

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