El nido es el lugar en que una nueva criatura nace, donde se le alimenta, donde se desarrolla, donde inicia su vida. Entonces, ¿es realmente Chile el nido del Cóndor, de la Operación Cóndor?
Con esta denominación específica y particular de “Cóndor”, formalmente la respuesta debiera ser positiva porque, efectivamente, fue en Santiago de Chile que en noviembre de 1975 se realizó la reunión convocada por el dictador Pinochet y que presidió Manuel Contreras, director de la DINA, a la que concurrieron mandos castrenses y policiales de otros países del continente para coordinar las acciones represivas de las dictaduras militares de la época. Como sabemos, eran dictaduras impuestas por decisiones fundamentalmente de los EEUU de América y se llamó “Cóndor” a propósito de nuestra ave nacional.
Sin embargo, en estricto rigor esta siniestra criatura que fue el Plan Cóndor ya era adulta a esas fechas y con una vasta y siniestra experiencia. En efecto, la reunión del 75 y los operativos de esos años tienen antecedentes históricos anteriores a Santiago y se remontan al menos a comienzos de los años 50 del siglo pasado.
Como veremos, varios de los participantes de aquellos primeros años lo fueron también más tarde en la coordinación de los años 70. Lo cierto es que Operación Cóndor tiene precedentes y no fue la primera concertación orgánica intervencionista y represiva en América Latina.
Ni es Chile el primer nido de la coordinación genocida. Tanto es así que tras el golpe de la derecha chilena el 73 y antes del encuentro del 75, ya en Chile operaron militares torturadores de Brasil que nunca serán juzgados. Y los padres de Ernesto Lejderman, que fueron sin duda espiados desde su ingreso a Chile, fueron asesinados también antes de noviembre del 75 y ese crimen es claramente producto de la coordinación internacional. No necesitaron de esa reunión para matar a muchos extranjeros e Chile.
Por tanto, en un encuentro de la importancia de éste, nos parece pertinente formular algunas precisiones respecto de las causas y orígenes de estos operativos represivos puestos en marcha en América Latina. y que se iniciaron en el marco geopolítico de la denominada guerra fría y la doctrina que levanta Washington acerca de la llamada “Seguridad nacional”.
Es imposible el análisis de la intromisión norteamericana en los asuntos internos de los países de América Latina de manera disociada de la llamada “guerra fría” que estremeció al mundo concluida la segunda guerra mundial y hasta la caída del régimen soviético en 1991. La caída de la URSS de ningún modo implicó el fin del intervencionismo. Pero sin duda cambió sus pretextos y contenidos. Ahora es el “terrorismo internacional”.
Cuando la “guerra fría”, la política exterior de Washington tuvo como uno de sus objetivos principales el control de América Latina y para ello fundamentó su trabajo de “inteligencia preventiva” con el pretexto de las “actividades comunistas” y la perspectiva de eventuales revoluciones en el continente.
Especial preocupación cabía al Departamento de Estado por aquellos países que habían establecido, o reestablecido relaciones diplomáticas con la URSS como también respecto de aquellos países en que la fuerza de las centrales sindicales obreras y de los partidos revolucionarios eran considerables.
Tal fue el caso de la acción encubierta que a mediados de los años 50 promovió secretamente la CIA y que puso en marcha la desestabilización y destitución del gobierno constitucional del Coronel Jacobo Arbenz Guzmán en Guatemala, lo que finalmente se logró en junio de 1954 cuando el presidente debió renunciar y salir del país. Sin duda fue un triunfo de la inteligencia norteamericana que provocó el caos político de este país centroamericano que hasta hoy no se recupera del todo.
La campaña de la CIA y sus agentes internos en Guatemala lograron desprestigiar la imagen del presidente presentando su proyecto nacionalista como un proyecto pro-soviético. La paranoia de la guerra fría no aceptaba nada que tuviera que ver con cambios sociales y el gobierno que realizaba Arbenz era absolutamente ajeno a los moldes fabricados por la Casa Blanca. Cabe consignar además la fuerza que por esos años tenía el Partido Guatemalteco del Trabajo, es decir el partido de los comunistas guatemaltecos que apoyaban al gobierno de Arbenz. El presidente impulsó con fuerza la reforma agraria y en un año y medio se había repartido el 17% de los terrenos agrícolas del país beneficiando a 500.000 campesinos e indígenas.
Como en todos los casos, la CIA pretextaba el riesgo de “la expansión revolucionaria” a los países vecinos de Honduras y El Salvador. Para entender mejor la situación guatemalteca de esa época, y sin que sea el caso extendernos ahora, cabe estudiar el período que media entre 1944 y 1954.
Las jornadas del 44 que derrocaron al dictador, general Jorge Ubico, habían generado una correlación de fuerzas que dieron a Guatemala su primera Constitución Política. Algo inaceptable para el imperialismo.
Y permitió elegir por primera vez, por medio de un procedimiento electoral democrático, a un presidente de la república. Le sobraban razones a EEUU y a la reacción guatemalteca para derrocar a Arbenz, que fue parte de ese proceso.
Y así fue como Arbenz, que era militar y que era llamado «soldado del pueblo» fue derrocado por un golpe de Estado dirigido por el gobierno de Estados Unidos, con el patrocinio de la United Fruit Company y ejecutado por la CIA mediante la operación que lo sustituyó por una junta militar que finalmente entregó el poder al coronel Carlos Castillo Armas. Huelga comentar el saldo represivo que incluyó el asesinato de cientos de personas, ejecuciones ilegales, prisión y torturas.
Y un detalle no menor para los chilenos : está comprobada la ingerencia del diario chileno “El Mercurio” y de su dueño, Agustín Edwards, en la conspiración contra el presidente Arbenz. Don Agustín resultó ser un precoz agente de la penetración extranjera en las naciones latinoamericanas. Como sabemos, este mismo siniestro personaje, que fuera Vicepresidente mundial de la Pepsi Cola, que aun vive y goza de libertad y de riquezas, fue también pieza clave del golpe contra Allende en 1973.
En Chile tenemos un juicio pendiente en su contra y esperamos lograr su procesamiento.
Me he detenido en el caso Guatemala pues todo indica que es la matriz del proyecto golpista desarrollado por el imperio norteamericano en contra de los gobiernos democráticos y progresistas de América Latina y que, así sostenemos, no ha sido todavía desechado pese a los cambios en la situación internacional.
Así pues, no fue simple coincidencia que en 1963 fuera derrocado el presidente dominicano Juan Bosch, político progresista y amigo del proceso revolucionario cubano y que un año después los militares derrocaran al presidente progresista Joao Goulart de Brasil, que en 1965 los marines norteamericanos invadieran República Dominicana, que en 1971 fuera derrocado el presidente Juan José Torres en Perú, el que más tarde es asesinado en 1976 en Buenos Aires en el marco de la operación Cóndor, como sucedió el mismo año con los exiliados uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez.
En 1973 son los golpes en Uruguay y luego en Chile y en 1976 en Argentina.
Infiltración no armada
Es pertinente recordar que fue también a finales de los 50 y comienzos de los 60 que EEUU puso en marcha otra Operación, no directamente represiva, pero sí de inteligencia e infiltración, con el pretexto de prever eventuales insurgencias que siguieran el ejemplo de la naciente Revolución Cubana.
Esta vez fue el denominado proyecto Camelot, concebido por la Oficina de Investigación de Operaciones Especiales de la Universidad Americana de Washington con el patrocinio directo del Ejército Norteamericano.
Bajo falsos pretextos académicos, se planteaba los temas de la contrainsurgencia y la contrarevolución en América Latina. El ejército norteamericano había recomendado que se hiciera “estudios comparativos históricos” en diversos países de América Latina, como Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Cuba, Chile, Republica Dominicana, El Salvador, Ecuador, Guatemala, México, Paraguay, Perú, Uruguay,Venezuela. Recomendaba igualmente realizar acciones en el Lejano y Medio Oriente y en algunos países europeos.
En 1958 la Universidad Americana llegó a acuerdo con el ejército Norteamericano para preparar lo que se denominó “manuales de área”, bajo la idea de su implementación a partir de los años 60. Se trataba del estudio de los conflictos sociales en América Latina a fin de responder a la llamada “insurgencia”.
El Departamento de Defensa de los EEUU dijo que era una investigación “relativa a los factores étnicos y otros de motivación involucrados en la generación y conducción de guerras pequeñas”.
Es decir, elaborar procedimientos para determinar el potencial para una guerra interna en las sociedades nacionales, identificar las acciones que un gobierno podría ejecutar y la posibilidad de instalar un sistema para obtener la información necesaria para realizar los dos objetivos anteriores.
Fue presentado como un proyecto de investigación científico de alto nivel. Sin embargo no se tuvo en cuenta que los pueblos no estaban dispuestos a investigaciones ni encuestas de ese extraño tipo. En el caso nuestro, el 12 de junio de 1965, el periódico chileno “El Siglo” de propiedad del Partido Comunista, denunció las intenciones del Camelot en un extenso informe y a fines del mismo mes y año se sumaron los medios de prensa del gobernante partido demócrata cristiano y del opositor partido socialista condenando “la descarada intervención del Departamento de Defensa de EEUU que realizaba un plan de espionaje continental conocido como Operación Camelot”.
El Embajador norteamericano en Chile, Ralph Dungan, protestó ante su gobierno por no habérsele informado del proyecto acerca de una “potencial guerra interna” en los países latinoamericanos. Así fue como el 8 de julio de ese año, el secretario de Defensa de EEUU informó de la cancelación del discutido proyecto.
El profesor de origen chileno de la Universidad de Pittsburgh, Hugo Nutini, había sido el responsable principal del proyecto en Chile y se había entrevistado en 1964 con diversas personalidades del mundo académico.
Entre ellos con el director de la Escuela de Sociología de la Universidad Católica sr. Raúl Urzúa y había escrito un informe especial al secretario general de la Universidad de Chile sr. Alvaro Bunster con quien se reunió posteriormente.
Tanto Urzúa como especialmente Bunster, debidamente informados de la realidad del proyecto por el sociólogo noruego John Galtung, negaron toda posibilidad de apoyo a Nutini, quien se excusó alegando que ignoraba que el proyecto estaba financiado por el Departamento de Defensa de EEUU.
No fue creído y el 27 de julio de 1965 el Gobierno de Chile decretó la prohibición absoluta de ingreso al país del profesor Nutini y el 16 de diciembre del mismo año la Comisión Especial Investigadora de la Cámara de Diputados de Chile en un informe de más de 300 páginas denunció el proyecto Camelot y protestó contra el Departamento de Defensa norteamericano y la Universidad Americana por estos actos injuriosos para la soberanía y dignidad de Chile.
En paralelo, grupos juveniles de izquierda sorprendieron acciones de espionaje de grupos religiosos norteamericanos a los que les fue incautada numerosa documentación.
Hoy es posible constatar que hubo niveles de descoordinación entre el Departamento de Estado y el Departamento de Defensa norteamericanos respecto del Plan Camelot y no tuvieron en cuenta el rechazo de los latinoamericanos al multimillonario proyecto de intervención en la política interna de nuestros países.
Partían del supuesto que toda propuesta de cambios de los pueblos por mejorar sus condiciones de vida eran sinónimos de insurgencias a las que había que poner atajo mediante el espionaje, la infiltración y la represión.
Fracasada en Chile la operación Camelot fue trasladada con éxito al Paraguay y a otros países como ha denunciado nuestro colega Martín Almada, conocido por todos nosotros por su descubrimiento en su país de los llamados “archivos del terror”.
La violencia no cesaba
Por la misma época la ingerencia norteamericana se daba también en Venezuela, desde donde llegaban noticias de los supuestos “suicidios” y de casos de detenidos desaparecidos, como fueron los del periodista, escritor y guerrillero Fabricio Ojeda que formó parte de la Junta Patriótica que derrocó al dictador Pérez Jiménez en 1958.
Ojeda, detenido en 1966 por los Servicios de Inteligencia de las FFAA venezolanas y la CIA, se habría “suicidado” en su celda en extrañas circunstancias. Un año antes había surgido en Venezuela la figura del desaparecido político con el caso del profesor Alberto Lovera secuestrado por la policía política del gobierno de Raúl Leoni, y cuyo cuerpo aparecería más tarde destrozado y encadenado en las playas de la ciudad de Lecherías.
Así la historia, resulta obvio que un gobierno como el del Presidente Salvador Allende en Chile en 1970, que no sólo estableció la reforma agraria iniciada bajo el gobierno del presidente Frei, que llevó a cabo la estatización de la banca privada, el mejoramiento de la educación y la salud públicas y gratuitas, que redujo sustantivamente la desigualdad y que además nacionalizó la principal riqueza minera del país, el Cobre, no podía sino ser tenido por el gobierno norteamericano y los sectores conservadores de la sociedad chilena como una amenaza.
Era un ejemplo ”tanto o más peligroso que la revolución cubana”, se dijo en Washington. Y así fue como a pocos días del triunfo electoral de la Unidad Popular, el empresario Agustín Edwards, como ha reconocido ante tribunales en Chile en la querella que presentamos contra los autores civiles del golpe, viaja a EEUU, y ,como denuncia el Informe Church del propio Senado norteamericano, mantiene reuniones con los máximos jefes de la CIA Richard Helms y Vernon Walters, con el influyente ejecutivo de Pepsi Cola Donald Kendall y finalmente con Henry Kissinger y Richard Nixon hasta lograr pleno apoyo para la campaña desestabilizadora y golpista en contra del gobierno constitucional chileno.
Edwards permanece en EEUU y empieza el flujo de millones de dólares para su diario “El Mercurio” y para las agrupaciones de camioneros y otras entidades así como para sostener grupos terroristas de derecha y a los partidos opuestos a la Unidad Popular. Fracasados sus intentos de derrotar electoralmente al gobierno, desatan el golpe terrorista de las FFAA y se inicia el peor genocidio de la historia de Chile con un saldo de más de mil detenidos desaparecidos, 3 mil ejecutados políticos y 30 mil torturados brutalmente.
Una de las primeras víctimas fue precisamente el Comandante en Jefe del Ejército, René Schneider, asesinado por haberse declarado abiertamente partidario de respetar la Constitución.
A lo que debe añadirse los enormes daños en la economía, educación, salud, cultura y en la conducta de chilenas y chilenos. Fue también en el marco de operativos de cooperación internacional represiva, antes de suscribirse el plan Cóndor, que fue asesinado en Argentina el también constitucionalista General Carlos Prats.
En el desarrollo de Cóndor son detenidos y asesinados dirigentes políticos como Edgardo Enriquez y Jorge Fuentes, pero también casos masivos y entre ellos el llamado “de los 119”, supuestamente eliminados en el extranjero por sus propios compañeros, pero en verdad asesinados mayoritariamente en Chile y otros en Argentina por los aparatos represivos de ambas dictaduras.
Finalmente, damos cuenta que, producto de la lucha de los familiares y de sus agrupaciones, los abogados hemos logrado importantes avances en los tribunales chilenos.
Aunque la prensa chilena, manejada por los llamados “poderes fácticos” no informa de estos hechos, hay que decir que semana a semana se conoce de resoluciones de los jueces especiales, a cargo de los casos de delitos de lesa humanidad, que procesan a decenas y decenas de uniformados. Se multiplican las condenas, buena parte de ellas a presidio perpetuo.
Pero los medios de comunicación chilenos continúan con su silencio culpable. Tratan de que se ignore el pasado, ocultar a las jóvenes generaciones todo el horror del fascismo olvidando que un pueblo sin memoria no tiene futuro. De allí el impacto del reciente Premio Oscar al bello cortometraje animado de nuestro país “Historia de un Oso” que en rigor narra la prisión, tortura y exilio del abuelo del autor.
Por eso es que eventos como el presente son tan importantes y no sólo para los latinoamericanos ; al fin de cuentas el fascismo nace en Europa y en el presente este continente tampoco es ajeno a la intervención extranjera.
Por esas mismas razones es que hemos querido subrayar que el intervencionismo es de larga data. Que si bien se acentúa con la Operación Cóndor no nace con ella sino que es muy anterior. Más que de “Cóndor” debiera hablarse del Aguila voraz del escudo nacional americano. Su nido no fue Santiago sino Washington.
Y ojo con la realidad actual pues todo indica que, aunque sea por ahora por caminos distintos, cuanto sucede en contra de los procesos de cambio en diversos países de Latinoamérica, no es ajeno a la inquisidora mirada de esa ave siniestra.
¿Alguien puede creer que es simple casualidad que justo al mismo tiempo se desarrolle campañas publicitarias en contra de Evo Morales en Bolivia, de Dilma y Lula en Brasil, contra Cristina Fernández en Argentina y contra Michelle Bachelet en Chile ?
Nada es casual. Los cóndores siguen volando.
Sólo con verdad, justicia y memoria podremos, quizás, garantizar el “Nunca Más”.
(*) Abogado; conferencia ofrcida en Pau, Francia, marzo 2016