La mayor parte de nuestra población sólo es consciente de los horrores del nazismo por medio de la lectura de textos académicos o por ver películas sobre este tema. Por lo tanto, no me parece muy fácil que personas en tal situación tengan en mente una idea clara del significado real que las atrocidades del nazismo representaron para los millones de personas que fueron víctimas del mismo.
Sin embargo, ahora, en pleno siglo XXI, se nos presenta a todos una oportunidad incomparable para comprender lo monstruoso que fue en términos prácticos esta doctrina política de la extrema derecha alemana de la primera mitad del siglo pasado.
Y el fenómeno que nos ofrece la posibilidad real de tener una comprensión fundamentada de una fase considerada de las más tenebrosas de la historia de la humanidad es que hoy tenemos otro proceso político-social que está llevando a grandes cantidades de seres humanos a pasar por sufrimientos y aflicciones tan intensas o aún más intensas que las impuestas por los nazis a otros grupos de personas durante el período en el que los seguidores de Adolf Hitler estuvieron a cargo del Estado en Alemania. La ideología que hoy desempeña este papel ya no es el nazismo, sino el sionismo. Y el país que incorpora plenamente los ideales y aspiraciones del sionismo se llama Estado de Israel.
Empero, a diferencia de lo que caracterizaba el panorama en Europa y en el mundo en la primera mitad del siglo pasado, cuando la gran mayoría de los ciudadanos alemanes y de otros países sólo después de cierto tiempo se dieron cuenta de lo que el régimen nazi alemán realmente andaba haciendo contra quienes eran vistos como sus enemigos, en la situación actual, los ciudadanos israelíes, así como casi todos en todo el mundo, tienen acceso casi que instantáneo a innumerables vídeos y fotografías que no dejan lugar para dudas a nivel mundial sobre las maldades a las que están siendo sometidas las víctimas del sionismo.
Por eso, ahora, es muy difícil cruzarnos con gente que no haya visto varias de las imágenes de los acontecimientos que han estado marcando la pauta en Gaza durante los últimos 10 meses. Hablamos de escenas que muestran a niños despedazados por bombas lanzadas por los sionistas israelíes; de fotos de madres devastadas con sus hijos en brazos tras un ataque sionista; de cientos de imágenes de personas desplazadas de su hogar que fueron ejecutadas por las fuerzas militares del sionismo israelí cuando se encontraban en sus tiendas de campaña montadas en la calle; de vídeos con multitudes de seres hambrientos siendo ametrallados por soldados del Estado sionista de Israel mientras se acercaban a los camiones de la ONU que supuestamente les llevarían alimentos para su supervivencia; de imágenes de ciudades transformadas en escombros con sus habitantes que sobrevivieron a los bombardeos esparcidos por el suelo al aire libre.
¿Por qué nuestra sensibilidad se vería menos afectada al conocer las muchas perversiones cometidas por los sionistas israelíes que lo que sentimos al leer sobre las atrocidades practicadas por los nazis de Hitler?
En busca de razones que justifiquen su no condenación de los crímenes del sionismo israelí al mismo nivel en el que habitualmente se condena los del nazismo hitlerista, algunos afirman que las víctimas civiles del sionismo israelí no serían más que efectos secundarios no planificados de los golpes perpetrados contra los blancos reales de las acciones: miembros de grupos armados, como Hamás o Hezbollah, por ejemplo.
Lógicamente, sólo alguien que ya de antemano esté decidido a absolver a los autores de todos estos horribles crímenes podría proponerse defender tal punto de vista. En buena conciencia y de buena fe, nadie aceptaría como una mera fatalidad el hecho de que más del setenta por ciento de las víctimas de las acciones armadas de los sionistas sean mujeres y niños. En otras palabras, precisamente los dos grupos que, con su drástica reducción existencial, podrían poner un freno al ritmo de crecimiento de la población palestina, lo cual apunta a que, en unas pocas décadas, el número de los judíos sería superado por el de los palestinos.
Además, tampoco es posible aceptar como resultado de un mal no deliberado que brotes de infecciones contagiosas con una alta tasa de mortalidad que ya se consideraban erradicadas del planeta estén reapareciendo en Palestina. Es el caso, por ejemplo, del resurgimiento de la polio que, como afirman muchos expertos, está afectando una vez más a la población palestina.
Y esto no se debe tan sólo al bajísimo nivel de resistencia e inmunidad resultante de las muy precarias y calamitosas condiciones que los palestinos están padeciendo en esta fase de intensa agresión sionista. Las pruebas disponibles indican que las autoridades sionistas israelíes están actuando para que tales enfermedades desempeñen un papel positivo en su objetivo de limpiar esa región de la presencia del, para ellas, indeseado pueblo palestino.
Cuando el sionismo israelí es presentado de la manera como lo estamos presentando en este texto, los sionistas y sus partidarios tienden a argumentar casi automáticamente que se trata de otra manifestación más de antisemitismo. Hace mucho que los sionistas han estado recurriendo a esta acusación cada vez que se enfrentan a críticas devastadoras que revelan la inmensa crueldad y perversidad intrínsecas al proyecto sionista. Pero no podemos dejar de tener en cuenta que, así como el nazismo nunca fue algo inherente al pueblo alemán, el sionismo tampoco es nada natural para los judíos en su conjunto. No todos los alemanes fueron o son nazis, así como, de igual manera, no todos los judíos son sionistas.
Podemos afirmar sin ningún titubeo que el sionismo es hoy día la ideología política más dañina y perversa que hay en la humanidad. Como suele decir el gran historiador Ilan Pappe (él mismo un judío israelí), ser bueno y ser sionista son cualidades que se conflictúan entre sí. Hay judíos de todos los tipos, al igual como ocurre con los que pertenecen a todos los demás grupos étnicos, nacionales o religiosos del mundo. Lo que definitivamente no puede haber es un sionista bueno, porque el sionismo es en esencia una ideología colonialista y supremacista. Y, por lo tanto, es imposible ser bueno cuando uno es al mismo tiempo partidario del colonialismo y del supremacismo racial.
Respecto al problema que están planteando actualmente la polio y otras enfermedades contagiosas en Gaza y en otras partes de Palestina, se recomienda ver con atención este video.
(*) Economista y maestro en lingüística, formado en la Universidad Federal de Rio de Janeiro.