Chile, una Olla a Presión: La Semana del Sueldo millonario

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Mis padres eran profesores primarios de provincia. También mi abuela paterna y tíos. Todos enamorados de la enseñanza, de la formación de los niños, del futuro de Chile.

Viví mi infancia en Doñihue, donde mi padre era director de la Escuela Granja, una escuela pública, con un internado, y la educación era un tema que se llevaba en el corazón, más aún en este caso pues los alumnos eran hijos de campesinos, la mayoría muy pobres, y la escuela una oportunidad para alimentarse, tener una cama limpia y aspirar a una mejor calidad de vida que sus padres.

En el entorno de la escuela había chacras y parcelas, en varias de las cuales era posible ver muchas vacas, algunas de las cuales recibían menos cariño, menos atención y menos alimento, por lo que se veían algo flacas y se notaba sus costillas. Pese a su condición, algunos insistían en sacarle leche, en ordeñarlas como si quisieran estrujarles hasta la última gota antes de desfallecer.

¿Qué quiero decir con esta breve introducción? Algo muy simple y que es puro sentido común: la educación está vinculada a la dignidad de una persona, a potenciar todas sus capacidades y sueños, a hacerla una mejor persona.

Basta ver los ojos brillantes de un niño para entender cómo se le abren mundos interiores, cómo los colores, los sonidos y los sinónimos le permiten entender mejor el sentido de la vida, el mundo que lo rodea, la vida en sociedad, la civilización.

Así las cosas, es fácil concluir que la educación es el alma de un país, es su futuro, es la diferencia entre ser un país y un paisaje, como diría uno de nuestros poetas.

Sin embargo, en Chile llevamos muchos años hablando y hablando de educación, pero con palabras vacías.

Los gobiernos y los parlamentarios, que aprueban los presupuestos, uno tras otro, hacen una cosa y dicen otra, porque no ponen el voto donde ponen el discurso.

Lo estamos viendo hoy día, en que la agenda educacional solo se ocupa de los problemas de financiamiento de los estudiantes de educación superior, de los que votan, de los que tienen poder político. Los problemas de los escolares, sobre todo los más vulnerables -los ajenos- los que no votan ni se manifiestan, no existen en la agenda, solo en los discursos.

Abundan las investigaciones que con evidencias confirman la importancia de la educación desde los primeros años de vida de un niño, donde se establecen conexiones neuronales que son vitales y que si no se establecen en ese momento, se perdieron para siempre. Pero la verdad es que la educación inicial y básica es la hermana pobre de la educación chilena y la situación es de creciente gravedad.

Y particularmente pobre para los niños y niñas de menores recursos de nuestro país, condenándolos de por vida a la marginalidad, a ver menos colores, a escuchar menos sonidos, a entender menos palabras, a la desesperanza.

Los números confirman que la crisis crece y crece, mientras nuestros niños quedan en el costado mirando en la intemperie cómo pasa el tren. No sea que, de tanto esperar y con la rabia acumulada, de adolescentes y adultos vean que su única opción sea hacer descarrilar el tren.

TRANSPARENCIA

Es revelador ver lo poco que hablan de erradicar la pobreza infantil y de mejorar radicalmente la pésima calidad de la educación inicial y escolar pública los presidentes, ministros de Educación, rectores, superintendentes o parlamentarios.

Y cuando lo hacen, es por coyunturas o peleas políticas, donde esos niños y esa educación son invisibles, como si no existieran, como si fuese imposible que ellos despertaran algo de afecto, de simpatía o de compasión, de humanidad finalmente.

¿Alguno de ellos se ha preocupado qué pasó con los estudiantes de Atacama?

Este manto se proyecta a la educación superior, donde en su oportunidad agencias de lobby se encargaron -con su oscuridad y opacidad habitual hasta el día de hoy- de dificultar e impedir el cumplimiento de la ley de Pinochet que establecía desde 1981 que las universidades son instituciones sin fines de lucro, permitiendo la compra y venta de universidades y estudiantes, operaciones inmobiliarias, traspasos de recursos millonarios con “fondos buitre” y la menor transparencia posible.

¿O es que se nos olvidó que, ya en democracia, con los hechos anteriores se hizo una aplicación falsa de la ley de 1981, lucrando impunemente a vista y paciencia de las autoridades de entonces?

Es cosa de leer los libros de la profesora María Olivia Monckeberg.

Hace más de doce años y como Rector de la Universidad de Chile, sostuve la imperiosa necesidad de que todo el sistema universitario, estatal y privado, se sometiera a las máximas normas de transparencia y probidad, que en ese momento exigía, por ejemplo, la entonces Superintendencia de Valores y Seguros (actual CMF) a las compañías abiertas en bolsa o con emisión de deuda.

Y sostuve que todas las universidades que recibieran recursos fiscales debían estar sujetas a la Ley de Transparencia, debiendo publicar en su página web las remuneraciones y beneficios de todo su personal.

Y dispuse la publicación en la página web universitaria de la liquidación de sueldo mensual del rector, práctica que se mantiene hasta hoy. Esto no es intromisión en la autonomía universitaria, es transparencia sobre el uso y manejo de recursos que son de todos los chilenos en la provisión de bienes públicos.

En su momento, el lobby oscuro logró que solo las universidades estatales estuvieran sujetas a la Ley de Transparencia, no así las privadas. No hay razón alguna, menos con lo que está pasando hoy, que impida incluir una glosa en el presupuesto de la nación que lo establezca para todas.

Lo que sostuve en ese momento era algo obvio y de sentido común: todas las universidades debían cumplir la ley de Transparencia y terminar con los negociados en la educación superior, se debía exigir la máxima probidad y transparencia, se debía asegurar la mejor calidad y se debía terminar con la impunidad del lobby oscuro y no regulado.

Es decir, se debía respetar la dignidad de la educación en el alma de Chile y entender que se trata de un tema de fe pública.

Hace más de doce años y como Rector de la Universidad de Chile, sostuve la imperiosa necesidad de que todo el sistema universitario, estatal y privado, se sometiera a las máximas normas de transparencia y probidad, que en ese momento exigía, por ejemplo, la entonces Superintendencia de Valores y Seguros (actual CMF) a las compañías abiertas en bolsa o con emisión de deuda. (…) En su momento, el lobby oscuro logró que solo las universidades estatales estuvieran sujetas a la Ley de Transparencia, no así las privadas.

En este contexto, más que nunca las universidades chilenas, en general, y las estatales con mayor razón, deben dejar de quejarse y sobreponerse a la coyuntura, asegurar la excelencia, el rigor, el mérito y la ética pública en el quehacer universitario, y ver como oportunidades los problemas que enfrentan, y hablarle al país presentándole proyectos de desarrollo universitario robustos, audaces y con visión de largo plazo.

En el caso de la misma Universidad de Chile, ser un actor gravitante que se la juegue con liderazgo y coraje en pos de lograr los grandes desafíos nacionales: reconstruir la educación pública (estableciendo una Facultad de Educación y recuperando su señero Instituto Pedagógico), fortalecer la democracia y la libertad de pensamiento y expresión (re-impulsando las humanidades, las artes, y las ciencias sociales y de la comunicación), y mejorar la calidad de vida de la población (aumentando sustancial y homogéneamente la productividad académica en todas sus disciplinas, priorizando áreas deficitarias). Mostrando una gobernanza efectiva y participativa, y dando cuenta pública de sus resultados y del uso eficiente de sus recursos.

¿Qué ha pasado en estos años?

Candidatos, presidentes, ministros, parlamentarios, rectores y superintendentes han hablado mucho de educación, pero la verdad es que como en Doñihue, veo a un grupo de “poderosos” de la política, los negocios y el lobby, ordeñando la vaca, cada día más flaca, queriendo estrujarle con ansiedad hasta la última gota de leche, al extremo que han seguido las ventas, no hay transparencia y probidad, no hay ley de lobby.

Es parecido al escándalo que vivimos hace algunos meses, debido a las comidas en la casa de un conocido lobista (ver nota de CIPER), donde en forma oscura y opaca, asistieron altas autoridades de gobierno, dirigentes políticos y ejecutivos de empresas, curiosamente muchos de ellos que en sus actividades tenían como contraparte a algunas de esas autoridades.

Después del escándalo no pasó mucho, salvo que el lobista empezó a hacer un programa de radio en una emisora de un gremio empresarial, donde el primer invitado fue el presidente de los empresarios…

Es decir, el mismo lobby sucio, oscuro y desregulado que por más de una década se viene denunciando y que sigue actuando impunemente, amparado en una ley de lobby que ha mostrado ser “sospechosamente” ineficaz, como si ese hubiera sido su propósito.

Mientras, el gobierno de turno dilata el tema, al igual que los anteriores, sin poner suma urgencia a una efectiva ley del lobby, para terminar con la impunidad que existe hoy, donde el tráfico de información, de influencia y de dinero está ampliamente extendido, permitiendo el beneficio de unos pocos a costa de todos, con “transacciones” que bien lo refleja el dicho popular: favor con favor se paga.

Y como si estuviéramos definitivamente condenados al mito de Sísifo, ahora estamos escandalizados con el lobby de un conocido abogado, donde sus mensajes de WhatsApp revelan cómo unos pocos trafican con el Estado para obtener beneficios particulares, ordeñando nuevamente la vaca hasta la última gota antes de desfallecer.

¿Alguien cree de verdad que los ciudadanos estamos sorprendidos?

Porque la verdad es que sabíamos que esto pasaba y desde hace años. No lo habíamos leído con tanto detalle en un WhatsApp, pero lo sabíamos. Y sabemos que si se revisan los WhatsApp de otros abogados, de otras autoridades y de otros lobistas se encontrará lo mismo o peor.

Como hemos visto, en el lobby, favor con favor se paga, mientras nuestra democracia se resiente y debilita, y el poder político y económico se sigue concentrando entre “antiguos y nuevos poderosos”, y como lo dicen las encuestas, la ciudadanía siente que las prácticas de corrupción son muy extendidas.

La destrucción de la educación inicial y escolar pública es funcional a estos despropósitos, y la rabia social que estos abusos generan, pareciera no importar.

Así las cosas, unos pocos siguen estrujando a la pobre vaca, que ya luce bien debilitada, y la olla a presión sigue creciendo, lo que genera más ansiedad a algunos por estrujar la vaca mientras pueden.

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