miércoles, mayo 1, 2024
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My Lai: La Matanza que Cambió la Guerra de Vietnam

Nadie lo vio todo. Algunos, como Roy Wood, ni siquiera supieron el alcance de la matanza hasta el día siguiente. Otros, como Charles Sledge, que aquel día hizo de operador de radio de Calley, vieron más de lo que quieren recordar.

Pero todos recuerdan el temor de aquella mañana al subir a los helicópteros en la zona de aterrizaje de Dotti con vistas al ataque a Pinkville. Todos recuerdan la convicción de que iban a encontrarse por primera vez cara a cara con el enemigo.

Calley y su sección fueron los primeros en subir a los grandes helicópteros de ataque negros de las Fuerzas Armadas. Iban armados hasta los dientes, cada hombre con el doble del cargamento habitual de munición para fusil y metralleta. Abría el camino Calley, que se había puesto al hombro una canana extra de balas de fusil.

Había nueve helicópteros en el primer despegue, suficientes para la primera sección – unos veinticinco hombres –, y el capitán Medina y su pequeña unidad del cuartel general de tres operadores de radio, algunos oficiales de enlace y un médico.

Lucía el sol y ya hacía calor el primer helicóptero emprendió su ruidoso vuelo hacia My Lai 4. Eran las 7:22 de la mañana; lo registró un magnetófono en cuartel general de la brigada.

Ya había empezado una breve descarga de artillería; la zona de My Lai 4 era “preparada” de antemano para la misión de búsqueda y destrucción de aquel día.

Unos cuantos helicópteros profusamente armados disparaban miles de balas de pequeño calibre en la zona cuando Calley y sus hombres aterrizaron en un arrozal empapado a 150 metros al oeste de la aldea. Era la estación de la cosecha; los campos verdes estaban muy crecidos.

La primera misión de la sección era asegurar la zona de aterrizaje y comprobar que no quedara ningún soldado enemigo que pudiera disparar a la segunda ola de helicópteros, que por entonces ya habían despegado de la zona de aterrizaje de Dotti. Cuando la escuadrilla de helicópteros planeó sobre la zona de aterrizaje, los artilleros de las puertas se pusieron a rociar con fuego protector para mantener ocupado el enemigo, si se encontraba allí.

Uno de los pilotos de helicóptero había informado de que la zona de aterrizaje estaba “caliente”, es decir, que el Vietcong esperaba abajo. La primera sección salió disparando. Pero un momento después algunos hombres se dieron cuenta de que no les devolvían el fuego.

“No oí que me pasara cerca ninguna bala – recordaba Charles Hall, que aquel día se ocupaba de la metralleta –. Para considerar caliente un área, tienen que dispararte”.

La sección se apresuró a formar un perímetro y asegurar la zona de aterrizaje. El sargento Cowen vio a un anciano. Sledge se encontraba a unos cuantos metros a la derecha de Cowen:

“Llegamos a un pozo y había un vietco. Creímos que era una vietco. Estaba en pie y agitaba los brazos.

Cowen se echó atrás y dijo: “Dispara al hdp”. Disparé una vez, y después el cargador [de fusil] se cayó. Paul Meadlo vio que el amarillo estaba en pie agitando los brazos, haciendo señas, y de repente le dispararon”.

Allen Boyce lo vio un poco distinto:

“Un tío estaba en un arrozal, haciendo alguna cosa a una planta. Levantó los ojos y recibió. Fue la operación más confusa en que he participado. Todo se jodió”.

A esas alturas los vietcongs de la zona ya se habían escabullido. Algunos partidarios locales de las guerrillas también habían huido, pero no fueron muy lejos. Observaron mientras la Compañía Charlie pasaba por My Lai 4.

Unos veinte minutos después aterrizó la segunda escuadrilla de helicópteros, y los cincuenta hombres de la segunda y la tercera sección saltaron al suelo. Gary Garfolo oyó que las aspas del helicóptero hacían unos chasquidos secos al cambiar de posición aterrizar.

“Era un sonido de “pop, pop, pop” como un fusil.

Muchos de nosotros no habíamos oído nunca una zona de aterrizaje activa. Sabíamos que estábamos a punto de entrar en un sitio activo. Esto les disparó la adrenalina”.

Se reunió rápidamente con los hombres.

La primera sección de Calley y la segunda sección del teniente Stephen Brooks habían de encabezar la incursión a la aldea: Calley por el sur y Brooks por el norte. La tercera sección, encabezada por el teniente Jeffrey La Crosse, permanecería en la retaguardia y avanzaría siguiendo a los demás hombres.

El capitán Medina y su unidad de cuartel general avanzarían con la tercera sección y establecerían un puesto de mando (PM) en el interior para supervisar la operación y mantenerse en contacto con las otras unidades.

La Compañía Charlie no estaba sola en el ataque; las otras dos compañías de la Fuerza Expedicionaria Barker hacían funciones de bloqueo en el norte y en el sur. Estaban allí para impedir la huida de los soldados de Vietcong que preveían encontrar.

(Fragmento extraido de Basta de mentiras, recopilación de textos de John Pilger editado por RBA en 2007).

My Lai, una de las matanzas civiles más sangrientas de la historia

El 16 de marzo de 1968 las tropas de Estados Unidos lanzaron una operación en la región de Son My en la búsqueda de vietcongs. Al segundo teniente (equivalente a alférez) William Laws Calley y su sección le fue asignada la zona My Lai 4. Al llegar a la zona de aterrizaje los helicópteros dejaron a los soldados y se desplazaron a la posición de espera.

A lo largo de cuatro horas, Calley y sus hombres violaron a las mujeres y las niñas, mataron el ganado y prendieron fuego a las casas hasta dejar el poblado arrasado por completo. Para terminar, reunieron a los supervivientes en una acequia.

Los pilotos y artilleros vieron cómo Calley disparó su arma contra ellos y ordenó a sus hombres que hicieran lo mismo hasta matar a todos los habitantes de la zona (es decir, ancianos, mujeres y niños). Por “defectos” en la investigación, no se sabe la cifra exacta de asesinados, pero se estima que debió estar entre 347 y 504.

El periodista estadounidense Seymour M. Hersh fue uno de los primeros en hacer pública la matanza de My Lai en Vietnam, que ocurrió el 16 de marzo de 1968, y con el propósito del cuadragésimo séptimo aniversario de la tragedia, vuelve a recordarla en su artículo publicado por ‘The New Yorker’.

«En el pueblo de My Lai hay una larga zanja. La mañana del 16 de marzo de 1968 estuvo llena de cuerpos: decenas de mujeres, niños y ancianos, todos asesinados a disparos por jóvenes soldados estadounidenses», escribe el periodista.

Aquel día, un contingente estadounidense recibió una información errónea de que en el pueblo se encontraban tropas del Frente Nacional de Liberación de Vietnam o sus simpatizantes. Al llegar allí, sólo se encontraron con pacíficos civiles, no obstante, los soldados violaron a las mujeres, quemaron casas y mataron a la gente desarmada.

Uno de los líderes del ataque fue el teniente William L. Calley. Además de él, según los testimonios de otros soldados, uno de los atacantes principales fue Paul Meadlo, al que el periodista entrevistó ya cuando había vuelto a EE.UU. Siguiendo la orden de Calley, Meadlo y otros soldados empezaron a disparar a la zanja llena de gente, donde luego tiraron varias granadas.

«Luego se escuchó un chillido agudo, que se hacía más fuerte mientras un niño de dos o tres años, cubierto de lodo y sangre, trepaba por los cuerpos, gateando hacia el arrozal. Su madre probablemente lo hubiera protegido con su cuerpo. Calley vio lo que estaba pasando y, según los testigos, corrió por el niño, lo echó en la zanja y le disparó», escribe Hersh.

Cuando el periodista entrevistó a Meadlo, no intentó justificar lo que había hecho en My Lai, y dijo que los asesinatos le «quitaron el peso de la consciencia por los compañeros que habían perdido». «Sólo fue una venganza», dijo Meadlo. «Todos pensamos que estábamos haciendo lo correcto. En el momento no me preocupaba», añadió.

Según la información del Museo de My Lai, en el lugar murieron 504 personas. Entre las víctimas hubo 182 mujeres, 17 de las cuales estaban embarazadas, y 73 niños, incluidos 56 bebés.

El director del museo, Pham Thanh Cong, es uno de los sobrevivientes de la masacre, que en aquel momento tenía 11 años. Quedó herido en el ataque, pero sobrevivió. Al recobrar la consciencia, se encontró entre los cuerpos de su madre, sus tres hermanas y su hermano pequeño de seis años.

«Nunca olvidaré el dolor», confesó el hombre a Hersh.

La matanza que cambió la historia

La matanza de My Lai tuvo consecuencias insospechadas. Hasta ese momento, la opinión pública norteamericana creía que se estaba ganando una guerra contra un enemigo cruel, inhumano e implacable.

Periodistas íntegros, como Hersh, y las imágenes captadas in situ por las cadenas de televisión -una novedad tecnológica de la época- cambiaron esa percepción, de forma que crecientes mayorías de la población empezaron a caer en cuenta que se trataba de una guerra inútil, caótica, corrupta e imposible de ganar.

El movimiento civil contra la guerra de Vietnam, uno de los íconos de la contracultura de la década de los setenta, contribuyó quizá tanto como el Vietcong y su férrea e inconmovible convicción en la defensa de la patria, en la derrota del más poderoso ejército del mundo, cuya conscripción no sabía por qué luchaba, y menos que lo hacía por defender bastardos intereses del complejo militar industrial del imperialismo.

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