Cuando en las primeras décadas del siglo XX Walter Benjamin, en su célebre trabajo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, realizaba un inusitado paralelismo entre el político y el actor cinematográfico, diagnosticaba así, tempranamente, un nuevo fenómeno que el paso de los años, desde entonces y hasta el presente, se ha encargado de hacer cada vez más evidente: La inextricable relación entre política y soportes tecnológicos, entre política y medios de comunicación de masas.
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Al respecto Benjamin señala: “El actor ante el mecanismo cinematográfico es la aparición ante el espejo y esta imagen es transportada al público. También en la política es perceptible: la modificación que constatamos trae consigo la técnica reproductiva en modo de exposición. La crisis actual de las democracias burguesas implica una crisis de las condiciones determinantes de cómo deben presentarse los gobernantes…! El parlamento es su público! (este es visto en su discurso por un sinnúmero de espectadores y se convierte en primordial la presentación del hombre político ante esos aparatos) ; los parlamentos quedan desiertos; así como los teatros, la radio y el cine no solo modifican la función del actor profesional sino que cambian también los mecanismos de gobernación” 1
Como se puede apreciar Benjamin se refería, específicamente, al cine, surgido a finales del siglo XIX, pues aún la televisión y otros medios radioelectrónicos, no gozaban del colosal desarrollo y expansión que tienen hoy día. Indudablemente el surgimiento y desarrollo de la televisión, en la década del cincuenta de la pasada centuria, fue un factor decisivo en la consolidación de esta singular relación.
A partir de entonces la política conocería un nuevo y privilegiado espacio donde el despliegue de sus resortes y mecanismos de producción y autoreproducción alcanzarían dimensiones jamás vistas desde sus inicios como campo de reflexión sistemática en la antigua Grecia. Como bien señalan las investigadoras Mayra Sanchez Medina y Alicia Pino Rodríguez:
“Como nunca antes la política cuenta con prótesis tecnológicas que extienden sus tentáculos hacia el espacio privado y penetran lo emocional, lo subconsciente, lo subliminal… es frecuente hablar de la política como espectáculo, puesta en escena, como uso y abuso de reglas como dramatizar, impactar, distraer en lugar de informar, divertir en lugar de implicar, a través de sus aliados, los medios masivos de comunicación. Si por espectáculo puede entenderse la acción desarrollada ante un público, aquello que se ofrece para ser observado, podríamos decir que la política siempre ha sido espectacular, siempre ha establecido límites de participación a las mayorías”. 2
En el caso particular de América Latina, las clases y grupos que han detentado el poder desde la segunda mitad del siglo XX y hasta la fecha, se han asegurado de consolidar su dominio no solo en el campo político, económico y militar sino también y, de manera muy especial, en el campo cultural e ideológico, en el cual los medios masivos de comunicación desempeñan un papel de primer orden.
Ejemplos claros de esta utilización del espacio mediático por parte de la política, o mejor, de los políticos y grupos en el poder, lo constituyen las amplias redes de televisoras como O Globo en Brasil o Globo Visión y Venevisión en Venezuela, Caracol en Colombia y diarios de amplia circulación como Clarín y la Nación en Argentina o el Nacional en Venezuela, entre otros.
Todos ellos, surgidos en diversos momentos posteriores a la segunda guerra mundial, no han hecho otra cosa que servir de plataforma comunicacional de los más arraigados intereses y “valores” de las élites oligárquicas que han gobernado a Latinoamérica en los últimos sesenta años.
Basta recordar el triste papel que jugó el diario Clarín como soporte de legitimidad de las más sangrientas dictaduras que en los años sesenta y setenta asolaron al pueblo argentino o, más recientemente, el papel de Globo Visión, en Venezuela, como vocera de la más furibunda y apátrida oposición a los gobiernos de corte popular de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Todos estos ejemplos, entre otros muchos que pudieran citarse, han hecho que prestigiosos investigadores y especialistas de los medios de comunicación de masas, no solo de Latinoamérica sino de otras regiones del mundo hablen, desde hace algunos años, de dictadura mediática e incluso, de terrorismo mediático. Un fenómeno que, aunque no se limita en modo alguno al ámbito latinoamericano, sí tiene en esta región una connotación más viva y directa.
Con ello se quiere significar la enorme capacidad de manipulación y distorsión de la realidad que estos medios tienen entre las amplias capas populares de nuestros países, en los cuales ha sido una práctica habitual, durante muchos años, la intromisión directa y grosera de los conglomerados mediáticos en cuestiones de marcado carácter político.
Con toda razón se ha dicho que el golpe de estado perpetrado contra Hugo Chávez, en abril del 2002, no solo fue un golpe militar, político y económico, sino fundamentalmente, un golpe mediático. Investigaciones ulteriores sobre este infausto suceso se han encargado de confirmar con creces esta tesis.
No por gusto una de las prioridades del proyecto de gobierno de Hugo Chávez fue, justamente, la potenciación de los medios de comunicación masivos y de las nuevas tecnologías en la difusión del ideario del “socialismo del siglo XXI” y reformulación de la estética de estos canales de comunicación.
En el pensamiento y la obra de Hugo Chávez se percibe el intento de reformular las relaciones tradicionalmente existentes entre la izquierda y los medios de comunicación de masas. En este sentido, la postura que, respecto a los medios de difusión masiva, ha mantenido históricamente la izquierda latinoamericana, y los gobiernos de izquierda en específico, ha presentado las siguientes características:
– Los medios de difusión son puestos “bajo sospecha”, por ser instrumentos que fomentan una cultura de masas que promueve la aceptación acrítica del capitalismo por parte de los espectadores – consumidores, además de fomentar la fobia anticomunista. La obra de “puro entretenimiento” es en realidad un dispositivo ideológico concebido para que el público se someta a la hegemonía cultural del capital. Esta línea de pensamiento tiene su raíz en la Teoría crítica marxista (Adorno, Horkheimer) y ha encontrado eco en culturólogos y analistas de comunicación de la izquierda latinoamericano, que han utilizado términos y categorías de la Escuela de Frankfurt para examinar la realidad de sus propios medios. Un ejemplo paradigmático es “Para leer al pato Donald”, de Dorfmann y Matterlant. Aunque los estudios de este y otros textos desarticulan los mecanismos de dominación diseñados desde los medios, no se plantean la viabilidad de esos u otros mecanismos para la difusión de una ideología contra- hegemónica.
– La adopción de los medios de comunicación por parte de los gobiernos de izquierda en el continente ha sido marcadamente “contenidista”: la radio o la televisión se consideran como instancias para la transmisión de discursos, noticieros y otros espacios de información o debate político en los que la “forma” en que se transmite ese mensaje es un aspecto secundario y hasta residual. La utilización de recursos típicos de los productos audiovisuales capitalistas es vista como una manipulación que no se aviene con el propósito emancipador de la ideología de izquierda. De esa manera, los medios de la izquierda se auto-marginan y facilitan que los medios de derecha planteen una guerra mediática en la que los primeros son vistos como “aburridos”, “panfletarios” y “pedagogizantes”, mientras los segundos se autoproclaman como “frescos”, “dinámicos” y, sobre todo, “entretenidos”.
La política chavista intentó romper con estos esquemas heredados de la izquierda tradicional. En primer lugar, se impuso que los medios eran un espacio a conquistar, de ahí la renovación de Venezolana de Televisión y la creación de Telesur en el año 2005, primer canal multinacional de la izquierda latinoamericana, que se presenta como una alternativa latinoamericana y tercermundista frente a canales de noticias de alcance global y enclavados en metrópolis capitalistas, como la conocida CNN.
En esta misma línea, Chávez brindó atención a los medios alternativos, de ahí su apoyo a las televisoras y emisoras radiales comunitarias, que han jugado un papel importante a favor del gobierno en la lucha mediática venezolana. Además, desde temprano avizoró que las nuevas tecnologías, fundamentalmente Internet y la red telefónica celular, constituían un espacio de difusión alternativa en el que era preciso posicionarse. De esa visión se derivó la creación de la cuenta en Twitter Chávezcandanga, que permitió una estrecha comunicación líder- masa a través de la telefonía inalámbrica.
Pero esa conquista de los medios ha implicado también renovar la forma en que son utilizados. A diferencia del “contenidismo” tradicional, el chavismo ha experimentado con productos comunicacionales que se valen de recursos visuales ampliamente explotados en los mass media para hacer más atractivo su discurso. Telesur es un buen ejemplo: escenografía, vestuario, infografía, música, presentadores, etc., remiten a la elegancia y hasta el glamour de los grandes noticiarios; sin embargo, su enfoque ideológico es radicalmente diferente.
De esa manera, se ha logrado un producto noticioso “entretenido” desde la izquierda, que compite en un plano de relativa igualdad con sus similares del primer mundo capitalista. Otros programas de Venezolana de Televisión, más en la línea del análisis político (“La hojilla”, “Cayendo y corriendo”), se valen de estos mismos recursos. Una tarea pendiente de los medios de comunicación chavistas es lograr productos similares en dramatizados y otras tipologías de programas televisivos.
Indudablemente, gran parte del mérito en esta renovación de los medios de comunicación progresistas en Venezuela lo tienen los directivos que están al frente de las televisoras o radioemisoras y los directores de los programas, pero el apoyo y las ideas de Chávez han sido básicas en este sentido.
Igualmente épicas han resultado las batallas que el presidente ecuatoriano Rafael Correa y la Revolución Ciudadana que él encabeza han librado, en los últimos diez años, contra los poderosos consorcios mediáticos patrocinados por las élites políticas de la región.
Hoy estamos asistiendo a una descomunal campaña difamatoria, alentada por los monopolios transnacionales de la información, en contra de la ex presidenta argentina Cristina Fernández y la presidenta brasileña Dilma Rousself. El fenómeno que está actualmente en boga y que se ha dado en llamar “judicialización de la política”, o sea, la vinculación de prominentes figuras políticas, principalmente de la izquierda o de sectores progresistas, con supuestos delitos y crímenes de carácter económico-financiero, tiene en estos medios su mejor y más incondicional aliado.
La actual contraofensiva de la derecha en la región, cuyo objetivo prioritario es entronizar la “restauración neoliberal y conservadora” mediante un pretendido cierre del llamado ciclo progresista latinoamericano, está fuertemente cimentada sobre los más espurios intereses de la oligarquía financiera, dueña de los principales y más influyentes medios masivos de comunicación en el continente. La reciente salida de Argentina del canal multinacional Telesur, a instancias del gobierno neoliberal de Mauricio Macri, constituye un eslabón primordial de este intento restaurador.
Ante este complejo y difícil panorama los movimientos de izquierda y los sectores progresistas continentales deberían articular, en la misma dirección trazada por Chávez, una estrategia comunicacional contrahegemónica que permita hacer frente, de un modo eficaz, al sistemático “bombardeo” mediático de la burguesía transnacional sobre nuestros pueblos. Hacerlo no solo desde aquellos espacios oficiales del poder popular donde estos existen todavía, sino desde la misma base de los movimientos sociales que se nutren de las iniciativas comunicacionales generadas a nivel de barrios y comunidades.
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No se trata, naturalmente, de asumir una actitud de sospecha o satanización, “apocalíptica”, al decir de Umberto Eco, ante el fenómeno de los medios, ya que, tal y como nos recuerda el destacado investigador colombiano Jesús Martìn Barbero: “… debemos tener en cuenta, por una parte, la necesaria denuncia de la complicidad de la televisión con las manipulaciones del poder y los intereses mercantiles… sin desconocer, por otra parte, el lugar estratégico que la televisión ocupa en las dinámicas de la cultura cotidiana de las mayorías, en la transformación de las memorias y las sensibilidades, y en la construcción de imaginarios colectivos desde los que las gentes se reconocen y representan lo que tienen derecho a esperar y desear.” 3
Leonardo Cruz Cabrera, Roberto Jomarrón Herrera, Javier Negrín Ruiz
Fuente: Cubadebate
Notas:
1: W, Benjamin: “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, en discursos interrumpidos I. Madrid, Edic. Trasvs, 1973
2: M, Sánchez Medina: “La Política: Miradas Cruzadas, de Emilio Duharte Díaz (compilador), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 2006
3: Ibidem.