En la derecha la voz disidente fue Ossandón, el primero. Hace muy poco, el senador Carlos Larraín se dio cuenta del persistente tsunami social: “Creo que el futuro político va a ser letal en Chile, creo que en la izquierda están preparando la chupilca del diablo, nos van a dar un chupinazo y nos van a volar la sesera”. Y se allanó a discutir el sistema binominal. En un día, el gobierno de Piñera y la UDI, en ese escenario tan cambiante, fueron obligados a inventar su propio proyecto de ley, para modificar el binomal, lo que hasta ayer había sido un dogma de fe. Longueira y su complacencia estaba absolutamente fuera de juego.
Recuerdo una vieja discusión de juventud. Es el rol de los hombres o las mujeres en la historia. Plejánov, un marxista de particular filosofía de la historia, lo ponía de este modo: si a Robespierre le hubiese caído un ladrillo en la cabeza, antes de la toma de la Bastilla, ¿Habría habido revolución francesa y habrían llegado «les jours de glorie”? Plejanov respondía que sin Robespierre, igual habría habido revolución francesa. La historia ya tenía su destino.
Y, a veces, pienso ahora, que ocurre al revés, la historia, para que se realice, para instalar nuevas formas de sociedad, separa de su camino a los actores que se le oponen. Llegado un punto, la historia parece que buscara su propia vía para reformar la sociedad. Mirabeau le recomendó al rey Sol, Luis XVI, el monarca francés:“Señor, abolid los privilegios, modernizad el Estado”.
Pero el Rey era sordo y un veleta y un tirano. Y todos sabemos lo que ocurrió un 14 de julio de 1789. Es historia. El antiguo régimen fue despedazado. Y el rey no creyó nunca que la guillotina separaría con gran precisión su cabeza de su cuerpo. Muy pronto, un joven alzaría su cabeza sangrante mientras la gente en la plaza cantaba la marsellesa. El poder de la historia.
La ultra derecha chilena, una minoría, ha sido un corcho a los deseos manifiestos de las grandes mayorías, en casi todos los temas relevantes de los ciudadanos. El derecho a la educación y la salud, por ejemplo, no son deseos de unos pocos extremistas.
Es una demanda mayoritaria que, por lo demás, todas las sociedades avanzadas, lo tienen consagrado por el sentido común, no es un tema de derecha o de izquierda. El discurso del candidato presidencial de la derecha, Pablo Longueira, era complaciente.
El país ha avanzado tanto y mucho, decía Longueira, que había que seguir con un segundo gobierno de la derecha. Era un absoluto complaciente. Como el rey aquel, era un sordo indiferente.
En la derecha la voz disidente fue Ossandón, el primero. Hace muy poco, el senador Carlos Larraín se dio cuenta del persistente tsunami social: “Creo que el futuro político va a ser letal en Chile, creo que en la izquierda están preparando la chupilca del diablo, nos van a dar un chupinazo y nos van a volar la sesera”. Y se allanó a discutir el sistema binominal. En un día, el gobierno de Piñera y la UDI, en ese escenario tan cambiante, fueron obligados a inventar su propio proyecto de ley, para modificar el binomal, lo que hasta ayer había sido un dogma de fe.
Longueira y su complacencia estaba absolutamente fuera de juego.
Ayer en twitter, alguien sabio recordó el Trafentún mapuche y lo definió como el encuentro con alguna energía por no respetar el contexto. Genera síntomas psicofísicos.
Y así, ahora, la coqueta y macabra historia, por mecanismos casi mágicos, por no respetar el contexto, le pasó la cuenta a Longueira, con serias afecciones sicosomáticas.