lunes, noviembre 11, 2024
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Lecciones de Nueva Providencia

¡Felicitaciones a la alcaldesa y al Concejo Municipal de Providencia por restituir el nombre original a la calle que tenía por denominación la fecha más infausta de la historia republicana de Chile! Pero más allá de las celebraciones, es importante reseñar las acciones ciudadanas que destrabaron la parálisis que afectó por varios meses una aspiración tan sentida, no solo por la mayoría de los vecinos sino del conjunto de los ciudadanos de nuestro país.

Recordemos que Josefa Errázuriz –recogiendo un clamor santiaguino- planteó en su programa edilicio aquella modificación; y que, por tanto, su propio triunfo electoral representó la aprobación mayoritaria de todos los ciudadanos de la comuna a ese cambio de nombre. Ciertamente constituía una aberración que una de las principales calles de la capital –tanto por su actividad económica como por ser uno de los centros más activos de Providencia y, a la vez, vía de tránsito diario entre diversas comunas de la capital- homenajeara un cruento golpe de Estado que abrió paso a una prolongada dictadura terrorista.

Producto de ella centenares de miles de nuestros compatriotas sufrieron directamente desapariciones forzadas; ejecuciones extrajudiciales; torturas; tratos crueles; campos de concentración; detenciones arbitrarias; exoneraciones; relegaciones o exilios. Y la generalidad de la sociedad chilena vio gravemente afectados sus derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales.

El carácter celebratorio de aquella funesta denominación fue consagrado en el mismo decreto del alcalde de la época (Alfredo Alcaíno) que la originó: “Considerando: Que la gesta del 11 de septiembre de 1973, que liberó al país de la opresión marxista, debe ser reconocida por las generaciones presentes y futuras, en una obra de gran importancia urbanística (…) Denomínase ‘Avenida 11 de Septiembre’ a la nueva vía pública que corre semiparalela a la Avenida Providencia” (La Segunda; 28-6-2013).

Además, en la alocución que dio el mismo día de ser electa, Josefa Errázuriz “reveló que una de sus primeras medidas será cambiar el nombre de la avenida 11 de septiembre” (La Hora; 29-10-2012). Sin embargo, no se aprovechó la “luna de miel” de diciembre y enero que es cuando mayor fuerza política se tiene. Luego se fue cayendo en el marasmo a que estamos tan acostumbrados desde 1990.

Es difícil diagnosticarlo, pero creo que proviene de una rara mezcla del gran viraje ideológico de la cúpula concertacionista reconocido crudamente por Edgardo Boeninger en 1997 (la “convergencia” con la derecha); de los temores traumáticos dejados por la dictadura y aprovechados por dicha elite; del gran engaño de la sobreestimación de los obstáculos “objetivos” al cambio y del ocultamiento total de los “subjetivos”; de la permanencia de la atomización de las organizaciones sociales; y –entre otros- del gran incremento de la concentración de la propiedad de los medios de comunicación que, con su mensaje único conservador, incrusta en la sociedad la idea de la “naturalidad” de las estructuras sociales heredadas del régimen de Pinochet. Todo lo anterior condiciona un embotamiento político, sicológico y moral de la sociedad chilena que ha sido sacudido pero en ningún modo superado por el movimiento estudiantil que surgió con tanta fuerza en 2011.

Constatando que dicho empantanamiento estaba ya llegando a niveles preocupantes y que el cercano hito del 40º aniversario del golpe de Estado abría una especial exigencia moral y política para hacer efectivo el cambio de nombre de marras; un grupo de ciudadanos (Paulina Acevedo, Sergio Grez, Pedro Matta, Luis Mariano Rendón y el suscrito; y desde Estados Unidos, Rodolfo Vega y Germán Westphal) comenzamos a indagar qué estaba pasando.

Nos encontramos con descorazonadoras opiniones del entorno de la alcaldesa: que el cambio implicaría dificultades económicas para los locatarios; que el Consejo de organizaciones sociales (Cosoc) que había que consultar para hacer el cambio estaba controlado por la derecha, y que si bien no era resolutivo era muy negativo que se opusiese; y que tampoco estaba tan garantizado que todos los concejales progresistas estuviesen por el cambio (¡!). En definitiva, que todavía “el horno no estaba para bollos”.

Frente a ello hicimos una amplia convocatoria por redes sociales que suscitó en pocos días el entusiasmo de centenares de personas que suscribieron una carta a la alcaldesa, demandando que se sustituyera la denominación de marras antes del 40º aniversario del golpe.

Los firmantes fueron especialmente vecinos de Providencia y personalidades como los Premios Nacionales Juan Pablo Cárdenas, Fernando Castillo Velasco, Manuel Antonio Garretón, Jorge Pinto y Faride Zerán; las escritoras Alejandra Costamagna, Mónica Echeverría y Diamela Eltit; los cineastas Ignacio Agüero, Silvio Caiozzi y Andrés Wood; la compositora Isabel Parra; y los presidentes de la Fech, Feuc y Feusach, Andrés Fielbaum, Diego Vela y Sebastián Donoso, respectivamente.

Luego, ¡el mismo día (viernes 14) que llevamos las firmas a la Municipalidad, la alcaldesa declaró que se citaría rápidamente al Cosoc y luego –independientemente de cuál fuese su opinión- al Concejo Municipal para que resolviese el asunto!

Así, el martes 18 en que se reunió el Cosoc, y en que éste dio efectivamente una opinión contraria; Josefa Errázuriz señaló que había recibido muchos correos electrónicos abogando por la modificación y que “se nos hizo llegar una carta con más de 600 firmas de personalidades pidiendo el cambio de nombre” (La Segunda; 18-6-2013). El resto es historia conocida.

Sin duda esta acción significa un pequeño botón de muestra y respecto de un tema que estaba ya muy maduro en la opinión pública. Tanto, que ¡ni el mismo El Mercurio dijo nada!, dejando completamente “abandonados” a los concejales de derecha en sus intentos antidemocráticos de boicot.

Pero, de todas formas constituye un estimulante ejemplo de cómo pocas personas coordinándose mínimamente, y solo con una eficaz utilización de las redes sociales (prácticamente, “sin moverse del escritorio”), pueden empujar decisiones políticas que, de otra forma, pueden seguir siendo archivadas por mucho tiempo, e incluso indefinidamente.

Ejemplos de esto último sobran desde 1990…

Fuente: El Ciudadano

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