La violencia es un concepto de difícil trato por su vaguedad etimológica –violent?a– y su definición usual en la lengua castellana que dice relación a la acción o cualidad de ejercer coacción en el actuar. En la literatura Sociológica y Antropológica clásica encontramos distintas formas de aproximación y trato al fenómeno social de la violencia en sociedades modernas y las mal llamadas “pre-modernas”, que puede ser ejercida tanto de manera física –con golpes y artefactos- a las no físicas –discriminación, insultos, brujería– y esto se observa en ámbitos como la anomia urbana[1], el control de la agresividad[2], la violencia ritual[3], en colectividades juveniles[4], y la lista si se quiere no pararía de complejizarse.
Por otro lado cabe consignar que en tanto fenómeno, no tiene ningún valor propio si se aísla de su trama relacional; es un objeto que carece de autonomía incluso en sociedades “primitivas”, cuestión que estaría superando los ribetes biologicistas –del naturalismo–, economicistas –marxistas– y psicologicistas –de lo patológico– de la violencia y que más bien ha tendido a ampliarse teóricamente a esferas y ámbitos de carácter político, de intercambio simbólico y comunicacional[5].
Otra lectura sobre la violencia es reconocerla desde una perspectiva funcionalista como un “calificativo” social, político y cultural de perspectiva valorativa y moral-situacional como lo propone el antropólogo catalán Manuel Delgado[6], considerando, por ejemplo, que un acto violento cualquiera que sea, pudo no serlo en el pasado, por lo tanto la violencia podría ser entendida como un atributo de alguien que con legitimidad de ejercerla aplica criterios de etiqueta o cualidad interna en algo que es considerado prudente controlar, disminuir y/o neutralizar socialmente.
Si en sociedades arcaicas fue la religión –o Dios– quien regulaba esta situación, en las sociedades secularizadas vendría a ser el Estado, quien en un creciente acuartelamiento de la violencia por parte de sus instituciones, garantiza, cautela y administra la violencia des-socializándola de su contenido social, politizando, canalizando y enfriando su manifestación a través de los organismos diseñados para esos fines –ejércitos, policías, sistema jurídico, penitenciario, etc.–.
Hay posturas en otro ámbito que reconocen el hecho de que la violencia es un elemento concomitante a la naturaleza humana, en donde en todo tipo de sociedad la gente tiene intereses que frecuentemente son contrapuestos. Claro está que existe evidencia[7] de pequeñas sociedades de cazadores-recolectores como los esquimales o los aborígenes australianos que gozan de un alto nivel de seguridad personal sin contar por ello con soberanos o especialistas de leyes, ni policías, soldados, tribunales de justicia ni abogados.
Las últimas explicaciones antropológicas desde una perspectiva del materialismo cultural, han definido, en primer lugar al hecho controlado del tamaño de las bandas y aldeas, lo cual supone que todos en la comunidad se conocen, por tanto el agresivo o perturbador es reconocido y sometido rápidamente al escrutinio de la opinión pública.
Por otra parte, la importancia central del grupo doméstico y el parentesco en su organización social es influyente en el control de la violencia, así, la reciprocidad es el primer modo de intercambio y privilegio del interés colectivo de la unidad, y finalmente, a la ausencia de desigualdades en el acceso a la tecnología y los recursos, asegurando el no acaparamiento de alimentos y otras formas de expansión que generan precariedades y escasez en los similares próximos.
Así, la violencia en sociedades aldeanas se controla y reduce a su mínima expresión y cuando el conflicto es inminente, existen mecanismos estructurales que definen la resolución de conflicto a través de duelos o vendettas de sangre.
Si nos situamos en una clasificación y atrayendo el tema a las investigaciones urbanas contemporáneas en sociedades complejas, encontramos a Phillipe Bourgois[8], quien reconoce cuatro tipos de violencias:
a) la violencia política: en donde existe participación de actores con autoridad oficial que la ejercen,
b) la violencia estructural : dada por la organización político-económica en donde se ordena una sociedad y se dinamiza,
c) la violencia simbólica: como la ejecución y aplicación legítima de desigualdades y,
d) la violencia cotidiana: en relación a prácticas diarias en donde se ejerce a nivel de la micro-sociabilidad entre individuos con cierto tipo de abusos en el ámbito comunitario.
Esto conlleva a reflexiones que el mismo autor realiza en trabajos posteriores[9] distinguiendo el hecho social de la violencia con el individuo que se auto-flagela –sobre todo con los marginalizados bajo la noción del lumpenaje proletario– y la violencia que se ejerce así mismo en la comunidad como la cultura callejera de resistencia que en la rabia que encubre termina arruinando a su propia colectividad.
¿De qué sirve entonces reconocer ese carácter polifacético y que actúa en distintas dimensiones?, ¿de qué sirve reconcoer a ese fenómeno denominado violencia?
Zizek[10] reconoce dos aspectos sobre la violencia, una de carácter subjetiva y otra objetiva.
La primera trata a la escandalización obvia que remite en horrorizarnos y/o sentir empatía cuando somos testigo de ella a manos de la influencia de agentes sociales, los aparatos represivos y las multitudes fanáticas.
La segunda, la de tipo objetiva, más o menos de la mano de Phillipe Bourgois, vendría a ser la violencia sistémica que remite a las condiciones estructurales en las que vivimos y somos abusados y administrados frente a los procesos de dominación y explotación, ya no tan solo atribuible a la mezquindad de algunos controladores, sino más bien, a lo anónimo que trasciende a nuestro control y entendimiento.
Dentro de esta misma esfera hay una distinción real y otra de realidad. Lo real vendría a ser esa lógica abstracta tecnocrática que el capital exige para la explotación; números positivos, una economía dinámica y sana, frente a una realidad –que es social- de desastres ecológicos, miseria urbana y desigualdad que encubre lo real.
El remedo a Zizek viene de la mano con la idea que él propone para hacer frente a este escenario y de cómo actuar. Lo mejor sería responder con un ¡no hacer nada! No actuar, sino pensar y salir de la tentación brusca, torpe y convulsiva, e ir más allá para esperar, para ver y hacer un análisis paciente y crítico y así detectar de manera concreta eso que nos une y lo que nos perjudica.
Michel Foucault en una línea similar invita a repensar las nuevas contradicciones sociales que suscitan violencias –totalitarismos y terrorismos-, lo que se debe en base a la fracturación de los pactos sociales, otrora territoriales y localizadas, a una de aseguramiento.
Seguir resucitando muertos e ideologías de antaño, reivindicaciones de luchas anteriores del siglo XIX y las contiendas nacionalistas o imperialistas con ese mismo marco lógico no nos dará nuevos frutos, sino que “hay que tratar de hacer comprender a la gente que ese retroceso a los viejos valores políticos, los viejos valores asegurados (…) del pensamiento político y la impugnación, ya no convienen.
Esas herencias son hoy falsas promesas”[11]. Hoy a la gente, señala el filósofo francés, hay que evidenciarle los nuevos despliegues en donde actúan los mecanismos de violencia desde las experiencias de las personas que son los problemas que nos unen –desde la administración y regulación de la vida a manos de expertos, hasta la regulación de la seguridad y el bienestar-.
Michel Maffesoli[12] por su parte es categórico sobre este punto al señalar que lo que se ha instalado en la sociedad actual es la violencia totalitaria, es decir, una violencia que alcanzó una capacidad tal de “enervar” al cuerpo social, despojándolo de su robustez hasta convertirlo en una masa “amorfa, indecisa y totalmente veleidosa”, que da paso a la violencia de los buenos sentimientos que en la búsqueda de refugio y auxilio inevitablemente termina siendo cómplice de un voluntarismo sumiso, que puede llevar a restringir aún más las libertades de los individuos.
A cambio de seguridad nos volcamos a perder nuestro derecho al anonimato, al uso del espacio, a estar en desacuerdo, a someter al diferente, a higienizar nuestros contactos, a enclaustrarnos en nuestros paraísos vigilables, a vivir en las tiranías de la intimidad de las que habla Richard Sennett[13], frente a esa falsa imagen de expansión del yo con similares lo suficientemente edulcorados para que nos llegase a provocar un mínimo de incomodidad.
Conocer, describir y socializar esta realidad es responsabilidad de todos. Así entonces podremos enfrentarnos colectivamente a eso que nos oprime, en que los mecanismos que se nos presentan así sin más y que se transforman en nuestros deseos no son para nada voluntarios, sino más bien responden, en parte, al shock de estímulos a los que estamos siendo sometidos.
Un comienzo a una salida razonable sería el habilitar medios de socializaciones diversas, entendiendo que existe una riqueza en los diferentes –que no es lo mismo a desigual-, en no asimilarnos, en estar finalmente conscientes de nuestra condición.
Así comienza la primera parte de ensayos sobre la violencia que empezaremos a llevar cabo en este segmento, la idea está en ir discutiendo –y ojalá no siempre estar de acuerdo- e ir generando un espacio de encuentro no tanto de diálogos, sino más bien de conversación y en darnos la posibilidad de legitimar y legitimarnos en un verdadero encuentro de perspectivas.
(*) Antropólogo, candidato a Magíster en Sociología de la Universidad de Chile.
Fuente: La Pala
Referencias:
[1] -Durkheim, Émile (1987). La división del trabajo social. Madrid: Akal; -Park, Robert Ezra (1999). La ciudad y otros ensayos de Ecología Urbana. Madrid: Ediciones del Serbal; -Simmel, George (1986). Las grandes urbes y la vida del espíritu. En El individuo y la libertad. Barcelona: Ediciones Península.
[2] -Evans-Pritchard, Edwards (1976). Brujería, Magia y Oráculo entre los Azande. Barcelona: Editorial Anagrama; -Geertz, Clifford (2003). La interpretación de las culturas. Buenos Aires: Paidós.
[3] Delgado, Manuel (2009). Espacio Sagrado, Espacio de la violencia. El Corre-de-bou de Cardona. En Boesch, Sofía y Scaraffia, Luceta (Eds). Loughi sacri e spazi della santità. Turin: Resenberg & Selier; -Turner, Victor (1988). El proceso ritual. Estructura y antiestructura. Madrid: Taurus.
[4] -Reguillo, Rosana (2005). Ciudades y violencias. Un mapa contra los diagnósticos fatales. En Reguillo, Rosana y Godoy-Anativia, Marcial. Ciudades translocales. Espacios, flujos, representación. Guadalajara. ITESO.- (2008). Las múltiples fronteras de la violencia: jóvenes latinoamericanos entre la precarización y el desencanto. En Revista Pensamiento Iberoamericano: inclusión y ciudadanía. Perspectivas de la juventud en Iberoamérica. Madrid: Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID); -Ferrándiz, Francisco y Feixa, Carles (2004). Una mirada antropológica sobre las violencias. En Revista Alteridades. México DF: Universidad Autónoma Metropolitana.
[5] -Clastres, Pierre (2004). Arqueología de la violencia: La guerra en las sociedades primitivas. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica; -Sahlins, Marshall (1987). Economía de la edad de piedra 2Ed. Madrid: Akal. –Levi-Strauss, Claude (1969). Estructuras elementales del parentesco. Buenos Aires: Editorial Paidós.
[6] Delgado, Manuel (2011). Violencia y violencidad. Sobre la imposibilidad de un antropología de la violencia. El cor de les aparences. Bloc de Manuel Delgado. Disponible en:
http://manueldelgadoruiz.blogspot.com/2011/12/violencia-y-violencidad-sobre-la.html
[7] Harris, Marvin (2009). Introducción a la Antropología General. Madrid: Alianza Editorial. Véase con atención de manera introductoria el capítulo 18 “Ley, orden y guerra en las sociedades preestatales. 413-436pp.
[8] Bourgois, Phillipe (2002). El poder de la violencia en la guerra y en la paz. Lecciones pos-Guerra Fría de El Salvador En CECYP. Apuntes de Investigación del CECYP n°8. Pp73-98. Buenos Aires: CECYP.
[9] (2010). En busca de respeto. Vendiendo Crack en Harlem. Buenos Aires: Editorial Siglo XXI.- (2011). La lumpenización de los sectores vulnerables en la guerra contra la droga en Estados Unidos En Malventi, Dario. Fugas de la institución: Entre captura y vida. Pp. 23-34. Sevilla: Universidad Internacional de Andalucía.
[10] Zizek, Slavoj (2009). Sobre la violencia: seis reflexiones marginales. Buenos Aires: Paidos.
[11] Foucault, Michel (2012). El poder, una bestia magnífica: sobre el poder, la prisión y la vida. Buenos Aires: Siglo XXI. Pág 52.
[12] Maffesoli, Michel (2005). El nomadismo. Vagabundeos iniciáticos. México DF: Fondo de Cultura Económica.
[13] Sennett, Richard (2002). El declive del hombre público. Barcelona: Península. En especial las conclusiones.
Michel Foucault en una línea similar invita a repensar las nuevas contradicciones sociales que suscitan violencias –totalitarismos y terrorismos-, lo que se debe en base a la fracturación de los pactos sociales, otrora territoriales y localizadas, a una de aseguramiento. Seguir resucitando muertos e ideologías de antaño, reivindicaciones de luchas anteriores del siglo XIX y las contiendas nacionalistas o imperialistas con ese mismo marco lógico no nos dará nuevos frutos, sino que “