domingo, diciembre 22, 2024
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La Revolución Digital y la Revolución a Secas

por Gustave Massiah.

Para los movimientos sociales, el periodo actual es un periodo de ruptura. Los diversos movimientos sociales son fruto de una evolución prolongada, que se caracteriza por cambios paulatinos y episodios revolucionarios.

Entre los procesos prolongados podemos citar las grandes luchas obreras y las luchas campesinas; el movimiento de la descolonización con el paso de la primera fase de la independencia de los Estados a la fase actual de liberación de los pueblos; el movimiento por las libertades y derechos, con una nueva secuencia en la década de 1960.

Asimismo, se han desarrollado movimientos considerables a escala mundial, en particular el movimiento por los derechos de las mujeres, que pone en tela de juicio unas relaciones milenarias. Pensemos igualmente en el movimiento de los pueblos indígenas.

Estos movimientos combinan hoy varios periodos largos en torno a la propuesta de interseccionalidad, que tomará en cuenta la articulación de las diferentes formas y causas de la opresión, las clases, los géneros, los orígenes.

Otro movimiento que ha adquirido gran importancia y ha pasado a desempeñar un papel estructurador es el movimiento ecologista por la emergencia climática y la biodiversidad.

La convergencia de estos movimientos se sitúa en la propuesta estratégica: la de una transición social, ecológica y democrática.

Una explosión de movimientos desde 2011

En la evolución de los movimientos sociales existe una continuidad y los movimientos actuales prolongan los anteriores, en particular las luchas obreras y campesinas. También se producen rupturas. Cabe formular la hipótesis de que se trata de una reacción de los pueblos a la crisis financiera de 2008, que puso de manifiesto la fragilidad del neoliberalismo y el giro austeritario del capitalismo financiero, en que se combinan la austeridad con el autoritarismo.

Cabe pensar que la nueva generación de movimientos en la era digital arrancó tras la autoinmolación de Mohamed Bouazizi y los acontecimientos de Sidi Bouzid en Túnez, difundidos por las redes sociales y punto de arranque de la revolución del jazmín.

Desde entonces asistimos a una sucesión ininterrumpida de estallidos en todo el mundo.

Después de Túnez y la plaza Tahrir en El Cairo, los indignados en España, Portugal y Grecia, las occupy en Londres, Nueva York y Montreal, las estudiantes chilenas y los paraguas de Hong Kong.

Y a partir de entonces ya ni se cuentan las manifestaciones masivas en Argentina, en Francia con los chalecos amarillos, en Chile, Ecuador y en toda América Latina, en Siria, Líbano, Irak, Irán, Palestina, con los manifestaciones que se prolongan en Sudán, Argelia, Hong Kong de nuevo…

Los movimientos sociales evolucionan y aprenden.

Raymond Benhaim[1] señala que los últimos movimientos se distinguen de los precedentes por la voluntad de poner remedio a la flaqueza de la parálisis táctica. Ya no se hallan en la configuración de la ocupación estática de una plaza o de un lugar simbólico, sino que organizan un movimiento masivo de apropiación de la ciudad.

Organizan movilizaciones una a dos veces por semana, y en el ínterin se dan tiempo para analizar, intercambiar puntos de vista y formular las consignas unitarias para la siguiente ocasión. Marcan los objetivos que quieren alcanzar; ganan batallas parciales y continúan con la movilización.

Así, el hirak argelino ha logrado posponer dos veces las fechas de las elecciones; en Hong Kong, la multitud ha conseguido que se retire el decreto de traslado de China de la gente inculpada; en Beirut, los y las manifestantes han exigido y obtenido la dimisión de todo el gobierno y el nombramiento de un gobierno de tecnócratas independientes; la población sudanesa ha impuesto al ejército un gobierno transitorio y la convocatoria de elecciones para dentro de tres años.

Estos movimientos, muy diversos y a menudo contradictorios, estallan a despecho de la ideología dominante y de las reacciones brutales y autoritarias de los poderes contestados. La secuencia no ha concluido.

Una nueva generación de movimientos antiautoritarios y horizontales

Estos movimientos adoptan formas novedosas, con manifestaciones y ocupaciones masivas y repentinas. Con variaciones en función de cada situación, se presentan como movimientos antiautoritarios y horizontales. Incluso si en el curso de la movilización vemos aparecer líderes o portavoces, en los hechos nadie controla el movimiento.

Por su forma de organización y su utilización de los medios digitales, son movimientos de la era digital, incluso cuando esta característica no basta para definirlos.

Según cada situación concreta encontramos en ellos consignas análogas: el rechazo de las desigualdades sociales, de las discriminaciones, de las injusticias, la reivindicación de las libertades y de la efectividad de los derechos. Aparece cada vez más la reivindicación de la justicia medioambiental.

En todas partes se manifiesta la lucha contra la corrupción. Cabe la hipótesis de que este rechazo de la corrupción refleja la toma de conciencia de la fusión entre la clase política y la clase financiera, que anula la autonomía de la acción política.

Esta desconfianza hacia el mundo político nutre el rechazo de la delegación y la representación y la reivindicación de una nueva democracia.

De Argel a Santiago, pasando por Sudán, Irak u Hong Kong, en muchas manifestaciones se reclama la redacción de una nueva constitución.

Los movimientos sociales se enfrentan a la represión y a la contrarrevolución

A partir de 2013, mientras que prosiguen los nuevos movimientos, comienzan las contrarrevoluciones con el ascenso de ideologías racistas, seguritarias y xenófobas y con la ola de guerras descentralizadas.

El neoliberalismo endurece su dominación y refuerza su vertiente seguritaria apoyándose en la represión y los golpes de Estado. En varios países han tomado el poder gobiernos reaccionarios y autocráticos, empezando por EE UU, Rusia, China y Brasil.

Los movimientos sociales y ciudadanos se hallan a la defensiva, y las resistencias sociales, democráticas, políticas e ideológicas tratan de organizarse.

Hemos de analizar la situación de conjunto para poder calibrar las consecuencias de un periodo de contrarrevoluciones.[2]

Hay varias contrarrevoluciones conservadoras en curso: la contrarrevolución neoliberal, la de las viejas y las nuevas dictaduras, la del conservadurismo evangélico, la del conservadurismo islamista, la del conservadurismo hinduista.

Nos recuerdan que los periodos revolucionarios suelen ser breves y a menudo les siguen contrarrevoluciones violentas y mucho más duraderas.

Sin embargo, las contrarrevoluciones no anulan las revoluciones, y lo nuevo que ha eclosionado sigue progresando y emerge, a veces mucho tiempo después, con nuevas formas.

Es un nuevo mundo que asoma con dificultad, recordando la visión de Gramsci en 1937: el viejo mundo muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos.

Los movimientos sociales contribuyen a preparar el nuevo mundo que tarda en aparecer

¿Cuáles son los cambios profundos que construyen el mundo nuevo y que prefiguran las contradicciones del futuro?

La digital no es la única transformación en curso, sino que podemos identificar cinco mutaciones de calado, revoluciones inconclusas de las que ya percibimos las primeras manifestaciones.

La revolución de los derechos de las mujeres pone en entredicho unas relaciones de dominación milenarias.

La revolución de los derechos de los pueblos, la segunda fase de la descolonización tras la independencia de los Estados, plantea la liberación de los pueblos y aborda la cuestión de las identidades múltiples y las formas del Estado nacional.

La toma de conciencia ecológica es una revolución filosófica, que replantea públicamente la idea de que vivimos en un tiempo y un espacio que ya no son infinitos.

La tecnología digital renueva el lenguaje y la escritura y las biotecnologías ponen en tela de juicio los límites del cuerpo humano.

Está alterándose el poblamiento del planeta; las migraciones son uno de los aspectos de una revolución demográfica mundial.

Hay varios procesos de transformación en curso, revoluciones inacabadas e inciertas. Nada permite afirmar que no vayan a ser aplastadas, desviadas o recuperadas, pero tampoco nada permite afirmar lo contrario.

Transforman radicalmente el mundo y son portadoras de esperanzas y marcan ya el futuro y el presente.

De momento, provocan rechazos y grandes violencias.

El papel del activismo digital como movimiento social

La digital es una revolución tecnológica que interactúa intensamente con el cambio social, pero sin sobredeterminarlo. Los y las activistas de los movimientos sociales han influido en el desarrollo del espacio digital, pese a que sus aportaciones han sido confiscadas y desviadas por las GAFAM.[3]

También hay gente que se opone en el interior del mundo digital y que forma un movimiento social específico que converge con los movimientos sociales y puede reforzarlos.

Estas personas pueden desempeñar un papel motor en la lucha contra las GAFAM y contra la impunidad y el poder exorbitantes de las multinacionales de internet.

Pueden contribuir a la puesta a punto de instrumentos participativos de verificación que son indispensables para enfrentarse al contraataque de las autoridades en el mismo terreno digital y en el de la información (vigilancia masiva, desinformación, infoxicación…).

También pueden contribuir a dotar a los movimientos de instrumentos digitales que refuercen las primeras fases de la movilización, que permitan resistir los contraataques de las autoridades y las plataformas hegemónicas, que contribuyan a evitar las parálisis tácticas y faciliten las narrativas de los movimientos, que inscriban los movimientos en la determinación de las estrategias.

Reforzar y contribuir al triunfo de los movimientos sociales en la era digital

A partir del análisis de Zeynep Tüfekçi[4] podemos identificar algunas tareas que hay que asumir para reforzar los movimientos sociales y contribuir al triunfo de estos en la era de internet. No se trata de emprender tareas definidas por una dirección política o por una vanguardia, cosa que sería contraria a la naturaleza de los movimientos, sino de generar un amplio debate con miras a hacer avanzar los conocimientos, los métodos y las técnicas llamando a todas las activistas, y en particular a las activistas del espacio digital, a comprometerse y a poner las propuestas a disposición de los movimientos.

Las primeras propuestas se refieren a la capacidad narrativa, que depende de cada situación, pero que también está asociada a una capacidad narrativa horizontal a escala mundial.

Se trata de avanzar en tres narrativas: una narrativa de la urgencia y la resistencia opuesta a la ideología dominante racista, seguritaria y xenófoba; una narrativa de las alternativas, por otro mundo posible, que implica la superación de la globalización capitalista neoliberal; una narrativa de las estrategias a medio plazo, por el decenio, que defina las etapas de la transición social, ecológica y democrática y las políticas a emprender.

Es posible esbozar las tres narrativas que hay que construir para la transición social, ecológica y democrática.

La narrativa de la urgencia propone la contestación del capitalismo verde y del neoliberalismo autoritario, el rechazo de la mercantilización de la naturaleza y del mundo vivo, la efectividad de los derechos y las libertades.

La narrativa de otro mundo posible se apoya en los bienes comunes, el buen vivir, la propiedad social y colectiva, la gratuidad y los servicios públicos, la democratización radical de la democracia, etc. La narrativa de la estrategia a medio plazo puede ser la de la prosperidad sin crecimiento y la del Green New Deal.

Las segundas propuestas se refieren a las formas de organización de los movimientos. Se trata de hacer avanzar la cultura y la toma de conciencia de las dificultades en cuatro ámbitos: la preparación de los movimientos; la gestión de los movimientos para evitar la parálisis táctica; la respuesta a la represión; la perpetuación de los movimientos.

Los movimientos sociales interpelan a los partidos políticos y cuestionan las formas partidistas

Los movimientos sociales en la era de internet son movimientos políticos. Asumen directamente una parte de las tareas de organización que tradicionalmente incumbían a los partidos políticos, en particular el liderazgo reconocido y las negociaciones.

Esta estructuración tradicional está en gran medida en entredicho a causa de la gran desconfianza de las y los activistas, y más en general de las poblaciones movilizadas, con respecto a las instituciones políticas y en particular con respecto a los partidos políticos.

Algunos partidos políticos con formas relativamente tradicionales han surgido de los movimientos, o más bien de una parte de los movimientos, como es el caso de Podemos o de Syriza. En otros casos se han reconocido formas de organización estructuradas que incluyen a determinados partidos, como por ejemplo la Unión de Profesionales de Sudán. Es preciso evaluar y profundizar estas prolongaciones.

Los propios movimientos sociales se hallan también en proceso de redefinición. Citemos por ejemplo el movimiento de la Vía Campesina, que ha apoyado las movilizaciones a partir de una renovación radical de sus consignas en torno a la agricultura campesina, el rechazo de los organismos genéticamente modificados (OGM) y la soberanía alimentaria.
Por lo demás, los movimientos sociales se enfrentan a la difícil negociación con los poderes y a los riesgos de oenegeización concomitante.

La búsqueda de una nueva síntesis, o por lo menos de una mejor articulación entre la forma movimiento y la forma partido, está en el orden del día. Implica el cuestionamiento de las formas organizativas de los partidos, tanto de los partidos parlamentarios como de los partidos de vanguardia.

Hervé Le Crosnier[5] subraya que ningún movimiento acepta que le representen uno o varios partidos en el juego institucional, pese a que las victorias en el seno de las instituciones refuerzan la conciencia global y los movimientos, como demuestra la evolución actual en EE UU. ¿Cómo sostener esta contradicción a largo plazo?

El cuestionamiento de la forma partido es mucho más profunda. Está relacionado con el cuestionamiento de la estrategia antaño dominante de transformación social: crear un partido para conquistar el Estado y cambiar la sociedad. Los partidos construidos para conquistar el Estado se convierten en partidos-estado antes de conquistar el Estado, y por ello se transforman en frenos para los movimientos y las evoluciones culturales y sociales. La conquista del Estado permitió a la burguesía imponer el capitalismo y es poco probable que permita abandonarlo. Lo que está en juego es la definición de una nueva estrategia de transformación política.

El reto más difícil para los movimientos es el de la redefinición de la democracia

Desde el punto de vista de las narrativas, de la urgencia, de la alternativa y de la estrategia, se vislumbra bastante bien lo que cabe proponer para la transición social y para la transición ecológica. El movimiento social ha planteado las perspectivas y propuestas para un mundo sin desigualdades sociales y sin discriminaciones.

El movimiento por el clima ha abierto un debate vigoroso sobre la transición ecológica, pero el desafío más difícil de abordar es el de la democracia. Es en este ámbito donde los avances son indispensables.

La cuestión de la democracia está presente de un modo constante. Comienza con las reivindicaciones de garantía de las libertades, de rechazo de las represiones y del autoritarismo, de demanda de efectividad de los derechos y de igualdad.

Está presente en la exigencia de dignidad, en el cuestionamiento de las instituciones, en la importancia dada a los servicios públicos. Los movimientos horizontales ponen en tela de juicio la corrupción y llegan incluso a rechazar la delegación y la representación.

Se cuestiona la democracia representativa: ¿acaso es necesaria, pero no suficiente? ¿Cómo hallar las garantías para que no sirva de simple cobertura para los poderosos?

Los movimientos buscan formas de democracia en los hechos, pero tienen dificultades para resolver las cuestiones de democracia interna. Para inventar nuevas formas de democracia hace falta una revolución filosófica y cultural.

Los movimientos sociales renuevan las relaciones entre el nivel local, el nacional y el mundial

Los movimientos sociales en la era digital siguen definiéndose a escala nacional; sus reivindicaciones se dirigen a los poderes de su Estado, de su país. También tienen una base local: son movimientos de plazas, los designan por el nombre de las ciudades en que se desarrollan, a veces incluso por el nombre de la plaza o de la calle que ocupan.

También tienen de inmediato una dimensión mundial, y es a esta escala donde adquieren su sentido.

Estos movimientos son una respuesta a la globalización capitalista y a su fase neoliberal. Cabe atribuirlos a una nueva fase del altermundialismo. Zeynep Tüfekçi destaca que a menudo vemos en ellos a las mismas personas que han participado en las diferentes manifestaciones antiglobalización, que se han reunido o han intercambiado ideas, bien presencialmente, bien a través de grupos de debate en redes.

El movimiento altermundialista recuerda que la transformación de cada sociedad no puede plantearse al margen del cambio mundial. Se apoya en un derecho internacional construido en torno al respeto de los derechos fundamentales. Propone, en vez de una definición del desarrollo sobre la base de un crecimiento productivista y las formas de dominación, una estrategia de transición ecológica, social, democrática y geopolítica.

Como señalan Edouard Glissant y Patrick Chamoiseau,[6] a la globalización capitalista oponemos la mundialidad y las identidades múltiples.

La estrategia busca la articulación de lo local con lo global. El nivel local implica el vínculo entre los territorios y las instituciones democráticas de proximidad. El nivel nacional implica la redefinición de la dimensión política, de la representación y de la delegación en democracia, el refuerzo de la acción pública y del control democrático del poder del Estado.

Las grandes regiones son los espacios de las políticas medioambientales, geoculturales y de la multipolaridad. El nivel mundial es el de la urgencia ecológica; de las instituciones internacionales; del derecho internacional, que debe imponerse frente al derecho mercantil; y de la libertad de circulación y de residencia, en particular de los derechos de la gente migrante.

Los movimientos sociales en la era de internet lanzan una contraofensiva frente a la hegemonía cultural reaccionaria actual

Lo que tienen en común los diferentes movimientos es el rechazo de las desigualdades sociales y las discriminaciones, así como de la corrupción. En este sentido, los movimientos sociales son portadores de una contraofensiva frente a la ideología dominante de la globalización neoliberal. Hay que recordar que el neoliberalismo vino precedido de una ofensiva ideológica, impulsada por las nuevas derechas extremas en la década de 1980, representadas en Francia por el Club de l’Horloge.

Aquella ofensiva se dirigió en primer lugar contra la igualdad. Las desigualdades se consideraban naturales, dando lugar a una concepción seguritaria: frente al desorden había que reprimir las actitudes inciviles, en vez de aplicar estrategias de integración social como las que se habían practicado durante el periodo de bonanza de posguerra.

Los poderes dominantes utilizan las migraciones para sembrar el miedo y reforzar cohesiones racistas a fin de borrar las diferencias sociales en la conciencia de las poblaciones. Los movimientos afirman que las migraciones no constituyen el problema principal de la humanidad, sobre todo las que afectan a los países del Norte, cuando la mayor parte de las migraciones son más que nada de proximidad, provocadas por guerras y genocidios. Los movimientos saben muy bien que un mundo sin migraciones es un mundo irreal. Frente a la ofensiva de las derechas contra los y las migrantes, podemos oponer otro punto de vista: el derecho a vivir y trabajar en el país; la libertad de circulación y de residencia, la acogida incondicional.

La ideología dominante es racista, xenófoba y seguritaria. Utiliza a la gente migrante como chivo expiatorio, pero contra lo que arremete realmente esta ideología es la igualdad. De ahí que podamos considerar que los movimientos sociales en la era de internet que cuestionan las desigualdades y las injusticias protagonizan una contraofensiva.

Sin embargo, existen movimientos sociales de derecha y de extrema derecha, como hemos podido ver en EE UU, en Brasil, en India, en Hungría y otras partes.

Estos movimientos pueden compartir determinadas características técnicas con los movimientos sociales situados en la izquierda, especialmente el dominio de la tecnología digital y de sus formas virales. Por consiguiente, el debate no debe girar en torno al instrumental, sino centrarse en el trasfondo político, en la coherencia de las reivindicaciones sociales, ecológicas y democráticas.

Los movimientos sociales en la era de internet muestran que las desigualdades y las injusticias se han vuelto insoportables

Los movimientos sociales anuncian una nueva era a escala mundial. Una era análoga a la de los derechos en el siglo XVIII, a la de las nacionalidades en 1848, a las revoluciones socialistas del siglo XX, a la de la descolonización en la segunda mitad del siglo XX, a la de la contracultura y de la liberación de las mujeres en los años sesenta y setenta del siglo pasado.

La circulación mundial de las informaciones a través de internet es un hecho relevante. Entre los movimientos sobre el terreno y el intercambio de reflexiones, de estrategias, de complicidad, de debates apasionados que tienen lugar en el espacio digital, asoma una nueva era y se construye una nueva fuerza mundial.

Sin embargo, choca –incluso en el espacio digital– con la oposición de los poderes establecidos, acompañados de los gigantes que se han instalado en la economía digital.

La dialéctica entre Twitter y los gases lacrimógenos, entre la acción sobre el terreno y la información y coordinación digitales, se ha convertido en un elemento importante de nuestro periodo.

Esta revolución, todavía subterránea, pero cuyos movimientos localizados, masivos y repetidos constituyen los principales puntos de referencia, parte de la idea compartida a escala mundial de que las desigualdades, las injusticias, la arbitrariedad y la corrupción son insoportables.

Y que la revuelta contra ellas es legítima, máxime cuando se trata del futuro de la humanidad misma, confrontada con una grave crisis climática y ecológica que los poderes establecidos se niegan a tomarse en serio.

Las revueltas no constituyen únicamente manifestaciones de rechazo: se convierten en revoluciones cuando los objetivos parecen posibles.

Si las desigualdades y las injusticias se han tornado insoportables e inaceptables, también es porque un mundo sin desigualdades y sin injusticias parece posible.

Fuente: Plateforme Altermondialiste

Traducción: Viento Sur

Notas

[1] Raymond Benhaim, D’un Hirak à l’autre, revista Zamane

[2] Gustave Massiah, El nuevo mundo que tarda en aparecer, 2016, https://vientosur.info/spip.php?article11927

[3] GAFAM es el acrónimo de las gigantes de internet: Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft.

[4] Zeynep Tüfekçi, Twitter and tear gas: the power and fragility of networked protest, Yale University Press, 2017.

[5] Hervé Le Crosnier, observaciones a partir de la corrección de este artículo.

[6] Edouard Glissant y Patrick Chamoiseau, “De Loin”, Lettre ouverte, diciembre de 2005.

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