domingo, abril 28, 2024
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El Grexit, la UE y los Modus Operandi de la Izquierda

La República Romana creó la institución del plebiscitum. Una propuesta del Tribuno que, aprobada por la plebe, en el 287 AC, tras la lex Hortensia, tuvo fuerza de ley. Con la caída de la República, y el ascenso del Imperio en la Roma antigua, se abrieron las puertas de lo que, a posteriori, resultaría el absolutismo monárquico en la Europa medieval. Ello se tradujo en el reemplazo de la voluntad del pueblo (el populus en Roma, el demos en Atenas) por la sacra voluntad del Rey.

 

«Aquí nuestro gobierno favorece a los muchos
en vez de a los pocos, y eso se llama democracia».
Pericles, Discurso a los atenienses,
461 AC

Por el aludido L’État, c’est moi, de Luis XIV. Con la llegada al poder de la burguesía (tras las revoluciones inglesa, francesa y la Constitución de los Estados Unidos de América) el naciente capitalismo adoptó un principio: «el pueblo solo gobierna a través de sus representantes.» Si bien el principio otorgaba al pueblo la posibilidad de elegir representantes, estos, una vez elegidos, por el periodo que las diversas Constituciones así lo establecieran, quedaban no atados a los dictados del pueblo.

El capitalismo legó al pueblo la libertad de elegir (cada cierto tiempo) a sus representantes. Gran logro ese. Mas la mera elección devino carte blanche para que los elegidos desmadren a su libre albedrío, incluso, en total detrimento de aquellos que los eligen.

Esa suerte de democracia, desde luego, ilusoria, puede igualarse a lo que alguna vez el mismo Thomas Jefferson llamara «despotismo electivo».

No se trata en modo alguno de negar lo logrado por las revoluciones burguesas. No poca izquierda ha incurrido en ese dislate. Se trata, de facto, en partir de lo logrado en función de incrementarlo. Negar lo logrado por la burguesía sería hoy regresar a la noche de los tiempos.

Ello, indudablemente, pasaría por negar también la justa e intransigente lucha de los humillados y ofendidos en función de obtener cada vez mayor cuota de poder (el voto del negro, del pobre, de la mujer, de las minorías étnicas, de los más jóvenes).

Un punto central separa hoy como nunca antes a la derecha de la izquierda: la primera cree (como Hegel con relación al Estado prusiano) que la democracia ha llegado al non plus ultra y, en consecuencia, ahí debe quedar. Los segundos sostienen que la democracia, todavía hoy imperfecta, debe continuar su via crucis, de manera tal que el pueblo (aquel al que los romanos de la República llamaran populus y los atenienses de Pericles demos) obtenga cada vez mayor cuota de poder, mayor control y mayor participación en las decisiones de los Gobiernos.

Gobiernos a los que ese pueblo, derechos mediante, ha logrado elegir. Resulta vital (y justo, no se olvide la justicia en estos lances) que un grupo de seres, aún aquellos elegidos por sus pueblos, no decidan en conciliábulos aislados, a menudo secretos, y no pocas veces espurios, aquello que a todo el pueblo atañe, aquello que sobre el pueblo, sobre todo el pueblo, pueda pesar.

Tradicionalmente en el espectro político mientas más a la derecha se ubique un Gobierno menos dado es a otorgar al pueblo ese poder. Menos dado ese Gobierno a preguntar al pueblo, al que, sin embargo, debe el poder. Menos dado, en consecuencia, a emplear el plebiscito, la sagrada institución derivada de la República Romana. No olvidemos que la burguesía, una vez en el poder, prohibió el llamado mandato imperativo, aquel que obligaba a los representantes a respetar el mandato de sus representados. A la derecha no le ha agradado jamás preguntar al pueblo.

No le agrada aún hoy: en época muy reciente Honduras sufrió un Golpe de Estado porque un Presidente, democráticamente electo, decidió llamar a un plebiscito. Decidió preguntar al pueblo. Horror.

Preguntar al pueblo: delito de lesa humanidad. Para la derecha la democracia concluye precisamente con la posibilidad de elegir gobierno. En consecuencia la democracia actual puede definirse como un sistema en el cual los elegidos actúan como les viene en ganas en nombre del pueblo sin preguntar al pueblo.

Cierto es que alguna izquierda, aquella que ha asumido tan solo los hábitos (esos que en modo alguno denotan al monje) sin asumir los más sagrados postulados, sin hacerlos suyos en cuerpo y alma y hechos, sobre todos en hechos, no pocas veces ha incurrido en iguales (o peores) desaciertos.

Mas el alma y el cuerpo y los hechos (sobre todo los hechos) de la izquierda, de la verdadera (aquella que respeta los más sagrados postulados, aquella de cuerpo y alma y hechos, sobre todo de hechos) residen únicamente en el pueblo. En el soberano, como un día le llamara Juan Jacobo Rousseau.

Por ello, para la izquierda, preguntar al pueblo no solo llega desde una prerrogativa constitucional. Emana, muy especialmente, como deber moral. Como obligación ética. Como única vía para gobernar. Quien gobierne olvidado del pueblo, sin atender a sus aspiraciones, sin preguntar por ellas, será un engendro. El nombre que se desee. Jamás Gobierno de izquierda. Los humanos de hoy no podemos sino asumir como ethos lo que los romanos de la República, hace más de 2 mil años, asumieran como lex.

Por eso hoy, cuando el Gobierno de SYRIZA, al que el pueblo llevó al poder en Grecia, ha decidido sea precisamente un plebiscito, una pregunta al pueblo, al soberano, a ese al que el Gobierno debe el poder, decida si se acepta o se rechaza los dictados de la UE, la izquierda (esa de cuerpo y alma y hechos, sobre todo de hechos) puede ufanarse. Felicitar a SIRYZA. Reconocer que se siente orgullosa.

Gobiernos anteriores llevaron a Grecia a este infausto lodazal. Gobiernos anteriores aceptaron, sin preguntar al pueblo, aquel que más lo sufriría, condiciones leoninas para Grecia. Gobiernos anteriores llevaron al pueblo griego a no pocos sufrimientos. No fue SYRIZA. Por el contrario, el programa de SYRIZA pretendía, en lo posible, detener ese sufrimiento. Y quién sabe si incurriendo en lo imposible, si invocándolo, si trocándolo en posible, revertirlo.

Todos los medios debaten hoy acerca de lo que llaman Grexit. La salida de Grecia del euro. La obstinación de la UE y de la Troika (si bien los Gobiernos son hijos del voto de los pueblos los segundos, las instituciones que conforman la Troika, con mayor poder de decisión y catástrofe sobre la vida de los pueblos, no lo son) ha llevado a Grecia a esta situación.

Los Premios Nobel de Economía Joseph Stiglitz y Paul Krugman, por ejemplo, así lo consideran. El primero juzga que el BCE, el FMI y la Comisión Europea «tienen una responsabilidad criminal» por haber sumido a Grecia en la depresión. El segundo acaba de aconsejar al pueblo griego votar NO el 5 de julio. Quizá el secreto anhelo de la UE y de la Troika no ha sido otro que hacer caer al Gobierno de Tsipras.

Un objetivo, digamos, menos secreto, resultaría eludir el precedente ante la fuerza de PODEMOS en España. Ante el empuje de la izquierda antisistema en alguna otra nación europea. (Italia, por ejemplo). Indudablemente el euro fue, y es, un gran logro. Un logro que debe ser defendido. Un logro que debe superar el lastre de sus limitaciones. Un logro a reformular. A salvaguardar. Un Grexit sería una derrota para todos: para Grecia, para la UE, para la Troika, para Europa, para el mundo.

Y sus consecuencias pudieran afectar a todos: a Grecia, a la UE, a la Troika, a Europa, al mundo. Un Grexit no beneficiaría a nadie. Pero el chantaje de la UE y de la Troika tampoco. Muy especialmente sumiría al pueblo griego en mayor sufrimiento. Pero un Grexit acabaría lesionando también a la UE y a la Troika.

Muy lógico que SYRIZA, llegado al poder de la mano de prometer al pueblo mayor cuota de aire fresco, opte por preguntar a ese pueblo si le es dable aceptar una cuota menor.

No somos augures. Tarea de augur es lograr desentrañar qué nos depararán los próximos días. ¿Qué alcanzará a urdir la UE? ¿Qué la Troika? ¿Qué capacidad de maniobra queda al Gobierno griego? Y, sobre todo, ¿qué decidirá el pueblo de esa nación el 5 de julio?

Se respiran ya las primeras barahúndas del (por mucho tiempo anunciado) huracán: las Bolsas caen; las primas de riesgo ascienden; los bancos griegos deciden aplicar control de capitales; Merkel dice mantenerse inflexible; Juncker llama al pueblo griego a votar por el SI; el euro se resiente; la Eurozona echa mano a un llamado Plan B; los griegos desesperan mientras Tsipras llama a votar No como medio de lograr un acuerdo viable:

«Llevamos cinco meses negociando, no para salir del marco europeo sino para permanecer con más justicia y buscando una salida de la austeridad que ha llevado a la recesión».  
Eso ha sostenido el gobernante frente a su pueblo. Así pues el 5 de julio tendremos plebiscito. Se le preguntará al pueblo griego qué desea. Unos pocos griegos han rechazado se les pregunte. Han exigido sea el Gobierno quien decida. Para eso son los Gobiernos, han dicho, para tener esa responsabilidad.

Y es que no pocos, menguados de derechos y responsabilidades por siempre, carecen del hábito de ejercitarlos. También los pueblos deben acostumbrarse a ejercitar derechos, a no mirar arriba, hacia aquellos que gobiernan, para aguardar de ellos el maná o el desastre.

También los pueblos deben tener (y aprender, y exigir, y ejercitar) la responsabilidad de decidir. Ahora el pueblo griego la tiene. Deberá decidir entre aceptar las condiciones de la UE y de la Troika o rechazarlas.

En la Atenas que fuera cuna de la democracia, la Atenas en la que se ejerciera el kratos del demos, el poder del pueblo, el espectro de Pericles anida otra vez en el ágora.

La romana lex Hortensia, aquella del 287 ane, puede, una vez más, lograr fuerza de Ley. El pueblo griego vive desde hace varios años una tragedia. No una cuya autoría pueda atribuirse a Esquilo o a Sófocles. Una tragedia derivada de pasados Gobiernos. Alguno, incluso, de izquierda: Irresponsables que pidieron y gastaron dinero a raudales.

Que mintieron acerca del estado de sus finanzas. Una tragedia que exhibe los azules colores de la UE y de la Troika: irresponsables que dejaron fluir a raudales el dinero para después exigir la sangría colosal a todo un pueblo. El pueblo griego sufre hoy esa tragedia. Nadie podría vaticinar cuantos años continuará sufriéndola.

Mayor tragedia resultaría, sin embargo, si un Gobierno, cualquiera que este fuera, sin importar el espectro político en el que se ubicara, decidiera, reunido en conciliábulo de unos pocos, aislado del pueblo en un salón al que lo llevara ese mismo pueblo, tomar en sus muy exclusivas y reducidas manos los designios de esa tragedia.

 A tragedia de todos responsabilidad y decisión de todos. La democracia actual no puede continuar atada a L’État, c’est moi, la fórmula, tiránica, de Luis XIV. El Estado somos todos: esa es la fórmula del soberano. La fórmula del pueblo. Tout.

Lo que se decida el 5 de julio emanará directamente de todos, de la voluntad del pueblo. En la cuna misma de la democracia, en apenas unos días, seremos testigos de su retorno.

La izquierda, la verdadera, esa de cuerpo y alma (y hechos, sobre todo de hechos), esa que practica y respeta y se ufana del más sagrado de sus postulados, aquel que identifica que el poder reside únicamente en el soberano (como le llamara Juan Jacobo Rousseau), tiene derecho a sentirse orgullosa.

Los Gobiernos gobiernan, sí. Mas no de espaldas a los pueblos. No en detrimento de los pueblos. No sin preguntar a los pueblos. Gobiernan para, y por, los pueblos.

Pero, sobre todo, y ese debe ser siempre el postulado más sagrado de la izquierda, con los pueblos. Con. Y esa simple palabra de tres letras debería escribirse allá, en lo más alto, letras de oro, y desde luego, mayúsculas.

Fuente: La Pupila Insomne

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