por Leandro Lutzky.
La Carretera Austral, la ruta que conecta casi toda la Patagonia chilena, luce semidesierta. Un auto se detiene cerca de un monumento al costado del camino, el conductor sale del vehículo, se para junto a la estructura y posa para la foto. Hace un saludo militar.
Detrás suyo, puede leerse un nombre con grandes letras metálicas, que dicen: «General Augusto Pinochet U». Contento por obtener la imagen deseada, continúa su viaje.
El golpe a la memoria colectiva, o mejor dicho, el homenaje a uno de los ex dictadores más sanguinarios de América Latina, está emplazado a la altura de La Junta, una pequeña localidad repleta de cabañas y árboles frondosos en la región de Aysén, al sur del país.
Algunos lugareños dicen que el nombre se debe a que desde allí la junta militar habría coordinado varios operativos en la zona durante los años del terror, pero la explicación oficial es que en ese punto geográfico se juntan los ríos Palena y Rosselot, y por eso eligieron la nomenclatura del pueblo.
Frente al monumento hay un bar, y la señora que lo atiende afirma que no le molesta despertar todas las mañanas y ver el nombre del genocida que le usurpó el poder a Salvador Allende:
«No es por política, antes no podíamos trasladarnos ni siquiera a un hospital si había una emergencia».
Según explica, la obra se instaló para agradecer la instalación de la carretera de ripio ─hoy con varios tramos de asfalto─, inaugurada durante el Gobierno de facto, cuya Administración se inició tras el bombardeo al Palacio de la Moneda en aquel fatídico 11 de septiembre de 1973, y duró 16 largos años.
La escena de la ruta pudo repetirse en más de un lugar, como en la Plazoleta Capitán General Presidente de la República Augusto Pinochet Ugarte, en Linares, región del Maule, o el monolito del militar, en Caleta La Arena, región de Los Lagos.
Asimismo, en mayo del 2018 el Museo Histórico Nacional presentó una muestra llamada ‘Hijos de la Libertad’, donde se exhibía una imagen del fascista junto a la siguiente leyenda:
«La gesta del 11 de septiembre incorporó a Chile en la heroica lucha contra la dictadura marxista de los pueblos amantes de su libertad».
Y los ejemplos pueden continuar.
Mejor no hablar de ciertas cosas
A esta altura, decir que Chile no superó su dictadura resulta una obviedad. De hecho, no hay un consenso sobre qué pasó en el país luego de que Allende, rodeado por las fuerzas armadas en la casa de Gobierno, se suicidara, extinguiendo el sueño del primer modelo socialista y democrático del mundo.
Mencionar el tema genera incomodidad, tensión y ceños fruncidos, entre personas de izquierda y derecha.
«Prefiero no opinar, no viví esa época», comenta un electricista del sur.
«La dictadura estuvo mal, pero Allende también hizo mucho daño», reflexiona un ingeniero de buen pasar económico, cerca de Santiago, la capital.
La teoría de los dos demonios, esa que dice que en los 70 se vivió una guerra y no un genocidio, caló hondo en parte de la sociedad chilena.
Más allá de opiniones puntuales, una encuesta de la consultora Cadem afirmó en septiembre del año pasado que el 95% de la población piensa que la dictadura sigue dividiendo al país, mientras que un 42% afirmó que «divide mucho».
A su vez, el 66% de los consultados siente que no se hizo justicia en materia de derechos humanos, y el 85% cree que aún existen pactos de silencio entre antiguos militares involucrados en crímenes de lesa humanidad.
Por otro lado, 27 de cada 100 chilenos piensan que otro golpe de Estado podría repetirse, 70 de ellos no lo ven posible y tres no lo saben.
Ese mismo año, la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo alertó que el 57% de los estudiantes del octavo año de la escuela básica aprobaría una dictadura si eso garantizara «orden y seguridad» en esa nación del Cono Sur.
En tanto, las consultoras MORI y CERC expusieron en 2015 que el 15% de los entrevistados creía que Pinochet sería recordado «como uno de los mejores gobernadores que ha tenido Chile», aunque aquella percepción está disminuyendo: en 1996 era el 26%.
Para los expertos, el mayor índice de aprobación pinochetista se da entre las personas más adultas y mejor educadas, principalmente mayores de 61 años con estudios superiores.
Asimismo, en el informe se lee que el 21% opinó que los militares tenían suficientes motivos para perpetrar un golpe de Estado en 1973.
La encuesta más curiosa la realizó el diario Emol, que les planteó en octubre a sus lectores virtuales revivir el histórico plebiscito de 1988, cuando se votaba a favor o en contra de la continuidad de Pinochet.
En la dictadura ganó el «NO» con el 54,7% y el régimen no conseguía la legitimidad que tanto anhelaba. En 2018 participaron 11.726 personas, y la mitad votó por el «SÍ».
Intentamos hablar con un hombre que fue detenido y torturado mientras los ‘Chicago Boys’ de Chile modificaban la economía nacional, quien se animó a contarle a su hijo cuestiones sobre su pasado recién hace dos años. Lo aguardamos un mes, pero finalmente desde el entorno familiar no hubo respuesta.
Otra mujer, que perdió a parientes cercanos en manos de fusiles conservadores accedió a un reportaje, pero luego se arrepintió:
«Pinochet ya nos hizo mucho daño», justificó, como si la dictadura aún estuviese viva.
¿Quién podría culparlos?
Al fin y al cabo, aunque con algunas reformas de por medio, Chile mantiene vigente la Constitución aprobada en 1980 por el propio régimen.
Herida abierta
La democracia chilena empezó mal. Durante el período de transición, entre 1988 y 1990, lentamente se daba por finalizado el Gobierno fascista, garantizando un manto de impunidad para muchos uniformados.
De hecho, mientras las víctimas intentaban superar los traumas del horror y se buscaban, hasta hoy, a los seres queridos desaparecidos por la extrema derecha, Pinochet continuó al mando del Ejército hasta 1998.
Hacer enojar al militar podía tumbar la democracia otra vez, y gobernar ante la supervisión del golpista no era tarea fácil. Desde las sombras, el ex dictador seguía con mucho poder y todavía movía los hilos de un frágil sistema político.
Así, el entonces senador fue recibido con honores por las Fuerzas Armadas de Chile, y en julio del 2002 la Justicia local lo sobreseyó de la causa conocida como «Caravana de la Muerte».
Acto seguido, Pinochet renunció a su cargo parlamentario, mientras su condición física se complicaba, y en 2004 también fue sobreseído por la Corte Suprema chilena por casos de violaciones a los derechos humanos. Mientras tanto, otras causas se iniciaban en su contra, pero murió en 2006 tras sufrir un paro cardíaco a los 91 años, sin ser condenado. Cientos de chilenos lloraron su muerte, y otros miles festejaron en las calles.
Luchar contra la corriente
La Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos fue una de las partes querellantes contra el genocida ante la Justicia española, y su presidenta, Lorena Pizarro Sierra, destaca que el contexto político y judicial es clave para entender por qué la dictadura sigue causando tantos resquemores en la sociedad.
El asunto la atraviesa de lleno: su papá, Waldo Pizarro Molina, fue desaparecido de manera forzada en 1976, y desde entonces nada se supo sobre el paradero de aquel militante comunista.
Por su parte, la entrevistada es docente, y entiende que los cambios que introdujo Pinochet en la enseñanza explican parte del problema:
«La reforma terminó con la educación cívica y todas las ramas humanísticas que ayudan al desarrollo del pensamiento.
El sistema educativo apuntó a la perpetuación de la explotación de los hijos de los obreros». Al respecto, profundiza:
«Cuando estaba por terminar la dictadura, trabajaba en una escuela rural y se firmó un decreto para preparar a los hijos de los campesinos, para que sigan siendo campesinos. En esos casos no eran tan importantes las matemáticas, predominaban los talleres de cultivo».
Asimismo, Lorena compara la situación chilena con el proceso argentino de memoria, verdad y justicia, donde se juzgaron a antiguos militares e incluso se condenó al ex dictador del país vecino, Jorge Rafael Videla, quien murió en una cárcel común:
«Cuando asumió Néstor Kirchner la Presidencia, te guste o no, se tomó una visión distinta desde el Estado con respecto a los crímenes de lesa humanidad, derogando leyes de impunidad. En Chile no ocurrió eso, todo lo contrario».
Y sigue:
«Acá se empezó a hablar de ‘responsabilidades colectivas’, justificando el golpe».
Sin embargo, la militante advierte que a varios sectores «les conviene mostrar una imagen de un Chile dividido con respecto a la dictadura, para argumentar una reconciliación», y aclara que ello «sería un grave error».
A su vez, opina que muchos medios ocultan las manifestaciones en repudio de la dictadura, pero confía en que las nuevas generaciones romperán con el período de transición, que en verdad continúa hasta hoy.
El motivo liberal
Las condiciones materiales de una sociedad, es decir, su modelo económico, también inciden en la percepción de la realidad que tienen las masas. En efecto, el investigador de la Fundación Sol, Gonzalo Durán, considera que las «transformaciones introducidas por la dictadura siguen plenamente vigentes».
Más en detalle, el economista explica que «en la esfera del trabajo se introdujeron las bases de un sindicalismo fragmentado, hiper atomizado y despolitizado, afín a los objetivos del libre mercado, que lo aleja de una tradición de lucha de clases».
Y sobre la discusión salarial, añade:
«Se prohibió ‘legalmente’ la negociación colectiva más allá de la empresa».
Otro de los aspectos clave para el experto, es que durante el pinochetismo «se privatizó el sistema público de pensiones» y se creó «una serie de dispositivos para eludir el pago de impuestos», todavía presentes en la actualidad.
Según Durán, las empresas aún gozan de grandes beneficios contributivos:
«Implícitamente, está la idea de que los impuestos son un robo por parte del Estado hacia los que más tienen, y también persiste la lógica del Estado mínimo».
Se siente en la calle
«Ah, sos periodista. Tengo el título de tu próxima nota: ‘Pinochet, lo mejor de la historia de Chile. Bachelet, lo peor'», aconseja un chofer del autobús 426, en la capital del país, sin que nadie mencionara el tema previamente.
Michelle Bachelet, la expresidenta, fue detenida y golpeada durante la dictadura, y su padre, el general Alberto Bachelet, fue encerrado y torturado por no sumarse al golpe, muriendo en la Cárcel Pública de Santiago, donde fue brutalmente interrogado.
No obstante, durante su Presidencia la grieta social no cambió demasiado: la entonces ministra de Defensa, Vivianne Blantlot, acudió al funeral de Pinochet y debió retirarse por los abucheos.
El tabú que se generó en torno a ese período histórico, y el ciclo que no termina de cerrar, generan que todavía queden muchas cosas por decir. En efecto, el libro más vendido del 2018 se titula ‘La dictadura’, y lleva en su portada el rostro caricaturesco de Pinochet.
De hecho, ir por las calles de Chile con un ejemplar entre manos genera todo tipo de reacciones, a favor y en contra del dictador. Su autor, el escritor Jorge Baradit, reflexiona para este medio:
«Los ideólogos de la dictadura se aseguraron de armar una Constitución que la asegurara, un Ejército que vigilara, una clase política mojigata comprada que no la tocara y una clase empresarial, construida por Pinochet y que hoy domina los directorios del país, que fuera su último reducto ideológico».
Para terminar, el realizador de la trilogía ‘Historia secreta de Chile’, opina:
«Mi país está atado de pies y manos estructuralmente, y no puede superar la dictadura porque simplemente sigue aquí, impidiendo que el pueblo busque y encuentre su destino».
Fuente: RT