Por Karl Marx (*)
Karl Marx fue el economista y científico social más importante e influyente del siglo XIX. Eso es sobradamente sabido. Pero fue también un formidable periodista de investigación y un soberbio analista de la coyuntura política internacional de su tiempo. Este inédito trabajo que reproducimos hoy –tan actual, por lo demás: ¡en tantas cosas estamos de vuelta al XIX!— viene a ilustrar ese juicio de valor.
En su libro sobre el Congreso de Viena, el Abate de Pradt acusa con toda justicia al “congreso bailarín”, como fue llamado por el Príncipe de Ligne, de haber sentado las bases de la supremacía rusa en Europa y de haberla sancionado. [1]
«Así», escribe, «sucedió que la guerra europea de independencia contra Francia terminó con el sometimiento de Europa a Rusia. De poco valió tanta fatiga para semejante resultado». [2]
La guerra contra Francia. Que era al mismo tiempo una guerra contra la revolución, una guerra antijacobina, condujo naturalmente a una transferencia de la influencia de Occidente a Oriente, de Francia a Rusia.
El Congreso de Viena fue el retoño natural de la guerra antijacobina; el Tratado de Viena, el producto legítimo del Congreso de Viena; y la supremacía de Rusia, el hijo natural del Tratado de Viena.
No es, pues, de recibo que el grueso de los escritores ingleses, franceses y alemanes le echen toda la culpa a Prusia solo porque Federico Guillermo III, cegado por su devoción al Emperador Alejandro, diese órdenes categóricas a sus embajadores a fin de que tomasen el partido de Rusia en todas las cuestiones importantes, frustrando así los meditados planes del infame triunvirato –Castlereagh, Metternich y Talleyrand— para erigir barreras territoriales seguras contra las invasiones rusas [3] y, de esta guisa, protegerse de las desagradables pero inevitables consecuencias del sistema que con tanto celo habían impuesto al Continente.
Ni siquiera a un cónclave tan poco escrupuloso le estuvo consentida la falsificación de la lógica de los acontecimientos.
Al ser la preponderancia de Rusia en Europa inseparable del Tratado de Viena, cualquier guerra contra esa potencia que no proclamase desde el principio la abolición del Tratado no podía ser otra cosa que un puro enredizo de imposturas, engaños y complicidades. Pero la actual guerra se lleva a cabo con el objetivo, no de reemplazar, sino de consolidar el Tratado de Viena al incluir a Turquía, de forma complementaria, en los protocolos de 1815.
Se espera con ello el amanecer del milenio conservador, y que la suma del esfuerzo de los gobiernos pueda dirigirse exclusivamente a la «tranquilización» del espíritu europeo.
Como se verá a partir de los notables pasajes que siguen –traducidos del panfleto del mariscal prusiano Knesebeck «En relación con el equilibrio de Europa, escrito en las sesiones del Congreso de Viena» [4]—, incluso en la época de celebración de aquel Congreso, los principales actores eran plenamente conscientes de que el “sistema” traía inexorablemente consigo tanto la preservación de Turquía como el reparto de Polonia [5].
«¡Los turcos en Europa! ¿Qué daño le han hecho los turcos? Son un pueblo poderoso y honrado; Durante siglos a solas en paz, se puede confiar en ellos si se les deja tranquilos ¿Alguna vez le han engañado? ¿Acaso no son sinceros y francos en su política? Son valientes y guerreros, sin duda.
Pero, ¿no es ello conveniente y beneficioso por más de un motivo? Son el mejor baluarte contra la invasión de la población asiática excedente, y sólo porque tienen un pie en Europa resisten toda invasión. Si fueran expulsados, serían ellos mismos los que invadirían. Basta imaginarlos fuera de Europa.¿Qué pasaría?
Rusia o Austria se harían con la posesión de todos esos países, o se constituiría un Estado griego independiente ¿Deseáis que Rusia sea aún más poderosa? ¿Para que por ese flanco caiga también el coloso sobre vuestra cabezas? ¿Os parece poco que haya avanzado en su paso desde el Volga hasta el Niemen, desde el Niemen hasta el Vístula, y ahora probablemente llegue tan lejos como el Warta?
Y si tal no fuera el caso, ¿queréis acaso que el poder de Austria se oriente en dirección a Asia, y que de esta manera sea débil o indiferente a la hora de mantener su posición central frente a las invasiones desde Occidente?
Recuérdese la posición pasada de Juan Sobieski, de Eugenio de Saboya y de Montecucculi. ¿Cómo pudo Francia extender su dominio hacia Alemania, sino es porque el poder de Austria estaba necesariamente ocupado de forma constante en resistir a las invasiones de Asia? ¿Deseáis restaurar ese estado de cosas, y aun que se agrave, acercándolo más a Asia?
“¡Habrá que crear, así pues, un Estado griego’, o bizantino, ‘separado!” ¿Mejorará ello la situación de Europa? “En el estado de estupor en el que esa gente» (los griegos) «se han hundido, ¿no tendría Europa, por el contrario, que verse obligada continuamente a movilizarse en armas para protegerse de los turcos que regresan? ¿No se convertiría Grecia simplemente en una colonia de Rusia, como consecuencia de la influencia que Rusia poseería sobre ese Estado a través de la religión, el comercio y la deuda?
Más vale dejar a los turcos donde están, y no despertar a la inquieta potencia mientras reposa. ‘Pero’, exclama un filántropo bienintencionado, ‘allí se maltrata a la gente’. La parte más hermosa del mundo, incluyendo las antiguas Atenas y Esparta, ¡están habitadas por bárbaros! ‘
“Puede que todo esto sea verdad, amigo mío: hay en la actualidad hombres, o había hasta hace poco, a quienes se estrangula; pero en otras partes se les fustiga, se les azota y se les vende. Antes de cambiar nada, piense si puede mejorar usted mismo; si los bastonazos y baquetazos aplicados con perfidia griega serían más fáciles de soportar que el cordón de seda y el firmán de los turcos. Acabe primero con esas cosas, y con la trata de esclavos en Europa, y consuélese de la falta de civilización del turco; su incivilidad es una fuerza, su fe le da valor, y nosotros precisamos de fuerza y de valor para poder contemplar tranquilamente al moscovita imponiéndose hasta el Warta.”
“Por tanto, hay que preservar a los turcos, pero ¡hundir a los polacos como nación! Sí, no puede ser de otra manera.
«Lo que tiene fuerzas para levantarse, perdura; lo que está enteramente podrido, debe perecer Y así es. Que cualquiera se pregunte cuál sería el resultado si se dejase ser independiente a la nación polaca en su carácter natural.
Embriaguez, gula, servilismo…, desprecio por todo lo que es bueno y a todos los demás pueblos, burla desdeñosa de todo orden y costumbre, la extravagancia, el libertinaje, la venalidad, la artimaña, la traición, la inmoralidad del palacio a la granja; así está el polaco en su elemento.
Por eso canta sus canciones, toca el violín y la guitarra, besa a su amante y bebe en su zapato, saca su espada, acaricia el bigote, monta su caballo, marcha a la batalla con Dumouriez y Bonaparte o cualquier otra persona en la tierra, se deleita en abundante aguardiente y ponche, pelea con amigos y enemigos, maltrata a su esposa y a su siervo, vende su propiedad, se va al extranjero, perturba a la mitad del mundo, y jura por Kosciuszko y Poniatowski que Polonia no perecerá, ¡tan seguro como que él es polaco!
«He aquí lo que apoya cuando dice que Polonia debe ser restaurada.
«¿Merece tal nación existir? ¿Es un pueblo así capaz de una Constitución? Una Constitución presupone una idea de orden, […] porque no hace otra cosa que regular, y otorga a cada miembro de la comunidad el lugar que le corresponde, razón por la que determina los esstamentos de los que el Estado se compone, y para cada rango, su lugar, estamento, orden, derechos y deberes, así como el curso de la máquina del Estado y los principales rasgos de su gobierno.
¿Qué? ¿Gobernar un pueblo donde no hay orden? Un rey polaco (Stefan Batory) una vez exclamó: ‘Los polacos no conocen de orden alguno; ni gobierno que respeten; ¡a una mera casualidad debe la continuación de su existencia! ‘
«Y así sigue siendo. Desorden, inmoralidad: es como los polacos están en su elemento. No,.. que esas gentes sigan bajo el bastón. Así lo quiere la Providencia. El Altísimo sabe lo que es provechoso para la humanidad…
«Por la presente, por tanto, ¡no más polacos!»
La actual guerra tiene, por tanto, el objetivo de hacer realidad la visión del viejo mariscal Knesebeck: una guerra para extender y consolidar el Tratado de Viena de 1815. Durante todo el período de la Restauración y [luego, durante] la Monarquía de Julio [1830] Francia vivió en el espejismo de que el “napoleonismo” significaba la abolición del Tratado de Viena, que había colocado a Europa bajo la tutela oficial de Rusia, y a Francia bajo la «surveillance publique” [supervisión pública] de Europa.
Ahora, el imitador de su tío, hechizado por la ironía inexorable de su situación fatal, está demostrando al mundo que “napoleonismo” es sinónimo de guerra, y no para emancipar a Francia del, sino para someter a Turquía al Tratado de Viena. Guerra en interés del Tratado de Viena y con el pretexto de poner a prueba ¡el poder de Rusia!
Esta es la auténtica «Idée Napoléonienne» [6] según la interpretación del hombre resurrecto en París. Como los ingleses son los aliados orgullosos del segundo Napoleón, se creen, por supuesto, autorizados a lidiar con los dichos del viejo Napoleón de la misma manera que hace su sobrino con sus ideas.
No debemos asombrarnos, por tanto, de leer recientemente en un autor inglés, (Dunlop), [7] que Napoleón habría predicho que la próxima lucha con Rusia entrañaría la gran disyuntiva del porvenir de Europa: «o constitucional o cosaca». Antes de los días del Bajo Imperio, [8] lo conjeturable es que Napoleón hubiera dicho: «o republicana o cosaca”. [9] Sin embargo, el mundo vive y aprende.
(Y por no apreciar las glorias del Tratado de Viena y del «sistema» europeo construido sobre él, la Tribune es acusada de infidelidad ¡a la causa de los derechos humanos y de la libertad!.) [10]-
(*) Crónica de Karl Marx, en el New York Daily Tribune, 10 de julio 1855. Karl Marx (1818-1883), militante del “ala socialista-comunista” del republicanismo democrático revolucionario del siglo XIX. Filósofo, jurista, historiador, economista y periodista, fue cofundador de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Coautor con Friedrich Engels del panfleto político más leído de la historia, El manifiesto comunista, y autor, entre otros, del inconcluso tratado El Capital, critica de la economía política.
Notas:
[1] El Congreso de Viena de los monarcas europeos y sus ministros (septiembre 1814-junio 1815) puso fin a las guerras de la coalición europea contra la Francia napoleónica. A el asistieron representantes de todos los Estados europeos, excepto Turquía. El Congreso puso de manifiesto marcadas diferencias entre los principales participantes: Rusia y Prusia, por una parte, y Austria, Gran Bretaña y Francia, por la otra. Las prolongadas negociaciones fueron acompañadas de interminables bailes, mascaradas y eventos teatrales. Las decisiones del Congreso (que Marx llama en el texto el Tratado de Viena, es decir, la suma total de los acuerdos internacionales, incluyendo el Acta Final de 9 de junio de 1815) ayudaron a reinstaurar varias dinastías reales derrocadas durante la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas, sellaron la desunión política de Alemania e Italia, sancionaron la anexión de Bélgica por Holanda y la partición de Polonia, y esbozaron medidas para combatir los movimientos revolucionarios y de liberación nacional, preparando así el terreno para la Santa Alianza, una unión contrarrevolucionaria de los monarcas europeos.
[2] Dominique Dufour de Pradt, Du Congrès de Vienne, t. I, p. 262
[3] Marx se refiere al tratado secreto de alianza contra Rusia y Prusia firmado por Francia, Austria y Gran Bretaña en la capital austríaca el 3 de enero de 1815, durante el Congreso de Viena. Junto con el canciller Metternich de Austria y el secretario de relaciones exteriores británico Castlereagh, Talleyrand-Périgord, el representante francés en el Congreso, jugó un papel destacado en la preparación del Tratado, tratando de explotar las diferencias entre los miembros de la antigua coalición anti-napoleónica. La formación de la alianza anglo-austro-francesa obligó a Prusia a reducir sus pretensiones sobre el Reino de Sajonia y en relación con los territorios polacos.
[4] K.F. Knesebeck, Denkschrift, betreffend morir Gleichgewichts-Lage Europa, Min Zusammentritte des Wiener Congresos Verfasst. Los fragmentos citados a continuación (con omisiones y adiciones explicativas) son de las pp. 11-14.
[5] Los tratados firmados por Rusia, Prusia y Austria en Viena el 3 de mayo de 1815 y el Acta Final del Congreso de Viena firmada el 9 de junio de 1815, sancionó la abolición del Ducado de Varsovia, creado por Napoleón en 1807, y un nuevo reparto de las tierras polacas entre Austria, Prusia y Rusia.
[6] Alusión al libro de Luis Bonaparte, Des idées napoléoniennes, publicado en París en 1839.
[7] Probable referencia al libro de A.G. Dunlop Cossack Rule, and Russian Influence in Europe, and over Germany.
[8] Bajo Imperio (Bas Empire): nombre que se da en la literatura histórica al Imperio Romano de Oriente (Bizancio); también se utiliza para referirse a los estados en su fase de decadencia o desintegración. Aquí es una alusión al Segundo Imperio en Francia.
[9] Referencia a la declaración de Napoleón en Santa Elena de que Europa estaba destinada a convertirse en «republicana o cosaca» (citado por E. Las Cases en su Memorial de Sainte-Helene …, t. 3, p. 111).
[10] El último párrafo de este artículo fue presumiblemente añadido por los editores del New York Daily Tribune.
Fuente: Sin Permiso
Traducción: Gustavo Buster