lunes, octubre 14, 2024
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El Gran Derretimiento del “Modelo Chileno”

“El Gran Derretimiento”, así tituló Paul Krugman su legendaria columna del New York Times el 2 de marzo del año 2007, en que profetizó el cataclismo que sobrevendría a las economías desarrolladas. Desgraciadamente, los graves sucesos económicos en curso permiten aventurar un ejercicio similar para la economía chilena.

Krugman la fechó un año más tarde redactada como un recuento de lo sucedido. Siguiendo su método, saltemos dos años hacia el futuro y veamos lo que ojalá no haya ocurrido en el intertanto.

El derretimiento del modelo económico chileno se inició hace exactamente dos años, en enero del año 2016. Ese mes sucedieron dos fenómenos ominosos. El cobre cayó por debajo de su promedio de largo plazo de dos dólares por libra, continuando el derrumbe de precios de materias primas, monedas y bolsas emergentes, que venía cursando desde inicios de la década.

Al mismo tiempo, las bollantes bolsas desarrolladas sufrieron su peor inicio de año en registro, a pesar que las respectivas economías consolidaban la recuperación que venían experimentando en el mismo período.

Pocas veces tantos “expertos” se equivocaron tanto en tantas explicaciones como las que publicaban por esos días. Atribuían la caída de las materias primas a lo que denominaban sus “fundamentos”, un exceso de oferta y una desfalleciente demanda.

Nadie se preguntaba por qué tal exceso parecía afectar a todas por igual y como era que la caída brutal en la demanda requerida para explicar el derrumbe de todos sus precios a menos de la mitad, coincidía con niveles de consumo productivo sin precedentes y un futuro auspicioso en las economías desarrolladas en curso de reanimación.

Tampoco les decía nada que las materias primas hubiesen caído simultáneamente y más o menos en la misma medida que el efecto combinado de las bolsas y monedas de países emergentes, mientras las desarrolladas se elevaban a alturas peligrosas.

Transcurridos dos años, ya nadie cuestiona que el llamado “superciclo” de materias primas y mercados emergentes ha estado determinado por el ciclo secular de las economías desarrolladas, al que sigue ¡exactamente al revés!.

Aquel se va a las nubes cuando éstas han sufrido crisis seculares, como sucedió en los años 1970 y luego en los 2000, y se viene al suelo cuando inician su recuperación secular, como ocurrió en los años 1980 y 90, y nuevamente en la década en curso.

Se ha identificado asimismo el vínculo que induce este sorprendente comportamiento: los movimientos del capital especulativo. Éste abunda en las economías centrales durante los períodos de turbulencia, puesto que no encuentra allí oportunidades de inversión productiva. Se vuelcan entonces a la especulación en materias primas, bolsas y monedas emergentes, alterándolas por completo debido a sus dimensiones más reducidas.

Se ha vuelto a estudiar a los economistas clásicos que hace dos siglos descubrieron que la demanda de todas las mercancías escasas no tiene una sino dos componentes, producción para consumo final como todas las demás y… especulación.

Esta última se genera porque sus precios no guardan relación con sus costos de producción como en el resto, sino dependen exclusivamente de la demanda por lo cual cambian a cada instante. Ello los torna irresistibles a los especuladores, cuya entrada hace que su demanda y por tanto sus precios resulten aún más volátiles y veleidosos.

El gran vuelo de los capitales golondrinas regresando al Norte durante la segunda década del siglo, derrumbó lo que su visita durante la primera había inflado en el Sur. Pero tuvo otra consecuencia que resultó letal. Tal como había ocurrido en los años 1980, aprovechando la “plata dulce” los grandes grupos económicos emergentes se habían sobreendeudado en moneda dura, hasta acumular acreencias equivalentes al producto interno bruto.

 Al depreciarse bruscamente las monedas emergentes, sus deudas se dispararon en el mismo momento que no había nadie dispuesto a refinanciarlas.

Los campeones de la década del 2000 corrieron la misma suerte que sus antecesores de los años 1970, arrastrando en su caída al sistema financiero y la economía en su conjunto.
Los años 2016 y 2017 vieron caer uno tras otro a los grandes grupos que habían rozado el cielo endeudándose en dólares, mientras el grueso de sus ingresos se generaban en depreciados Pesos y Reales. Aún más estrepitosa fue la caída de grupos menores que se venían debatiendo al borde de la insolvencia.

Arrastraron al sistema financiero, asimismo fuertemente endeudado en moneda dura. En una palabra, se repitió lo ocurrido en 1982 y 1983, sólo que en dimensiones muchísimo mayores.

A nivel global, las turbulencias financieras de inicios del año 2016 se desenvolvieron a lo largo de los dos años siguientes hasta que las principales bolsas internacionales vieron diluirse la sobrevaloración que tenían en ese momento.

Asimismo, las principales monedas se depreciaron, corrigiendo los absurdos niveles que había alcanzado el endeudamiento privado y público en las economías centrales.

Las grandes mineras internacionales perdieron la mayor parte de su valor bursátil y las que se dedicaban principalmente al corretaje fueron a la quiebra, lo que se veía venir el año 2015. Varias vendieron o cerraron sus operaciones en Chile, paralizando el grueso de las enormes inversiones que habían puesto en marcha en años de vacas gordas.

Arrastraron a sus proveedores y reventaron las burbujas inmobiliarias y de todo orden que por años habían venido inflando en las ciudades del Norte.

Inicialmente, el gobierno reaccionó con debilidad y las autoridades económicas actuaron equivocadamente. Si bien no repitieron el clásico error de fijar el tipo de cambio como en los años 1980, intentaron vanamente impedir la devaluación del peso para favorecer a los grandes acreedores, consumiendo en ello buena parte de las reservas acumuladas.

Por otra parte, aplicaron recortes y acentuaron la política de austeridad que ya se insinuaba en el presupuesto del año 2016, todo lo cual agravó severamente la crisis.

La cesantía se disparó y después de un tiempo estallaron protestas populares masivas en las mayores ciudades del país, tal como había ocurrido antes a partir de 1983. Así culminó la crisis política general que se había venido desenvolviendo a lo largo del año 2015.

El gobierno encabezado por la Presidenta Bachelet despertó de su letargo y la Nueva Mayoría se alineó decididamente tras de ella. La oposición de fuera y dentro de la coalición, tras varios intentos frustrados por devolver el poder a los viejos líderes concertacionistas, comprendieron que la disolución del sistema político no convenía a nadie y a regañadientes aceptaron la conducción Presidencial.

Ya en su mensaje del 21 de mayo del año 2016 la Presidenta había manifestado su disposición a enfrentar la crisis acentuando su política de reformas. Anunció en ese momento, por ejemplo, que iba a terminar de inmediato con las becas y el infame CAE, extendiendo así la gratuidad a la mayoría de los estudiantes.

Asimismo, anunció que la mayor parte del presupuesto de subvenciones escolares se iba a redestinar a colegios gratuitos que se instalarían en cada barrio. A poco andar impuso a las autoridades de Hacienda una política de reactivación como la que implementó durante su primer mandato.

Cuando vinieron las grandes protestas no recurrió a la represión, como se lo exigían la derecha y sectores de su coalición. Por el contrario, recogiendo las demandas principales de la ciudadanía, presentó tres reformas profundas al Parlamento, que las aprobó a regañadientes pero por mayorías suficientes.

Una reforma constitucional que autorizó la realización de un plebiscito para elegir una asamblea constituyente y su propia renovación mediante el nuevo sistema proporcional, la renacionalización del cobre, y el término de las  AFP e ISAPRE.

Ello abrió un curso democrático para resolver la crisis política, el que ha venido avanzando con la sucesiva elección de autoridades de un claro corte reformista al tiempo que los partidos de derecha perdieron prácticamente toda su representación, como había ocurrido antes en la década de 1960.

Se pusieron en práctica sucesivamente las grandes reformas, la primera de las cuales fue adoptar la propuesta C de la profesora Leokadia Oreziak, terminando con las AFP cuyo desprestigio se había acentuado a grados insostenibles por las fuertes pérdidas de los fondos de pensiones en las turbulencias financieras de los años 2016 y 2017.

Se restableció el sistema de reparto, se jubilaron de inmediato todas las personas que habían cumplido su edad legal de retiro y se duplicaron todas las pensiones. Se terminaron los cuantiosos subsidios fiscales a las AFP, lo que permitió duplicar las pensiones solidarias y mejorar las más bajas del antiguo sistema de reparto, aparte de financiar la gratuidad al 100 por ciento de los estudiantes y reducir significativamente el déficit fiscal.

Los fondos de pensiones, ahora administrados por el Estado, se trajeron de regreso al país y se invirtieron en emprendimientos productivos de todo tipo, especialmente pequeños y medianos, compensando de ese modo la fuga de capitales golondrina.

Dichos fondos financiaron asimismo el plan de expansión de CODELCO, que se mantuvo en pie en el entendido que son otros quienes deben reducir su producción en momentos de baja del “superciclo”.

Se derogó la infame ley de concesiones mineras, recuperando el Estado el control efectivo de todos los yacimientos.

Se está llegando a acuerdo con las principales mineras privadas, la mayoría de las cuales ha aceptado permanecer en asociaciones en las cuales aportan sus instalaciones, debidamente depreciadas, y CODELCO asume el control aportando parte del valor de los yacimientos.

Se estableció una política racional de explotación de los recursos mineros y se destinó parte de su renta a estimular la creación de valor agregado en los encadenamientos productivos previos y posteriores a la explotación de los mismos.

Se exigió integración nacional en insumos y equipos y se prohibió la exportación de minerales no refinados, al tiempo que se establecieron asociaciones industriales con empresas internacionales, la más significativa de las cuales fue la destinada a instalar en el país una gigantesca fábrica de baterías de Litio.

Todo ello tuvo un efecto reactivador extraordinario, permitiendo revertir parte significativa de la recesión económica interna, reorientando el actual modelo rentista hacia la producción de valor agregado y la inserción internacional del país hacia adentro del Mercosur y una América Latina en cuya integración Chile nuevamente comparte el rol de liderazgo que había ejercido antes del golpe de 1973.

Ello resolvió de paso los graves conflictos limítrofes en el norte.

Nadie imaginó hace dos años que todo esto podía suceder tan rápido. Incluso CENDA, que ya a inicios de la década había pronosticado acertadamente la caída de la bolsa chilena y el precio del cobre, afirmaba en ese momento que nadie tenía una bola de cristal para ver el futuro de sucesos complejos que siguen siempre un curso inesperado y sorprendente, pero que si había una crisis importante, probablemente cursaría de este modo.

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