domingo, noviembre 24, 2024
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A Quién Sirve el Negocio de las AFP

La situación de las pensiones en Chile no da para más. Estamos viviendo una crisis profunda que lamentablemente se agudizará en los próximos años si seguimos transitando por la misma ruta. El sistema de ahorro privado forzoso (capitalización individual) actualmente paga 1.120.000 pensiones de vejez, invalidez y sobrevivencia, cuyo monto promedio apenas es de $205.000 y con el aporte previsional solidario del Estado llega a $219.000.

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En particular, si consideramos las 336.000 pensiones de Vejez Edad que pagan las AFP –retiro programado–, el 91% se encuentra «por debajo» de los $156.000, lo que equivale al 62% del Salario Mínimo nacional. Una auténtica catástrofe social, considerando que esta modalidad es la de mayor masividad en relación con el tipo de pensiones pagadas por el sistema privado.

¿Qué pasará en los próximos 10 años? El panorama se ve aún más oscuro.

El 72% de los afiliados que tienen entre 60 y 65 años –se encuentran al borde de jubilar legalmente– acumula menos de $30 millones en su cuenta individual, por tanto, pueden autofinanciar a la fecha pensiones «menores» a $150.000 mensuales.

Por si fuera poco, la Comisión creada por la Presidenta Bachelet, que estudió el sistema de pensiones (Comisión Bravo), calculó que la mitad de las personas que jubilen entre 2025 y 2035 y que hayan cotizado entre 25 y 33 años exclusivamente en las AFP, tendrán una tasa de reemplazo menor a 22%.

Vale decir, si usted en los últimos 10 años de su vida laboral registraba una remuneración imponible de $500.000, solo podrá autofinanciar una pensión «menor» a $110.000.

Los defensores del sistema de AFP, como es costumbre, para explicar tal catástrofe social, recurren a los argumentos de siempre: el problema es que los salarios de los trabajadores chilenos son bajos, se registran muchas lagunas previsionales, se cotiza poco y aumentó la esperanza de vida.

En otras palabras, la culpa no es de las AFP, sino de los trabajadores, la demografía y los parámetros que utiliza el sistema desde 1981 –baja tasa de cotización y una edad legal de jubilación baja y diferenciada–.

No obstante, los números no cuadran.

Por un lado, el eslogan de las AFP sostiene que el 70% de las pensiones que pagan se explica por la rentabilidad que generan a través de su política de inversiones. Esto quiere decir que, sin esa rentabilidad, el 91% de las pensiones de Vejez Edad en Chile sería menor a $47.000.

¿Será que acaso ese es el nivel de pensiones que nos corresponde, ya que vivimos en un país que tiene un PIB per cápita de US$5.000 y no nos habíamos enterado?

Claramente la respuesta es negativa. A pesar de los bajos salarios, las lagunas y la baja de tasa de cotización, el año 2014 las AFP registraron ingresos por $7,1 «billones» (millones de millones) por concepto de cotizaciones de trabajadores principalmente y, en menor medida, por aportes del fisco para mejorar las bajas pensiones. En el mismo año, se registró un gasto de $2,8 «billones» para pagar pensiones.

Esta relación entre ingresos y gastos ha sido la constante durante los últimos 25 años, el acumulado indica que han ingresado $90 «billones» y se han gastado en pensiones $30 «billones». Vale decir, si Chile hubiese tenido un Sistema de Reparto en este período –es decir, un sistema donde el objetivo es pagar pensiones suficientes sobre la base de la relación entre ingreso y egresos al mismo–, las pensiones pagadas al menos podrían haber sido el doble, quedando un importante excedente generando rentabilidad en un fondo de reserva de pensiones.

En relación con los flujos mensuales, cuando solo consideramos las cotizaciones de los trabajadores, lo que se observa es lo siguiente: mes a mes, a las AFP ingresan $500.000 millones y se pagan solo $200.000 millones en pensiones.

Algo huele mal en Dinamarca. Las AFP no están cumpliendo el objetivo central que cualquier sistema de pensiones en el mundo debe cumplir: pagar pensiones suficientes para vivir una vejez con dignidad. Sin embargo, los ingresos que recaudan cada mes son 2,5 veces mayores que lo que destinan para pagar pensiones.

Entonces, ¿por qué Chile debe seguir renunciando a tener un Sistema de Seguridad Social y mantener, luego de 35 años de funcionamiento, un sistema de seguridad individual (ahorro privado forzoso) como las AFP? ¿A quién realmente le sirven las AFP si no están cumpliendo su objetivo principal?

Lo que no se cuenta, es que el objetivo real de este sistema poco tiene que ver con las pensiones. Las cotizaciones de los trabajadores que administran e invierten las AFP se han transformado en el principal combustible del «modelo» económico chileno.

Para que se haga una idea, actualmente, las AFP invierten más de US$31.000 millones en 10 Bancos que operan en Chile. De esta forma –y sin que nadie les haya preguntado–, los trabajadores chilenos, a través de sus cotizaciones, terminan financiando a los bancos de los grupos Luksic, Matte, Yarur, Saieh o a grupos multinacionales.

Paradójicamente, esos mismos trabajadores, cuando piden un crédito de consumo a estos bancos, deben pagar tasas de interés anuales que pueden superar el 20%, 30% e incluso el 40%.

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Respecto a los principales grupos económicos que existen en Chile, se puede constatar que las AFP invierten más de US$6.500 millones en 7 empresas del grupo Luksic y US$4.500 millones en 9 empresas del grupo Matte. Por otro lado, a Cencosud de Paulmann le tocan US$1.850 millones, a AntarChile y filiales del grupo Angelini US$1.670 millones e, históricamente, bastante combustible se bombeó para los Grupos Penta y Soquimich.

Con los fondos que administran e invierten las AFP se ha consolidado la matriz productiva chilena, monoexportadora, rentista y con altos niveles de concentración.

Una matriz que se ha basado en pagar bajos salarios –50% trabajadores gana menos de $305.000– y presentar altos niveles de endeudamiento –11 millones de chilenos endeudados y 4 millones morosos–.

Una matriz que permite obtener rentabilidades sobre patrimonio soñadas (sobre 20%) para muchos sectores productivos –como la Banca, Minería, AFP–.

Una matriz que opera sobre la base de la colusión, la evasión de impuestos y que financia campañas políticas transversalmente.

¿Renunciarán los grupos Luksic, Matte o Paulmann a esta inyección de capital permanente, cautiva y de bajo costo, que sostienen a través de las cotizaciones de los trabajadores vía AFP? ¿Cederán esta tremenda cuota de poder que les otorga la financiarización de las pensiones?

La historia y la esencia del capitalismo indican que no. Cuando el capital obtiene ciertos privilegios, en poco tiempo los presenta como derechos adquiridos y los naturaliza utilizando los aparatos que controla y produce en la superestructura –medios de comunicación, publicidad, centros de pensamiento, consultores a pedido–, como si fuera parte constitutiva del acervo cultural de la sociedad.

Por ello, ante cualquier amenaza que se presente y que ponga en riesgo la continuidad de esta gallina de los huevos de oro, el mensaje será el mismo de siempre: “No hay otro camino posible, el único sistema viable son las AFP”. A pesar de que en el 95% de los países del mundo existe un sistema de reparto puro o mixto, nos dirán, sin citar ninguna referencia académica, que todos están “quebrados”.

    Lo que está en juego en la discusión sobre la existencia de las AFP, es el modelo económico, es el actual patrón de acumulación y, en este sentido, uno podría coincidir con José Piñera –creador de este sistema– cuando sostenía que esta es «la madre de todas las batallas». Adicionalmente, hay que tener en cuenta que la rentabilidad anual promedio de los últimos 20 años para las empresas propietarias de Administradoras de Fondos de Pensiones ha sido de un 26%, esto además del elevadísimo nivel de ganancias que obtienen las AFP para sus dueños –en su mayoría empresas estadounidenses–, las que en 2015 llegaron a los $1.558 millones diarios.

Y no podemos esperar otra cosa, lo que está en juego en la discusión sobre la existencia de las AFP, es el modelo económico, es el actual patrón de acumulación y, en este sentido, uno podría coincidir con José Piñera –creador de este sistema– cuando sostenía que esta es «la madre de todas las batallas». Adicionalmente, hay que tener en cuenta que la rentabilidad anual promedio de los últimos 20 años para las empresas propietarias de Administradoras de Fondos de Pensiones ha sido de un 26%, esto además del elevadísimo nivel de ganancias que obtienen las AFP para sus dueños –en su mayoría empresas estadounidenses–, las que en 2015 llegaron a los $1.558 millones diarios.

Por otra parte, no se puede dejar a un lado el poder que implica el enorme capital que administran las AFP, el cual proviene principalmente de los ahorros de quienes trabajan y cotizan, monto que supera los US$167.000 millones, equivalentes a cerca del 70% del PIB.

Este poder financiero, otorga a unos pocos la posibilidad de definir dónde se destinará la inversión de dichos capitales, lo que es de suma relevancia para la actual forma de acumulación y expansión de la riqueza. No por nada, políticos profesionales de los diversos partidos del bloque gobernante de los últimos 25 años se han inscrito como (o han sido) directores de AFP. Sin ir más lejos, los últimos presidentes de la Asociación de AFP fueron ministros, uno en dictadura y el otro en el Gobierno de Piñera.

¿Podremos esperar algo de las coaliciones políticas que han gobernado Chile en las últimas décadas? Muy difícil, ya que su permanencia en el poder ha dependido del financiamiento de los mismos grupos económicos favorecidos por el combustible que proporcionan las AFP.

Por tanto, el único camino sustentable –como siempre lo ha sido en la historia de Chile– es aquel que depende de la organización y la movilización de los trabajadores actuales, de los futuros trabajadores y de los pensionados que obtienen jubilaciones miserables.

De todos aquellos a quienes no les sirven y no les servirán las AFP para tener una vejez digna. Muchos de ellos marcharán el Domingo 24 de julio, a las 11:00 horas, desde Plaza Italia a La Moneda en Santiago y en diversas regiones del país, con un nuevo aire de esperanza.

Fuente: El Mostrador

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