En Venezuela se juega el futuro inmediato de los procesos democráticos de América Latina. El rumbo que tome el llamado “proceso bolivariano” va a influir en forma determinante en todos los demás “procesos de cambio” de la región.
Por eso preocupan las reacciones de la cúpula dirigente que actualmente está al frente del gobierno “bolivariano”. Lo ocurrido ayer, en un hotel del centro dc Caracas, con los exministros Jorge Giordani y Héctor Navarro, es algo demasiado grave como para dejarlo pasar. En forma agresiva grupos afectos al gobierno sabotearon una rueda de prensa mientras miembros de la fuerza pública no protegieron a los exfuncionarios agredidos (http://bit.ly/1QxyynP).
Este hecho, protagonizado por supuestos “colectivos chavistas”, se corresponde con el mensaje que había enviado el presidente Maduro antes del 6D de que “si perdía las elecciones, saldría a la calle a defender la revolución”. Pero además, esa actitud de no escuchar las críticas sino de quererlas acallar porque las califican como “ataques de traidores”, envía un mensaje más que alarmante.
¿Si eso hacen con altos exfuncionarios del gobierno de Chávez, que no harán con el ciudadano de a pie? ¿Qué tipo de democracia se está construyendo? ¿Eso es revolución democrática o socialista?
Pero además, lo que ha anunciado la cúpula “chavista” de “blindar” jurídica y burocráticamente el control del gobierno sobre el Tribunal Supremo de Justicia TSJ, posiblemente aprobar nuevas leyes habilitantes y desde ya, desconocer el poder de la nueva Asamblea Nacional –ahora en manos de la oposición–, muestra que la derrota electoral no sólo no ha hecho reflexionar a los principales dirigentes “chavistas” sino que los ha empujado a actuar con la lógica de la “batalla final”: ¡Vamos por todo o por nada!
El tema fue recientemente planteado por el Vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera en un encuentro de gobiernos progresistas de América Latina en Quito. ¿Cómo concebimos la lucha por la democracia?, se preguntaba el destacado dirigente revolucionario socialista de la región. ¿Cómo simple instrumento o como camino, realización y objetivo? Es un tema de máxima importancia en el marco de lo que vive Venezuela, ya que paralelamente –desde adentro y desde afuera –se promueven con cierto énfasis teorías que justifican la vía “bonapartista”. Ejemplo de ello es el artículo del destacado intelectual argentino Atilio Borón denominado “La Trampa” (http://bit.ly/1jPXp9p).
Si reducimos la democracia a un simple instrumento, la utilizamos mientras sirva a nuestros objetivos. Mientras tengamos mayorías somos demócratas, cuando el pueblo nos da la espalda es porque “no nos entendió”, “se confundió” o “fue manipulado por los medios”. Sin embargo, “nosotros seguimos encarnando la revolución que nos legó el Comandante”. Pablo Stefanoni lo plantea con toda claridad en su artículo “El ocaso de los ídolos” (http://goo.gl/mGJ5jl), cuando llama a las izquierdas latinoamericanas a dar la “pelea en escenarios menos épicos y más normales, con menos certezas de victorias finales y más energías puestas en el ‘movimiento’”. Y remata diciendo: “Así evitamos un tipo de populismo que sostiene que el pueblo siempre tiene razón, salvo cuando vota contra nosotros”.
Es evidente que en Venezuela la dirigencia del movimiento “bolivariano” –al igual que en la mayoría de los denominados “procesos de cambio”–, se maneja la matriz ideológica del “salvador supremo”, el “hacedor de la revolución”, la “vanguardia iluminada”, que encarna por sí misma la revolución y la verdad. El acto simbólico del presidente Maduro de irse sólo, acompañado escasamente por un grupo de soldados al lugar donde está enterrado el presidente Chávez, el día siguiente a la derrota electoral, tiene como objetivo evidente el de ratificar ante su pueblo que él es el “ungido” por el Comandante Supremo y que está dispuesto a sacrificarse por la revolución.
Pero lo tragicómico de dichos procesos de idealización de la lucha, es que al lado de los que idealizan están los que no idealizan. Por detrás de los que se inmolan por el pueblo, en medio de sus delirios revolucionarios, están los que hacen la fiesta, su propia fiesta, a la sombra de los idealistas. Así se apoderó del Estado y se enriqueció la actual burguesía rusa, así lo está haciendo la china, y así parece que lo hacen las castas “boli-burguesas” incrustadas en el proyecto bolivariano.
Cuando la cúpula de un proceso como el que se vive en Venezuela –en nombre de la revolución– no está dispuesta a alternar en el gobierno con sus contradictores o “enemigos”, es porque creían que tenían el Poder y no sólo el gobierno. En esos casos terminan aferrándose al gobierno “hasta el final” porque saben que no tienen más. En Nicaragua cuando los “Sandinistas” perdieron el gobierno a manos de Violeta Chamorro, Daniel Ortega sabía que ellos tenían “fondo popular”, que habían construido una incipiente “Hegemonía Social” y que nada oscuro ocultaba su gobierno. Por eso actuó con “paciencia democrática” y el pueblo lo volvió a elegir. Ahora, en Venezuela, parece que es muy diferente.
Así mismo, otro de los problemas consiste en que cuando se colocan los resultados y logros “tangibles” por encima de la construcción de un verdadero poder popular, todo queda reducido a la gestión de los funcionarios y a la recepción pasiva de sus “favores” por parte de la población.
Así, el pueblo no es sujeto transformador sino objeto receptor. Y ese es el caldo de cultivo propicio para el surgimiento de una burocracia que crea una clientela ferviente, fanática y dependiente de los nuevos “beneficiadores”. Por ello se termina confundiendo “socialismo” con la “acción desde arriba” de unos dirigentes que le entregan servicios de educación, salud, vivienda, etc., a la gente, como si fueran propiedad de ellos, como si fuera una dádiva y no una obligación. Lo vimos en estas elecciones recientes en donde el presidente Maduro acompañado de sus candidatos entregaba taxis y viviendas en eventos proselitistas.
Dice Estanislao Zuleta[1] que los procesos de idealización llevan a que en nombre de causas sublimes se terminen realizando crímenes brutales. Es uno de los problemas que surgen cuando se revuelve política con religión. La “democracia protagónica” se convierte en un permanente ritual. Es como asistir a la misa o al rezo. Se reduce la “acción política” a participar en una marcha, en un mitin o a depositar el voto cada vez que se convoquen elecciones.
De esa manera no se puede construir una verdadera apropiación del “proceso transformador” por parte de las bases populares, los dirigentes son “conductores”, las bases son “seguidoras” y la “salvación” la asegura el partido, el movimiento o el líder.
Cuando la cúpula dirigente no está dispuesta a apoyarse en el pueblo para combatir la corrupción y la burocracia, única forma de lograr que las gentes se vinculen a la “Gestión Pública Desde Abajo”, es porque la podredumbre invadió al organismo. Ello no es posible porque los “avispados” que están a la sombra de los idealistas, siempre lo impedirán.
En esos casos se necesita una revolución desde dentro de la revolución, que es lo que se ha iniciado de una forma sorpresiva y caótica en Venezuela. Lo grave es que por causa de los “delirios revolucionarios” todo termine trágicamente y sea el Imperio, a la sombra de la oposición de derechas, la que termine siendo el “nuevo salvador supremo”. Así pasaríamos de la gloria a la tragedia y de ésta a la comedia. ¡Todo puede suceder!
Lo preocupante de que la “revolución bolivariana” desemboque en un camino “bonapartista” son las consecuencias para todo el entorno regional. El Imperio está a la expectativa para ejecutar otra de sus “intervenciones humanitarias” armadas. El proceso de paz que se vive en Colombia quedaría en el filo de la navaja.
La situación es de extremada gravedad.
Fuente: Alainet
[1] Estanislao Zuleta. “Sobre la idealización en la vida personal y colectiva, y otros ensayos”. Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura, Procultura S. A. Bogotá, 1985.