En Chile y en el mundo se han registrado simultáneamente el avance de fuerzas populares y un resurgimiento de formaciones fascistas.
Se ha iniciado el año 2021 marcado por la pandemia, la que ha hecho más dramática la crisis social en el país, sobre todo para los sectores populares, quienes han respondido con contundencia para barrer con el neoliberalismo y la Constitución de la dictadura.
Esto, simultáneamente, en un contexto de emergencia de formaciones fascistas en varios lugares del mundo, como en los Estados Unidos y en Chile. Por ello, es relevante preguntar y responder qué llevó al levantamiento popular en Chile en octubre de 2019, estallido en el que se enfrentan las fuerzas populares que representan al sector rebelde anti neoliberal que continua en su lucha.
Por el lado opuesto, aparece el sector que vive en y del status quo, el que despliega una violenta represión a través de agentes del estado, al que se suman las fuerzas fascistas de la derecha que afilan sus garras ante el avance del pueblo y, la social democracia lacaya entregada al neoliberalismo que, desesperada en medio del páramo, pretende regenerase en el poder junto a la derecha tradicional.
Respecto a la aparición de formaciones fascistas, ellas se están desarrollando actualmente en varias naciones. Esta denominación ‘en plural’ del resurgimiento del fascismo, llamado Ur-Fascismo por Umberto Eco, es útil para rastrear la gama actual de fascismos y sus características. Estos incluyen el populismo, el nacionalismo, el racismo y el tradicionalismo sincrético, formaciones cuya peculiar característica – que las haría prácticamente inéditas – es que constituirían una matriz en que se puede llegar a ser fascista sin necesidad de abrazar cada una de esas categorías, basta con representar una de ellas.
En Chile, debemos estar alertas, pues el la extrema derecha cumple con casi todos esos registros, si es que no con todos.
Debemos subrayar como antecedente de lo anterior, que la historia de las formaciones sociales feudales y luego capitalistas, impregnadas de un conservadurismo católico que articularon con el pueblo mapuche, principalmente, nos hace pensar que era inevitable que heredáramos aquellos retrógrados rasgos pre modernos que nutren al fascismo.
Junto a lo dicho, esto nos lleva también a descubrir que la «asignatura pendiente» del desarrollo capitalista aquí tiene que ver con ese trasfondo histórico de la relación opresiva establecida por «Occidente» sobre el «Resto», por más de 500 años, como bien la llamó Stuart Hall.
En consecuencia, la evidencia histórica muestra que los últimos acontecimientos no deberían sorprendernos. Parece ser que el fascismo surge periódicamente, resolviendo temporalmente las crisis de acumulación a través de la actividad desenfrenada del capital, lo que implica la supresión de su democracia – liberal, de la clase trabajadora y de su organización. El terrorismo de estado fascista llega, en última instancia, a ser la única respuesta. Chile, entre 1973 y 1990, fue un dramático ejemplo de esto.
A estas alturas del partido, es difícil discutir que el neoliberalismo ha sido la última modalidad de exacerbación de la acumulación capitalista. Pero a medida que sus contradicciones se intensifican, se hace patente también que su ideología ya no logra enmascarar la explotación y asegurar el consentimiento. El neoliberalismo, probado en Chile después del golpe de 1973 bajo el terror y la hegemonía de Estados Unidos, se afianzó globalmente tras el colapso del socialismo del bloque soviético y las consiguientes debilidades y crisis de la izquierda organizada y la decadencia de la social democracia.
Durante este tiempo, la ideología neoliberal ha sostenido al capital al mismo tiempo que las políticas neoliberales han aumentado la precariedad de las clases subordinadas. A medida que esto se hace evidente con la agudización de las contradicciones, la relación ya anacrónica entre liberalismo y democracia se ha visto más dañada.
La crisis norteamericana actual lo esta expresando elocuentemente. Esto, como bien acota Ellen Meiksins Wood, da cuenta que liberalismo y democracia son conceptos antitéticos. Cuando uno se erige sobre el otro, este último se torna mas conflictivo. Esta antítesis sería causa y efecto a la vez, de la dinámica y contradictoria relación entre el polo del capital y del trabajo que la condiciona.
En coherencia con lo anterior, ante una desbocada y delirante actividad del polo del capital a través de políticas neoliberales, sobre todo después del fin de la guerra fría, para la mayoría se ha hecho evidente que la rentabilidad del capital se privilegia sobre las necesidades y deseos de la gente.
Los límites de ma modernidad
En este marco, explorar el ascenso y el significado del fascismo significa también examinar la condición de posibilidad de la modernidad y de sus límites en los márgenes del capitalismo.
La modernidad, a través de la cual el capital prometió el progreso y la abundancia para la humanidad, por vía del desarrollo de la racionalidad, de las ciencias, de las artes y la cultura, de las fuerzas productivas y la producción de mercancías – lo cual logró – ha terminado sirviendo al enriquecimiento de una ínfima minoría mundial que a la vez, experimenta un acelerado proceso de descomposición, tal como ocurrió con otros imperios que sucumbieron en el pasado.
Sin embargo, la modernidad no era ni es de suyo perversa. Es más, dejó atrás tradicionalismos, prejuicios, mitos y creencias de sociedades anteriores por lo que se le llegó a llamar ‘la era de la luz’.
Lo que ocurrió es que la modernidad prometida no fue completada, como señalara Jürgen Habermas.
El capitalismo la asfixió, en tanto la carga valórica del modernismo fue absorbida por la racionalidad instrumental que emanó de las relaciones capitalistas, que convirtió sus ‘medios’ en el ‘fin’, como sentenciara Max Weber.
Es decir, la revolución científico técnica y la acumulación de capital y concentración de riqueza llegaron a ser el ‘fin’, no el ‘medio’ para lograr el objetivo de progreso y bienestar para la humanidad que se esperaba.
Marx & Engels habían identificado este fenómeno y establecido con precisión su causalidad. Esto se puede apreciar en el Prefacio del Manifiesto Comunista, con anterioridad a esas críticas al modelo del que el sociólogo Alemán había sido uno de su mentores.
La tendencia a la expansión global del capitalismo quedó estampada en dicho documento. Junto a eso, las principales virtudes y defectos inherentes al capitalismo también quedaron grabados en su escrito que no pierde actualidad.
La virtud sería la capacidad de generar riqueza como ningún otro modo de producción lo había hecho antes. Sin embargo, también descubrieron que eso lo lograba en forma injusta y desigual para las trabajadoras y trabajadores, por la incesante, contradictoria y conflictiva relación entre capital y trabajo.
Hoy en día, ante el avance de las fuerzas populares y progresistas en Chile y en otras latitudes, la modernidad difícilmente sobrevive pues sigue siendo asediada por presiones provenientes de las concepciones esencialistas pre modernas en el mundo (tradicionalismo, racismo, nacionalismo, sexismo, patriarcado, populismo, homofobia, entre muchos otros) y también por la visión posmodernista del caos, la indeterminación y la fragmentación social, la cual ha llegado a ser afín del orden aparentemente espontáneo del mercado, que pregonan los neoliberales de variadas cepas.
En definitiva, el neoliberalismo se ha vuelto compatible con ambos y sigue estrangulando a esta lesionada modernidad, en la cual, el post modernismo parece haber llegado a ser ‘la lógica cultural del capitalismo tardío’, como Fredric Jameson ha categóricamente señalado, no la superación de la modernidad. Mucho menos del capitalismo.
Pero, a pesar de esta convergencia de pre y post modernos con el neoliberalismo, el manto ideológico ha sido removido por la práctica, por la lucha de clases que estalló ante la voracidad del capital, porque una vez más, el capital había ‘roto el saco’.
Sin embargo, la salida a su crisis y la continuidad de su hegemonía mundial y local debe obligadamente ser garantizada por la clase del capitalismo patriarcal. Si no es a través de la ya menguada democracia liberal, será por la violencia que tiene como su principal agente en el mundo al fascismo.
Por lo tanto, a no engañarse. Si bien el fascismo en la actualidad pareciera carecer de coherencia, es por que éste está anclado emocionalmente en fundamentos arquetípicos. Su mismo eclecticismo abarca una amplia gama de discursos, anti socialistas y anti capitalistas, que le han permitido arraigarse en movimientos de masas.
Por todo lo anterior, el levantamiento ocurrido en Chile puede llegar a ser icónico, un ejemplo a seguir en el mundo. La imposición de larga data del neoliberalismo y su actividad desenfrenada por exacerbar la actividad del capital, han sido rechazadas y parcialmente derrotadas por la rebelión de octubre del 2019 en el país.
La extrema derecha ha retrocedido pero no ha sido derrotada. Como continuidad de este avance, el plebiscito del 25 de octubre del 2020, ha emitido el veredicto del pueblo sobre el neoliberalismo.
Sin embargo, en las diferentes circunstancias globales y nacionales del presente año, los fascistas que todavía están entre nosotros, pueden intentar reafirmar el orden que lograron en 1973.
Así lo está también manifestando abierta, desatada y violentamente el fascismo en Estados Unidos, en una de las mayores crisis institucionales de la historia de ese país, signo también de la descomposición de su clase dominante, principal agente del imperialismo en el mundo.
Por lo tanto, impregnar de lucha social la convención constituyente para producir un cambio profundamente democrático y revolucionario, debe ser el camino que garantice la soberanía popular y la justicia social de un nuevo Estado solidario y plurinacional, lo que debería contribuir a la vez a erradicar el fascismo en Chile.
(*) Doctor en Sociología.