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Juegos Olímpicos de Estocolmo 1912: Dolor y Perdón de Jim Thorpe

Suecia es un antiguo Estado de Europa Septentrional, al oriente de la Península Escandinava, entre Noruega y el Báltico. Su capital es Estocolmo, situada en las islas y penínsulas del lago Mälar y del Báltico, que en 1912 no llegaba al medio millón de habitantes. Allí radica la residencia del Rey y de las administraciones centrales.

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También academias, museos, escuelas militares e industrias diversas. La ciudad, edificada sobre varias islas, es una de las más bellas del mundo.

En la actualidad, Suecia está entre las naciones con mayor ingreso per cápita por habitantes. La fría y bella Estocolmo acoge hoy a más de un millón de suecos y también a muchos inmigrantes que buscan refugios políticos, económicos y sociales.

Los Juegos de Verano en la gélida capital sueca, consolidaron el Olimpismo, con una cantidad récord de 2 504 atletas, de veinticinco países. Los mejores organizados de cuantos se habían realizado.

Se usó el novedoso cronometraje electrónico con foto finish; se introducía la ciencia en el deporte. Allí quedó oficialmente fundada la poderosa Federación Internacional de Atletismo (IAAF, siglas en inglés). América Latina solo estuvo representada por Chile, con 14 atletas que no alcanzaron medallas.

Suecia, Finlandia, Noruega y Dinamarca, países escandinavos, tenían la influencia directa de la Gimnasia del sueco y fundador de la Educación Física, Pedro Enrique Ling. No veían con buenos ojos algunas modalidades deportivas y no admitieron el boxeo, por considerarlo deshumanizante, a pesar de las reglas amateurs. No obstante, Coubertin vio con buenos ojos la disposición de Estocolmo. Lo atraía el nivel organizativo:

A lo largo de seis reuniones bien aprovechadas, acordóse un voto unánime en favor de Estocolmo y se inició el estudio del programa de los Juegos de 1912. Desde luego, la elección de la capital sueca fue decidida prácticamente en Londres el año anterior.

Nuestros colegas alemanes retiraron la candidatura de Berlín, lo cual sabíamos ya por adelantado, aplazándola desde entonces oficiosamente para 1916. Los suecos, que tienen como norma no fiar nada a la improvisación y a quienes nada les pilla nunca por sorpresa, habían preparado y presentaron un anteproyecto bastante completo, pero que se prestaba a discusión en muchos puntos de importancia.[1]

Pero los Juegos de Berlín 1916 no pudieron efectuarse, por la I Guerra Mundial, iniciada por los propios alemanes. No obstante, se cuenta en la cronología olímpica.

En las competencias se incluyeron modalidades de natación para damas, incluyendo los clavados; la mayoría ganadas por las suecas. Se destacó una cuarteta británica: Moore, Steer, Apeirs y Fletcher, que obtendría el título en 4 x 100 metros libres. Los deportes, en la rama femenina, fueron abarcando varias disciplinas.

Por primera ocasión, a petición de Coubertin, se presentaron exhibiciones de arte folclórico, un viejo sueño del restaurador, que llegó a expresar: “Tal vez el arte sea un deporte, pero, sin duda, el deporte es un arte”.[2]

Para demostrarlo, creó el Pentatlón de las Musas, donde intentó rescatar la costumbre de los Juegos Olímpicos Antiguos, cuando convergían los competidores con lo que más brillaba en el mundo de la cultura: literatos, filósofos, retóricos, escultores, poetas, historiadores… Mas el Barón subió la parada griega, cuando convocó competencias entre arquitectos, pintores, escultores, músicos, literatos… Y practicó con el ejemplo bajo un seudónimo, para alzarse con la medalla de oro entre los escritores, por la composición Oda al Deporte.

El racismo empañó los Juegos. Hubo dos casos contra negros e indios en la delegación estadounidense. En los 100 metros planos masculinos, cinco de los seis finalistas fueron norteamericanos, la certeza de tres medallas era una realidad. Pero el entrenador, con sangre racista, encerró en un cuarto al único representante negro para que no pudiera competir. ¡Y era de los mejores! Terminada la competencia comentó:

«Hasta casi prefiero a un extranjero que a un negro como vencedor, aunque éste sea de mi equipo. No sé para qué lo trajimos».[3]

Estados Unidos obtuvo las tres medallas, la gloria olímpica iría a parar a ese país en el evento más importante, mas la dignidad humana se rebajó tanto, que en las profundidades de un imaginario océano antideportivo, subyacen los huesos de aquel entrenador.

No sería el primero ni el último caso de racismo en las actividades atléticas. No fue el más sonado en los Juegos de Estocolmo.

Los pecados de Jim Thorpe                                                             

El COI cometió un abuso con James Thorpe, víctima de dos fenómenos: el racismo y el amateurismo de la época; también discriminatorio. Era un humilde escolar de la escuela de Carlisle en Pennsylvania, Estados Unidos. Su amor por el deporte lo llevó a practicarlos casi todos, y se destacó en varios. Era tanta su calidad, que la delegación norteamericana, a pesar de su origen indio, lo incluyó en los dos eventos más difíciles: pentatlón y decatlón, sinónimo de competir en quince modalidades en los mismos Juegos.

Conrado Durántez recoge así este lamentable suceso:

Los Juegos de Estocolmo irán marcados en la historia por la leyenda y tragedia de un poderoso atleta americano de raza piel roja, de la tribu sioux. Su nombre era Jim Thorpe aunque en su comunidad era conocido por el Wathochuch, equivalente a Sendero Luminoso o Senda Ancha y ostentaba una noble alcurnia dentro de su clan al ser bisnieto de Halcón Negro, el gran jefe de la tribu. En los Juegos Thorpe ganó con pasmosa facilidad los complejos concursos de pentatlón y decatlón, lo que hará exclamar al rey sueco Gustavo V al hacerle entrega de sus premios. ‘Es usted el mejor atleta de todos los tiempos’. Pero la gloria de Thorpe se habría de tornar en amargura cuando un año más tarde sus propios paisanos de la Amateur Athletic Union lo denunciaron ante el COI como profesional, acusándole de haber cobrado una reducida cantidad de dinero por tomar parte en unos encuentros de béisbol».[4]

Para tener una idea de quién fue este atleta, veamos brevemente sus resultados en Estocolmo 1912.

En el pentatlón: 22,9 s en 200 metros; 4:44,8 en 1 500; 7,07 en salto largo; 35,57 en disco y 46,71 en jabalina. En todos ganó.

En el decatlón: 11,2 en 100 ms; 6,79 en salto largo; 52,2 en 400 metros; 15,6 en cien con vallas; 3,25 en salto con pértiga; 45,70 en jabalina; 4:40,1 en 1 500 y 36,38 en disco.

De fortísima constitución física, ganó todos los eventos, implantando récords increíbles. No tuvo rivales de consideración; se adelantó a su época.

Cometió dos pecados. Se casó con una blanca y derrotó a los atletas blancos y ricos. La Amateur Union Athletic nunca estuvo contenta con aquella victoria, por eso buscaron la forma de opacar a Thorpe y encontraron que años antes había jugado por una irrisoria cantidad de dólares, con un equipo de béisbol profesional de Carolina del Norte.

El escándalo fue público, la prensa y las autoridades olímpicas de su país reclamaron severas sanciones. La decisión llegó hasta las redes del Olimpismo, cuya cúpula aristocrática tampoco había visto con buenos ojos la victoria del indio.

Coubertin estuvo vacilante con la medida, pero por mayoría se impuso una filosofía reaccionaria y el fantasma del amateurismo; al parecer, el Barón también se convenció.

Los Juegos de la V Olimpiada habían concluido cuando James Thorpe, vencedor del Pentatlón Clásico y el Decatlón, vióse acusado de flagrante profesionalismo. El informe lo transmitieron el Comité Sueco y el Comité Americano al COI, que se veía requerido por vez primera a ejercer un arbitraje de tal naturaleza en un caso tan comprometido.

Dicho informe estaba integrado por cuatro piezas: Una carta de James Thorpe a Sullivan; una carta del director del Colegio de Carlisle, Pennsylvania, al propio Sullivan; una nota de Sullivan al presidente del COI y, finalmente, una ‘declaración’ del presidente y del secretario de la Amateur Athletic Union de los Estados Unidos y del Comité Olímpico, quienes, tras haber examinado el caso, daban por escrito su razonada opinión.[5]

Más adelante, como para no dejar margen de duda ante su posición, continúa:

Han transcurrido veinte años y la lectura de estos documentos me ha producido la misma impresión de dignidad y lealtad perfectas, originada en el primer momento, y no solamente para mí, sino para todos mis colegas, de tal modo que el COI falló el asunto de acuerdo con la proposición de los miembros ingleses presentes en 1913, el duque de Somerset y el Rdo. Laffan, felicitando luego a los dirigentes americanos por su actitud ’tan netamente deportiva’ en aquella circunstancia.[6]

Como se observa, Coubertin parte del criterio amateurista inglés, muy rígido, y toma posición a favor de la fuerte medida. Para rematar, concluye el análisis:

No faltó quien insinuase que Thorpe era un ciudadano americano de origen indio y que debido a ello nos habíamos cebado con él más encarnizadamente. Esto es una calumnia. Este ‘cebarse’ obligaba a los Estados Unidos a retroceder en el cuadro de honor de 1912, lastimando su orgullo nacional. Sobre los hechos atribuidos a Thorpe, nada tengo que decir.[7]

Más adelante, el padre del Olimpismo Moderno reconoce un sinnúmero de violaciones de atletas en diferentes deportes, quienes ingenua, o caprichosamente, osaban violar los estatutos del COI, pero no tomó decisión alguna. ¿Privilegio de clases?, ¿temor a los escándalos? Nunca se sabrá a ciencias ciertas. Mas la culpa recayó en uno de los más grandes atletas de la historia. Al parecer hubiesen preferido la mentira y faltar una vez más a la ética.

En aquel tiempo existían en el país del Tío Sam gran número de estudiantes faltos de recursos y apasionados deportistas que, en verano, enrolábanse en los equipos profesionales de béisbol, a menudo bajo nombres supuestos. Thorpe, en 1909 y 1910 lo hizo con su propio apellido, sin calcular las consecuencias de su ligereza.

Nadie lo sabía, y reintegrado al Colegio Carlisle, siguió siendo considerado como amateur. Leyendo su carta tan sincera y la del director del colegio, también muy emocionante, por cierto, ¿cómo no evocar ciertos jugadores de tenis que habían procedido igual o peor sin ser inquietados por ello?

Pero no cabía la menor duda sobre el caso, y Thorpe, descalificado, debió restituir los premios que se le habían otorgado en Estocolmo.[8]

Jim Thorpe a veces sintió que le llegaría el perdón. Así se expresó en carta a James E. Sullivan, secretario de la Amateur Athletic Union(AAU):

Espero ser parcialmente perdonado por el hecho de que yo simplemente era un muchacho indio y no sabía nada de estas cosas. De hecho, yo no sabía que estaba haciendo algo malo, ya que solo estaba haciendo lo que muchos otros universitarios habían hecho, excepto que ellos no usaron sus nombres.[9]

Decíamos que Coubertin estuvo vacilante, no porque haya dudado para tomar la medida, sino porque no fue justo consigo mismo al dejar sin efecto un castigo similar para los tenistas que hicieron lo mismo y que él conocía. En todo caso, de acuerdo con las reglas vigentes, la decisión fue legal, pero injusta, más cuando el propio Thorpe jugó limpio al poner su nombre por delante.

Aunque el Barón calificara de calumnia el aserto de que la medida fue por la condición de indio de Thorpe, quedó para la historia la posible decisión de alguna organización deportiva norteamericana, que en 1912 sometiera a similar sanción a un rubio anglosajón.

El precio pagado por ganar unos pocos dólares para sobrevivir, fue el peor castigo que se le pudo imponer. El COI le retiró las dos medallas de oro obtenidas en Estocolmo, bajo la protesta de los atletas que debían recibirlas y se negaron a ello por solidaridad con el indio; todos sabían que era el mejor. Ni siquiera valió la expresión del rey Gustavo.

Después brillaría con extraordinario talento en béisbol, fútbol americano, baloncesto y otros deportes, pero no le sanó la herida abierta a su olímpico corazón, ni alcanzó a ver deportistas inferiores a su calidad, ganando millones al amparo de los cinco aros.

Como profesional, con 6’ 1” y 200 libras de peso, fue un jardinero que bateó y tiró a la derecha. Jugó en las Grandes Ligas de Béisbol, entre 1913 y 1919, alternando con el New York Giants, Cincinnati Reds y Boston Braves, todos de la Liga Nacional, donde alcanzó el siguiente palmarés:

En 289 desafíos, tuvo 698 veces al bate, con 176 hits (.252), 91 carreras anotadas, 82 impulsadas, 20 dobles, 18 triples y 7 jonrones. Se ponchó en 122 ocasiones, recibió 27 bases por bolas, robó 29 almohadillas y terminó con slugging de .362.

También se destacó en la National Football League (NFL), entre 1920 y 1926, así como en 1928, donde llegó a desempeñarse en ocho equipos. Aunque no existen suficientes datos, también resaltó su labor en el baloncesto, con un equipo al que llamaron Jim Thorpe y sus World-Famous Indians, que viajaron por dos años (1927 y 1928) en los estados de Nueva York, Pensilvania y Ohio.

A Jacobus Franciscus Jim Thorpe, de ascendencia indígena norteamericana e inmigrantes europeos, nacido el 28 de mayo de 1888, cerca del poblado de Prague, Oklahoma, solo pudo vencerlo un terrible cáncer, el 28 de marzo de 1953, próximo a cumplir 65 años de edad.

A comienzo de 1953 había sufrido un tercer infarto en la localidad de Lomita, California. Se le aplicó respiración artificial y conversó con algunas personas, pero falleció un rato después. Pudo vivir en la opulencia, pero terminó sus días prácticamente en la miseria, entregado a la bebida.

En 1983, treinta años después, por orden del entonces presidente del COI, el español Juan Antonio Samaranch, le devolvieron las medallas a la familia de Thorpe. De algún modo reivindicaron a un gigante del atletismo mundial, a quien sus hermanos pieles rojas no olvidan. Levantaron un monumento en su honor en cuya base se puede leer:

“A James Thorpe, el más extraordinario atleta del mundo y al que más injustamente se le negó las glorias de su triunfo.”[10]

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Fuente: Cubadebate

 

Notas:

[1] Pierre de Coubertin: Memorias Olímpicas. By Geoffroy de Navacelle. Comité Olímpico Internacional. Lausana, Suiza. 1979, p. 43.

[2]Andrés Mercé Varela. Pierre de Coubertin. Ediciones Península. Barcelona, España., p. 25.

[3] Víctor Joaquín Ortega. Las Olimpiadas de Atenas a Moscú. Editorial Gente Nueva. La Habana. 1979, p.  38.

[4] Conrado Durántez: Historia y Filosofía del Olimpismo. 5ta edición. Asociación Iberoamericana de Academias Olímpicas. España. 2002, p. 17.

[5]Pierre de Coubertin: Ob. cit., p. 85.

[6] Ídem.

[7] Ídem.

[8] Ídem.

[9] Wikipedia, la Enciclopedia Libre, 2013.

[10]Ibídem, p. 43.

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