El juez Sergio Moro consiguió lo increíble: volverse indefendible tanto como aquello que procura juzgar. Contrariamente a lo que patrocinara en los últimos días, sus últimas acciones son simplemente una afrenta a cualquier idea mínima de Estado democrático. No se lucha contra bandidos utilizando métodos de bandidos.
La divulgación de las conversaciones de Lula con su abogado constituye una transgresión al secreto profesional y un crimen grave en cualquier parte del mundo. No hay absolutamente nada que justifique la falta de respeto a la inviolabilidad de la comunicación entre cliente y abogado, independientemente de quien sea el cliente.
Todavía más absurdo es la divulgación de un espionaje telefónico involucrando a la presidenta de la República, por un juez de primera instancia, teniendo en vista simplemente la convulsión de una crisis política.
Algunos consideran que el fin justifica los medios. Sin embargo, hay que recordar que quien se sirve de medios espurios destruye la bondad de los fines.
Pues podríamos comenzar por preguntarnos qué país será éste en el cual un juez de primera instancia cree tener derecho a divulgar a la prensa nacional la grabación de una conversación de la presidenta de la República en la cual, es siempre bueno recordar, no hay nada que pueda ser ilegal o criminoso.
Al final, el argumento de obstrucción de la justicia no se sostiene. Dilma tiene el derecho de nominar a quien quiera y Lula no es un reo procesado. Si las pruebas contra él se muestran sustanciales, Lula será juzgado por el mismo Tribunal que puso a varios miembros de su partido, de manera merecida, en la cárcel, como fue el caso del mensalão.
Recordemos que “obstrucción” de la justicia es una situación en la que el individuo, de mala fe e intencionalmente, pone obstáculos a la acción de la justicia para inhibir el cumplimiento de una orden judicial o diligencia policial. Nombrar a alguien ministro, llevándolo a ser juzgado por el Superior Tribunal Federal (SFT), sólo puede ser “obstrucción” si pensamos que el Supremo Tribunal no forma parte de la “justicia”.
La fragilidad del argumento es patente, así como es frágil la intención de usar una escucha ilegal cuya interpretación ofrecida por el juez Moro es, como mínimo, pasible de cuestionamiento.
En realidad, hay muchas personas en el país que temen que el señor Moro haya dejado su función de juez, responsable por la conducción de un proceso sobre las relaciones incestuosas entre la clase política y las mega-constructoras, para tornarse en un mero incitador de la caída de un gobierno.
La Operación Lava Jato ya había sido criticada no por aquellos que temían su extensión, sino por los que querían verla ir más lejos. Hay tiempos, ella más se parece a una operación de manos limpias manca.
Incluso con denuncias exageradas, una parte de la clase política hasta ahora pasó ilesa. No hay “fugas” contra la oposición, aunque todo el mundo sabe de nombres y esquemas vinculados al gobierno de FHC (Fernando Henrique Cardoso) y su partido. Sólo ahora ellos comienzan a aparecer, como Aécio Neves y Pedro Malan.
Reitero lo que escribí en esta misma columna la semana pasada: no debemos tener solidaridad ninguna con un gobierno involucrado hasta el cuello en casos de corrupción. Pero no se trata aquí de solidaridad a los gobiernos. Se trata de rechazar la naturalización de prácticas espurias, que no serían aceptadas en ningún Estado mínimamente democrático.
No quiero vivir en un país que permite a un juez sentirse autorizado a faltar el respeto a los derechos elementales de sus ciudadanos por haber sido incitado por un circo mediático compuesto de revistas y diarios, que apoyaron, hasta el final, a dictaduras y por canales de televisión que pagaron salarios ficticios a ex amantes de presidentes de la República con el propósito de protegerlos de los escándalos.
El Ministerio Público ganó independencia en relación al Poder Ejecutivo y Legislativo, pero parece que ganó también una dependencia viciosa en relación a los humores peculiares y a la moralidad selectiva de los sectores hegemónicos de la prensa.
Pasan los días y queda más claro que la conmoción creada por el Lava Jato tiene como único blanco al gobierno federal.
Por eso, es muy probable que, derribando al gobierno y encarcelando a Lula, la operación Lava Jato desaparecerá paulatinamente de los noticiarios, la prensa será sólo sonrisas para los días venideros, el dólar bajará, la bolsa subirá y volverán al comando los mismos corruptos de siempre, ya que ellos fueron esquivados de manera sistemática durante toda la fase caliente de la operación.
(*) Profesor de Filosofía de la Universidad de Sao Paulo
Fuente: Folha de Sao Paulo
Traducción de Sin Permiso