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Chile está cambiando. Así siempre empezaba mis exposiciones cuando me pedían que interviniera en algún espacio de opinión o reunión política.

Lograba tener inmediatamente la atención y todos lo veían como una buena frase retorica para iniciar mi relato y obvio no me creían.

Pero a la luz de los últimos acontecimientos Chile Cambio y nadie se dio cuenta.

Este cambio se inició hace ya casi 50 años cuando nuestros padres y abuelos iniciaron y disfrutaron esa hermosa, desordena y bullanguera fiesta que fue el gobierno de la UP, que terminó con esa masacre que todos, de una u otra forma sufrimos.

Mi generación vivió toda su juventud en dictadura y finalmente recuperamos la democracia, y comenzamos a creer en el sueño de una vida mejor, esa que a nuestros padres le arrebataron.

Le creímos a la Concertación y pensábamos que la derecha iba a volver al juego de la democracia, apostamos a la esperanza de “Chile la alegría ya viene” y no paso absolutamente nada.

Comenzamos a desconfiar. Se inició la política de los acuerdos -¿para qué escarbar en los horrores de la dictadura?- y aceptamos, con mucha desconfianza, pero aceptamos.

La desconfianza poco a poco se comienza a transformar en rencor. Un rencor espeso y oscuro porque no sabíamos cómo nos estaban manipulando, no entendíamos donde estaba la trampa.

Con el primer presidente electo en democracia después de la dictadura se aplica” la justicia en la medida de lo posible” y nos callamos. Salvo los familiares de los detenidos desaparecidos, y algunos políticos que según el decir de los tiempos se habían quedado en el pasado ”con consignas sesenteras”.

El rencor se comienza a transformar en rabia, y no hubo ningún cambio que nos permitiera tener un poco de esa disco neoliberal que se inició con los chicagos boys en los 80´s y continuó en los 90´s que la TV nos mostraba como modelo; donde los milicos actuaban como seguridad para que no se colara nadie que no fuera de los suyos, pero veíamos con odio a los militantes de la concertación que tenían entradas premium, quienes muy ufanos nos pedían el voto con promesas como “ahora si Chile va a cambiar”.

Ganaron cuatro elecciones presidenciales consecutivas, pero nunca clausuraron la fiesta y el despilfarro de la elite más rancia, avarienta y codiciosa de América Latina, con el alto auspicio de los empresarios y protegidas por los militares.

Entonces aparece el empresario winner que todo lo que toca se transforma en oro, no importa la forma o si es legal, da lo mismo, era una posibilidad de entrar a la discoteca y entrar en el baile y vernos felices, bonitos y forrados, y les volvieron-volvimos a creer.

Nada ya de esos sueños de nuestros padres, de unidad, igualdad, revolución y compartir; nada.
Era nuestro nuevo modo de vida y esto no tiene vuelta y ¡démosle nomás, a gozar a hacernos ricos!, ¡a emprender!

Y no pasó absolutamente nada. Y volvimos a juntar rabia terriblemente silenciosa.

Volvimos a creer en esta democracia que parece que es buena, porque ya no nos matan en la calle y queremos creer que funciona.

Pero no podemos disfrutarla, no podemos entender dónde está la falla, si todo se ve tan perfecto, los noticiarios nos lo dicen todo el día, el jaguar de América, somos un ejemplo para los demás países de la región.

Otra vez vamos a votar creemos en la doctora Bachelet que con un gran carisma y simpatía quiere cambiar Chile, con una nueva coalición de centro izquierda, Nueva Mayoría, y que incluye al PC, partido que por décadas después de la dictadura fue sistemáticamente aislado.

El programa solo era reformista, de cambios mínimos.

Pero, por querer modificar el modelo neoliberal que solo funciona para los millonarios y codiciosos y es un espejismo para todos los demás, por querer cambiar la educación y reformar la constitución, a todas luces es ilegítima y antidemocrática, tratan de matar su imagen pública, hasta pedirle a la renuncia, porque su hijo era un habitual de la fiesta de la derecha y tenía entrada premium dorada al sistema financiero.

La doctora Bachelet logra cambios mínimos: des-municipalización de la educación, ley de inclusión, reforma tributaria, reforma laboral. Algo es algo, sin embargo, no sin un gran desgaste de imagen.

Entonces vuelve el empresario winner con promesas de tiempos mejores y muy pocos participan.
Se comienza a descubrir y a ser evidente que la fiesta de la discoteca la pagábamos nosotros, con nuestras cotizaciones, jornadas extenuantes, salarios de hambre; con un sistema de transporte como la mierda, con una salud de muerte.

Nos cobran por transitar por nuestras autopistas con precios de usura, con el agua que se roban para las paltas con su contaminación y sus zonas de sacrificios, con unas fuerzas armadas y las policías que se roban hasta los ceniceros de los cuarteles.

Ya no queremos entonces su fiesta, pedimos que nos entreguen nuestros ahorros forzosos, mal llamados ahorros previsionales, pero no se puede porque la plata es tuya, pero no la puedes ocupar porque la puedes despilfarrar, como si ellos no la despilfarraran; queremos que nos rebajen la jornada laboral a 40 horas, pero no se puede porque se va acabar el mundo y es un proyecto de unas comunistas.

Nos suben el precio de la luz, el agua, la bencina, nadie puede comprar casa porque valen dos riñones y los ojos de la cara, tenemos el transporte más caro de América y nos suben 30 pesos y se burlan de nuestras madres que hacen vida social en los consultorios, de nuestros viejos que se van a gastar toda su plata de ahorro forzoso en lujitos, que la selección no va a terminar sus partidos porque se acabó su jornada de 40 horas, y entonces toda la desconfianza se vuelve rencor, todo el rencor se vuelve rabia, toda la rabia se vuelve odio y ya no hay nada que perder.

Porque está todo perdido si no lo construimos nosotros y comienza la purificación por el fuego y nos cobramos de todos los abusos, atropellos, faltas de respeto y vidas perdidas sin esperanzas.

Y Chile arde y el empresario winner saca a los militares a la calle no entendiendo nada de nada, y declara la guerra a este ”enemigo poderoso e implacable que no respeta nada ni a nadie”.

Pero nadie entiende nada, el pueblo se está cobrando por los cincuenta años de sueños perdidos vidas apagadas, ilusiones que se desvanecieron.

El pueblo, ese que los políticos llaman hoy “ciudadanía” sin ninguna convicción, se volvió ciudadanía de verdad y quiere vivir como ciudadano con deberes, pero también con derechos.

Y Chile cambió y ardió por los cuatro costados; se realizaron marchas multitudinarias donde todos pedíamos lo mismo, una vida con esperanza y un futuro vivible.

Y nos comenzaron a disparar a los ojos, nos torturaron en las comisarías, nos gaseaban con gases prohibidos.

¿Será mucho pedir que si te enfermas de una enfermad curable te atiendan bien, no mueras y no te endeudes? ¿Será mucho atrevimiento una educación gratuita y de calidad, si amplios sectores de estudiantes no pueden pagar una mensualidad universitaria y los que estudian salen con una deuda de millones? ¿Será abuso llegar a viejo y pedir descansar sin tener que trabajar hasta la muerte?

Ha pasado ya un tiempo desde que los ciudadanos tomaron el futuro en su manos, lo que tuvo un costo de decenas de muertos, cientos de ojos mutilados, miles de presos por la revuelta y la violación sistemática de los DD.HH.

Nos recordaron a nosotros, los mayores, los peores tiempos de la dictadura. Y luego de un acuerdo entre todos los políticos, salvo los pocos que se mantuvieron al margen por no querer ser parte de una nueva “cocina”.

La pandemia, mientras tanto, nos mostró sin pudor la precariedad y crueldad del neoliberalismo y puso al desnudo las brechas económicas y digitales que sostienen las grandes cifras de la macroeconomía, pero que no dan cuenta del grado de desigualdad abismante que sufre nuestro pueblo, principalmente nuestros ancianos, niños y niñas junto con sus familias.

Esta revelación, que para nosotros es pan de cada día, reforzó la necesidad de cambios reales en nuestra sociedad.

Con este nuevo escenario impensado un par de años antes, tenemos una nueva elección donde el pueblo llano y simple, el que trabaja y hace grande a este país, se alza como soberano y dice queremos cambios de verdad.

Se le pregunta Apruebo o Rechazo, donde el apruebo significa cambiar la constitución de la dictadura, que la Concertación tan bien aprovechó para conseguir privilegios a expensas del pueblo y el rechazo significa mantenerla tal actual, con modificaciones mínimas; un cambio para que nada cambie, para continuar igual.

Y el pueblo-ciudadano, que no cree en ningún partido de la ex concertación y de la derecha, les dice con su voto queremos cambios de verdad y por primera vez el pueblo y sus anhelos de justica social, ganan contra todos los miedos y pandemias, ganan contra los todos medios de comunicación que desinforman, ganan contra todos los males de los augures del neoliberalismo y se obtiene una victoria épica y justa, 80 contra 20.

Luego, en las elecciones de los constituyentes los sectores derrotados del rechazo, apuestan todas sus fichas a definir la Constitución con los tres tercios del quórum, logrado en la negociación del 15 de noviembre, entre gallos y medianoche, a espaldas de los miles de personas que estaban en las calles.

Ellos como siempre, con la esperanza que los sectores más reaccionarios de la antigua Concertación salieran electos y seguir gobernando con la política de los acuerdos tan manoseada en los 90´s.
Otra vez el pueblo ciudadano y empoderado define la elección y por fin tendremos una Constitución redactada por un amplio abanico de sectores postergados por décadas. Definitivamente queremos un país para todos y si al 20 % no le gusta puede irse donde mejor le parezca.

El final de esta historia nadie la conoce, parece película con final abierto, porque hoy nadie sabe cómo se nos viene la mano.

Sólo una cosa es clara: Chile cambió y no quiere más abusos, ni “alegrías que vienen” ni “tiempos mejores”.

Solo tenemos la firme esperanza que lo que comenzaron los jóvenes el 18 de octubre de 2019 y que todo el pueblo está de acuerdo y refrendó en las urnas el 25 de Octubre del 2020, se haga realidad ahora y que la nueva Constitución de cuenta de los cambios que necesitamos para poder sentir que el futuro es nuestro y que si vale la pena vivir en este hermoso y alejado rincón del planeta llamado Chile.

Tal vez llegó el momento de ser audaces y votar por un “presidente joven que ame la vida que enfrente la muerte”, como decía Charly García y dejar de ser temerosos y cambiar definitivamente esta historia porque como dijo el Presidente Allende en su discurso cuando el palacio de La Moneda ardía, “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

(*) Profesor de Educación Básica.

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