Las controversias y conflictos de límites son temas estratégicos para los Estados. Por lo tanto, su gestión no debe ser realizada como si fueran asuntos de comercio o de recursos naturales. En tal perspectiva, el diferendo de límites marítimos con el Perú fue mal enfocado de principio a fin. Y si no terminó en un traspié mayor para el interés nacional, fue pura casualidad.
El fallo ha reformateado el escenario estratégico norte de Chile, dejando establecida una nueva proyección estratégica de Perú desde el mar hacia la costa chilena, poniendo una plataforma territorial marítima hasta unos 130 kilómetros al sur de la frontera. Además, puso un tapón geográfico que no existía, a las pretensiones bolivianas de una salida al mar.
El belicoso discurso de Ollanta Humala para interpretar el fallo, con reiteradas alusiones a “nuestra marina de guerra”, indica que la implementación no será fácil. Revela la lectura estratégica del Rímac como algo de largo plazo, que apunta al menos a la reivindicación de Arica, como satisfacción de la “herida abierta” por la Guerra del Pacífico.
Ollanta Humala insistió sobre un punto esencial, cual es que se mantiene el tema terrestre en el pequeño triángulo al final del Hito Uno. El uso hecho por la Corte para trazar la frontera marítima no tiene mayor validez jurídica para el mandatario peruano, siendo un tema que queda abierto a futuras acciones y para un tiempo indeterminado.
El mar es nuestra bisagra territorial y no sólo el espacio de tránsito para el envío de mercancías al mundo, o el punto geográfico de la etnografía pesquera nacional. Esto, que parece algo muy difícil de entender para una cancillería fenicia como la nuestra, ya quedó en dramática evidencia el 27-F, cuando los recursos del centro no llegaban a ninguna parte de las zonas afectadas.
El Presidente Piñera, por su parte, sostuvo que se “salvó la proyección marítima de Arica”, y la pesca para los artesanales y, al igual que la Presidenta electa Michelle Bachelet, argumentó sobre “la lamentable pérdida de una porción de la zona económica exclusiva”, dejando en evidencia su visión cortoplacista, aunque ambos recalcaron que no hay derechos soberanos de Perú sino económicos y competencias jurisdiccionales sobre la zona adjudicada.
Así, en tales intervenciones quedó esbozado parte del nuevo escenario y sus tensiones, pues Perú adquiere una posición de frente y en cercanía sobre la costa de Chile que antes no tenía, y si bien la línea equidistante que marca la frontera se va alejando de la costa desde las 80 millas iniciales hasta las 200 donde intersecciona con la zona económica de Chile, esto último ocurre a la altura de Pisagua, unos 130 kilómetros al sur del paralelo.
Desde el punto de vista de la seguridad, significa que la escuadra de Perú puede situarse ahora en profundidad frente a la costa chilena, cosa que antes no podía, lo que a su vez tiene incidencia en los temas de velocidad, rango y alcance de todo el dispositivo estratégico, el que necesariamente deberá ser revisado y reformulado en nuestro país.
El segundo aspecto trascendente es que Chile perdió flexibilidad diplomática en el escenario norte, pues la acción del Perú ante La Haya logró ponerle un tapón geográfico a la pretensión boliviana de una salida soberana al mar. Si esta llegara a concretarse, lo que hoy es prácticamente imposible, sería sobre un mar cerrado, sin acceso a alta mar, debido a que ellos estarían bloqueados por la zona adquirida por Perú y que, dada su doctrina de Mar de Grau, considera zona soberana.
Si parte del problema estratégico de Chile es tener que visualizar una escuadra adversaria ahora desplegada en profundidad, sería casi un absurdo crear condiciones para que este riesgo se duplicara o “densificara” por la existencia de una tercera potencia, Bolivia, operativa y autónoma frente a las mismas costas amenazadas.
Hasta hoy resulta inconcebible el amateurismo estratégico del actual gobierno, en especial del canciller Moreno. Este se lució diciendo a quien quiso escucharlo que el triángulo exterior demandado por Perú, y que hoy se autoadjudicó como soberano, le era indiferente a Chile. La nueva proyección estratégica de Perú que genera el fallo deja en evidencia su error de minimizar el hecho.
El Canciller ni siquiera imaginó que toda la acción diplomática de Perú era un acto hostil, entre otras cosas, porque entorpecía el acceso de Chile a alta mar. Ello, porque su Cancillería evidencia el rasgo más arcaico de su estructura: no tener conciencia estratégica de país.
El mar es nuestra bisagra territorial y no sólo el espacio de tránsito para el envío de mercancías al mundo, o el punto geográfico de la etnografía pesquera nacional. Esto, que parece algo muy difícil de entender para una cancillería fenicia como la nuestra, ya quedó en dramática evidencia el 27-F, cuando los recursos del centro no llegaban a ninguna parte de las zonas afectadas.
Para un país de frágil geografía y profunda gradiente estratégica longitudinal, el mar es un territorio que lo articula todo, por él se llega a cualquier punto, con volumen de recursos y a la mayor velocidad promedio según las plataformas disponibles.
Pero ello requiere pensamiento estratégico, pues no sólo el despliegue del dispositivo de seguridad y su velocidad se ven tensionados por la nueva configuración del escenario norte. Tenemos también fallas de comunicación y control para tener comando efectivo en una zona que se complejizó, psicológica y socialmente hablando.
En materia de comando y comunicación, bolivianos y peruanos nos llevan la delantera con satélites de telecomunicaciones. En materia psicosocial, los instrumentos públicos orientados al desarrollo de la zona no son sólo insuficientes, sino que, con motivo del fallo, despertaron sensaciones de ira y abandono en la población local. Todo esto es parte de lo que deja el fallo de La Haya y del interés nacional, muy mal resguardado durante el proceso.
(*) Abogado y Cientista Político
Fuente: El Mostrador