por Mario Rivas Silva (*)
¿Sabían ustedes que Chile, o más bien, el norte de Chile, tiene la oportunidad única e irrepetible de construir una red ferroviaria eléctrica, de alta velocidad y con tecnología de punta, a un costo de inversión igual cero para el país?
No es una utopía, ni una quimera, ni un desvarío, sino una posibilidad real, a juzgar por lo que nos dijo Yu Jianping, presidente ejecutivo de la filial chilena de e China Railway Group Limited, operador nacional de ferrocarriles de la República Popular China, una de las principales empresas de construcción e ingeniería civil en el mundo, y líder en las tecnologías de control de ferrocarriles de alta velocidad, en una reunión en la sede de esa empresa en Santiago, a la que asistí en compañía del diputado Hugo Gutiérrez, y los consejeros regionales de Atacama, Javier Castillo y Gabriel Mánquez.
Afirmo que es una posibilidad real, porque el Gobierno de China tiene la responsabilidad de alimentar a una población actual de 1.379 millones de personas, la cual se duplicará en menos de 50 años, y para ese fin, maneja conceptos y perspectivas de desarrollo estratégico de largo plazo.
Los chinos saben que las provincias del centro norte argentino y el sur brasileño son proveedores de primer nivel para sus necesidades alimentarias, y que Chile provee las mejores salidas y las rutas más cortas para colocar esa producción en la macro-zona económica de la cuenca Asia Pacífico. Por tanto, la inversión en infraestructura de transportes en Chile, no es, ni de lejos, a título gracioso, sino que obedece a un cálculo racional de sus propias necesidades de desarrollo.
Tengo varios motivos para sostener que se trata de una oportunidad única e irrepetible, a un costo inexistente para el país.
Por de pronto, la inversión la asumirá la contraparte china, con un criterio horizontal, de cooperación entre los pueblos, distinto del esquema vertical del inversor privado, que captura la casi totalidad del excedente de la actividad económica, allí donde sienta sus reales.
En consecuencia, al Estado chileno esta red ferroviaria no le va a costar un peso, a diferencia de lo que sucede con los modelos BOT en vigencia, donde el costo se le traslada al usuario, y en que el Estado asume la diferencia, en caso de que el flujo está por debajo de los cánones establecidos en los contratos.
Es más. Sean cual fueren las condiciones de recuperación de la inversión, su cumplimiento se amortizará en buena parte con el crecimiento de la actividad económica que traería una red ferroviaria de alta velocidad.
Y a eso súmele la economía de tiempo. Una velocidad de 160 kms/hr, como la que se plantea para el ferrocarril eléctrico entre Santiago, Copiapó e Iquique, supone un ahorro del 40 por ciento del tiempo necesario para cubrir hoy el mismo tramo, con carreteras que admiten velocidades promedio de 100 kms/hr.
Imagínese los efectos que podría atraer un ferrocarril de esa naturaleza, en el contexto de energía abundante y económica; y por tanto, de la solución definitiva del abastecimiento del agua, por medio de plantas desalinizadoras, y su correspondiente impacto en la actividad agrícola, además de una actividad industrial asociada al desarrollo de una política nacional del litio.
Estaríamos en otra Atacama. Y es posible.
Nuestro programa postula una política de desarrollo económico y social con activo rol del Estado, en alianza con los trabajadores y el mundo social organizado, el incluso con la empresa privada, de forma de garantizar que una parte cada vez mayor del excedente de ese desarrollo económico, sea justamente distribuido, con arreglo a políticas que privilegien el bien común.
Es mi convicción que en Atacama se dan varias condiciones para que ese programa se materialice. Una de ellas sería la elección de candidatos que representen ese programa. Otra, es que en Atacama, con la ampliación del proceso de descentralización, puede generarse una mayoría política y social suficiente para sostener un proyecto colectivo regional que impida la apropiación monopólica de la renta económica, como sucede en la actualidad.
Pero, ¡ojo!. No tenemos todo el tiempo del mundo.
Aquí el problema no es económico ni financiero. Tampoco ambiental, ni menos tecnológico. El problema es político.
Llevamos años impulsando políticas de integración, como Atacalar, con escaso eco en el nivel central, en el contexto de una política exterior subordinada a la hegemonía vertical de los Estados Unidos.
¡Cuidado! No son infrecuentes los casos de gobiernos, pueblos, partidos y organizaciones sociales, que por diversas razones, dejan pasar las oportunidades, y por tanto se quedan abajo del tren del desarrollo.
Si no somos capaces de remover la desidia, y nos quedamos anclados en el actual modelo de desarrollo de cuño neoliberal, corremos el riesgo de perder no sólo el tren, sino también las diligencias, las bicicletas y aún las carretas del desarrollo.
No. Ciertamente no da lo mismo por quién votar este 19 de noviembre.
(*) Contador general, ex gobernador de Atacama, candidato a diputado por el Partido Comunista.