Bashar el Assad y Vladimir Putin hablaron alto y claro, solo dos semanas después de la humillante retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán.
El mensaje fue preciso: ahora es la hora de marcharse de Siria. El encuentro entre Assad y Putin sin dudas requirió una cuidadosa preparación, que fue celosamente guardada en secreto hasta el día siguiente de su conclusión, el martes 15 de septiembre.
Un aniversario de alto significado
En un día como ese de 2015 Assad hizo pública en Moscú su invitación a Rusia para que lo auxiliara a poner fin al terrorismo y la intervención de miles de mercenarios aliados del autodenominado Estado Islámico, que controlaba extensos territorios en Siria e Iraq, con el apoyo financiero, militar y logístico de varios aliados regionales de Estados Unidos.
Tras aquel anuncio comenzaron las decisivas acciones antiterroristas de las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia que dieron un giro radical a la guerra a favor de la liberación del país árabe. Una inesperada sorpresa para la administración de Obama-Biden y Hillary Clinton, quienes atizaron el conflicto.
“Gracias a nuestros esfuerzos conjuntos, se ha liberado abrumadoramente la mayor parte del territorio de Siria”, dijo el presidente ruso durante su cita con Assad, a la que después se unieron el canciller de Siria y el ministro de Defensa ruso.
Putin dijo que la presencia de otras tropas extranjeras viola el derecho internacional y está impidiendo que Siria se reconstruya después de diez años de guerra.
“Esto claramente viola el derecho internacional y no le permite hacer los máximos esfuerzos para consolidar el país”, dijo el presidente ruso. “Solo una consolidación de todas las fuerzas en Siria permitirá que el país se levante y comience un desarrollo constante, avanzando”, sentenció.
Sanciones que matan inocentes
Estados Unidos implantó un régimen de sanciones contra Siria que apunta específicamente a los sectores de la energía y la construcción para evitar que el país se reconstruya.
Una década de guerra impuesta desde el exterior y la política de asfixia económica de Washington y sus aliados han tenido un impacto devastador en el pueblo de Siria.
Según la ONU, 12,4 millones de sirios, es decir, el 60 por ciento de la población, sobrevive amenazado por el hambre, falta de medicamentos y otros recursos imprescindibles.
El líder sirio solo había visitado Rusia una vez más, en 2018, cuando viajó a Sochi, para examinar con su aliado la cooperación militar y el inicio de un proceso de negociaciones con fuerzas opositoras para alcanzar la paz y la reconciliación nacional, que se encuentra estancado debido al boicot de Washington.
Lecciones de Afganistán deben ser recordadas
El presidente Joseph Biden aceleró el cierre de la embajada norteamericana en Kabul y la partida de las últimas tropas —que resultó una bochornosa estampida— para que sirvieran de marco propicio a la declaración oficial del fin de la guerra que Washington desató tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, como parte de una sangrienta cruzada universal contra el terrorismo internacional de terribles efectos humanitarios.
El montaje de los actos de recordación del 20 aniversario del día que dos aviones civiles se estrellaron contra las torres gemelas de New York y otro se dijo impactó al Pentágono, fue diseñado para que pareciera un giro histórico, el fin de una nefasta etapa de la política exterior.
Sin embargo, la contundente advertencia de Putin sobre el negativo impacto para la total independencia de Siria de la presencia de tropas extranjeras en su suelo, sin contar con un mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, o en respuesta a una invitación del gobierno de Damasco, única autoridad legítima del país, puso al desnudo la violación sistemática de principios básicos del derecho internacional por parte de la actual administración estadounidense, que en este caso aplica al pie de la letra la política heredada de Donald Trump.
Turquía ocupa áreas a lo largo de la frontera norte de Siria y respalda a los combatientes de la oposición en la provincia de Idlib, que está controlada principalmente por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), vinculado a Al Qaeda. Ankara no apoya abiertamente a HTS, pero grupos respaldados por Turquía han luchado junto al afiliado de al-Qaeda, y ha habido informes de que Turquía está coordinando con ese grupo.
Además, hay unos 900 soldados estadounidenses ocupando el noreste de Siria. Sobre el papel, las fuerzas norteamericanas están allí para respaldar a las separatistas Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) dirigidas por los kurdos contra el Estado Islámico (ISIS por su sigla en inglés).
La ocupación estadounidense es parte de la guerra económica de Washington contra el gobierno de Assad para provocar un cambio de régimen en Siria, emprendida en 2011, a partir de un supuesto estallido social que sería puesto bajo la cobertura de la llamada Primavera Árabe.
La región donde se encuentran las tropas estadounidenses es donde se localiza la mayoría de los campos petroleros de Siria, y la presencia estadounidense mantiene el recurso vital fuera del alcance del gobierno sirio.
En la práctica, Trump había diseñado una retirada de Siria, dejando a cargo a las FDS, pero el Pentágono previó un pronto descalabro militar y decidió dejar las tropas necesarias para asegurar el robo, puro y simple, del petróleo sirio para financiar a las milicias y fomentar una zona autónoma, dependiente de su amparo.
Sin embargo, Biden y sus estrategas deberían tomar en cuenta la noticia de que “el Ejército sirio está a punto de tomar el control total de la provincia de Daraa, en el sur del país”, según indicó la agencia rusa de noticias Sputnik el mismo día del encuentro Putín-Assad en Moscú.
El restablecimiento del control gubernamental total sobre Daraa tiene un alcance político, militar estratégico, y sobre todo simbólico, ya que limita con los ocupados altos del Golán, que Israel ha utilizado para brindar ayuda a los grupos armados que desde 2011 desencadenaron precisamente en esa ciudad las acciones para derrocar al Gobierno de Damasco.
Una fuente de seguridad, citada por el medio, dio a conocer que el Ejército del país levantino, acompañado por las fuerzas rusas, ingresó a Al-Yadudah, localidad que por una década estuvo en manos de los terroristas.
El Ejército sirio y los grupos opositores acordaron evadir una costosa operación militar en el último bastión de los extremistas, que fueron capturados sin disparar un tiro. Un hecho que recuerda la fácil inesperada caída de Kabul.
El mensaje de Putin a Biden lanzado desde Moscú al lado de Assad, su aliado estratégico en Oriente Medio, bien merece una respuesta atinada a favor de un desenlace positivo de otra de las “guerras interminables” a las que el mandatario estadounidense prometió poner fin.