Ricardo Lagos ha difundido una declaración pública en la que, fiel a su estilo, expresa poco diciendo mucho (o quizás, todo lo contrario). A pesar del juego de palabras que resulta ser su “comunicado”, no es posible ignorarlo. El anuncio, «yo no me restaré a ese desafío», es revelador en al menos, dos sentidos. En primer lugar, es una fotografía al “yo” del personaje.
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Y, en segundo lugar, puede ser leído en clave premonitoria de un desenlace que parece inevitable: el encuentro entre la movilización social y la última tabla de salvación del modelo, encarnada en (¿quién más?) Ricardo Lagos.
¿Cuál es el diagnóstico de la realidad que nos ofrece Lagos? Su premisa son los mismos lugares comunes clintonescos, terceraviístas, con los que llegó a la presidencia el 2000, y sobre los que vuelve el 2008 cuando publica su libro “El futuro comienza hoy”. El mundo, nos informa Lagos, “ha experimentado profundos cambios económicos, políticos y sociales que han modificado radicalmente la forma en que las sociedades viven, producen, se integran”.
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Que eso sea cierto desde el descubrimiento de la agricultura poco importa. “Chile no está ajeno a esos cambios”, retrueca Lagos, confirmándonos que el suelo en que vivimos no ha sido arrojado fuera de la órbita terrestre.
Y en medio de estas afirmaciones anodinas, Lagos, el mismo que desempeñó los más altos cargos de gobierno, hoy, pretendiéndose testigo imparcial de la historia, advierte:
“Ha habido progresos importantes, pero también han crecido las aspiraciones de los chilenos. Han surgido nuevas exigencias, construidas sobre la base de los avances anteriores.”
Y, agrega,
“Para las personas, estos profundos cambios han significado espacios de realización y crecimiento, pero también de frustración, de injusticias y vulnerabilidad.”
Estos ya no son simples lugares comunes, sino que representan lo más cercano a una ‘narrativa’, a una tesis interpretativa sobre el Chile contemporáneo, que puede encontrarse en el árido discurso público actual. Es la tesis que desde hace años han abrazado comentaristas de noticias, opinólogos y una gran variedad de ‘expertos’, y que tantas veces nos han explicado Peña, Tironi y Cía. desde la tribuna de los Edwards.
La explicación del malestar es que los “progresos importantes” realizados en las últimas décadas han incrementado “las aspiraciones de los chilenos”. Literalmente, para Lagos las “nuevas exigencias” están “construidas sobre la base de los avances anteriores”.
Es la tesis que sostiene que el descontento proviene de la abundancia. Abundancia que hemos logrado gracias a ellos; particularmente, gracias a él. Chile, entonces, estaría atravesando una ‘crisis de desarrollo’; Chile es víctima de su propio éxito.
Así, ofreciendo una comparación por lo demás ahistórica y descontextualizada, nos advierte de una extraña paradoja: Chile hoy “goza de [los] niveles de libertad y bienestar más altos de su historia”.
Entonces, ¿cuál es nuestro predicamento? ¿Hay algún problema que nuble el cielo en que vivimos los chilenos gracias a Ricardo Lagos? Indudablemente: el problema es que reina “un clima de desconfianza, de crisis de legitimidad de las instituciones y de pesimismo hacia el futuro”.
Hay un problema puramente cultural. Y Lagos sabe cómo solucionarlo; a través de sermones inyectados de ese ethos ‘republicano’, ‘estadista’, que tanto se le celebrara desde ICARE y El Mercurio. Así, Lagos lanza un llamado a la virtud dirigido simultáneamente al empresariado, a la clase política, y a la movilización social:
“La codicia, la corrupción y la división amenazan el futuro del país”. La palabra de Lagos es clara; la solución de nuestro malestar depende sencillamente de nuestra voluntad, y radica en desarrollar la virtud opuesta al vicio que Lagos denuncia. Empresarios, no sean codiciosos, sean solidarios; políticos, no basta con ser honesto, hay que parecerlo; ciudadanos movilizados, no dividan al país.
Así y todo, la paradoja que Lagos denuncia palidece en comparación con su propia paradoja. Lo paradojal, en realidad, es que Lagos se vista con ropa de izquierda; que nos recuerde que es parte del conjunto de “quienes defendemos desde hace décadas los anhelos de equidad, inclusión y justicia social”, pero, a la vez, desconozca los problemas del modelo de desarrollo nacional, sustentado en la apropiación privada de los recursos naturales, en la mercantilización de las necesidades humanas, y en el debilitamiento de la posición de trabajadores y consumidores.
¿O acaso piensa que es posible convencernos de que la demanda por educación gratuita y de calidad está “construida sobre la base” del crédito con aval del estado? ¿O que la demanda por mejor salud está “construida sobre la base” del debilitamiento de la salud pública que ha venido ocurriendo en las últimas décadas? ¿De verdad creerá Lagos que las concesiones, desregulaciones y privatizaciones que condujo como Ministro de Educación, de Obras Públicas y como Presidente, han incrementado “las aspiraciones de los chilenos”?
Quizás Lagos crea que estos son sus nuevos ochenta, donde puede volver a apuntar con su acusador dedo a empresarios, políticos, y ciudadanos. Pero ahora, los roles se han invertido. Conocemos su vida. Sabemos que ha “perdido y ganado elecciones”; no necesita recordárnoslo.
Sabemos que ha combatido bajo la bandera del radicalismo, del PPD, y del PS; que ha sido derrotado por la DC, apoyado por la DC, respaldado sigilosamente por el PC, denunciado públicamente por el PC, defenestrado por el PS, transformado en ícono del PS, criticado por los empresarios, amado por los empresarios.
Qué más da. Sabemos que lucha con convicción. El problema, es precisamente eso. De lo único que tenemos certeza es de que lucha con convicción: con la convicción de la vanidad, de quien no forma parte de una lucha colectiva, sino que quiere asegurar su lugar en los libros de historia.
Por supuesto, todo esto es bien sabido. Por eso, llegados a este punto, se vuelve necesario formularnos la siguiente pregunta: ¿que circunstancias hacen que no sólo sea viable, sino incluso que aparezca como inevitable e incluso como exitosa, la candidatura de un ex Presidente que encarna lo opuesto al sentido común emergido después del 2011?
La razón pareciera ser clara: no hay más alternativas. Específicamente, no hay todavía la posibilidad desde la izquierda, atravesada por tensiones y divisiones que todavía parecieran anularla en el plano electoral, de proponer un proyecto electoral alternativo.
A cinco años del 2011, de la fractura del consenso neoliberal, sus orgánicas todavía muestran escasas posibilidades de hacerse de espacios institucionales de poder desde los cuales revertir el programa neoliberal. Eso permite que la vuelta de Lagos sea no solo viable, sino que probablemente exitosa en sus propios términos.
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La crítica a Lagos exige también la crítica a una movilización que, por las razones que sean, todavía parece no haberse constituido como movimiento, es decir, como un grupo con algún grado de organicidad capaz de identificar objetivos en el plano institucional y conseguirlos.
Por eso es que tampoco aparece como posible, de momento, que aparezca una alternativa viable desde ese espacio político.
Esto, a su vez, sienta las condiciones para que emerjan o reemerjan los “líderes” que pretenden constituir movimientos y orgánicas en torno a sí mismos, modelo de gestión del descontento social que MEO ya intentó desarrollar, con las consecuencias esperables: agotamiento del espacio de crecimiento político en función de la popularidad del “líder”, y preservación de las alianzas entre empresariado y clase política.
En ese sentido, el “retorno” de Lagos es también una paradoja: si Lagos vuelve, es porque el descontento social ha creado necesidades en el espacio público que no es capaz de satisfacer.
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Lagos, en definitiva, se ha anunciado a sí mismo como el último bastión del modelo. Pero, inadvertidamente, se ha puesto en la posición del ludópata que está dispuesto a arriesgar, en un último juego, todo el capital que ha acumulado a lo largo de la noche, deslumbrado por la promesa del todo o nada. Lagos confía en sí mismo para lograr aquello que Bachelet, la sucesora en la que nunca confió, no pudo hacer: desactivar definitivamente la movilización social. El tiempo dirá si la movilización derrota a este último bastión, o si aquel logra su objetivo.
Fuente: Editorial de Red Seca