Fue contundente el triunfo electoral y político de Javier Milei, el candidato presidencial de la extrema derecha, los “anarco capitalistas” o ultraneoliberales, y del programa antisocial.
Se pueden sacar muchas conclusiones y realizar variadas reflexiones sobre cómo las más fuerzas retardarías y ultraconservadoras de Argentina, partidarias de la dictadura, oscurantistas y amenazantes lograron este triunfo. Sus habilidades mediáticas, la “llegada” del “león” y el “loco” Milei a sectores de la población, el poder del dinero, las “noticias falsas” y miedos instalados, promesas de “libertad” y “garantías individuales”, la tesis de terminar “con la casta” de políticos y poderosos, el aliento a surgir con el esfuerzo individual y “quitarse de encima al Estado”, garantizar el orden y las medidas duras, los votos que llegaron desde la derecha tradicional y mucho más.
Siempre habrá mucho que decir sobre cómo operan la derecha y la extrema derecha desde el poder de los medios, los recursos financieros, los grupos fácticos, sus relatos y promesas, sus engaños y distorsiones.
Sin embargo, vale la pena que los análisis y reflexiones, con datos y antecedentes en mano, abarquen con crudeza y lectura de realidad las políticas, medidas programáticas, discursos, decisiones e instalaciones, “llegadas” a la población y respuestas a las demandas sociales desde las fuerzas progresistas y de izquierda.
Eso es doblemente necesario si se parte de la base de que equivocaciones, falencias, deficiencias, errores y vacilaciones desde esos sectores, contribuye a abrirle paso a los planteamientos y candidaturas de la derecha y la extrema derecha.
En Argentina estaba desatada la inflación, aumentó considerablemente la pobreza, no amainaba la delincuencia, pese a medidas de los últimos meses los salarios y las pensiones eran bajas y apoyos sociales -focalizados o no- llevaban mucho tiempo sin llegar, el desempleo era y es un problema real, y se veía a un oficialismo dividido, titubeante, sin una direccionalidad precisa. De alguna manera las fuerzas progresistas y de izquierda eran golpeadas y estaban ante encrucijadas complicadas.
En América Latina, y eso al parecer incluye a Chile, los gobiernos progresistas, socialdemócratas y de izquierda presentan desafíos respecto a la delincuencia, la migración ilegal, la inflación, el alza en el costo de la vida, los bajos salarios, las ausencias de ayudas sociales, el desempleo, la inseguridad y la posibilidad de consagrar realmente derechos a la educación, la salud, la vivienda, de manera eficaz y digna. También persiste el desafío de implementar efectivas campañas comunicacionales y fortalecer medios de prensa alternativos con recursos y creatividad. No menor, que haya una conducción política coherente, lineal, precisa, clara y que instale en la población certezas, desechando las incertidumbres. En todo esto es clave la unidad de las fuerzas progresistas y de izquierda en la priorización de metas estratégicas, dejando de lado rencillas coyunturales.
El primer murallón para detener el avance de la derecha y la ultraderecha, es que los sectores progresistas y de izquierda hagan bien su trabajo. Lo que significa, a la vez, el desarrollar políticas que beneficien la calidad de vida de ciudadanas y ciudadanos en diversidad de ámbitos, y responder a demandas sentidas y muy reales.
Claro, para eso se requiere real autocrítica, nada de complacencias, leer bien la realidad, conectarse con la gente, responder a las necesidades y demandas, y mantener firmeza en el programa y el rumbo.
Lo ocurrido en Argentina, en algún sentido, puede servir de ejemplo respecto a concentrar primero la mirada en las fuerzas y desafíos propios, y luego mirar al frente para encarar a los enemigos de la justicia social, de la democracia, de la soberanía y la equidad económica.