A comienzos de la década del 70 y con la ascensión del gobierno popular del presidente Allende, se planificó un modelo cultural que se articulaba coherentemente con el proyecto político de transformación.
Para cambiar la realidad había que educar al sujeto del cambio social, por lo tanto, la estrategia central era formar a un hombre consciente, informado, y con una sólida base de conocimientos, cada actor debía estar preparado para discernir, pensar, hacer uso de su inteligencia, y el rol del Estado en este sentido era cumplir con este objetivo.
Para avanzar en esta necesidad de crecimiento, el gobierno le asignó un rol preponderante dentro de la cultura, a la creación y difusión de las artes. Así fue como se crearon industrias culturales de un enorme alcance social como la Discoteca del cantar popular (DICAP), un gran fomento del teatro comprometido con múltiples agrupaciones y autores nacionales y extranjeros, entre ellos el Instituto de teatro de la Universidad de Chile (ITUCH), y la Editorial Quimantu, único proyecto de ediciones del Estado a través de todo su historia.
Cabe hacer mención a los numerosos centros de estudios de la universidades, la multiplicación de los centros culturales en las comunas de todo el país, la integración de pueblo, que organizado, participaba en política, leía, analizaba, dentro de un marco gubernamental que facilitaba las condiciones, para que se desplegaran los múltiples fenómenos culturales que emergían de la dinámica y el quehacer cotidiano.
Por la naturaleza de esta conversación, me detendré en la Editorial Quimantu. Desde sus inicios, este proyecto se preocupó con intención, en publicar y difundir todos los géneros literarios con ediciones que promediaban los cien mil ejemplares. Agréguese la creación de un espacio con los Clásicos del pensamiento social, los minilibros con cuentos y novelas breves, de grandes autores nacionales y universales, incluidos algunos emergentes, como Antonio Skarmeta, Premio Nacional de literatura reciente.
Se agrega a lo descrito, un área de revistas que van desde las científicas, históricas, misceláneas, hasta las historietas para niños. Resultado, en cada hogar o casi en todos, nos encontrábamos con una biblioteca básica que daba cuenta de que el proyecto ideado se plasmaba en la realidad de las ciudades con un alto impacto.
Sin duda, en estas circunstancias, los índices de lectura daban sus frutos, lo que benefició a toda una generación. Sumemos la presencia de una educación pública de calidad y gratuita, con maestros y profesores en las escuelas y liceos, activos y relevantes, verdaderos líderes en las salas de clases. Avanzábamos hacia la construcción de una sociedad con mayor cultura y justicia social.
Pero el ocaso de esta experiencia fue siniestra, y el gobierno de transición al socialismo, cayó cruentamente con el Golpe de Estado y la instauración de la dictadura militar.
Se conculcaron todas las libertades, incluidas la libertad política y la libertad de expresión. El libro se convirtió en un objeto subversivo y sospechoso, es así como recordamos los allanamientos a domicilios ciudadanos por parte de patrullas militares, para secuestrar las bibliotecas familiares entre otros enseres, y quemarlos en las calles ante el estupor de un pueblo sometido. Por su parte, los medios de prensa dieron cuenta a través de imágenes fotográficas y audiovisuales, de enormes piras donde se incineraban el conocimiento y la creación literaria de numerosos autores.
Chile se oscureció, y las consecuencias en este ámbito fueron lapidarias para el fomento de la lectura, las escuelas y liceos fueron intervenidas y el Ministerio de Educación fue un factor preponderante de la censura. Aparecieron las listas negras de libros y escritores, se implantó un lenguaje oficial y se impuso a autores proclives al régimen como Enrique Campos Menéndez y José Luis Rosasco, entre otros.
En nombre de la moral y las buenas costumbres desaparecieron las obras de Freud y de Fromm. Los ejemplos se pueden multiplicar por cientos.
En los últimos años de esta tragedia, la sociedad civil organizada en distintos grupos, incorporó la literatura y las artes, al proceso de resistencia y la lucha por la recuperación de la democracia. Pequeñas publicaciones de revistas alternativas impresas a mimeógrafo, libros artesanales, dan cuenta de una producción editorial de alcance limitado, en que nuevos autores, de una nueva generación, comienzan a publicar su literatura, se socializan los textos vía oral, en pequeños y grandes recitales, pero el daño masivo ya está hecho, las generaciones nacidas durante los años de dictadura, pierden contacto con el libro impreso, y el acceso a este es de alcance mucho más reducido.
Iniciada la transición, e instalado el primer gobierno en una democracia protegida y con leyes de “amarre”, legadas por la dictadura, empiezan a quebrar las pequeñas empresas periodísticas que habían contribuido desde su trinchera a la recuperación de la democracia, mueren las revistas HOY, APSI, ANALISIS Y CAUCE, y el único diario de la oposición: El fortín Mapocho.
El nuevo gobierno no contribuye a su financiamiento a través de avisos publicitarios, recursos que invierte en los medios tradicionales adherentes al antiguo régimen, fortaleciendo su presencia en la vida mediatice del país. Con esta decisión se impone un modelo comunicacional conservador y financiero. El reino de los negocios empieza a consolidarse, relegando el modelo cultural a una condición de marginalidad extrema.
Se inicia un periodo de crisis en que tienden a desaparecer los intelectuales y los artistas, carecen de total visibilidad. Entre la política de superestructura y los negocios de los grandes empresarios se mueve la vida pública, y así la perciben los ciudadanos.
El gobierno de la transición crea el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, como un espacio institucional de fomento, institución de larga data, que intenta recuperar con las nuevas generaciones, el terreno perdido.
Después de veinte años, los síntomas de la enfermedad no son recuperados por los antídotos empleados. Pequeñas estrategias de recuperación de la lectura, bajos presupuestos, entre otros antecedentes, hacen de este organismo una superestructura con una baja especialización, sin las redes sociales adecuadas para la expansión de sus programas, y atrapada en un grado de centralización de carácter elitista, que hace casi imposible un mejoramiento expansivo de la lectura entre la población.
¿Quién decide qué se lee?
Es necesario reconocer que durante dos décadas la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos, viene realizando convenios con los municipios e instalando bibliotecas públicas a través del territorio, pero el desafío pasa por una estrategia de encantamiento de los jóvenes en sus colegios y sus territorios de habitación para que se incorporen al mundo de la lectura.
El dilema es ¿que leen y para qué?, ¿Cuál es el objetivo de esa lectura? ¿Deberían leer a Gabriel Salazar, Premio Nacional de Historia?, ¿A Pablo Simonetti o a Antonio Skarmetta?, tal vez a Isabel Allende, o a Teresa Calderón, o a Carmen Berenguer, porque no Martin Hoppenjain, o Fernando Villegas, o en forma póstuma a Pedro Lemebel. ¿Quién decide?
En el actual estado de situación casi todo lo definen los empresarios del mercado del libro, principalmente, La Cámara Chilena del Libro, Editores independientes y otros de tono menor, los autores chilenos contemporáneos sobreviven entre la autoedición que no se distribuye en librerías, o la compra de servicios en alguna imprenta con razón social de editora.
Finalmente, hacia donde apunta esta reflexión, centralmente apela a un rol de mayor compromiso y envergadura del Estado en la masificación de autores que se enmarquen dentro de un proyecto humanizador que trascienda los modelos de negocios existentes en la actualidad.
Un editor privado publica pensando en su negocio y las utilidades que obtendrá con la venta de una novela de Simonetti, y no tengo prejuicios frente a esta operación, lo que sí puedo afirmar es que esta estrategia está pensada para vender entre la clase media alta y alta principalmente. Simonetti es record de ventas en las librerías de Las Condes, Providencia, Vitacura, entre otras. Como no existen librerías hace muchos años, en al menos 45 comunas de la Región Metropolita, salvo alguna excepción, nadie lee.
Entonces, el núcleo de lectores predominante está en los segmentos de mayores ingresos quienes acceden al mercado del libro con absoluta fluidez. En cambio una vasta población no tiene relación alguna con este mercado.
Quien debe asumir la responsabilidad e instalar el libro en el territorio y entre los vecinos de todo el país es El Estado, pero a la vieja usanza allendista. Neruda fue conocido por la generación de los 70, porque la Editora Nacional Quimantu, editó una Antología para estudiantes con algunos de sus principales poemas, en un volumen de 150.000 ejemplares, que fueron distribuidos en las escuelas de todo el país en forma gratuita.
Chile no posee hoy un modelo cultural coherente, vivimos en un proceso de dispersión y de falta de orientación temática respecto de lo que queremos, necesitamos o aspiramos. El país carece de espíritu, todo fenómeno está cruzado por el dinero y los intereses empresariales, si está fuera de esta lógica, no es rentable para el modelo económico neoliberal. Este es el principal problema que debemos resolver.
El Estado debe ser un agente orientador y articulador de las propuestas de lectura, que se relacionaran con una generación perdida entre las nuevas tecnologías. No se trata de uniformizar, porque deberán quedar abiertas las variables de la libre elección, pero las autoridades que poseen una legitimidad democrática, están por sobre el mercado y los negocios, y por tanto, a través de sus equipos asociados a la cadena del libro, deben decidir que publicaciones deben socializar, para que aquellos que acceden a la lectura, vayan alcanzando un perfil más integral e identitario con una visión de sociedad de mayor calidad humana e integradora.
(*) Ponencia correspondiente a la participación del autor, en la Primera Mesa Abierta “Educación, el libro y la lectura ¿Dónde están los lectores?, organizada por la Comisión de Cultura de la Sociedad de Escritores de Chile, en Septiembre de 2014
Fuente: SECh