Pluralismo en la Medida de lo Posible

“Yo no pongo la otra mejilla, pongo el culo, compañero”. Pedro Lemebel.

Partimos este texto declarando que esto no es una defensa, porque no nos corresponde. Lo que sí nos corresponde, como escritores, es hacer una invitación a reflexionar críticamente, sacándonos la yuta interior y la superioridad moral.

Antes de comenzar, es necesario plantear que las performances están hechas para irrumpir, para situarnos frente a nuestras contradicciones e hipocresías sociales y exponerlas, objetivo que logran con creces Las Indetectables en el acto por el Apruebo en Valparaíso, a una semana del plebiscito de salida.

La condena fue transversal, no sólo desde la derecha se alzaron las voces de repudio, sino que, desde el mismo oficialismo, el “rechazo” a la puesta en escena contracultural se concentró en resaltar la presencia de infancias en un acto que no sería apto para ellas.

Lo que nos lleva al primer punto de esta discusión.

¿Es cuestionable que hayan realizado este acto artístico delante de niños, niñas y adolescentes? Sin duda. Esto hace plantearnos la necesidad de reconocer a las infancias como sujetos políticos, otorgarles sectores en el espacio público que los considere en sus necesidades, vele por su protección, expresión y representación en la vida social.

Otra arista a considerar en este punto es que SOMOS una sociedad que vulnera infancias: según la Unicef, el 73.6% de los niños y niñas sufre violencia física o psicológica de parte de sus madres, padres o parientes, pero eso no es escandaloso.

En la micro llena de infancias, la música de ambiente que elige el chofer es un reggaetón cuya letra es explícitamente sexual y violenta, exponiéndolos a este tema de manera brutal, pero eso no es escandaloso.

Según Ciper, al menos 115 niños, niñas y adolescentes bajo protección del Estado figuran como víctimas de explotación sexual comercial, pero eso no es escandaloso. La publicidad y los medios los bombardean con cuerpos infantiles y femeninos sexualizados, pero eso no es escandaloso. Según Modatima, en Valparaíso el 70% de la población donde habitan niños, niñas y adolescentes vive con déficit de agua potable, pero eso no es escandaloso.

Por una parte, el gobierno pone coto a la libertad de expresión, para proteger a los niños, niñas y adolescentes de algunos aspectos contraculturales de nuestra sociedad, bajo pretexto de resguardarlos de un contenido sexual que en otras áreas del ámbito público o de acceso universal no se apura en censurar.

Por otra, la derecha actúa en consecuencia con su carácter históricamente reaccionario a las divergencias sexuales, artísticas y culturales, y más aún, señala que un aspecto no incluido en los comentarios y sobre todo en las acciones legales de gobierno en relación al hecho, debería considerar la ofensa al emblema patrio, y aplicar ley de seguridad del Estado.

Sorprende que los jóvenes políticos de izquierda no reaccionen ante esta coyuntura asumiendo su liderazgo, emprendiendo la defensa del pluralismo que suponíamos, habitaba el corazón de sus combativas almas, dechado de moral. Parece que hemos pasado de la “justicia en la medida de los posible” a un más actualizado (y porqué no decirlo, posmoderno) “pluralismo en la medida de lo posible”.

La superioridad moral se da la mano con el cierre de los espacios de disidencia, y se dispara dos veces a los pies, pues primero la organización del evento falla en no informarse, como curadores de la instancia, del tipo de acto que presentarán en un show que no tiene como motivación final la expresión del arte disidente, sino que el apoyo político a la opción del apruebo a una semana del plebiscito y, en segundo término, el gobierno se apresura a pedir disculpas nuevamente en vez de gobernar y expresarse según los ideales que promovieron progresivamente su ascenso como lideres políticos del Estado.

En este sentido, el dictum de Adorno se nos presenta actualizado pues, así como el cierre de la imaginación teórica abre el camino a la locura política, la censura social de lo diferente, del espacio creativo y muchas veces disidente de las sociedades, abre el camino a la clausura esclerotizante de la imaginación de nuevas expresiones y convencionalidades.

Porque, más allá del tema de las infancias, este es un juicio moral-colonial, democracia eau de toilette, como escribió alguna vez la poeta Fanny Campos. ¿Por qué nos molesta tanto esta propuesta estética?

Estamos claros que este acto perfomático no tiene impacto real en los votos, eso ya lo han dicho los expertos, por lo tanto, podemos desestimar cualquier animosidad con respecto al contexto del periodo eleccionario, como si tuviéramos que estar peinados y bien presentados para no incomodar a sectores más conservadores de la sociedad, mientras creamos todas las desconfianzas posibles a las otredades que juramos incluir y representar en este nuevo proyecto social.

Ante eso, nos remitimos a la protesta de las locas del 73, primera marcha en que las travestis, trans, y disidencias salen al espacio público a luchar porque el proyecto socialista de Allende nos las incluía. “Ostentación de sus desviaciones sexuales hicieron los maracos en la plaza de Armas” tituló El Clarín.

“Las travestis, las locas que frisaban los 18 años, vivían detenidas por ofensas a la moral y las buenas costumbres. La policía guanaquera de Allende las colgaba de tendidos eléctricos, cortocircuitando las monstruosidades, antes que las anormalidades se volvieran regla en un proyecto socialista de hombres y mujeres nuevos” sentencia la escritora, Lilith Herrera.

Hoy, nos vuelve a molestar la” ostentación de sus desviaciones sexuales”, pero esta vez, como se supone que somos más inclusivos, nuestra excusa son las infancias, que vulneramos a diario. Porque lo que realmente nos fastidia, es que estos sujetos, cuyos cuerpos desobedecen el mandato colonial homogeneizante y binario, y cuya sola existencia lo pone en tensión, nos cuestionen grotescamente nuestra moralidad judeocristiana.

En eso están absolutamente de acuerdo el apruebo, el rechazo, la izquierda, la derecha y el Estado, que utiliza toda su maquinaria punitiva contra estas personas, que se expresaban en un contexto artístico donde fueron INVITADAS.

En este punto nos preguntamos, ¿tiene el Estado, que posee una institución completa que vulnera salvajemente infancias marginales, que utiliza brutalmente su aparato represor contra los estudiantes secundarios, algún derecho o autoridad moral para perseguir a tres travestis que se ganan la vida cantando en la micro?

Para hablar del tema del insulto al símbolo patrio, trataremos de ser lo más breve posible, pues es un tema que daría para diez textos más. Lo primero que debemos hacer, es situarnos en el contexto de un acto artístico, cuya pertinencia y atingencia en ese espacio debió haber evaluado la organización, que luego reconocería que omitieron el pequeño de detalle de indagar sobre su propuesta, pero las invitan para cumplir una cuota de “inclusión”, olvidando totalmente que este concepto comprende respetar su trabajo, por ejemplo, conociéndolo antes de convocarlas.

También era responsabilidad de la producción advertir a los asistentes que el acto era solo para mayores de 18, pero como omitieron un pequeño detalle, fallaron en eso también.

Esta performance ha sido acusada transversalmente de ser un acto sexual y no arte, pero al parecer se tiene un concepto errado de éste, como si fuera una simple manifestación para deleitar a los sentidos, y no una poderosa fuerza narrativa que construye el relato histórico, la transmisión de la cultura, y una colosal manera de cuestionar la realidad empírica y social.

No tiene porqué ser bello, puede ser grotesco, inmoral, vulgar, e incomodar, porque es una representación, y como tal, debe ser leída con otro lenguaje, que es el lenguaje de la poesía.

Nos hemos perdido en la discusión moral de la bandera en el culo, y obviado completamente lo que estas otredades nos quieren decir, porque hay que admitir, que cuando no somos oprimidos, somos opresores, y nuestro deber, no es criticar la forma, ni armar una caza de brujas contra personas que han vivido una persecución constante y sistemática, sino atender al discurso.

Después de todo, ¿quiénes somos para decirles cómo deben expresarse?, ¿les vamos a decir que esa no es la forma, cuando eso fue lo que nos dijo la derecha cuando salimos a protestar?, ¿les vamos a decir que no expongan su cuerpo cuando las feministas salimos a manifestarnos con las tetas al aire alegando la opresión y sexualización?, ¿les vamos a decir inmorales, cuando es lo que los hombres nos han dicho históricamente a las mujeres?, ¿las vamos a perseguir por vulnerar infancias, cuando es lo que hace la sociedad en su totalidad?

Pareciera que sólo tiene cabida una disidencia bien portada y pulcra, mientras la politizada, la callejera, la cruda, la indecente, la que no obedece al deber ser, la que tiene lugar en los espacios contra-hegemónicos, no es aceptada ni siquiera performáticamente.

Esta performance pretende que cuestionemos algunos conceptos que se creen inamovibles e intocables.

¿Qué es la patria? Una manifestación de la autoridad monolítica de la figura del padre, según Lucía Guerra. ¿Qué es el Estado opresor? Un macho violador, según Las tesis ¿Qué es un símbolo patrio? La reminiscencia de lo colonial, según José Carlos Juarez. “La colonización busca normalizar las prácticas y los cuerpos, la palabra y la memoria, estableciendo límites a los territorios subjetivos” dice Anita Peña. ¿Qué es la bandera de Chile? Una mordaza, según Elvira Hernández. ¿Qué es un cuerpo insurrecto en el escenario? Un territorio político. ¿Qué representa esta acción? Un acto político (y no sexual) en que este territorio colonizado, arranca de sí mismo estos símbolos colonizadores como una forma de desterritorialización, entendiendo la territorialización como un proceso simbólico que establece “una manifestación de las delimitaciones y fronteras que se imponen, siguiendo la lógica de una asignación de territorio. En esta asignación, el cuerpo es solo el eje físico y concreto de una territorialidad simbólica que reafirma las estructuras de poder” (Guerra)

Ahora bien, ¿qué nos quisieron decir de manera menos metafórica?, nos dicen que no creen ni en Estado, ni en la Nación ¿por qué creerían en estas instituciones si nunca las han hecho parte?

Nos dicen que abortemos al macho interior, a nuestra parte punitiva y castigadora, que abortemos ese viejo Chile: colonial, conservador, moralista, y segregador, pero al parecer, se nos han quedado enquistados, como una suerte de embarazo ectópico en una sociedad que está tratando de parirse a sí misma.

Nos dicen que en la moralidad judeocristiana se acepta la guerra, pero no lo travesti, y, por último, nos emplazan, y nos preguntan ¿qué nos escandaliza más, una bandera en el culo, o el que en Chile haya presos políticos?

La respuesta a esta pregunta nos expone totalmente en toda nuestra hipocresía.

Finalmente, terminamos este análisis con las palabras que Rita Segato expuso en el reciente encuentro por una vida libre de violencia de género, organizado por diversas organizaciones feministas de la región de Valparaíso:

“Una democracia que no es pluralista es una dictadura de la mayoría”.

(*) Poeta. Magister © en Literatura Chilena e Hispanoamericana, Universidad de Playa Ancha.
(**) Doctor © en Filosofía, Universidad de Münster.

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