viernes, mayo 3, 2024
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Una Reflexión Urgente Acerca de la División del Movimiento Sindical

En la conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores, al menos en Santiago, Concepción y Valdivia, hubo marchas y actividades paralelas, expresión de una crisis al interior del movimiento sindical, de la que nadie, salvo la derecha y los gremios empresariales, debiera alegrarse o ufanarse.

La sola lectura acerca de cómo proyectó ese hecho el sistema mediático -y no sólo los medios en poder de la derecha- muestra la inconveniencia de la división en el seno de las organizaciones de los trabajadores, y quién saca ventajas en estas aguas revueltas.

«CUT conmemora el Día del Trabajador dividida y con dos marchas en Santiago», tituló El Mercurio, siempre atento a atizar las diferencias entre los trabajadores. «Una es organizada por la dirigencia de la multigremial que encabeza Bárbara Figueroa y otra, por la disidencia. Esta última acusó presuntas irregularidades en las elecciones que incluso fueron impugnadas», se lee a continuación.

La Tercera no le va en zaga:

«Divisiones sindicales marcaron jornada de marchas por el Día del Trabajador», titula la crónica principal dedic ada al primero de mayo. Luego, le entrega la palabra a Esteban Maturana, Presidente de la Confusam:

“Nosotros resolvimos congelar nuestra participación en los actos convocados por la directiva de la CUT porque consideramos que es una directiva ilegal e ilegítima, producto de una elección fraudulenta”.

“La CUT estuvo más preocupada de ser leal al Gobierno que a los trabajadores. Una CUT  que no es democrática, no tiene transparencia y es una sucursal de los partidos políticos; a nosotros no nos sirve”, añadió el dirigente».

Esa crítica artera y sibilina es perfectamente comprensible en medios de comunicación que defienden los intereses de la derecha y el empresariado. Pero no lo es en absoluto en medios que presumen de democráticos, al menos neutrales e incluso, de progresistas.

Radio Cooperativa tituló: «Divisiones sindicales marcaron jornada de marchas por el Día del Trabajador». Y luego, añadió:

«Simultáneamente, la llamada disidencia de la multisindical desarrolló otra movilización bajo la consiga No + AFP. En esta última participaron gremios como el Colegio de Profesores y la Confusam, entre otras agrupaciones que cuestionan la legitimidad de la directiva de la CUT».

El titular de Radio Bio Bio, señaló: «Día del Trabajador: Bárbara Figueroa encabeza marcha de la CUT pese a división». En una versión inequívocamente conspirativa, agregó:

«La presencia de esta última, causó revuelo debido a que no se sabía a ciencia cierta si estaría presente en la marcha o sólo daría el discurso en el acto central».

La versión de El Mostrador, ilustrada con una foto de portada del acto de la disidencia, es solo un poco menos conspirativa: «Marchas de disidentes a la CUT se da a la par con división del oficialismo: Con divisiones en las organizaciones de trabajadores e incidentes se conmemora el Día del Trabajo».

Peor aún es una nota de El Desconcierto, que expresa los intereses del movimiento autonomista, y por tanto del Frente Amplio, titulada  «Una imagen vale más que mil palabras: Diferencias en las marchas del Trabajador».

En ella muestra una serie de imágenes de ambas marchas. En la de la CUT, la única imagen de masas está tomada a ras de piso. Luego, se dedica a mostrar imagenes individuales, también a ras de piso, y de dirigentes políticos. En cambio, la marcha de los disidentes aparece realzada por planos amplios, tomados desde la altura, y enfoques que sugieren masividad.

Eso es trampa; es derechamente, manipular la realidad.

Y todo este conjunto de medios, que habitualmente exacerban hasta el espasmo la violencia de los encapuchados en las marchas del movimiento social que propone reformas, no publicó una sola foto de los desmanes que concluyeron con el acto de la disidencia.

Es exactamente el mismo tratamiento mediático que enfrentó el Colegio dre Profesores durante la negociación de la agenda corta, y luego, la carrera docente.

¿Casualidad?

Eso no existe en política.

Acá lo que se pretende instalar es la noción de que la CUT, la heredera de la organización histórica de los trabajadores chilenos, es corrupta, ilegítima, no democrática e instrumento pasivo de partidos políticos que decidieron de un día para otro, traicionar los intereses del pueblo.

En el caso de la derecha y sus medios, esas campañas se inscriben en la vieja y conocida dinámica de la lucha de clases.

En el caso de organizaciones de ultraizquierda, o emergentes que creen haber descubierto que la rueda es redonda, es producto de la ignorancia, de una visión torpe, cortoplacista y ahistórica, si es que no del oportunismo, o como es más probable, de una combinación de todos esos factores.

Por cierto, no cabe descartar la posibilidad que de esa visión participen elementos honestos, que sienten representar genuinas posiciones y valores de la izquierda. Pero en tal caso, no debieran tardar en comprender lo absurdo de unas matemáticas que postulan que se puede sumar restando, avanzar dividiendo, o mejorar la calidad de vida de los trabajadores destruyendo la precaria organización que se ha logrado preservar de la devastadora contraofensiva neoliberal.

Ese es el punto.

La CUT, la Nueva Mayoría e incluso los partidos, son sólo instrumentos; y por tanto, variables en el tiempo; sólo ejecutores de políticas, no lo principal; intérpretes de intereses de naturaleza histórica, y por tanto, prescindibles y desechables no bien demuestren no estar a la altura de su misión.

Como cualquier organización, por lo demás, incluyendo las de sus hoy severos catones.

Hoy en día, la misión histórica y el objetivo estratégico de quienes son, se sienten o se dicen de izquierda, con abstracción del viejo problema de identidades y tácticas, es, o debiera ser, terminar cuanto antes con la institucionalidad neoliberal, causa directa de las aflicciones y sufrimientos de los trabajadores, y qué decir de los centenares de miles de chilenos que incluso quedaron al margen de la explotación, porque les tocó en suerte ser parte del baile de los que sobran.

Quién no esté de acuerdo en este punto, simplemente no está en la izquierda. De ahí para adelante, todo se puede discutir, pero sin perder ese norte, lo cual significa que el adversario no está al lado, sino al frente; o para mayor claridad aún, que las legítimas diferencias tácticas no debieran debilitar la lucha estratégica, en el sentido de que, no bien una de las vías en competencia logre abrir una brecha en el sistema, por ahí debiera golpear el conjunto.

Históricamente, las disputas tácticas de la izquierda se inscriben en el tiempo para llegar al socialismo, sin perjuicio de que hoy el arsenal de diferencias parece incorporar la vaga categoría de las demandas ciudadanas.

Hay quienes plantean objetivos máximos, y lograrlos ya.

Su fundamento teórico radica en experiencias históricas como la revolución soviética de 1917, o la victoria de la guerrilla cubana, en 1959, entre no muchas otras.

Evidentemente, apenas las condiciones lo permitieron, ese camino lo dirigieron resueltamente figuras históricas de la talla de Lenin y Fidel Castro.

Sin embargo, la exacerbación de esa épica omite que ese desenlace fue el producto de un proceso, en que la lucha cotidiana, anónima y prolongada de organizaciones de masas fue la que creó las condiciones para ese salto en calidad.

Por lo demás, nadie les está prohibiendo, o cruzándose en el camino de ese derrotero.

Colocados en el debate político del Chile de hoy -nada más que eso pretenden estas líneas- el error de los que por la izquierda atacan a la CUT, consiste en no tener en cuenta el viejo problema de las correlaciones políticas.

Si hubiera fuerza propia suficiente, no serían necesarias ni las políticas de alianzas, ni por consiguiente, construir laboriosas correlaciones de fuerza que impulsen los cambios propuestos en los programas políticos.

En el caso chileno, no sólo no es el caso, sino que las fuerzas que propugnan el asalto al palacio de invierno, no se molestan en mostrar la vía para lograrlo, como no sean vagas invocaciones a la  «construcción desde abajo».

El análisis objetivo muestra que el sindicalismo organizado oscila entre el 10 y el 12 por ciento. Más productivo, para los trabajadores, es trabajar desde abajo para incrementar la tasa de sindicalización, que comenzar de nuevo un proyecto desde cero, cuya finalidad es una entelequia, en la medida en que no vaya acompañado de un proyecto político arraigado en el análisis concreto de la realidad concreta.

Segundo, algo que es obvio en la política desde Machiavello a Lenin: la división de las fuerzas del cambio no sólo no ayuda, sino que favorece objetivamente las ideas conservadores y las posiciones políticas del inmovilismo.

Hoy se podrá decir lo que se quiera, pero no se puede desconocer que los avances del movimiento sindical chilenos se lograron sobre la base del valor histórico de la unidad.

Precisamente, uno de los objetivos centrales del Plan Laboral de José Piñera apuntó a barrenar esa unidad, mediante una superestructura política que estimula y favorece la división.

Con sapiencia histórica, la Central Unitaria de Trabajadores, heredera de la Central Unica de Trabajadores, ha logrado -trabajosamente- preservar el valor de la unidad. La CAT y la UNT, expresiones del la socialdemocracia y el socialcristianismo, no han podido contra la convicción de la necesidad de la unidad.

No deja de ser paradójico, e inexplicable, que hoy esa unidad sea atacada desde la izquierda, casos del CIUS y la CGT.

Tercero, en el marco restrictivo del sistema neoliberal, promover demandas que no pueden ser sustentadas desde el correcto análisis de la correlación de fuerzas, es la vía más corta hacia la derrota, la irrelevancia y la marginalidad.

Pruebas de ello hay por centenares.

En la mayor parte de ellos, se trata de ejemplos inspirados en genuinos valores del sindicalismo, derrotados por la actual legalidad que se debe superar, lo cual no es posible sin una amplia unidad.

Cuarto, y he aquí el meollo de las presentes reflexiones: nadie le ha puesto punto final a la lucha.

Sin que estuviera en el programa de la Nueva Mayoría, la CUT instaló la reforma laboral, con 25 propuestas, de las cuales se lograron imponer 9 en el parlamento.

Con su poder de veto, la derecha las redujo a cuatro, incluyendo la impugnación en el Tribunal Constitucional de la titularidad sindical.

Nada de esto figura en los flamígeros argumentos de los críticos de la CUT, para quienes parece ser el adversario principal, en lugar de la derecha y la superestructura legal que instaló, en primer lugar el actual Código del Trabajo.

Pero ¿de dónde sacan que la reforma laboral representa el fin de la lucha?, ¿quién les ha dicho que no se va a ir por lo que falta?

Lo que no entró, o no se pudo conseguir por una insuficiente correlación de fuerzas, es parte de de un próximo programa político, o en su defecto, de la lucha en la calle en cualquier configuración de poder que lo desconozca, con abstracción e independencia de los costos.

Así ha transcurrido, por lo demás, la histórica lucha del movimiento sindical. Desconocerlo, o socavar la unidad de sus organizaciones, sólo prolonga los sufrimientos de los trabajadores.

El origen de todos los problemas radica en la Constitución de Pinochet. Su reemplazo por una constitución democrática, producto de un nuevo pacto social, que incorpore las demandas y derechos del trabajo, es la tarea política mayor, que no se logrará sin las más amplia unidad de fuerzas políticas y sociales que sea posible construir.

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