Cuando se suscribió el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y Mexico, a comienzos de los años noventa, en medio de la euforia provocada por el colapso político del bloque socialista, se inició un viaje cruel para los pueblos en la dirección de la miseria y la desigualdad.
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Rápidamente, las clases dominantes de países y regiones asumieron que habían encontrado la panacea para la reproducción perpetua de su capital.
Surgió con los TLC un movimiento social que se fortaleció con el paso de los años, esencialmente porque las previsiones pesimistas que habían hecho se fueron quedando cada vez más cortas, ante las desastrosas consecuencias que en la realidad tiene la concentración intensiva de riqueza y la fabricación permanente y acelerada de desigualdades que los mismos contribuyen a crear.
El concepto de “asimetría” fue tomado con mucha ligereza, aunque la construcción lógica del mismo alrededor de los TLC era muy sólida. Ignorando eso, Centroamérica y Republica Dominicana firmaron el CAFTA, tratado de libre comercio con Estados Unidos, que constituye, como la historia se ha ido encargando de probar, en una carga cada vez más pesada.
Ya en 2017, se levantarán las restricciones que protegen la producción agrícola(alimentos) en estos países, que tendrán que abrir sus puertas a los fuertemente subsidiados productos norteamericanos, lo que irremediablemente provocará la quiebra de miles de pequeños agricultores, así como la intensificación de la crisis alimentaria.
Para los apologistas del monetarismo, el mercado totalmente abierto, sin participación reguladora de ningún tipo, es la utopía perfecta. Pero para los pueblos, esto representa un camino intrincado que lleva aceleradamente a la perdida absoluta de la soberanía, y, con ello, a la inevitable desaparición de las naciones, y de toda la idea de sociedad que hasta ahora hemos tenido. La apología del neoliberalismo, es algo así como una secta religiosa de adoración al dinero, que plantea una especie de “mundo sociedad anónima”.
Nada de lo escrito es novedoso, pero es necesario como preámbulo para abordar la situación global actual. El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, visto por muchos como una sorpresa, y por otros como una maldición, tiene mucho que ver con la debacle producida en Estados Unidos a raíz de estos TLC.
Un país inmenso, que sigue en el papel de “policía del mundo”, mantiene 43 millones de pobres (reconocidos oficialmente), una sub nación, ignorada por la “liberal stream media”, que crece sin cesar, a partir de la oleada de migración de industrias gigantescas que dejaron grandes ciudades fantasmas, en lo que alguna vez fue el sostén y orgullo del imperio.
Durante su campaña, Trump no se cansó de mencionar los TLC, ni de recordar los 20 trillones de dólares que sostiene como deuda el gobierno federal gringo. Esta claro que la globalización neoliberal demostró que el capital no tiene patria, pero los pobres sí. La maquinaria del “libre mercado” resultó ser una industria pesada de producción de pobres, en todo el mundo.
Esos pobres, reducidos a su mínima expresión no solo en sus condiciones materiales de existencia, sino también en sus probabilidades de superar su condición actual, constituyen una fuerza gigantesca en todo el mundo, y ese sector de la oligarquía gringa que representa Trump lo entendió muy bien.
La posición de Trump, abiertamente contraria a los Tratados Transpacífico de Libre Comercio con la Unión Europea, seguramente asusta al establishment mundial. Todos esos individuos que se enriquecieron enloquecidamente durante treinta años gracias a la especulación de altos vuelos, se ven finalmente amenazados por una ola que parece llevar al mundo a una nueva era fascista, en una nueva versión autoritaria del capitalismo, no tan “libre”.
Las masas empobrecidas, tanto en los países industrializados como en los más pobres, constituyen un caldo de cultivo para las ideas más radicales, a pesar de la máquina de manipulación mundial que controla pueblos enteros y los utiliza como conejillos de indias para terribles experimentos sociales. Sin lugar a dudas, los medios de comunicación se han convertido en “el opio de los pueblos del siglo XXI”.
Ahora mismo se lleva a cabo la reunión de la APEC en Perú, en donde el saliente presidente Obama, se deshace en explicaciones, tratando de calmar los ánimos de sus amigos, diciendo que al final, la nueva administración Trump no cambiara la ruta trazada, y que el tratado transpacífico seguirá adelante. Igual mensaje deja Obama para los latinoamericanos sobre la continuidad de la política gringa para esta parte del mundo. Dice Obama que “no es lo mismo la campaña que gobernar”.
Al mismo tiempo, Trump avanza en la caza de “talentos” para su gabinete. Ya se habla del regreso de Rudolf Giuliani, y de la posibilidad de que el nuevo Secretario de Estado sea MittRomney. Además, parece que Trump ha recurrido al viejo oráculo de Henry Kissinger, uno de los rectores de la visión de los famosos halcones. Todos ellos militaristas, amigos de la política del “garrote”.
La asociación mundial, alrededor de la globalización expresada en Tratados de Libre Comercio (que son acuerdos profundamente políticos), ha alcanzado puntos de mucha tensión y desacuerdo. Por ejemplo, Rusia abandonó recientemente la Corte Penal Internacional, argumentando que no ha cumplido los propósitos para los que fue creada, que gasta 16 millones de dólares al año, y solo ha sido capaz de emitir cuatro condenas en 16 años, todas ellas contra países débiles.
A Rusia se unieron varios países que dejan atrás el Estatuto de Roma, que, dicho sea de paso, no ha sido ratificado por Estados Unidos ni China (este último tampoco lo ha firmado).
Los organismos internacionales, que operan al servicio del mundo neoliberal, son un fracaso estrepitoso, y cada día pierden credibilidad por ser más una amenaza para los pueblos y las naciones. En el caso de la OEA, por ejemplo, el papel de la misma fue siempre gris, al servicio de los intereses neo coloniales de Estados Unidos en la región.
Sin embargo, bajo la gestión de Luis Almagro, más parece un gendarme al servicio del capital especulativo. Con sus agravios permanentes contra Venezuela, su participación descarada en actos que incitan a la violencia contra el presidente Maduro, o su silencio criminal en hechos como el Golpe de Estado en Brasil, la OEA no es más que un fantoche indeseable, liderado por un mercenario disfrazado de diplomático.
Y seguimos con la OEA, que ahora es parte del proyecto de “revoluciones de colores” en Centroamérica. Emulando lo actuado por la ONU en el fiasco guatemalteco, ahora Almagro ha puesto en Honduras una Misión de Apoyo Contra la Corrupción MACCIH, que tiene como propósito (confeso) convertirse en modelo exportable a otros países, que pretenden poner gobiernos transnacionales a regir estos países que están condenados a ser los primeros en fenecer. Sera que la OEA ha sido un organismo pulcro y santo a lo largo de su existencia.
Por ahora, al menos, los tratados de libre comercio, están en el centro de la atención mundial. Ellos han generado enormes problemas para las sociedades del mundo, y muchos de nosotros deberíamos, quizá, emprender una nueva lucha, similar a la que termino derrotando al ALCA, para tener la oportunidad de salir de esas camisas de fuerza.
Para ello deberíamos salir de gobiernos obedientes y no deliberantes como el de Macri, Temer, Peña Nieto o Juan Orlando Hernandez (por mencionar unos cuantos) que están felices haciendo estragos, profundizando el neoliberalismo que tan alto costo nos ha hecho pagar.
La idea de globalizar el mundo quizá no es mala, como no lo es el desarrollo tecnológico, pero debería esa globalización estar a cargo de los pueblos. La década siguiente bien podría estar marcada por una lucha por desarticular esos tratados, recuperar la soberanía de los pueblos, y reconstruir todo el sentido crítico del Estado.
Seguramente, esto debería ser parte de un amplio programa político tanto nacional como regional.
(*) Licenciado en Matemática e Investigador Social. Escritor y Analista autodidacta. Colaborador de teleSUR y otros medios digitales.
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Fuente: TeleSurTV