por Roberto Pizarro.
El empleo y mejoramiento económico estaban en el centro del programa presidencial de Sebastián Piñera. El empresariado y sus economistas, junto a la derecha, atribuyeron a las reformas de la presidenta Bachelet responsabilidad ineludible en la disminución del crecimiento, aumento del desequilibrio fiscal y el mayor endeudamiento público.
Hubo un olvido deliberado sobre la difícil situación internacional, con origen en las políticas proteccionistas del presidente Trump, y su impacto en el precio del cobre. En medio de la vorágine electoral, Sebastián Piñera anunciaba que vendrían tiempos mejores. Empresarios, inversores externos, trabajadores y consumidores elevarían su entusiasmo, lo que recuperaría el crecimiento y empleo. Mejorarían las expectativas.
Sin embargo, está sucediendo lo contrario. Durante los cinco meses del nuevo gobierno cinco empresas de envergadura recortan procesos productivos, cesan operaciones o se reinventan como comercializadoras.
Maersk en San Antonio, Iansa de Linares, Pastas Suazo de Curicó, la constructora CIAL en Temuco y la grifería Nibsa en San Joaquín. Un brutal impacto en el empleo y mucha incertidumbre en varias regiones del país.
Para explicar esta situación Piñera se acordó del automatismo de los mercados y emitió una frase curiosa: “Para que nazca un árbol tiene que morir un árbol viejo, esa es la naturaleza humana”.
Eran las palabras de Piñera frente al cierre definitivo de la planta de Iansa en Linares, que deja cesantes a cuatro mil personas. Su propuesta de mayor empleo quedaba pendiente.
Algo raro está sucediendo porque se ha producido cierta recuperación de la actividad económica, pero las expectativas son negativas. En efecto, durante el primer semestre del año el crecimiento bordeará el 5%. Pero, por otra parte, las percepciones empresariales y de los consumidores no son auspiciosas. El futuro se ve oscuro.
Según el último informe de percepción de negocios del Banco Central “el desempeño de los negocios ha sido más bajo de lo esperado a comienzos de año”, hay lentitud en las licitaciones del sector público, y en materia laboral existe consenso “en que el empleo está estancado”. La evolución negativa del mercado laboral está afectando la demanda y muy específicamente el comercio.
No ha ayudado mucho a mejorar las percepciones el ministro de Economía, José Ramón Valente, quien sugirió a los empresarios que “para estar más seguros”, debieran llevar sus inversiones fuera de Chile. Sin dudarlo dijo que había que «colocar los huevos en canastas distintas».
A estas expectativas poco optimistas se ha agregado la reciente reducción de la calificación de riesgo a Aa3, que entregó Moody’ s sobre la economía chilena. Esta reducción se encuentra en línea con resoluciones similares que habían adoptado el año pasado Standard and Poor y Fitch.
Al ministro de hacienda, Felipe Larraín, no le gustó la nota que puso Moody’s. Seguramente esperaba recibir un espaldarazo, sin condiciones, a su gobierno. Antes, en medio del proceso electoral, la calificadora JP Morgan había apoyado a Piñera: “Si gana Guillier, el mercado se desploma; si gana Piñera, se dispara”.
Moody’s resultó más independiente. Se refirió a los muchos desafíos pendientes que tiene nuestro país. Estos no se refieren sólo al deterioro de las cuentas fiscales y al nivel de la deuda pública.
Son desafíos estructurales, vinculados al crecimiento potencial de la economía: diversificar las exportaciones, elevar la productividad, mejorar la calidad de la educación, capacitar la fuerza laboral y aumentar la participación de las mujeres en el trabajo.
El Ministro de Hacienda aplacó su soberbia. Terminó su polémica con Moody’s y, en un reciente encuentro con los empresarios (07-08-18), ante un desilusionado auditorio, pidió paciencia.
Paciencia sobre las modificaciones tributarias que, según ahora se señala, no reducirán el impuesto a las empresas y sólo simplificará el régimen tributario. Y en esa misma reunión hizo un llamado a que el empresariado expanda la contratación. Y nada más.
El discurso de Larraín resulta pobre, porque no apunta a lo principal. La recuperación a largo plazo de la economía y el aumento del crecimiento potencial no dependen de la macroeconomía. Hay que cambiar factores estructurales, y se requiere otra estrategia de desarrollo. El neoliberalismo no sirve.
Con el automatismo de los mercados, y sin un Estado activo, no es posible diversificar la economía. Tampoco se puede mejorar la inversión en ciencia y tecnología, incrementar la productividad, dar tratamiento privilegiado a pequeños empresarios, y favorecer una educación de calidad para las familias de bajos ingresos.
Mejores expectativas exigen políticas económicas distintas.
Fuente: El Desconcierto