domingo, diciembre 22, 2024
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Cómo la CIA Ganó el Nobel de Literatura

Esta historia empieza a tortazo limpio: André Breton, padre del surrealismo, repartiendo mandobles al escritor soviético Ilyá Elhrenburg. Estamos en las calles de París, en 1935, poco antes del arranque del Congreso Antifascista de Escritores en Defensa de la Cultura.

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A Breton, que estaba borracho, no le había gustado que Elhenburg  llamara “burgueses” a los vanguardistas en un artículo, así que le atizó tras cruzárselo a la salida de un café. Por absurdo que suene, el puñetazo de Breton fue el origen remoto de El doctor Zhivago, novela de Borís Pasternak publicada en 1957.  

Tras ser apaleado, Elhenburg, intelectual de confianza del estalinismo, decidió no asistir al Congreso, obligando a Moscú a buscar un sustituto por la vía rápida: el poeta Boris Pasternak, hasta entonces un bolchevique responsable, viajaría a París en representación de la cultura soviética.

El viaje de Borís Pasternak a París fue un “punto de inflexión en su occidentalismo”, según se cuenta en La novela blanqueada (Galaxia Gutenberg, 2014), ensayo de Iván Tolstói sobre la batalla entre el KGB y la CIA a cuenta de El doctor Zhivago. O uno de los episodios claves de la guerra fría cultural contado hasta el más mínimo detalle.  

No es tanto que Pasternak descubriera entonces lo bien que vivían los intelectuales franceses y lo buena y abundante que era la comida en Francia, sino que el escritor se percató de que en Occidente se admiraban mucho sus libros y se esperaba mucho de él.  Como si se hubiera dado cuenta por primera vez de su importancia como intelectual. Fue entonces cuando empezó a germinar en su cabeza la idea de aparcar la poesía y tratar de escribir la gran novela rusa de su generación. Una fuerza interior que le llevaría dos décadas después a publicar El doctor Zhivago pese a la amenazante oposición de Moscú.
El escritor Borís Pasternak, a la izquierda

“Aquel viaje a París transformó radicalmente a Pasternak y cambió su destino creativo hasta lo irreconocible… Experimentó un vuelco absoluto: la increíble, absolutamente inesperada y cálida acogida con la que fue recibido le permitió comprender por primera vez el lugar que le asignaban en la literatura moderna. Lo aclamaban casi como a un profeta y ansiaban escuchar sus opiniones sobre el futuro de la cultura y el destino de la humanidad. Sus palabras fueron recibidas con ovaciones, como si ya hubiera escrito sus obras más importantes, y aquel anticipo emocional y moral de los europeos ilustrados lo percibió como un fuertísimo reproche. Sentía que aún no había hecho nada para la posteridad, que no hacía más que aplazar todo y cerrar acuerdos tácticos con el régimen bolchevique y que la vida no iba hacia ninguna parte”, cuenta el libro.

Resumiendo: Pasternak regresó a la Unión Soviética con una idea en la cabeza: “alcanzar la gloria” literaria.

Pasternak, escritor cercano entonces al oficialismo, se libró de ser purgado por StalinMeses después de ese viaje, en 1936, ocurrió algo que cambiaría para siempre la relación entre el estalinismo y los intelectuales soviéticos: el inicio de la madre de todas las purgas, los juicios de Moscú, cuando Stalin perdió definitivamente la chaveta y se dedicó a ejecutar o deportar a cientos de miles de ciudadanos acusados de traición a la Revolución. Algunos compañeros de generación literaria de Pasternak pasaron entonces a mejor vida. Nuestro protagonista se libró entonces de la purga, lo que algunos han interpretado como la demostración de su ambivalencia política, aunque en defensa de Pasternak hay que decir que los motivos de Stalin para purgar a unos u a otros iban más allá de la arbitrariedad.

El caso es que, llegados los años cuarenta, Pasternak se puso a trabajar silenciosamente en El doctor Zhivago, en el que emplearía unos diez años. Los remates de libro coincidirían con otro acontecimiento histórico trascendental: la muerte de Stalin en 1953. Se abrió entonces un breve periodo de deshielo interior en el que las autoridades soviéticas reconocieron parte los excesos del amado líder y relajaron la presión vigilante sobre sus intelectuales.

El editor italiano Giangiacomo Feltrinelli, millonario por herencia y comunista por convicción, fue la figura clave de la primera edición del libroPor esas rendijas se coló hacia Europa el primer manuscrito de El doctor Zhivago, que acabó en las manos del mítico editor italiano Giangiacomo Feltrinelli, millonario por herencia, comunista por convicción y una de las figuras culturales más importantes de la Europa del siglo XX. Y aquí es donde empieza el quilombo geopolítico.

Pasternak quería publicar el libro en occidente a toda costa, algo complicado dado que las autoridades soviéticas no estaban dispuestas a editar el libro en ruso por cuestiones políticas; entre otras cosas, el texto de Pasternak se interpretó como una defensa del cristianismo y la espiritualidad, algo que no casaba precisamente con el pensamiento oficial de la época. Pero Pasternak hizo llegar el manuscrito a Feltrinelli clandestinamente, y el joven editor italiano lo vio claro: había que traducirlo y publicarlo.

Feltrinelli entendió rápido que aquello iba a ser un bombazo editorial mundial, aunque también tenía motivos políticos para querer publicar el libro: “Su conclusión como editor es más que comprensible: en la Unión Soviética se escribía una literatura vida, de mucho talento, a pesar de todos los ataques que las fuerzas de la derecha lanzaban contra Moscú.

Y él, Feltrinelli, lo demostraría a todo el mundo. ¡El doctor Zhivago sería un éxito, quizá el mayor de su vida! Y si alguien, al reflexionar sobre las ideas de Pasternak en la novela, hubiera advertido a Feltrinelli que el contenido del libro estaba dirigido justamente contra todo en lo él fundaba sus esperanzas, probablemente no hubiera hecho caso de tal consejo. El solo hecho de que en Moscú apareciera una obra sin censurar hablaba en favor del socialismo. Y, como editor comunista, quería mostrar que el régimen soviético era capaz de originar grandísimas obras de arte”, explica el libro.

Pero, ay, la publicación italiana de la novela acabó resultando un colosal desastre de relaciones públicas para la URSS. La CIA vio en la novela una oportunidad de oro para ganar una batalla decisiva de la guerra fría cultural. La agencia estadounidense no solo se empleó a fondo en difundir el texto de un autor acosado por las autoridades soviéticas, sino que presionó para que Pasternak recibiera el Premio Nobel de Literatura en 1958, como así acabó ocurriendo.

Aunque las normas de la Academia sueca no dejaban claro dicho asunto, todo el mundo interpretó entonces que El doctor Zhivago no podía aspirar al Nobel porque no había sido publicado nunca en su lengua original. No problem. Si la URSS había vetado la edición rusa, la CIA realizaría su propia edición pirata del libro en su lengua madre. Como acredita La novela blanqueada, la agencia estadounidense, empleó una enorme cantidad de recursos humanos y económicos en hacerse con el manuscrito original e imprimir el libro mediante una serie de tapaderas, chanchullos y trampas en las que acabó cayendo Feltrinelli, que dio el visto bueno a la edición pirata sin saber quién estaba detrás.

Una vez publicada la novela en ruso, nadie pudo frenar la concesión del Nobel a Pasternak, convertido en una figura de la literatura mundial gracias, en parte, al ajedrez estratégico de la guerra fría.

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La conclusión del ensayo sobre la larga mano de la CIA es tajante y va más allá de la novela de Pasternak, que abrió el camino a toda una industria underground de publicaciones prohibidas en la URSS. Libros piratas que bien corrían por las manos de los emigrantes rusos bien circulaban clandestinamente por la URRS y los países del Telón de Acero:

La CIA financió la publicación de miles de títulos tras la II Guerra Mundial“. Tras la II Guerra Mundial ni un solo libro de la emigración rusa habría sido publicado sin la financiación secreta estadounidense. Esta afirmación, como toda máxima, posee la rudeza de la generalización. Naturalmente, había colecciones publicadas por cuenta propia… Sin embargo, los libros más importantes, los socialmente significativos, los histórico-periodísticos, los que desenmascaraban la verdad documentalmente, la reimpresión de ediciones primero soviéticas y después prohibidas en la URSS, casi todos los libros de memorias, el 99% de la revistas y periódicos, todos los libros traducidos sin excepción, el trabajo de distintas editoriales desde su fundación: todos estos miles de títulos publicados durante los cincuenta años posteriores a la guerra fueron financiados por la CIA”, aclara el ensayista.

La CIA no fue tan ingenua como para financiar toda esta literatura clandestina a cara descubierta. Todo se hacía mediante tapaderas, “indirectamente”, como ejemplificó el caso Pasternak. “Ningún emigrante acudía a la ventanilla del edificio de la CIA en Langley con las palabras: ‘Deme, por favor, quince mil dólares para editar la revista Kontinent’. La CIA actuaba a través de distintos fondos y organizaciones sin ánimo de lucro –ya existentes o creados especialmente con ese fin– y, otras veces, mediante editoriales occidentales a las que entregaban las cantidades necesarias para pagar encargos concretos”.

La URSS presionó a Pasternak por tierra, mar y aíre para que renunciara al premio, y aunque el escritor acabó cediendo, el daño propagandístico ya estaba hecho: la rama cultural de la CIA había ganado el pulso al comunismo soviético. Pasternak murió en 1960 con una extraña mezcla en el cuerpo: angustiado por  la presión de las autoridades de su país, feliz tras alcanzar la gloria literaria y perplejo por la politización de su caso, que no alcanzó a vislumbrar del todo.

Tampoco tuvo tiempo de ver a la adaptación hollywoodiense de su libro –El doctor Zhivago (David Lean, 1965)– que arrasó en los Oscar y en la taquilla mundial: medio siglo después, sigue siendo uno de los filmes más lucrativos de todos los tiempos. Si el KGB pretendía que la historia de Pasternak hiciera el menor ruido posible a base de prohibirla, está claro que no lo logró.

Fuente: El Confidencial

 

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